Frutos y dones espíritu santo


El Bautismo en el Espíritu Santo: La Experiencia Inicial y Evidencia Continua de la Vida Llena del Espíritu   En el Día de Pentecostés multitud de visitantes de Jerusalén testificaron el  increíble espectáculo de  creyentes llenos del Espíritu Santo que  glorificaban a Dios  en  lenguas que  nunca habían aprendido. La reacción de la gente a esta  sobrenatural manifestación fue:  ‘¿Qué  quiere decir  esto?”1 (Hechos 2:12). Veinte siglos  después surge  la misma pregunta respecto de las espectaculares cosas  hechas por  el Espíritu Santo alrededor del  mundo y  no   en   una sola   localidad. Los  pentecostales que  hablan en  lenguas se han convertido en  la segunda más grande familia de cristianos en la tierra. Sólo la Iglesia Católica Romana la sobrepasa en  número de  fieles. Hay  convincentes estadísticas sobre   la  explosión del  crecimiento de  la  iglesia alrededor del planeta en los grupos pentecostales y carismáticos que  enseñan la necesidad de hablar en lenguas como evidencia física  inicial de haber sido  lleno con  el Espíritu Santo.2   Antecedente bíblico e histórico   El énfasis que  los  pentecostales hacen en  la  persona y  la obra  del  Espíritu Santo no  es una novedad para  la iglesia. El derramamiento del  Espíritu en  el  Día  de  Pentecostés fue  la lógica   culminación de  la  verdad  revelada  acerca del  Santo Espíritu según se halla a través de todo el registro del Antiguo Testamento. En  el  Antiguo Testamento  la  referencia usual al  Espíritu Santo es “el Espíritu de Dios”  o “su  Espíritu”. En la Creación, “el Espíritu de Dios se movía sobre  la faz de las aguas” (Génesis 1:2). Los  artesanos  en   la  erección  del   Tabernáculo fueron “llenos con  el Espíritu de Dios”  (Éxodo 31 y 35). Los profetas y los líderes del pueblo de Israel ministraron sobrenaturalmente cuando fueron inspirados por  el  Espíritu de  Dios  (Números 24:2;  1 Samuel 10:10; 11:6;  2 Crónicas 15:1;  24:20; Isaías  48: 16; Ezequiel 11:24; Zacarías 7:12). La profecía, o  el hablar en  nombre de  Dios,  es evidente a través de todo el Antiguo Testamento. En otras ocasiones vino con  significante emoción (cf. En cada  caso,  sin  embargo, el discurso profético es el único signo del ungimiento del Espíritu sobre  determinadas personas divinamente ordenadas a diversos ministerios.3 En  Hechos 2:17  Pedro decisivamente conecta el suceso de Pentecostés con  el cumplimiento de  la  profecía del  Antiguo Testamento: “Y después de  esto  derramaré mi  Espíritu sobre toda  carne, y  profetizarán  vuestros hijos  y  vuestras  hijas; vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre  los siervos y sobre  las siervas  derramaré mi  Espíritu en  aquellos días”  (Joel 2:28,29). De hecho, a menos que  perdamos de vista  el punto, Pedro repite la profecía de Joel en forma no  hallada en el texto hebreo, diciendo por  segunda vez: “Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hechos 2:18). El punto de  vista  del  Antiguo Testamento y del  Nuevo Testamento es que  el advenimiento del  Espíritu se  indica por  el  discurso profético, que   en  los Hechos es el hablar en  lenguas. Los israelitas no  estaban acostumbrados a un movimiento universal del  Espíritu en  la vida  de sus hijos e hijas, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres. Sólo unos pocos selectos caris- máticos profetas, reyes,  y jueces  eran movidos por  el Espíritu Santo a ministrar sobrenaturalmente y a experimentar la presencia del  Espíritu, como David demuestra en  los Salmos. Pedro puso en  perspectiva la  visita   del  Día  de  Pentecostés como el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento y un don del  Espíritu divinamente ordenado para  todos los creyentes, no  sólo  para  los integrantes del liderazgo. La teología bíblica es una unidad basada en  toda la Biblia. Es tanto progresiva y unificada porque Dios  revela  la verdad de Génesis a Apocalipsis. En el Antiguo Testamento se profetiza del  advenimiento de  una era  o edad del  Espíritu. El tema se ensancha en  el  poderoso ministerio del  Espíritu de  Cristo. En Pentecostés el Espíritu viene en poder a todo el pueblo de Dios. Pero  escritores individuales enfatizan los  aspectos especiales  de  la doctrina del  Espíritu Santo. Los escritos de  Pablo subrayan la vida  llena del Espíritu subsecuente al bautismo en el  Espíritu Santo. Los escritos de  Lucas  hacen aun más  hin- capié  en  el advenimiento del  Espíritu para  fortalecer la  vida y  el  ministerio mediante la  vida  llena del  Espíritu. No  hay contradicción entre lo que  al respecto escribe Lucas  y lo que escribe Pablo. El bautismo en el Espíritu como el distintivo mensaje de los pentecostales   La esencia misma del pentecostalismo es el reconocimiento de que  la experiencia de la conversión aunque supremamente preciosa, no  agota las provisiones de Dios  disponibles al creyente.
