El tema de la castracion de cuellar en la novela de los cachorres de vargas llosa


Los símbolos

Podríamos señalar que la novela, en conjunto, es una alegoría que pretende mostrar una visión tragicómica de la sociedad peruana. Pero esa aserción global del relato no implica, necesariamente, que la novela se desarrolle a partir de unos símbolos concretos, ya que ello supone negar cualquier interpretación de tipo realista y alinearse junto a una parte de la crítica que como el mismo Vargas Llosa admitió “Mi sorpresa fue la variedad de interpretaciones que merecían las desventuras de Pichula Cuéllar”. Querer buscar en el perro el símbolo de los poderes fácticos que castran a los miembros de la sociedad, es olvidar que el relato parte de la experiencia autobiográfica de Vargas Llosa –él en esa época fue alumno en La Salle, un centro similar al Champagnat- y de un recorte de periódico en que se lee la noticia de un perro que ha emasculado a un niño. Es por ello que más que hablar de símbolos, debe hablarse de diferentes actitudes que son adoptadas por diferentes colectivos o personajes, es decir, la función simbólica que los personajes asumen en el relato; o de la carga simbólica que conllevan algunos apodos.

            Por el contrario, sí nos parece simbólica la elección de los apodos. “Pichula” es el nombre que recibe el pene de los niños en Perú, así que se ironiza con el personaje a partir precisamente de lo que no posee. El término es despectivo, de ahí que tanto Cuéllar como su padre combatan al principio el uso del apodo. Cuéllar, adopta, como para esconderlo, una actitud defensiva: se aprovecha de la compasión de los demás para ridiculizarla de algún modo, y ante el nacimiento de su apodo, Pichula, Pichulita, aunque al principio le entristece, decide darle la vuelta e invertir la burla en hombría.  

También es doblemente simbólico el nombre de Cachito Arnilla, por un lado “cacho” significa “cuerno”, y este personaje es quien se queda con Teresa; de otro, “cachar” significa “follar”, es decir, el personaje acaba seduciendo a Teresa porque puede hacer con ella lo que no puede hacer Cuéllar.

            Algunos críticos señalan que el episodio de la mariposa es simbólico porque resume la trama: el juego de la conquista con la persecución; la muerte de la mariposa como fin de la relación e incluso como anticipo de la muerte de Cuéllar e, incluso, al final, con la presencia de un “¿nuevo bichito?” la llegada de Cachito. Sin negar lo afirmado, cabe otra interpretación enraizada con la admiración que Vargas Llosa siente por Madame Bovary. Uno de los episodios cumbres de la novela de Flaubert es la doble narración que se articula en uno de los momentos claves de la obra, aquel en que Rodolfo seduce a Emma mientras de fondo se escucha las voces de una subasta. Pues bien, no hay más que trasladar la escena amorosa entre Cuéllar y Teresa y sustituir la prosaica escena de la subasta, por la melancólica historia de la mariposa.


El estilo

El estilo de Los cachorros sigue la línea experimentalista que Vargas Llosa busca con sus novelas. Dado que se trata de una novela corta, la acción tiene que condensarse y para ello el autor utiliza una serie de recursos, como la yuxtaposición, que permitan la fluidez narrativa.
Entre estos destaca el estilo indirecto libre, la introducción de diálogos sin marcas o la acumulación narrativa, es decir, la inclusión en un mismo fragmento de diversos procedimientos narrativos: diálogo, narración, descripción.

Ligado también a este experimentalismo está el uso de las onomatopeyas y los grafismos, ambos con el propósito de recrear imágenes visuales partiendo de recursos fónicos. Un buen ejemplo de onomatopeyas aparece cuando el perro castra a Cuéllar, y no solo por el ladrido del perro para referirlo, sino por la intensificación cuantitativa de dichos ladridos, cuanto más próximo está el perro al muchacho. Así, mediante el amenazante ladrido del perro se crea un estado en el lector de sobresalto y angustia. Los grafismos ponen de manifiesto la emoción de Cuéllar cuando tartamudea de emoción por la presencia de Teresa.

            Otro de los procedimientos innovadores que aparecen tiene que ver con el cambio de la voz narrativa dentro de un mismo fragmento, en especial la mezcla de la primera y la tercera persona del plural que remiten al narrador objetivo y omnisciente, tercera, a un narrador personaje que no puede ser identificado con ninguno de los miembros de la pandilla pues todos ellos se esconden bajo el plural de primera persona. El efecto que se pretende con este uso es crear una unidad narrativa que conduce a un sentimiento de grupo, se relatan experiencias comunes que afectan a todos, salvo a Cuéllar, quien nunca asume este papel de narrador. El inicio de la novela es un buen ejemplo de lo señalado.

Para conseguir ese efecto de rapidez narrativa se busca una prosa que reproduzca el lenguaje oral: yuxtaposiciones, elipsis, pero sobre todo el empleo de la lengua utilizada, una jerga colegial, juvenil y local –limeña-. A eso hay que añadirle un alto índice de americanismos. A este respecto debe señalarse que los registros se actualizan a medida que crecen los muchachos y van cambiando sus aficiones. Todo ello responde a la voluntad de captar con mayor precisión el ambiente que se retrata. Ligado también a la oralidad, pues es una fórmula propia del diálogo, aparece frecuentemente el vocativo para apelar a persona a quien se dirige el interlocutor.

En el campo léxico sobresale el uso de diminutivos, un recurso que se emplea para conseguir la afectividad de lo nombrado, aunque en ocasiones, como en el uso que de ellos hace Teresita, denotan cierto infantilismo y una alta dosis de cursilería que, sin embargo, reproducen perfectamente su personalidad.

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