Termino decadencia en nietzsche


NIETZSCHE

Friedrich Nietzsche vivió en la 2ª mitad del siglo XIX en Alemania. Su filosofía ha tenido un enorme relieve durante el S. XX porque anticipó la decadencia de la civilización occidental tal y como se había concebido por parte de los filósofos de la Ilustración. Fue denostado tras la 2ª GM por el uso que de él hicieron los ideólogos nazis, y recuperado después por la postmodernidad y la crítica a los totalitarismos. El pensamiento nietzschiano es también precursor de la crítica filológica como herramienta filosófica y de la crítica a la sociedad de masas y sus repercusiones éticas y estéticas.

Entre sus obras destacamos “El nacimiento de la tragedia”, “La genealogia de la moral”, “El Gay saber” y “Así habló Zaratustra”. Los intelectuales que más le influyeron fueron el filósofo Schopenhauer y el músico Richard Wagner.


El conocimiento

La filosofia de Nietzsche es vitalista y critica que el conocimiento, en la cultura occidental, ha cumplido un papel de negación de la vida.
La conceptualización de la realidad ha sido un gran error desde Sócrates hasta nuestros días porque ha consistido en una congelación de la realidad. En consonancia con Heráclito, Nietzsche afirma que la vida es variedad, multiformidad, cambio continuo, contradicción y eterno devenir. Sin embargo, el ser humano ha intentado apresarla y organizarla conceptualmente, nombrarla y dominarla creando metáforas a las que ha dotado de más realidad que a la vida misma.

En “Verdad y mentira en sentido extramoral”, Nietzsche afirma que la verdad fue una invención de los hombres para poder sobrevivir, para poder organizarse, pues para ello tuvieron que establecer un orden en las cosas. Sin embargo, desde Grecia, se olvidaron que esa verdad era una invención e hiceron del modelo, del concepto, lo real, despreciando y juzgando lo individual concreto como imperfecto en relación a él.

Nietzsche defiende el perspectivismo, según el cual, es imposible la adquisición de verdades entendidas como saberes objetivos, pues todo conocimiento lo es desde algún ángulo o punto de vista. Por otra parte, el saber auténtico sobre la realidad no es el reflexivo, el que objetiva o define, sino el intuitivo, el que se vive; el que se encuentra con la realidad individual de un modo directo y sin andamiages. Este saber intuitivo es siempre individual.

Nietzsche distingue entre el hombre racional y el hombre intuitivo. El hombre racional es el científico, o quienes actúan de acuerdo con normas, leyes y conceptos convencionalmente aceptados como válidos en nuestra sociedad. El hombre intuitivo es el artista que juega con las intuiciones, destruye y transforma los conceptos de los que el hombre racional se muestra tan orgulloso. Para Nietzsche los conceptos son inferiores a las intuiciones. Intuición y abstracción son enemigos naturales, como lo son el hombre racional y el hombre intuitivo.

La verdad está vinculada al interés social, es una construcción moral que en su uso determina la costumbre y se convierte en norma. Como dice en “El Gay saber”, toda la ciencia descansa sobre una opción moral, la opción de que la verdad es buena; y esa opción tiene su base en el pensamiento platónico que construye un universo ficticio en nombre del cual justifica unas reglas. Frente a esto, debemos recuperar al niño, al creador libre que sabe que las metáforas son metáforas. El máximo exponente de esta creación libre es el arte.

El lenguaje es el resultado de la antropomorfización, de la deformación de la realidad que habíamos comentado antes, el hombre transforma la metáfora de la realidad según sus intereses, y de ahí las múltiples interpretaciones. Debajo de toda “verdad” hay siempre unos intereses a desvelar.

Si la auténtica verdad para Nietzsche resulta ser inaccesible, la ciencia y el trabajo científico creen que son poseedores de la misma, creen poseer el rigor y la objetividad que les permiten controlar la Naturaleza. Sin embargo, la vida no es orden, cosmos ni lógica, y la ciencia está partiendo de un supuesto equivocado. Cualquier intento de categorización de la vida no puede ser más que un invento.





