La novela después de la Guerra Civil


La generación del 27 tuvo que vivir en un periodo de entreguerras coma en los años 20 y 30, tras la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y el advenimiento de la segunda República. La generación del 27 pertenecía principalmente a la burguésía y tenía una preparación cultural. Muchos publicaron en revistas como vehículo de sus creaciones.     Los rasgos carácterísticos fueron la fusión y el equilibrio: se inspiraron en los clásicos, y a ello se le suman temas y actitudes de las vanguardias. El equilibrio se daba entre la tradición y la novedad, lo culto y lo popular, y lo intelectual y lo emotivo. Por encima de esta diversidad, se caracterizaban por la riqueza de las metáforas e imágenes y la libertad métrica.  En los años que van hasta la Guerra Civil, se apreciaron dos fases:                                           – La primera etapa, hasta 1929, en la que predomina la poesía deshumanizada, la poesía pura quieres desde la poesía neogongorina y la neopopularista, o la vanguardista.              -La segunda etapa, desde 1929 a la Guerra Civil, es de rehumanización. Con influencia del Surrealismo, se desarrolla una poesía de inquietud, con contenidos sociales ligados a las circunstancias del momento.  Tras la Guerra Civil, con la muerte y exilio de muchos, se dejó de hablar de unidad y se empezaron a ver trayectorias individuales. 
Jorge Guillén fue el máximo representante de la poesía pura. En su obra
Cántico, representa su lucidez, el gozo de vivir y arroja una mirada optimista sobre el mundo. La vivencia del dolor y de la muerte ocupó su libro Clamor. En Homenaje, rendía tributo a escritores de otras épocas.
Federico García Lorca comenzó con una poesía de aire modernista, seguida por la poesía pura y, por fin, por el cultivo de poesía inspirada en fuentes populares, Poema del cante jondo. Con Poeta en Nueva York se desata por la liberación asimilando el Surrealismo. La poesía de Lorca muestra una visión trágica de la existencia y la presencia constante del deseo. En su obra dramática hay obras como El maleficio de la mariposa o Bodas de sangre. En la poesía y el teatro hay que destacar la visión trágica de la existencia, y la presencia constante del deseo, de los impulsos de vida que no alcanzan sino la frustración y la muerte.
Rafael Alberti emprende la creación poética con Marinero en Tierra, que abre su periodo de inspiración popular y poesía pura. Compone Cal y canto, de estética gongorina. 


Sobre los ángeles supone el paso al Surrealismo, que continúa con Un fantasma recorre Europa, donde abandona los laberintos del subconsciente para hablar del mundo en el que vive. Exiliado al acabar la guerra, escribíó Retornos de lo vivo lejano donde predomina la nostalgia.
Vicente Aleixandre expresa su poesía con una concepción pesimista del ser humano, a quien ve como un ser frágil, vulnerable y que aspira a unirse a la naturaleza. Sus poemas plasman esa constante aspiración. Desde pasión de la tierra, lo hace utilizando un lenguaje surrealista. Escribe también Espadas como labios o Sombra del paraíso, obras con verso libre en las que, sin abandonar su estética, expresa el dolor de la pérdida de su juventud. Para terminar, añadiremos que no solo destacaron los autores previamente mencionados, sino que resaltaron también autores como Pedro Salinas (gran poeta del amor en La voz a ti debida);
Luis Cernuda, siempre expresando el choque doloroso entre La realidad y el deseo (este fue el título que escogíó para sus poesías completas);
Gerardo Diego, oscilante siempre entre lo clásico (Versos humanos) y lo vanguardista (Manual de espumas);
Manuel Altolaguirre, con Las islas invitadas, o Emilio Prados, de firme compromiso político (Llanto en la sangre).

