Crítica al cristianismo, la muerte de Dios y el superhombre


En su filosofía pueden distinguirse tres periodos: el primero  (hasta 1877) establece la distinción entre el espíritu apolíneo, que expresa el mundo como representación (artes plásticas), y el dionisíaco, que lo expresa como voluntad (música).
Nietzsche exalta lo dionisíaco, interpretándolo como encarnación de la voluntad de vivir, frente a lo apolíneo, que representa la huida ante la vida.
En su segundo periodo (1878-1883), exalta la Ilustración, por su interés humano, pero rechaza su culto al progreso. En el tercer periodo (1883-1884), sus doctrinas parten de la concepción de la vida como dolor, lucha e irracionalidad, que había aprendido de Schopenhauer, pero rechaza la resignación, proponiendo la aceptación de la vida tal y como es.

Para Nietzsche, la vida se manifiesta en la Naturaleza como instinto, fuerza, lucha constante de energías contrarias en un proceso interminable en el que nada permanece estable, como devenir, como acontecimiento trágico. Este proceso está regido por la dominación de unos sobre otros, por la preeminencia de fuerzas espontáneas como el instinto, la «voluntad de poder», esencia más íntima del ser, que se dice primariamente de la vida en todas sus expresiones, pero que también puede referirse a toda energía o fuerza en general. El hombre está envuelto en una realidad trágica y regido por la voluntad de poder que le impulsa hacia el futuro. Afirmar la vida es aceptarla como es: trágica, instintiva, creadora, proyectiva; es recuperar el espíritu de la tragedia griega en la que Apolo y Dionisos simbolizan fuerzas contrarias, impulsos artísticos, estados de ánimo vitales. Apolo es el Dios de la belleza, de las formas perfectas, la medida, la proporción; se corresponde con las artes estáticas y espaciales. Dionisos es el Dios del vino, la embriaguez, la exuberancia; se corresponde con las artes dinámicas y temporales. Lo apolíneo y lo dionisíaco son impulsos, instintos de desarrollo, dos formas de creatividad. Afirmar la vida íntegramente, con todo lo doloroso e inexplicable, es realizar la síntesis de estas dos fuerzas creadoras opuestas, ésta es la grandeza de la tragedia griega, es lo que realiza “el hombre intuitivo que configura una cultura y establece el señorío del arte sobre la vida”.

El socratismo es el primer síntoma de negación, de decadencia, ya que introduce la razón oponiéndose a la espontaneidad del instinto; identifica razón, virtud y felicidad. Las consecuencias del socratismo son la negación de los auténticos valores de la vida (el instinto, la fuerza), y la transformación de felicidad y virtud en ideas, se inventa un mundo de ideas para escapar de éste. Platón no sólo inventa el Mundo de las Ideas sino que lo propone como verdadero (el mundo sensible depende de él). Posteriormente el cristianismo protege, exalta y continúa esas ideas, universalizando así la decadencia iniciada por Sócrates y Platón.

La inversión de los valores se produce a partir de Sócrates, es el resultado de una situación paradójica: la moral de los esclavos se ha impuesto sobre la de los señores, los auténticos valores morales han sido suplantados, invertidos. Por ello, la moral tradicional (cristiana) es antinatural porque se opone a la vida con normas, leyes, aboga por el mundo del más allá y niega éste. El resultado es la alienación del hombre. El inicio de esta inversión se produce con el judaísmo, el cristianismo la universaliza e introduce el sentimiento de culpa cuando para redimirse es necesario el ascetismo, el sacrificio, la abnegación. Ésta es la cultura creada por el hombre racional.

 Para Nietzsche es la idea de Dios la que impide al hombre llegar a ser superhombre y la muerte de Dios significa la caída de los cimientos (moral, religión y filosofía) de la civilización occidental, la destrucción de los valores absolutos. Afirmar el Nihilismo es tanto como afirmar que “Dios ha muerto”, es decir, que los valores supremos se desmoronan, perdiendo su pretendido valor, lo que se había puesto como ser verdadero se convierte, así en nada. En esta perspectiva, el Nihilismo no es sino la consecuencia de una voluntad negativa y de una vida reactiva: una voluntad de nada. Pero el Nihilismo es algo radicalmente distinto de lo que había sido hasta ahora: destruidos los valores tradicionales, el Nihilismo aparece como el ideal de la más alta potencia del espíritu, de la vida más rica; es este sentido, expresa la creadora voluntad de poder, afirmativa y activa. Por tanto, la superación del Nihilismo se produce por la creación de valores que den sentido al hombre y la vida, y por la transvaloración («transmutación») de los valores que condujeron a la nada. La superación del Nihilismo no se produce por la reflexión de la razón, sino por instinto, es la «voluntad de poder» del superhombre -un nuevo tipo humano que vive el devenir y la voluntad de poder, que está más allá del bien y del mal- la que destruye y crea nuevos valores.