Las  Escrituras hacen  claro   que   todo  creyente tiene el Espíritu Santo (Romanos 8:9,16). Sin  embargo, la  constante “hambre de  Dios”   es  el  pulso del  pentecostalismo. Esto  es particularmente cierto cuando, en las Escrituras, reconocemos otra  transformadora experiencia disponible a cada  creyente. El bautismo en  el Espíritu no  es un fin  en  sí mismo, sino  el medio hacia la consecución de un fin. El ideal  bíblico para  el creyente es  ser  continuamente lleno con  el  Espíritu  (Efesios 5:18).4  El  bautismo en   el  Espíritu Santo  es  la  experiencia específica que  introduce al  creyente en  el  continuo proceso de vivir  en  el poder del  Espíritu. Aunque el hablar en  lenguas es la señal del bautismo en  el Espíritu, está  diseñado por  Dios para  ser mucho más  que  evidencia. El subsecuente hablar en lenguas enriquece al creyente cuando lo ejercita en  la oración privada (1  Corintios 14:4)   y  a  la  congregación  cuando  se acompaña de  la  correspondiente interpretación (1  Corintios 14:6,25). Desde  su fundación, el Concilio General de las Asambleas de Dios ha reconocido el bautismo en el Espíritu Santo como una experiencia distinta de  la  experiencia del  nuevo nacimiento y subsecuente a ella. El Concilio ha reconocido que  el hablar en lenguas es  la  evidencia física  inicial del  bautismo en el Espíritu.5  La  Declaración  de  Verdades  Fundamentales  de  la iglesia  contiene las siguientes declaraciones:   Verdad fundamental 7: Todos los creyentes han recibido el derecho y deben ardientemente esperar la promesa del Padre, el bautismo en  el Espíritu Santo y fuego, según el mandato de nuestro Señor  Jesucristo. Esta era una experiencia normal en  la iglesia  primitiva. Con ello  viene la provisión de poder para  la vida  y el servicio, la concesión de  los  dones y el uso  de  ellos  en  la obra  del  ministerio (Lucas  24:49; Hechos 1:4,8;  1  Corintios  12:1-31). Esta experiencia es  subsecuente y  distinta a  la  del  nuevo nacimiento (Hechos 8:12-17; 10:44-46; 11:14-16; 15:7-9). Con el bautismo en el Espíritu Santo podemos vivir  una plenitud del  Espíritu (Juan 7:37-39; Hechos 4:8),  una profunda reverencia al Señor  (Hechos 2:43;  Hebreos 12: 28), una acrecentada consagración a Él y una dedicación a su obra  (Hechos 2:42),  y un amor más  activo a Cristo, a su Palabra, y por  los perdidos (Marcos 16:20). Verdad  fundamental 8:  El  bautismo de  los  creyentes en  el  Espíritu Santo tiene por  evidencia la  señal física inicial de hablar en otras lenguas según el Espíritu lo dispensa (Hechos 2:4). El hablar en  lenguas en  este  caso  es en  esencia lo mismo que  el don de lenguas (1 Corintios 12:4-10,28), pero diferente en  propósito y uso. Las  Asambleas de  Dios  consecuentemente han enseñado la importancia del  bautismo en  el Espíritu y la vida  llena del Espíritu tanto para  el creyente como para  toda la Iglesia. Aun  cuando la frase  “bautismo en  el Espíritu Santo” nunca se usa enteramente en  las Escrituras,6 está  íntimamente relacionada con  la expresión bíblica “bautizado en  [o con]  el Espíritu Santo” (cf. Juan  el Bautista, el primero que  usa la expresión poco antes de Cristo iniciar su ministerio público, dijo:  “El [Jesús] os bautizará en Espíritu Santo” (Mateo 3:11;  Marcos 1:8;  Lucas  3:16;  cf. Juan 1:33). Al terminar su ministerio terrenal, Cristo se refirió a la declaración de Juan  (Hechos 1:5); y Pedro, al dirigir la palabra a  la  iglesia  de  Jerusalén, también  repitió la  declaración del Bautista (Hechos 11:16; cf. En Hechos 1:8  se promete la  recepción de  poder “cuando haya venido sobre  vosotros el Espíritu Santo” (cf. En   Hechos  2:17   Pedro  describe  esta   plenitud  del Espíritu como un cumplimiento de la profecía de Joel de que Dios “derramará su