Dios

A lo largo de toda su filosofia, es recurrente la crítica voraz de Nietzsche al Dios judeocristiano. Para Nietzsche esta religión ha impuesto una moral de esclavos basada en el resentimiento, que ha derivado en una desvalorización de la vida. Dios es la expresión máxima del nihilismo pues es la idea que vacía a la vida de sentido, es el signo del menosprecio de lo terrenal, de los placeres.

El Dios judeocristiano hace de nosotros seres humillados, cobardes, que se dicen a sí mismos que deben poner la otra mejilla y que deben amar al prójimo mientras sueñan con una venganza futura, con un infierno que compense su sufrimiento. Son seres falsos y reprimidos, que viven llenos de culpa y miedo al pecado.

Sin embargo, Nietzsche no se refiere con esta crítica solo al Dios judeocristiano, sino que éste es el cimiento de todos los valores de la tradición occidental, nos imponian una trascendencia falsa y la degeneración de los autenticos valores, los de la vida. Esto ha desenvocado en que cuando con la Ilustración, nos enfrentamos a la imposibilidad de sostener la idea de Dios, cuando, nos enfrentamos a su muerte, nos encontramos ante el vacío. Con la muerte de Dios se ha tocado fondo en el proceso nihilista. La vida humana pierde toda trascendencia y los valores unidos a la idea de Dios pierden su vigencia.

Sin embargo, como se afirma en “Así hablo Zaratustra” y en “El Gay saber”, esto es algo positivo porque nos permite desembarazarnos de una enorme carga y pone ante nosotros un mar inmenso, un espacio infinito donde crear nuevos valores. No se trata de sustituir al Dios cristiano por los nuevos dioses del Estado, la Ciencia o la Nación, sino que hay que dar el paso al superhombre, al hombre libre que es su propio Dios.

Zaratustra es el nuevo profeta, nos anuncia la buena nueva, lalegada del hombre libre y la muerte de Dios. Es patente el modo en que Nietzsche trata con ironía las referencias a los textos bíblicos en los discursos de Zaratustra. Este sí es el auténtico profeta y trae la auténtica verdad: Dios ha muerto, viva el superhombre.

Con la muerte de Dios muere la esperanza en la vida eterna, puesto que esta esperanza lo que hacía era situar la eternidad fuera de la vida. En realidad la eternidad está en nosotros, en cada instante que vivimos si pensamos la idea del eterno retorno, la posibilidad de su repetición continua.Esta metáfora creada por el hombre libre nos invita a hacer de cada instante un momento merecedor de eternidad, a hacer de nuestra vida una obra de arte, a ceder todo el peso y la intensidad de la vida futura al momento actual.

La sociedad (1/2)

La crítica de Nietzsche a la sociedad, reside en su crítica a la cultura occidental. En la medida en que hemos negado la vida y hemos intentado disfrazar la Voluntad de Poder, la sociedad no es más que una impostura que en nombre de un Dios, niega la fortaleza individual de los hombres y su capacidad creadora.

En “Genealogía de la moral” Nietzsche hace un análisis de la moral imperante en nuestra sociedad. Analiza el sentido originario de los términos bueno y malvado, a través de un análisis etimológico, y plantéa que se ha llevado a cabo una trastocación de los valores originales de estas palabras, de modo que lo bueno ha dejado de responder a los valores aristocráticos y ha pasado a identificarse con la debilidad y la mansedumbre. Los culpables principales de este hecho han sido la casta sacerdotal, que ha renegado del cuerpo y el orgullo de uno mismo y ha extendido la idea del amor al prójimo y la humildad. Con esta trastocación, la tradición judeocristiana ha impuesto una moral de esclavos que se asienta en un resentimiento cobarde que niega el enfrentamiento directo y pone la esperanza de venganza en un castigo futuro a manos de Dios.