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Sinonimia

: fenómeno semántico en el que un significado tiene distintos significantes; puede ser total o conceptual y parcial o contextual.
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Polisemia

: fenómeno semántico puramente sincrónico en el que un significante adquiere un significado original; con el paso del tiempo adquiere un nuevo significado, manteniéndose el significado primario en virtud a cierta semejanza.
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Homonimia

: fenómeno semántico en el que el significante adquiere varios significados que no tienen ninguna relación entre si. Se diferencian dos tipos: gráfica y fónica.
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Metáfora

: fivura retorica en la que el significado recto se traslada hacia otro figurado en virtud a una comparación tácita.
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Monosemia

: fenómeno semántico en el que solo existe un significado para un solo significante con relación unjvoca que evita la ambigüedad del lenguaje.
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Antonimia

: fenómeno semántico con significados contrarios u opiestos. Existen dos tipos: total o conceptual y parcial o contextual.


El teatro anterior a 1939 abarca desde comienzos del Siglo XX hasta la Guerra Civil; el teatro se vio limitado por su dependencia de las necesidades comerciales de los empresarios, que basaban su negocio en dar satisfacción al público. Por esto, se desarrolló un teatro generalmente conformista. El teatro comercial va dirigido a un público burgués que busca entretenimiento con obras que reflejan sus problemas y sus formas de vida. Distinguimos tres tipos de obras:   En la comedia burguesa destacó Jacinto Benavente como el autor favorito del público durante décadas. En sus obras hay una crítica suave e irónica de la burguésía. Su mayor mérito es el dominio del diálogo. Como en su obra Los intereses creados, farsa satírica sobre el poder del dinero.  El teatro cómico tuvo mucho éxito. Refleja ambientes populares utilizando un lenguaje coloquial, a veces de formas dialectales como en el teatro de los hermanos Álvarez Quintero, que escriben obras de ambiente andaluz como El Patio o La Giralda. Carlos Arniches destacó como creador de la “tragedia grotesca”, género que con humor denuncia los vicios de la sociedad de su época, como en La señorita TréVélez. Pedro Muñoz Seca compuso obras con humor grotesco, a las que dio el nombre de “astracán”. La más famosa fue La venganza de don Mendo. El teatro poético, en verso, es la representación teatral del Modernismo. Trataba asuntos históricos muy tradicionales. Destaca Eduardo Marquina, que escribíó Las hijas del Cid. Por otro lado, se escribe un teatro anticomercial, que fracasó, ya que se aparta de lo tradicional y busca nuevos temas y formas. Autores del 98 como Unamuno y Azorín escribieron un teatro difícil que trataba los grandes asuntos de la existencia humana, el abandono del Realismo y la reflexión filosófica. Unamuno plasmó sus inquietudes filosóficas en dramas como La venda o La esfinge, utilizando el “teatro desnudo”, que mostraba exclusivamente el desarrollo de los conflictos de los personajes.  Pero el genio teatral de la generación del 98 fue, sin duda, Ramón María del Valle-Inclán que, tras unos comienzos modernistas, escribe el ciclo de las Comedias bárbaras, donde crea un teatro total que refleja un mundo mítico, irracional, violento donde el hombre se deja llevar por la lujuria y la avaricia. Este tipo de teatro culmina en Divinas palabras. 


Poco después escribe Luces de bohemia en la que explica su teoría sobre el esperpento, técnica que deforma la realidad para poder ver lo que se oculta bajo ella, utilizando la caricatura.  La trilogía Martes de carnaval cierra este ciclo. En la generación del 14, cabe mencionar el intento de Ramón Gómez de la Serna de construir obras con fórmulas vanguardistas y con su habla “greguerizante”. Escribíó obras como Los medios seres. Otro autor muy destacado fue Jacinto Grau, con un claro dominio del medio escénico y próximo a Unamuno en obras como El hijo pródigo o El señor de Pigmalión. Entre los dramaturgos de la generación del 27 destaca Federico García Lorca. Su primera obra fue El maleficio de la mariposa, con inclinación modernista. En esta primera etapa también escribe Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa y Teatro para Guiñol. En la segunda etapa escribíó obras vanguardistas como Así que pasen cinco años y El público, que no se representaron. A la tercera etapa (1932-36) pertenecen sus grandes tragedias en las que las fuerzas naturales imponen un destino trágico a los personajes, muchos de ellos mujeres, como Bodas de sangre, Yerma, y su obra maestra La casa de Bernarda Alba. La Guerra Civil fue el final de la renovación de la escena que supónían las obras de Lorca, Rafael Alberti y Alejandro Casona.         