Espíritu sobre  toda carne” (cf. De  conformidad con Hechos 8:16,  previo al  ministerio de  Pedro y Juan en Samaria, el Espíritu Santo “aún no había descendido” sobre   ninguno de  los  samaritanos (cf. También 10:44;  11:15) Después de  la  imposición de  las  manos de  los Apóstoles, los samaritanos “[recibieron] el Espíritu Santo” (cf. El bautismo cristiano en  agua  es un rito  de iniciación por  el que  se reconoce la conversión y la morada del  Espíritu en  el  creyente en  Jesucristo.7  El bautismo en  el Espíritu Santo es una poderosa y abrumadora inmersión en  el Espíritu Santo. Mientras en  el  Nuevo Testamento se  registra que los creyentes recibieron la plenitud del Espíritu en ocasiones subsecuentes (Hechos 4:31),  el “bautismo” en el Espíritu Santo en todos los ejemplos bíblicos fue experimentado una sola vez por  un individuo. Un don con ricos beneficios   Cristianos evangélicos modernos ponen gran énfasis en  la experiencia de  “nacer de  nuevo” (Juan 3:3,5-8; 1 Pedro 1:3) que  rectamente entendido consiste en  la obra  del  Espíritu en la regeneración (Juan 3:6;  Tito  3:5). Cuando viene con  poder regenerador, el  Espíritu patentiza  su  presencia como un testigo interior del  nuevo estado del  creyente como un hijo de Dios. El nuevo creyente puede entonces orar  “Abba,  Padre”, expresando así  la  íntima y  segura relación de  los  hijos con su   Padre   celestial (Romanos  8:15,16). Habiendo  venido  a morar dentro del  nuevo creyente, el Espíritu también lo guía y capacita en  una vida  que  se transforma progresivamente en santificación o madurez espiritual (Romanos 8:13;  1 Corintios 6:11;  Gálatas 5:16,22-24). Sin  embargo, la  obra  del  Espíritu no  es sólo  de  una trans- formación interior en  el nuevo nacimiento y la santificación, sino   también una obra   de  fortalecimiento de  los  creyentes como testigos de  Cristo, a fin  de  que  cumplan así  la misión de  la  Iglesia  (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8).8 Pedro presentó el descenso inicial del  Espíritu en  el Día de Pentecostés como una poderosa inauguración de  los  últimos días  en  que  todo el pueblo de  Dios  sería  bautizado, o  llenado, con  el Espíritu (Joel  2:28,29; Hechos 2:17,18). Las  palabras finales del  sermón de  Pedro son:   “Arrepentíos, y  bautícese cada   uno de vosotros…Y recibiréis el don del  Espíritu Santo. Lejos  de  ser una sola  experiencia en  el Día de Pentecostés, se ve al Espíritu llenar o bautizar con su presen- Cía creyente tras  creyente. Tanto el libro  de los Hechos como las  epístolas paulinas muestran repetida y continuamente  el fortalecimiento por   el  Espíritu Santo  y  la  dispensación  de poderosos dones para  el ministerio (Hechos 8:17;  9:17;  10:44- 46; 19:4-7;  Romanos 1:11;  1 Corintios 12:14; Efesios  5:18-21; 1 Tesalonicenses 5:19,20; Hebreos 2:4). Cualquier inteligencia de  la obra  del  Espíritu que  se limita a la regeneración no  es representativa del registro bíblico. En consecuencia, la fidelidad  a las Escrituras indica que  los hombres y mujeres debían buscar no  sólo  la obra  transforma- dora del  Espíritu en  la  regeneración y  la  santificación, sino también en  la obra  fortalecedora del  Espíritu en  el bautismo prometido por  el  Cristo y  repetidamente  atestiguado en  el libro  de  los Hechos y en  las epístolas del  Nuevo Testamento. La vida  de las personas deberán ser cambiadas por  el Espíritu en  la  regeneración y  entonces encendidas y  dotadas por  el mismo Espíritu para   un servicio que   dura toda la  vida. Una experiencia subsecuente a la regeneración   El bautismo en el Espíritu es subsecuente y distinto al nuevo nacimiento. Las Escrituras claramente  describen una experiencia  de  conversión en  la  cual  el  Espíritu Santo bautiza a  