La Cronología del Antiguo Egipto: Períodos y Dinastías
Los lectores que abordan por primera vez la historia de Egipto a menudo se sienten confusos e irritados por el uso de **períodos y dinastías** en lugar de las fechas de calendario convencionales. ¿Por qué —se preguntan— se fecha la historia de Egipto de forma tan peculiar e incómoda? La respuesta es simple. Se trata, sin lugar a dudas, del método más exacto disponible. El antiguo Egipto nunca desarrolló un calendario continuo como el que tenemos hoy en día, y los años no se numeraban siguiendo un orden consecutivo desde un año determinado.
Los escribas fechaban los acontecimientos haciendo referencia al **reinado del rey** que hubiese entonces: año 5 del reinado de Ramsés II, año 6, año 7, etcétera. Con cada cambio de monarca, se volvía a empezar a fechar a partir del año 1. Con algunos obvios contratiempos —corregencias o dos o tres reyes en el mismo año causan problemas evidentes—, el sistema funcionó bien durante tres mil años, y funciona bien hoy en día, aunque los arqueólogos modernos que se encontraron con la tarea de catalogar almacenes enteros llenos de vasijas de vino cuyas etiquetas rezaban simplemente: «**Año 7, año 8, año 9**», etcétera, tuvieron buenas razones para maldecir a unos escribas perezosos que no se habían dignado añadir el importantísimo nombre del rey.
A fin de seguir el hilo de su prolongada historia, los escribas de Egipto se veían obligados a llevar «**listados de reyes**»: catálogos cronológicos de los reyes y la duración de sus reinados consignándolos en papiro o tallándolos en los muros de los templos. Por suerte, han sobrevivido suficientes de esos listados de reyes como para permitir a los egiptólogos reconstruir la secuencia de monarcas con cierto grado de exactitud.
Sin embargo, hay huecos, errores y omisiones deliberadas que impiden hacer coincidir plenamente los listados de reyes con nuestro propio calendario, proporcionando fechas precisas antes de Cristo para cada reinado. Así pues, en aras a asegurar la máxima exactitud en la datación, los egiptólogos utilizan los **períodos de reinado**. A efectos prácticos, los reinados se agrupan en **dinastías** de reyes entre los que hay conexión, aunque no están necesariamente emparentados, y las treinta y una dinastías se subdividen en períodos con características comunes:
Períodos y Dinastías del Antiguo Egipto
- Período Arcaico
- Dinastías I y II
- Reino Antiguo
- Dinastías III-VI
- Primer Período Intermedio
- Dinastías VII-XI (temprana)
- Reino Medio
- Dinastía XI (tardía)-XIII
- Segundo Período Intermedio
- Dinastías XIV-XVII
- Reino Nuevo
- Dinastías XVIII-XX
- Tercer Período Intermedio
- Dinastías XXI-XXV
- Época Baja
- Dinastías XXVI-XXXI
- Período Romano
El **Período Arcaico** es la época en que Egipto se ve obligado a adaptarse a su condición de un único país recién unificado. Los tres **Reinos** son épocas de gobierno fuerte y centralizado. Los tres **Períodos Intermedios** fueron tiempos de gobierno débil o fragmentado, y la **Época Baja** es el período confuso que precede inmediatamente a la conquista de Alejandro Magno.
El Período Arcaico (Dinastías I-II)
El **Egipto predinástico** o prehistórico había visto el valle del Nilo y el Delta dominados por una serie de ciudades-estado independientes y sus pueblos y aldeas satélites. En los inicios del **Período Arcaico**, el rey guerrero del sur, **Narmer**, marchó hacia el norte a conquistar tierras que unir a las suyas. Al hacerlo así, se convirtió en el primer rey de la **I dinastía**. Él y sus sucesores gobernaron Egipto desde el norte, pero Narmer erigió su tumba de adobe en el emplazamiento sureño de Abidos. Al unirse el país, los muchos **dioses y diosas** locales se unieron también para formar un **panteón** flexible. Reyes distintos honrarían a deidades distintas en épocas distintas, y la popularidad de dioses y diosas ascendería y descendería, pero el panteón básico duraría hasta más allá de la era dinástica.
El Reino Antiguo (Dinastías III-VI)
Los monarcas del **Reino Antiguo** gobernaron Egipto desde la capital, **Menfis** (cerca de El Cairo moderno) en el norte. Rendían culto al dios del sol, **Ra**, en Heliópolis, y enterraban a sus muertos en las cercanas pirámides-cementerios de **Guiza** y **Saqqara**. Era aquella una época de estricto gobierno feudal en que se reverenciaba a los omnipotentes reyes como a seres semidivinos, el único vínculo entre el pueblo y sus dioses. La responsabilidad más importante del rey era el mantenimiento del **maat**, el estado de rectitud, justicia u orden que mantenía a raya el caos (**isfet**). Esa necesidad de preservar el maat, de mantener las cosas en un estado invariable de corrección —«lo que está bien, no hace falta arreglarlo»— persistiría durante toda la era dinástica, reafirmando la autoridad del rey y fomentando un conservadurismo natural que tendría como resultado que los egipcios evitaran la experimentación por la experimentación. El rey demostraba su fidelidad al maat de muchas formas: aplastaba a los enemigos que acechaban en las fronteras de Egipto, mantenía la ley y el orden en su tierra, restauraba los monumentos dañados de sus predecesores y hacía ofrendas a los dioses.