Nietzsche distingue dos tipos de moral:
La moral de los señores y la moral de los esclavos. La moral de los señores consiste en el dominio de las individualidades poderosas que tienen superior vitalidad y vigor para consigo mismas. Es la moral de la exigencia y de la afirmación de los impulsos vitales. También la moral de los creadores. Nuestra cultura ha aniquilado dicha moral y se ha dejado dominar por la moral de los esclavos, que consiste en el domino de los débiles, miserables, vulgares y degenerados que no confían en la vida. Los compasivos, humildes (que se humillan) y pacientes que incapaces de enfrentarse a esta vida inventan otra donde sus deseos sean otorgados por un Dios todopoderoso. Es una moral que se opone a toda originalidad individual y defiende el igualitarismo de las masas.


La sociedad (2/2)

La Ilustracion ha seguido el mismo camino que la religión judeocristiana, con su idea de deber racional y su reivindicación de la democracia. La democracia vuelve a ser una imposición de la mediocridad, de la mayoría débil que aplasta la individualidad. El marxismo, por su parte, ha llevado esto al extremo, pretendiendo la igualdad política y económica de todos los hombres y proponiendo a las masas que conquisten el poder. Nietzsche reivindica la diferencia, la vuelta a los valores aristocráticos, al hombre valiente y señor de su vida.

Es preciso superar esta cultura, superar al hombre y dar paso al superhombre. El superhombre no es sino el hombre libre que ya no está hundido por la culpa y la tradición. El hombre que crea sus nuevos valores y mira a la vida de frente, desde el amor a la vida, el sentido de la Tierra y la exaltación de los instintos ascendentes. Es preciso expulsar de nuestro interior a Dios y dar paso al hombre libre, al niño que representa la última etapa en el discurso de Zaratustra.

El ser humano

El ser humano es un ser natural y como todos los seres de la Naturaleza, el móvil fundamental de sus acciones es la Voluntad de Poder, de ser lo más posible. Como ser vivo, el ser humano aspira a desarrollar la vida, a crear. La voluntad de poder hay que entenderla como el conjunto de fuerzas presentes en la Naturaleza, fuerzas que actúan en la violencia y la contradicción.

Sin embargo, desde nuestros orígenes, los seres humanos hemos negado los aspectos más vitales de nuestro ser y los hemos sacrificado. Hemos negado la vía dionisiaca en favor de la apolínea.

En su primer libro, “El nacimiento de la Tragedia”, Nietzsche lleva a cabo un análisis de la tragedia griega. Para Nietzsche, el objetivo de la tragedia inicial era el catárquico, el de desahogo de las pasiones. Sin embargo, poco a poco, ésta fue adquiriendo tonos cada vez más moralizantes, separándose de su función inicial. Por eso, en el inicio, la tragedia presentaba los dos polos del ser humano, representados por dos dioses: Apolo, que representa el orden, la medida, la armonía y Dionisos, que representa el instinto y el ritmo. En la medida en que la tragedia se va haciendo más moralista, la cultura griega va condenando lo dionisiaco en favor de lo apolíneo.

Nietzsche considera que desde Sócrates hemos continuado con esta visión deformada de lo humano, optando por lo apolíneo, primero con el idealismo de Platón, que identifica verdad, orden y belleza, y hace de lo ideal lo real, y después con la moral judeocristiana que convierte el deseo y el cuerpo en algo pecaminoso. Por último la Ilustración hace de la Razón la nueva diosa, dando otra vuelta de tuerca más en este proceso.

Sin embargo, hemos llegado a un momento en que la propia razón ha destruido la idea de Dios, se ha dado cuenta que es un engaño y eso ha hecho caer nuestra cultura en el nihilismo, en la ausencia de sentido. Habíamos puesto el sentido del mundo fuera del mundo, y al destruir esa ficción, ahora nuestro mundo se muestra vacío de él, porque lo habíamos vaciado nosotros mismos. Sin embargo, esto no es negativo, pues si nos damos cuenta del proceso podemos generar valores para la vida y no valores contrarios a ésta, desarrollándonos libremente.

En “Así habló Zaratustra”, Nietzsche ejemplifica el proceso por el que tiene que pasar el ser humano con tres etapas. La etapa del camello, que casi no puede avanzar, hundido por la tradición, la etapa del león, que se enfrenta al “tu debes”, y la etapa del niño que desde el olvido construye nuevos valores pero nunca situándolos por encima de la vida.