los creyentes dentro del cuerpo de Cristo (1 Corintios  12:13). Las Escrituras describen  con   idéntica  claridad una  experiencia en  la  cual  los  creyentes son  bautizados en  el  Espíritu Santo (Mateo 3:11). Estas  no  pueden  referirse a  una sola  o  única experiencia ya que  el agente que  bautiza y el elemento en que el candidato es bautizado son  diferentes en  cada  caso.9 Lucas, autor tanto del Evangelio que lleva su nombre como de los Hechos de los Apóstoles, generalmente presenta el bautismo o plenitud del Espíritu como algo que  experimentan discípulos, o  creyentes, términos suyos  carácterísticos para  designar con ellos  a quienes han sido  ya convertidos y salvados. Para  Lucas, pues, el bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia distinta de la salvación personal y en rigor lógico subsecuente a ella. Más aun, Lucas presenta el bautismo en el Espíritu y su poder acompañante como la expectación normal de los creyentes. Subsecuente por  lo  general significa un tiempo de  separación, pero no  siempre. Los gentiles que  se habían reunido en casa  de  Cornelio (Hechos 10)  aparentemente experimentaron en  forma sincrónica la  regeneración y  el  bautismo o  plenitud en  el Espíritu Santo. Mientras una descripción teológica de  lo  sucedido entonces requeriría la  regeneración como un pre-requisito del  bautismo en  el  Espíritu, todo  sucedíó tan rápido  que   dos   obras  del   Espíritu fueron  experimentadas como una sola. En este  caso,  el bautismo en  el Espíritu siguió lógicamente a  la  regeneración, aunque pudo no  haber sido subsecuente en  el tiempo a ningún grado perceptible.10 Cada creyente tiene  el  privilegio de  ser  bautizado en   el Espíritu y debe  entonces experimentar el hablar en  lenguas. El obvio punto de arranque de tal  declaración es el relato del inicial derramamiento del  Espíritu en  el  Día  de  Pentecostés (Hechos 2). Por   unos  10   días   ellos   habían  estado esperando “la promesa del Padre”, como Cristo les había ordenado que  hicieran antes de su ascensión al cielo  (Hechos 1:4). Entonces y según Hechos 2:4,  “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el  Espíritu les  daba que  hablasen”11  Como Pedro explicó a la multitud que  fue  testigo de  aquel maravilloso suceso, este derramamiento del  Espíritu cumplíó  la  antigua  profecía de Joel para  los últimos días (Hechos 2:17). Hechos 8:14-24 registra entonces  de  un ministerio adicional de  los apóstoles Pedro y Juan  entre los samaritanos. Al respecto se lee en  los versículos 15 al 17: “[Cuando los apóstoles vinieron] oraron para  que  [los que   habían  creído el  evangelio] recibiesen el  Espíritu Santo; porque aún no  había descendido sobre  ninguno de ellos,  sino  que  solamente habían sido  bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les impónían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8:15-17). Sin  embargo, Saulo  aún necesitaba ser  lleno con  el  Espíritu Santo, y  Ananías oró  por  él  con   ese  propósito. Según  se registra en Hechos 19: 7 había allí alrededor de 12 creyentes, descritos como “discípulos” en Hechos 19:1. El registro del diálogo entre Pablo  y los discípulos efesios  es aleccionador:   [Pablo]  les dijo:  ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando12 creístes. Y ellos  le  dijeron: Ni  siquiera hemos  oído si hay  Espíritu Santo. Claramente, en  el tiempo de  la conversión estos  creyentes no  habían sido  aún bautizados en  el  Espíritu Santo porque ellos  no  habían oído de  la experiencia. Aquellos creyentes tampoco  habían  sido instruidos acerca del bautismo cristiano en agua;  aunque, una vez que  Pablo  les explicó, fueron rápidamente bautizados (19: 5). El narrativo no  podría ser más  claro  en  su énfasis respecto a que  la