Prácticas Funerarias en el Reino Antiguo
Se tenía ya el convencimiento de que los muertos podían vivir más allá de la muerte en forma de espíritus si el cuerpo sobrevivía en una forma que el espíritu pudiese reconocer. Los egipcios sabían que, por improbable que pareciera, los cuerpos podían preservarse intactos en su tumba porque los cementerios del desierto revelaban en ocasiones cuerpos encogidos pero en perfecto estado. Originalmente enterrados sin féretro, en simples fosas, esos cuerpos se habían desecado de forma rápida y natural por el contacto con la arena ardiente y estéril. Así pues, la teoría era simple. Un cuerpo podía preservarse si se enterraba en contacto directo con el desierto caliente. Pero las clases altas no querían que las enterrasen en humildes tumbas de campesinos. Querían cementerios espléndidos, tumbas de piedra, féretros de madera y espacio de sobra para almacenar los ajuares funerarios que esperaban utilizar en la otra vida; y todas esas cosas, por supuesto, las distinguían de la arena capaz de preservarlas. Durmiendo cómodamente en sus féretros, rodeadas por sus tesoros terrenales, las clases altas empezaban a descomponerse en sus tumbas revestidas de piedra. Semejante hecho lanzaría a los artesanos funerarios a una búsqueda de siglos de duración para desarrollar un método artificial de preservar a los muertos. Sus primeros esfuerzos, que incluían envolver los cuerpos con vendas y cubrirlos de yeso, para moldear entonces las facciones, nada hicieron por detener la descomposición de la carne bajo el envoltorio endurecido; no es de sorprender que hayan sobrevivido pocas de esas primeras **momias**. Pero los artesanos funerarios —inspirándose quizá en las prácticas de conservación de las carnes para su posterior uso en la cocina— acabaron por perfeccionar un sistema de evisceración, secado con sal de natrón y posterior vendado que preservaría el cuerpo con una razonable semblanza de vida.
El Primer Período Intermedio (Dinastías VII-XI temprana)
De forma lenta pero inexorable, el enormemente centralizado **Reino Antiguo** se desmoronó. Su inevitable fin se vio acelerado por una serie de menguas del Nilo que trajo consigo el incremento de la inflación y la escasez de alimentos dentro de Egipto, y la hambruna en sus fronteras. El derrumbamiento del gobierno central supuso que nadie ejerciera el control global, y el **Primer Período Intermedio** nos muestra una vez más a Egipto como una tierra de **ciudades-estado** independientes administradas por gobernadores locales. Semejante estado de cosas sería temporal. Las ciudades-estado formarían gradualmente alianzas que dieron lugar finalmente a dos centros de poder: una dinastía con sede en **Tebas** (la Luxor moderna) en el sur y una dinastía con sede en **Herakleópolis**, en el norte. La historia empezaba a repetirse.
El Reino Medio (Dinastías XI tardía-XIII)
Los reyes tebanos marcharon hacia el norte para reimponer la autoridad central, estableciendo una nueva capital en la ciudad actualmente desaparecida de **Itj-Tawy**, de la que sabemos que estaba cerca de Menfis. El **maat** se había restituido en Egipto, y el país floreció. Los reyes tebanos trajeron consigo un nuevo estilo de reinado. Lejos quedaban los reyes-dioses duros e inquebrantables del Reino Antiguo. Los **faraones del Reino Medio** ofrecían un rostro más humano: eran los pastores de su pueblo, y sus estatuas los mostraban como hombres compasivos que asumían valientemente las responsabilidades de su rango. Bajo sus cuidados, Egipto volvió a ser una tierra pacífica y próspera. La literatura y las artes florecieron, hubo un comercio con el extranjero cada vez mayor y, por si alguien confundía el nuevo estilo compasivo con flaqueza, se lanzaron una serie de exitosas campañas militares en Nubia. Los faraones del Reino Medio continuaron con la tradición de erigir pirámides, pero estas se construyeron con ladrillo de adobe cubierto de piedra.
El Segundo Período Intermedio (Dinastías XIV-XVII)
El valle del Nilo, aislado por sus desiertos y altos farallones, estaba a salvo de cualquier invasión. El Delta, sin embargo, era llano y fácilmente accesible. Durante todo el Reino Medio había habido un flujo pacífico de gentes del este, o «asiáticos», tentados por la prosperidad de Egipto a abandonar tierras menos fértiles. Al principio los recién llegados fueron bienvenidos, y sus dotes para la artesanía muy apreciadas. Pero a medida que empezaron a formar comunidades semiindependientes, los egipcios empezaron a abrigar recelos. Al mismo tiempo, los gobernadores locales iniciaron una rebelión contra el gobierno central. Una serie de crecidas anormales del Nilo señalaron el principio del fin. El Reino Medio se desmoronó, y el **Segundo Período Intermedio** fue testigo de una dinastía egipcia que gobernó desde Tebas, mientras que los **hicsos** palestinos gobernaban el norte desde su nueva capital en el este del Delta, **Avaris**.