En 1975, con la muerte de Franco, se inició en España la “transición” que daría lugar al establecimiento de un sistema democrático aún vigente. Con él se restablecieron las libertades, principalmente la de expresión, lo que derribó la censura. Por otro lado, España se incorporó a Europa en todos los sentidos mientras que hubo un desarrollo de la sociedad de consumo y del capitalismo global.  La narración de los años 70 se basó en la continuación del experimentalismo, con la novela experimental. Se centraba en el esfuerzo del creador en el trabajo de composición de la obra, en el juego con la perspectiva y los puntos de vista, la disposición temporal, el “montaje”, la variación y mezcla de registros y estilos. El hilo narrativo pasó a ser un elemento secundario. A pesar de entrar el experimentalismo en declive, persistieron autores de la “generación de medio siglo” como Juan y Luis Goytisolo o Juan Benet, mientras que también estuvo compuesto por autores más jóvenes como Julián Ríos con obras como Larva, inspirada en Joyce, o Miguel Espinosa. 


Desde 1975, comenzó a haber un retorno a la narratividad, a la novela de argumento firme, a la intriga. Como punto de partida, se encuentra la obra de Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta, con una estructura compleja e ingeniosa, la cual supuso el arranque de la nueva orientación.  Desde 1980, comenzó a surgir la denominada narrativa “posmoderna”, manifestada a través de una variedad muy notable de formas, temas y subgéneros. Sus principales rasgos se basaron en una mayor simplicidad de construcción, la claridad argumental, la incorporación de subgéneros populares, como la policíaca o de aventuras, la fusión de lo culto y popular y la variedad de orientaciones y estilos. Las principales corrientes de ello fueron la novela de intriga, la novela histórica, la metanovela, sobre el propio acto de escribir, la novela intimista y la novela testimonial. Autores como Cela, Delibes o Torrente Ballester siguieron publicando obras en las que mantuvieron los rasgos centrales de sus respectivos mundos, recurriendo a procedimientos menos arriesgados que los que habían llegado a emplear. De entre los autores de la generación de medio siglo, cabe recordar a Juan Benet, que siguió con su obra rigurosa, además de José Luis Sampedro, con obras como Octubre, novela compleja de combinación de voces y materiales diversos.  Entre los que empezaron a publicar en los setenta, también cabe destacar a Juan Millás emplea la ironía en novelas en las que juega con la realidad y ficción, como El desorden de tu nombre. Por otro lado, Manuel Vázquez es autor de una de las mejores series de novela negra, la que tiene por protagonista al detective Pepe Carvalho. Javier Marías construye tramas absorbentes con una prosa densa y digresiva en obras como Mañana en la batalla piensa en mí. Algo más jóvenes son autores como Arturo Pérez Reverté, con obras como El capitán Alatriste. Muñoz Molina se acerca a la realidad española vivida por su generación, construyendo a menudo ficciones que parten de sus propios recuerdos, con obras como El jinete polaco. Rosa Montero por su parte, construye ficciones de ambiente urbano que profundizan en las relaciones y los sentimientos humanos con obras como Te trataré como a una reina.


 El auge de la literatura del yo es una de las carácterísticas del periodo. Destacan las autobiografías de Francisco Umbral con Memorias de un niño de derechas. También destacan obras cargadas de autoficción, en las que el autor presta su nombre o circunstancias biográficas a un personaje, el narrador. Así lo hace Javier Cercas en Soldados de Salamina. La metaficción, reflexión sobre el propio proceso de escritura de la novela, es otro rasco carácterístico de ese periodo como en José María Merino en Novela de Andrés Choz. Otros rasgos de la literatura de este periodo es la revalorización de la narrativa breve, microrrelato como Obabakoak, de Bernardo Atxaga o Manuel Rivas. En castellano destaca Fernando Aramburu con Los peces de la amargura, sobre ETA.  Finalmente, la “generación nocilla” es el nombre que agrupa a algunos escritores vinculados a la literatura “afterpop”, surgido de la trilogía Proyecto Nocilla, de Agustín Fernández Mallo      Poesía del 39 a la actualidad

