Los campos fenicios


El Paleolítico en la Península Ibérica se inició hace 1.2 millones de años y concluyó hace 10.000 años aproximadamente. Durante este largo período especies de homos ocupan este territorio organizados en pequeños grupos de cazadores y recolectores nómadas. Dentro del Paleolítico se pueden distinguir tres etapas:

Paleolítico inferior. Periodo en el que se gestó un lento proceso de transformación a través del dominio del fuego, de la fabricación de utensilios y de la creación de un primer cuerpo cultural. Su economía se basaba en la caza, la pesca, el carroñeo y la recolección. Eran nómadas, que buscarían terrazas fluviales como zonas más propicias para sus actividades. En la Península hay que destacar el yacimiento de Atapuerca, con restos de Homo Antecessor de una antigüedad de 800.000 años. Destacan también los yacimientos de Torralba o Ambrona.

Paleolítico medio. Abarca desde los 100.000 años hasta los 35.000 y está dominado por el Hombre de Neandertal y su cultura musteriense. Su economía era también de cazadores-recolectores, aunque cuentan con una mayor variedad cultural, condicionada por la rigurosidad climática a la que se enfrentaron (glaciación Würm), que les hizo buscar refugio en cuevas, avanzar en técnicas de caza de grandes animales y aprovechar sus pieles. Sus prácticas de enterramiento muestran las primeras señales de creencias espirituales (Cueva Morín).

Paleolítico superior. Entre los 35.000 y los 10.000 años, es el Homo Sapiens Sapiens el único homínido superviviente. Muestra una civilización muy evolucionada, con el dominio de técnicas líticas y el aumento de asentamientos en cuevas y al aire libre, que muestran un crecimiento demográfico. Del mismo modo su desarrollo cultural fue muy importante: objetos mueble, adornos, ajuares y sobre todo pinturas rupestres con ejemplos tan significativos como los yacimientos cantábricos de El Castillo, Tito Bustillo y Altamira, caracterizado por sus pinturas polícromas, realistas e individuales de animales en el interior de estas cuevas.


El Neolítico (piedra nueva) se inició hace unos 10.000 años en el Próximo Oriente con la llamada Revolución Neolítica, que supuso la aparición de la agricultura y la ganadería. Esta nueva economía impulsó importantes cambios: sedentarización, especialización y división del trabajo, así como nuevas técnicas y herramientas: cerámica, pulimentado, tejidos, molinos de mano… 

Esta nueva forma de vida llegó a la Península a través del Mediterráneo y del norte de África en torno al año
5.000 a.C y se fue fusionando con los rasgos autóctonos de cada regíón. 

En la Península Ibérica, la ganadería (vaca, oveja, cerdo) fue la actividad dominante por la condiciones del terreno, aunque también se desarrolló la agricultura, especialmente con cereales como el trigo o la cebada. En este periodo se siguieron ocupando las cuevas (Cova de l´Or, Nerja…), aunque también se encuentran los poblados al aire libre (La Draga, La Lámpara…).

Del Neolítico ibérico destaca en primer lugar la cultura de la cerámica cardial con decoración impresa, con yacimientos en todo el arco mediterráneo. Posteriormente sobresaldrá la cultura de los sepulcros en fosa, caracterizados por tumbas individuales cubiertas por grandes losas y con importantes ajuares en su interior que reflejan ya una compleja división social.

Relevante también es la pintura levantina, caracterizada por su monocromía, esquematización de las figuras, así como la representación de escenas grupales donde aparece el ser humano en movimiento, en numerosos abrigos rocosos del levante como los de Cogull o Bicorp.

En la transición hacia la edad del Bronce, destacan dos culturas. En la zona de Almería, la cultura arqueológica de Los Millares, con restos megalíticos (grandes piedras) para enterramientos colectivos. Y la cultura del vaso campaniforme, difundida por todo el continente y que muestra en sus ajuares funerarios la existencia de unas élites sociales diferenciadas del resto por su riqueza.


A lo largo del I milenio a.C., fenicios, griegos y cartagineses fundaron numerosas colonias a lo largo del litoral mediterráneo. En el caso de los fenicios y los griegos, su colonización fue, ante todo comercial, con factorías en cuyos mercados y almacenes se intercambiaban metales ibéricos por  manufacturas griegas y fenicias como adornos, joyas o cerámicas. Estos pueblos buscaron el control de las rutas comerciales y de los yacimientos de metales de cobre y plata.

Los fenicios, procedentes del actual Líbano, llegaron en torno al año 1000 a.C. A la costa andaluza y a su zona de influencia en el interior. Además, se relacionaron con Tartessos, que fue una ciudad o Estado muy desarrollado, según las fuentes antiguas griegas y romanas, situado en la zona de la depresión del Guadalquivir. Fundaron asentamientos como Sexi, Abdera, Malaka o Gadir que serían en cualquier caso factorías para comerciar con los centros de producción de metales del interior, principal motivo de su presencia en la Península. Los fenicios aportaron a las poblaciones íberas la escritura, la técnica de salazón del pescado, la vid y el olivo o el desarrollo y la organización urbana.

Los griegos llegaron a partir del s.VII a.C. A la costa noreste de la Península. En las excavaciones aparecen cerámicas, esculturas y monedas griegas, que revelan la presencia de comerciantes griegos en factorías mercantiles como Rhode, Emporium, Hemeroskopeium o Mainake, cuya principal función habría sido garantizar los intercambios con el interior. La influencia griega se observa en las culturas íberas, tanto en el arte como en la lengua y la moneda. 

Los cartagineses, procedentes del Norte de África, llegaron a partir del siglo VI a.C a las costas peninsulares, también con fines comerciales y de intercambio, pero sus tensiones con Roma por el control del Mediterráneo, hicieron que sus objetivos cambiaran hacia la conquista de estos territorios. Fundaron emplazamientos como Ebussus o Cartagonova.

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