El Reino Nuevo (Dinastías XVIII-XX)
Los reyes tebanos no estaban dispuestos a compartir su tierra con extranjeros. Se declaró la guerra, y una vez más un guerrero tebano marchó hacia el norte para volver a unir Egipto. El rey **Ahmose** expulsó a los **hicsos**, dándoles caza hacia el este, hasta Canaán. Y con ello estableció el **Reino Nuevo**. Si los faraones del Reino Antiguo eran semidioses, y los del Reino Medio pastores, los faraones del Reino Nuevo eran soldados inteligentes que sabían demasiado bien que el pueblo apelaría a ellos para que defendieran su reino. Una sucesión de guerreros triunfadores se aseguró de que Egipto, antaño tan aislado, se hiciera con un **imperio** enorme que iría desde Nubia, en el sur, a Siria, en el este. De pronto, Egipto era más próspero de lo que lo había sido nunca. Esa fue la época de algunos de los reyes mejor conocidos de Egipto: los faraones guerreros **Tut-mosis I** y **Tutmosis III**, la reina **Hatshepsut**, el hereje **Akhenatón** y su bella esposa **Nefertiti**, el rey-niño **Tutankhamón** y el longevo **Ramsés II**.
Religión y Entierros en el Reino Nuevo
**Amón** el Oculto, dios del templo de **Karnak**, quedó entronizado entonces ante todos como la principal deidad de Egipto, mientras que **Tebas**, su ciudad, se convertía en la capital religiosa de Egipto. Semejante cambio se vería señalado por una revolución en las tradiciones funerarias. Las pirámides, fuertemente asociadas con el culto al sol de Ra, propio del norte, no eran del todo adecuadas para el entierro de los reyes tebanos. En su lugar, los monarcas del Reino Nuevo serían sepultados en **tumbas secretas horadadas en la roca**, en el macizo tebano. El macizo serviría de pirámide natural para aquellos que requiriesen el consuelo de este culto solar. Se esperaba que allí los reyes descansaran para siempre, con sus preciosas momias a salvo de los ladrones que habían vaciado ya las pirámides. Los templos mortuorios o conmemorativos, físicamente separados de las tumbas pero espiritualmente unidos a ellas, ofrecían un refugio más público para los cultos de los reyes muertos. Hoy en día, los arqueólogos utilizan un sistema numérico ideado por John Gardner Wilkinson para identificar las tumbas en el **Valle de los Reyes** (**KV**) y en el cercano **Valle Occidental** (**WV**): por ejemplo, KV16 es la tumba de **Ramsés II**, y KV62 la tumba de **Tutankhamón**.
El Tercer Período Intermedio y la Época Baja (Dinastías XXI-XXXI)
El Reino Nuevo tardío fue una época de amplios movimientos de población al este del Mediterráneo, y el fértil Egipto volvió a ser objetivo de los grupos nómadas a los que no se podía rechazar. Para entonces, los reyes de Egipto se enfrentaban a múltiples problemas. Descensos del caudal del Nilo, inflación, desobediencia civil, una burocracia corrupta y unos sacerdotes de **Amón** cada vez más poderosos se combinaban para desestabilizar el país. Primero se perdió el imperio en el este, y luego Nubia. El final del Reino Nuevo vio a Egipto una vez más dividido, con una dinastía local gobernando el norte desde una nueva capital, **Tanis**, y los altos sacerdotes de Amón gobernando el sur desde **Tebas**. Al principio, las cortes del norte y del sur cooperaron, pero tal vez fue inevitable que tales buenas relaciones se deterioraran.
Siguió un período confuso, con varios jefes locales proclamándose reyes de manera simultánea. **Kashta**, rey de Nubia, se aprovechó plenamente del caos y, en 770 a.C., marchó sobre Tebas. Fue proclamado rey del Alto y el Bajo Egipto, pero sería su sucesor, **Piye**, quien llegaría al Delta y reunificaría la tierra dividida. Siguió un siglo de estabilidad. En Egipto imperaba la paz, pero al otro lado de sus fronteras la situación se deterioraba rápidamente. En 671 a.C., fuerzas **asirias** conquistaron el Delta, obligando al rey **Tanutamen** a huir a Nubia. En 663 a.C., los asirios llegaron a Tebas.
El inicio de la **Época Baja** fue testigo de la retirada de los asirios, y el país se unificó bajo una dinastía de reyes de cuna egipcia que gobernaban desde la ciudad de **Sais**, en el Delta. Siguió entonces un siglo de renacimiento cultural en que los saítas se inspirarían en los días gloriosos de los Reinos Antiguo y Medio. Pero la independencia ganada con sudores de Egipto no podía durar. En 525 a.C., el ejército **persa** conquistó Egipto, para instaurar sus propias dinastías. Finalmente, en 332 a.C., llegó **Alejandro Magno**. La era de los faraones egipcios había concluido.