La Guerra Civil y la dictadura franquista supusieron un importante cambio en la historia y sociedad españolas. Hubo un gran retroceso cultural por la censura, que impedía la creación literaria. Además, se produjo la muerte y el exilio de autores de las generaciones del 98, 14 y 27 como J.R Jiménez o Salinas. De entre los que se quedaron, destaca Miguel Hernández, que pasó del neogongorismo al compromiso en obras como Cancionero y romancero de ausencias. La poesía predominante en los años 40 fue la poesía arraigada tradicionalista, con una temática basada en la religión, España y la familia, con unas formas y estilo que, opuestos al Vanguardismo, se inspiraban en los clásicos más equilibrados. Las revistas más emblemáticas fueron Garcilaso, siendo “garcilasistas” los que publicaban en ella, y Escorial, con autores como Ridruejo, con Poesía en armas o Rosales con La casa encendida.  También triunfó la poesía desarraigada, existencial y tremendista, basada en la desesperanza, soledad y muerte, con un tono desgarrado. La revista de difusión fue Espadaña, y destacan autores como Dámaso Alonso con Hijos de la ira, Aleixandre con Sombra del paraíso y Blas Otero con Ángel fieramente humano. Cabe mencionar al grupo de poetas de la revista Cántico, al pequeño movimiento experimental, el “postismo” con autores como Carlos Edmundo de Ory, creador de los aerolitos, cercano a la greguería, y Miguel Labordeta.


En los 50, se desarrolló la poesía social, nacida del deseo, y no de expresar malestar por la sociedad, sino trabajar para cambiarla. Surgíó como evolución de la poesía desarraigada y concebía la poesía como “arma cargada de futuro”. Su temática se basaba en la solidaridad, el futuro, la denuncia y las tierras de España, con formas populares y un estilo sencillo y directo. Blas de Otero, vuelve a destacar con Pido la paz y la palabra, además de Celaya con Cantos iberos. En los 60, surge la “generación medio siglo”, cuyo referente estético y ético fue Machado que, iniciada en la poesía social, gestó unas formas más personales y estéticamente más rigurosas. Llevaron a cabo un distanciamiento de la poesía social. Su temática se basaba en lo íntimo compartido, con un tono sosegado y conversacional. Destacan autores como Jaime Gil de Biedma con Las personas del verbo, Barral o Ángel González con Palabra sobre palabra. En los años 70, surgíó un experimentalismo literario, que se vio reflejado con el retorno del Vanguardismo y la ruptura con la poesía social. En 1970, el crítico catalán, Castellet, publicó una antología de poesía titulada Nueve novísimos poetas españoles, con tonos y estilos diversos. Tuvo una gran influencia de la cultura de masas y manifestó una cultura de lo más refinada con un lenguaje rico y elaborado. De entre los “novísimos” cabe destacar a Gimferrer con Arde el mar, Carnero, Leopoldo María Panero con Así se fundó Carnaby Street, entre otros. En los años 80 y 90, finalizada la Transición democrática, se difundíó la idea de la cultura “posmoderna”, que supone la conciencia de haber llegado al límite en la búsqueda de lo nuevo, de lo moderno, y el escepticismo de dar por buena cualquier forma de creación, dando lugar a una variedad de tendencias como el clasicismo con Villena con El viaje a Bizancio, el neobarroco de Carvajal o la “poesía de la experiencia” de Montero con Diario cómplice. Es una poesía caracterizada por el antivanguardismo y anticulturalismo, con ambientación urbana. Se desarrolla una “poesía del silencio”, próxima a la mística, cultivada por Valente, de la generación de medio siglo, y por Siles. También hay autores que vuelven al Surrealismo como Blanca Andreu. En el cambio de siglo, los poetas de experiencia y silencio tuvieron que confluir con los autores que cultivan una poesía meditativa que oscila entre la celebración de la existencia y la melancolía del paso del tiempo. Destacan poemarios como Santa deriva de Vicente Gallego. 

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