El ser humano, como consecuencia de la tradición judeocristiana, ha vivido sumido en el resentimiento, hundido por la culpa, siguiendo una moral que impone la mediocridad y no le dea ser auténticamente. Por ello, tras la muerte de Dios, el hombre debe dar el paso hacia el superhombre, el hombre libre.


Introducción

José Ortega y Gasset es, junto a Unamuno; el principal representante de la Filosofía española del Siglo XX. Tras licenciarse en Filosofía en Madrid y viajar a Alemania para completar su formación, obtuvo la cátedra de Metafísica en la universidad de Madrid, llegando a ser algunos de sus alumnos importantes filósofos con posterioridad (María Zambrano o José Gaos, entre otros)

Intentó divulgar las ideas del regeneracionismo y fundó la Liga de Educación Política Española así como las revistas “España” y “El Sol”.

Tras la instauración de la dictadura de Primo de Rivera, Ortega fundó la Revista de Occidente, de marcada oposición política a la dictadura, por lo que tuvo que dimitir de su cátedra en la universidad, continuando su divulgación filosófica en lugares como la sala Rex y el teatro Infanta Beatriz.

En 1930, con la dictadura de Berenguer, vuelve a la cátedra, y forma con otros intelectuales como Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala la “Agrupación al servicio de la República” siendo elegido diputado por León con la II República.

A raíz del golpe de Estado fascista de 1936 Ortega y Gasset se marcha a París, y más tarde a Portugal, regresando a España tras el término de la II Guerra Mundial. No recuperará la cátedra pero seguirá dedicado a la docencia a través del Instituto de Humanidades. Muere en Madrid en 1955

Entre sus obras filosóficas destacamos: “El tema de nuestro tiempo”, “Meditaciones del Quijote”, “La rebelión de las masas”, “En torno a Galileo”, “Meditación sobre la técnica”, “El espectador”, “España invertebrada” y “Qué es Filosofía”.

Dios

El tema de Dios no es especialmente relevante en la Filosofía de Ortega y Gasset. Podríamos entenderlo, tal y como aparece en “El tema de nuestro tiempo”, como la unificación de todas las perspectivas humanas, no tanto el ojo que todo lo ve como la suma de todos los ojos, constituyéndose prácticamente como ideal de conocimiento o idea regulativa al modo kantiano. De hecho él se declaraba agnóstico respecto al tema religioso y no se declara cristiano.

Etica y sociedad

En la rebelión de las masas, Ortega diferencia tres conceptos: sociedad-masa, hombre-masa y minoría selecta.

La sociedad-masa se caracteriza por la homogeneización de las condiciones de vida, debido a los avances económicos y tecnológicos y a la igualdad democrática, y también por una igualación de las costumbres y las ideas. El hombre-masa se caracteriza por desconocer la tradición y carecer de valores y autonomía. Por último la minoría selecta, la forman aquellos hombres que sí intentan ejercer su individualidad y se esfuerzan por llevar a cabo su proyecto vital

El concepto de hombre-masa no se refiere a la clase baja, se refiere a un tipo de hombre que evita responsabilizarse de sí mismo, tomar decisiones. Es alguien que se considera lleno de derechos pero sin ningún deber, una persona inmadura. Por su parte, la minoría selecta tampoco se refiere a la clase alta, sino a aquellas personas que anteponen los deberes a los derechos, tienen un mayor nivel de exigencias que el resto e intentar resolver los problemas por ellas mismas. Son personas que intentan llevar una vida auténtica.

El problema es que el hombre-masa es más numeroso que el hombre excelente, y esto hace problemático el desarrollo de la democracia. Para Ortega es muy importante una labor política pedagógica que haga posible que la mayoría deje de ser “masa”, pues si no, la democracia no será más que la dominación de la autenticidad. Por otra parte, Ortega critica que en nuestra sociedad, se aplica la democracia a ámbitos que no le corresponden, haciendo que la mayoría imponga el modo de ser, cuando el modo de ser es una cuestión individual.