La nueva meditación sobre el ser ha sido producida, pues, por la voluntad de poder: exaltación de la creatividad del ser humano en tanto que afirmación de la vida terrenal. Dicha afirmación es eterna, y por eso la voluntad de poder alcanza su más alto grado en el eterno retorno, concepción no lineal del tiempo, sino cíclica, en la que éste es concebido como infinito, mientras que las combinaciones de fuerzas que constituyen la voluntad de poder sin finitas; por ello, todos los sucesos de la realidad se repiten eternamente. Con este concepto, Nietzsche logra unir finitud y eternidad, sin recurrir a ningún “mundo verdadero” transcendente, al tiempo que concede infinito valor a cada instante de la existencia. Hay, pues, que amar la vida, de forma que se quiera volver a vivirla, porque, en efecto, todo vuelve a repetirse eternamente. Este amor eterno hacia la vida misma proporciona al ser humano el medio de ir súperándose continuamente. El hombre sólo es un puente hacia el superhombre, en el que se presentarán nuevos valores. Su venida ha de ir preparándose mediante la “gran política”, el adiestramiento que ha de llevarnos hasta el supernombre. El primer discurso de Zaratustra, cuenta tres metamorfosis del espíritu: cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león y cómo el león lo hace en niño. El camello simboliza a los que se contentan con obedecer ciegamente a los valores que se presentan como creencias; el camello que quiere ser más se transforma en león, es decir, en el gran negador, símbolo del nihilista que rechaza los valores tradicionales; pero también el león tiene necesidad de transformarse en niño, de superar su autosuficiencia para poder vivir libre de prejuicios y crear una nueva tabla de valores.

La moral del hombre superior propone una revuelta contra la degeneración de la humanidad, hecho resultante de la domesticación y el sometimiento realizados por el cristianismo. La nueva moral pretende estar al servicio del superhombre, de la recuperación de los instintos vitales del ser humano, es decir, quiere transformar al hombre que ha olvidado su verdadera esencia existencial: su voluntad de poder.

Este hombre superior hace caso omiso de los prejuicios, no cree en la igualdad -artimaña de cristianos y socialistas- que sólo conduce a una moral de esclavos, sino que dice sí a las jerarquías, la inalienable diferencia que tiene que haber entre los hombres. En su libertad, ama al ser humano por encima de sus unilateralidades, porque lo ve no como es, sino como lo que hay que superar. La vida se torna, de este modo, experimento, es decir, abierta a fuerzas y posibilidades fundamentales (lo dionisíaco de la vida) para vivir con más fuerza y amor hacia la vida cada día. Dios ha muerto y sólo nos queda el hombre como posibilidad abierta hacia el superhombre. Este hombre hace de su vida un continuo experimentarse a sí mismo, afirmándose en el devenir de la vida sin necesidad de crearse subterfugios, otros mundos donde consolar la angustia producida por un espíritu incapaz de domeñar la imagen trágica del mundo.

En sus obras, también hace una denuncia del estado del intelecto y del lenguaje, que se engañan con respecto al valor y alcance que posee el conocimiento humano. La verdad en la filosofía tradicional es la coincidencia entre pensamiento y realidad. La verdad para Nietzsche son metáforas, antropomorfismos, ilusiones.
El primer falseamiento de la realidad se produce cuando se toma por realidad lo que sólo es metáfora, figura; la palabra es una metáfora aceptada socialmente. Se entiende como verdadero lo que es coincidente con la metáfora aceptada social y convencionalmente; y como falso lo que se aparta de ella. La palabra se transforma en concepto para servir como instrumento de comunicación, y el concepto provoca una comprensión del mundo en tanto que cosa humanizada. El segundo falseamiento se produce con la elaboración de conceptos, la abstracción racional falsea la metáfora al eliminar lo individual, lo instintivo.

El hombre racional ha olvidado el verdadero origen de los conceptos y las consecuencias son el falseamiento de la realidad y la posibilidad de la Metafísica tradicional (Dios, Mundo, Yo, son abstracciones que se toman como realidades primeras). El idealismo kantiano había admitido la importancia que el fenómeno tenía en el conocimiento, sin embargo, Nietzsche duda de esto y atribuye más capacidad al arte para expresar la realidad.

De este modo el conocimiento se convierte en perspectivismo porque los «hechos en sí» son incognoscibles, sólo hay diversas interpretaciones. En este aspecto Nietzsche realiza una dura crítica al positivismo al limitar el conocimiento a lo fenoménico: conocer es, por tanto, interpretar desde múltiples perspectivas. El Mundo no es cognoscible, sólo interpretable. Nietzsche critica el Idealismo porque el mundo de las esencias, de las ideas, de la Verdad, no es cognoscible porque es falso; pero también el Realismo porque el mundo de los fenómenos no es cognoscible tampoco porque el concepto falsea el fenómeno convirtiendo en un «en-sí» lo múltiple. El conocimiento es la mayor fabulación ya que es un proceso de abstracción y simplificación que no está encaminado a conocer sino al poder sobre las cosas. La «voluntad de poder” está en el origen del conocimiento: poder para conceptualizar, poder para imponer unos conceptos en lugar de otros, poder para resolver las luchas entre distintas perspectivas. De esta teoría del conocimiento deriva la crítica a los filósofos, científicos y teólogos, porque actúan de intermediarios entre el Mundo y nosotros.

La filosofía es criticada porque considera el «ser» como una realidad estática e inmutable. Nietzsche opina que el «ser» metafísico es absurdo, ficticio, que no es posible conocerlo, ni demostrarlo. Sólo existe el devenir, el mundo delimitado por el espacio y el tiempo, que puede ser experimentado por los sentidos, vivido por el hombre intuitivo, por el artista.

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