plenitud del Espíritu siguió tanto a la fe cuanto al bautismo en agua  de los “discípulos”  efesios  (19:5). El reiterado testimonio de  las  Escrituras es  que la  señal física  se  hizo manifiesta en  el  momento mismo en que  el  Espíritu fue  derramado sobre  los  individuos. Cuando los  aproximadamente  120   discípulos fueron  llenos  con   el Espíritu, hablaron en lenguas (Hechos 2:4). Cuando la par- entela de Cornelio fue bautizada en  el Espíritu, ellos  hablaron en  lenguas, y los  creyentes judíos se asombraron de  que  así fuera  (Hechos 10:44-48). De nuevo, ellos  hablaron en  lenguas al mismo tiempo en  que  fueron bautizados, no  algún tiempo más  tarde. Con anterioridad al  Día  de  Pentecostés, muchos en  Israel habían  concluido que   después  que   Dios   habló a  los  últimos  profetas del  Antiguo Testamento y a través de  ellos,  no hablaría más  a Israel  directamente. Súbitamente, en  este  contexto carente de  vida  espiritual, el  Espíritu es derramado, no  sólo  sobre  un selecto grupo de individuos como en   el  Antiguo Testamento,  sino   sobre   la masa  del   pueblo,  esencialmente  sobre   cada   miembro  de la  recién fundada Iglesia. Más  tarde, Pedro discutíó con  los apóstoles y hermanos en Jerusalén el incidente en la casa de Cornelio, y otra vez se refirió al  fenómeno de  que   había sido   testigo: “Si  Dios,   pues,  les concedíó también el  mismo don que  a nosotros que  hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era  yo  que  pudiese estor- bar  a Dios?”  (Hechos 11:17). (La recepción del  Espíritu hecha  por   Pablo   según se  refiere   en Hechos 9:17,   a  duras penas contiene  algún detalle.) Como ya se notó, los fenómenos sobrenaturales son  una señal de la venida del  Espíritu Santo. En  Hechos 2,  10,  y 19  se indican varios fenómenos como el  sonido del  viento, lenguas como de  fuego, profecía, y  el hablar en  lenguas.14  Sin  embargo, es este  último fenómeno, hablar en  lenguas, el único que  se manifiesta en  cada  uno de los casos  mencionados. Asimismo, cada creyente lleno del Espíritu puede y debe  esperar ser instrumento de  Dios  en  formas sobrenaturales en  alguno, aunque no  en todos, los dones del Espíritu. No  podemos estar  de  acuerdo con  quienes enseñan que  el fruto del Espíritu solo  (Gálatas 5:22,23) es suficiente evidencia de  que  un creyente ha  sido  bautizado en  el Espíritu.16 Antes bien afirmamos que  tales  cualidades de  carácter (amor, gozo, paz,  paciencia, bondad, amabilidad, fe y fidelidad, gentileza, temperancia o dominio propio) deben ser vistas  en  la vida  de aquellos que  han sido  bautizados en  el Espíritu. Urgimos, pues, a todos los creyentes a buscar estas  cualidades de  carácter con  el mismo celo  con que  buscan los dones del Espíritu.17     Promesa a todos los creyentes   Estamos advertidos de que  dentro de la comunidad cristiana hay   diversas interpretaciones  de  la  descripción bíblica y  de la universal disponibilidad del  bautismo en  el Espíritu Santo con  la evidencia inicial del hablar en lenguas. Aunque algunos críticos han  acusado a  los   pentecostales  de   subordinar  la teología a la experiencia individual del creyente, creemos que las  conclusiones estudiadas que  hemos expuesto hasta aquí son  igualmente enseñadas en las Escrituras como confirmadas por  la  experiencia, y  que  no  se  fundan únicamente en  esta última. En todo el mundo, Dios  se está  moviendo de manera dinámica y a través de su Espíritu. Es evidente que  Pedro y los líderes de la iglesia en Jerusalén  establecieron la  doctrina teniendo en consideración repetidas experiencias del  Espíritu que  se  entendieron como el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento.

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