Ortega intervino en política con la publicación en 1914 de Liga de Acción Política Española y su difusión en la conferencia “Vieja y nueva política”, en la que hacía una fuerte crítica al caciquismo, y más tarde, como diputado por el partido Agrupación al servicio de la República, en los años que van de 1930 a 1932. Se mostró partidario del liberalismo parlamentario, y de políticas reformistas alejadas del utopismo.


El conocimiento. (1/2)


Hay en Ortega y Gasset una primera etapa en la que defiende el objetivismo y considera que la causa principal del atraso en que está sumida España es la desvalorización del conocimiento científico. En esta etapa, el pensamiento de Ortega coincide con las ideas del regeneracionismo de Joaquín Costa y Giner de los Ríos, según las cuáles hay que llevar a cabo una modernización de España por medio de la pedagogía y la reforma agraria.

Sin embargo, pronto empezará a evolucionar hacia el perspectivismo, afirmando primero un circunstancialismo según el cuál la realidad objeto de reflexión filosófica es yo y circunstancia, no pudiendo separarse ambos aspectos. El yo está inmerso en el mundo, en las circunstancias, y el mundo es en tanto circunstancia para un yo. “Yo soy yo y mis circunstancias”.

No hay, por lo tanto, una verdad objetiva, un conocimiento separado de las circunstancias y la temporalidad, sino que todo conocimiento es desde un yo y unas circunstancias, y la verdad consiste en saber dar cuenta de esa realidad desde esas circunstancias.

A partir de este circunstancialismo, Ortega defiende una concepción perspectivista del conocimiento como alternativa tanto al objetivismo racionalista como al escepticismo. La verdad existe, pero no es una verdad absoluta y neutra sino que es una verdad temporal y circunstancial, un punto de vista o perspectiva. Cada punto de vista o perspectiva es único y forma parte de la verdad; cuantos más puntos de vista o perspectivas tengamos, mejor conocimiento tendremos de algo.

El racionalismo pretendía obtener el conocimiento de una verdad atemporal, al margen de toda consideración concreta, (histórica, social o personal), una verdad eterna e inmutable que nos ofreciera la esencia de la realidad. El escepticismo, por su parte, según lo caracteriza Ortega, se instala en la fugacidad de lo concreto, de lo inmediato y, apoyándose en esa fugacidad, niega la posibilidad de conocer la verdad, dado que la experiencia humana sobre el tema pone de manifiesto la aparición de posturas opuestas, contrarias, y la permanente disputa entre las distintas explicaciones de lo real, lo que se toma por una prueba de que la verdad es inalcanzable. El racionalismo conduce, pues, a la elaboración de una teoría abstracta, despojada de toda referencia a lo concreto, a la vida del hombre. El escepticismo, por el contrario, renuncia simplemente a la posibilidad de elaborar una teoría.

El perspectivismo pretende resolver el conflicto, admitiendo el carácter múltiple y cambiante de la realidad de la que es posible tener, pues, múltiples perspectivas, pero considerando también que esa multiplicidad puede ser «unificada» mediante algún principio rector, al que se refiere Ortega al hablar de la complementariedad de las perspectivas. La verdad será, pues, el resultado progresivo de la unificación de las perspectivas.

A partir del perspectivismo, Ortega desarrolla una filosofía que el denomina raciovitalista. Este pensamiento pretende también resolver la contraposición entre racionalismo y vitalismo, entre ciencia y vida, haciendo posible el concepto de razón vital. Según la posición de Ortega, la razón se da «en» la vida. El conocimiento es obra de la razón, pero ésta se da en la vida y está rodeada, por tanto, de elementos no racionales, «limitada» por ellos. Pero tales límites, lejos de poner en la razón en segundo plano, manifiestan su carácter imprescindible, ya que para pensarlos es necesaria la razón misma.

El raciovitalismo tratará de conjugar los elementos positivos del vitalismo y del racionalismo, dando lugar a la configuración de un nuevo pensamiento, articulado en torno a la noción de razón vital, del que podemos destacar los siguientes aspectos:En primer lugar, se destaca la primacía ontológica de lo real con respecto al conocimiento, lo que viene a significar la primacía ontológica de lo vital, en cuanto la vida es el aspecto más significativo de la realidad. El pensamiento se da «después», siendo secundario con respecto a la realidad objetiva. El aspecto más significativo de la realidad, es la vida.


El conocimiento (2/2)

La vida de la que habla Ortega no es la vida «biológica» sino que, en cuanto realidad radical, ha de cumplir determinadas condiciones, que la distinguen de una consideración puramente biológica de lo vital: es la vida de quien tiene capacidad para dar cuenta de ella, la vida personal, de cada ser humano, está vida, la mía, la vida humana. Es precisamente el pensamiento lo que nos capacita para comprender la vida y sus circunstancias, dando sentido a la acción humana, a la particular forma de obrar el hombre en el mundo, por lo que el pensamiento no puede considerarse como algo opuesto y/o ajeno a la vida. Vivir es «estar en el mundo», pero en un mundo que no se puede identificar ya con la «naturaleza» de los antiguos ya que ese «estar en el mundo » supone el darse cuenta de lo vivido como tal; supone también un quehacer, una ocupación, una tarea que se realiza en vistas a un fin, por lo que vivir es necesariamente proyectar, decidir libremente lo que queremos ser y hacer. Esa identificación de la vida con la capacidad de anticipar, necesaria para cualquier proyecto, exige también la libertad de elección entre las distintas posibilidades que me son ofrecidas en mis circunstancias; hay, por tanto, una cierta limitación y una cierta libertad en las posibilidades de acción del hombre en sus circunstancias.

Por lo demás, todo ello se da en el tiempo, por lo que la dimensión histórica del hombre es inseparable del circunstancialismo, lo que nos conduce al núcleo del último pensamiento orteguiano, la relación entre la vida y la historia, plasmada en el concepto de razón histórica en el que se concretiza la noción orteguiana de razón vital.

El ser humano

El pensamiento de Ortega puede situarse dentro de la corriente existencialista y por lo tanto considera al ser humano como una tarea, algo por hacer. Define al ser humano como un ser arrojado al mundo. El sujeto no es algo aislado, separado de la realidad, sino que está inmerso en esa realidad.

No hemos elegido nuestra realidad vital cuando llegamos a ella. La vida se nos presenta como un disparo a quemarropa y desde el comienzo se nos presenta como problema. La vida es decisión continua, es necesidad, porque partimos de un aquí y ahora, de una historicidad, de una circunstancias que no elegimos, pero también es libertad, porque continuamente estamos teniendo que tomar opciones.

El ser humano no es algo hecho, sino algo por hacer, es cierto que parte de unas circunstancias dadas, pero desde ahí, su vida es proyecto, futurabilidad, querer hacer y querer ser. Sin embargo, este continuo tener que tomar opciones muchas veces nos angustia e intentamos eludirlo, bien no haciendo nada o bien entreteniéndonos en los quehaceres diarios.

Todos los seres humanos tenemos una vocación, algo para lo que sentimos que estamos en el mundo, y podemos tomar dos opciones, bien evitarlo y llevar una vida inauténtica, inmersos en la masa, pero en la que no podemos evitar sentirnos vacíos, o bien intentar trabajar en ese proyecto, esforzarnos, buscar la excelencia en él.

El ser humano va siendo y dejando de ser a la vez, escogiendo unas posibilidades y desechando otras. Decimos que una persona es auténtica cuando pone en marcha su voluntad para llevar a cabo su proyecto vital. Es necesario aprovechar las oportunidades que nos brinda el tiempo y que no vuelven a repetirse. La autenticidad consiste en aprovechar esos tiempos, haciendo de lo que nos limita posibilidad, con el fin de llegar a lo que debemos ser.

La naturaleza del hombre es, fundamentalmente, histórica. Eso supone afirmar que no hay una naturaleza humana inmutable: el hombre es, en cada época, en buena medida, lo que hereda de sus antepasados, herencia que se puede consolidar y aumentar, transmitiéndola a las generaciones futuras, o dilapidar.

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