Demostración de la existencia de Dios según San Agustín


La demostración de la existencia de la sustancia infinita (Dios) es esencial al pensamiento de Descartes. Tan esencial que constituye un paso ineludible en la deducción que va desde la autoconciencia de la existencia del sujeto (pienso, luego existo) a la evidencia de la existencia del mundo y las cosas materiales (sustancia extensa)
. Consciente de la importancia de establecer férreamente la existencia de Dios, Descartes adaptó dos argumentos habituales en la época para explicar, no sólo su existencia, sino también su perfección. Sólo mediante de la demostración de la perfección divina puede trazarse el puente que va desde el sujeto hasta lo exterior a él (la realidad, el mundo, la materia).

Dios es sustancia infinita: existencia completa y suficiente


Es perfecto y veraz (la veracidad se deriva de la bondad divina, incluida en la perfección). Al tratar de los fundamentos de la certeza vimos que la demostración de la existencia de Dios era el primer paso que daba Descartes después de descubrir el «Cogito»·. Veamos ahora las dos pruebas de la existencia de Dios más importantes de las que formula Descartes: la ontológica y la gnoseológica.
–Prueba ontológica.- (Procedente de San Anselmo). Es verdad aquello que percibimos clara y distintamente. De un triángulo percibimos clara y distintamente que sus ángulos suman dos rectos (por tanto, esto es verdad). Pero en la idea de triángulo no percibimos clara y distintamente que exista en la realidad. Su existencia no se puede intuir a partir de la pura noción de triángulo. En cambio, de Dios sí, porque la noción misma de Dios incluye la existencia. En efecto, la noción de Dios es la de un ser necesario e infinito, cuando el hecho de no existir sería una limitación.
–Prueba gnoseológica.- (Procedente de San Agustín). Tengo la idea de Dios, es decir, del ser infinitamente perfecto. Tal idea ha de tener una causa, pues todo cuanto existe tiene una causa. Pues bien, existen tres tipos de procedencia de nuestras ideas: a) Ideas facticias (producidas por mí), como la idea de centauro. B) Ideas adventicias (venidas de la experiencia), como la idea de China. C) Ideas innatas, ideas que encuentro en mi mente y que no son facticias o arbitrarias, como la idea de triángulo.
La idea de Dios no es una idea adventicia, pues nada hay en la experiencia infinitamente perfecto. Y tampoco puede ser una idea facticia, construida a partir de la idea de lo finito por vía negativa (como había sostenido Tomás de Aquino). Según Descartes, es al revés: mi idea de lo finito supone la de lo infinito (no podríamos ser conocedores de nuestra finitud y de nuestras limitaciones a no ser que pudiéramos compararnos con la idea de un ser infinito y perfecto). Por lo tanto, la idea de Dios ha de ser una idea innata (una idea que se encuentra en mi mente.
El objetivo de Descartes era el logro de la verdad filosófica mediante la razón. Pretendía construir una filosofía que asegurase el conocimiento perfecto de todas las cosas que el hombre puede conocer.
Las dos grandes operaciones de la mente son: la intuición, que es un ver con claridad y con distinción, que no deja lugar a dudas, y la deducción, que es toda inferencia necesaria a partir de otros hechos que son conocidos con certeza. El método propuesto por Descartes, que es válido para todas las ciencias, consiste en reglas para emplear correctamente esas dos operaciones mentales. Las reglas del método son: Evidencia (no aceptar como verdadero nada que no se conozca con total evidencia), Análisis (hemos de reducir las ideas compuestas a ideas simples), Síntesis (conociendo intuitivamente las proposiciones más simples hay que intentar buscar todas las demás) y Enumeración.
Descartes afirma que, para lograr una primera verdad de donde se deduzcan las demás, hay que empezar dudando de todo aquello que se pueda dudar (de lo que se percibe por los sentidos, de la imposibilidad de diferenciar la vigilia del sueño y de los propios razonamientos, ya que puedo concebir que exista un genio maligno que me engañe al pensar incluso en proposiciones matemáticas). La duda cartesiana es universal, metódica, teorética y provisional.
Encontró la primera verdad en el cogito: «Yo no puedo dudar de que pienso, ni de que, al pensar, estoy existiendo». Sugiere como regla general que todo aquello que percibimos con claridad y distinción es verdadera. El pensamiento siempre piensa las ideas pueden ser de tres tipos: adventicias (parecen provenir de la experiencia sensible), facticias (provienen de la imaginación y voluntad)
E innatas.


San Agustín era partidario del sistema platónico, sosténía que el ser humano estaba formado de alma y cuerpo y que esta uníón era accidental. Para ambos el cuerpo es cárcel del alma, sin embargo según San Agustín el alma no ha existido eternamente sino que ha sido creada por Dios, no obstante, como herencia del pecado original esta alma está dominada por el cuerpo. Todo ser humano tiene la marca del pecado original y, necesita de la gracia divina para salvarse. San Agustín aplica al alma humana la concepción trinitaria, el alma entiende, el alma quiere (tiene voluntad para querer) y recuerda.
Tras lo anterior ya podemos entender la distinción de san
Agustín entre libertas y liberum arbitrium.
Libertas
o máxima libertad es el anhelo de amar el supremo bien y de satisfacer así la búsqueda humana de la felicidad. En su visión cristiana, Dios es el bien supremo; con Él, el ser humano lo tiene todo y alcanza la máxima felicidad. Cuando el ser humano ama a Dios y anhela a Dios es cuando hace pleno uso de su libertad. Así, el hombre más libre es aquel que realiza lo que le es más necesario para su supremo bien. Liberum arbitrium o libre albedrío consiste en la capacidad de decidir libremente; pero es una capacidad frágil y debilitada como consecuencia del pecado original. Adán, antes del pecado original, no podría haber pecado; su culpa se ha transmitido a toda la humanidad. Sólo podrá elegir y hacer el bien si recibe la gracia divina, don gratuito de Dios a sus elegidos. Con la gracia el liberum arbitrium se transforma en libertas y tiende al bien.
Razón y fe. San Agustín se preguntó cómo llega el ser humano al conocimiento de las más profundas verdades.
Buscó la respuesta en el maniqueísmo pero resultó insuficiente. Tras convertirse al cristianismo siguió buscando la respuesta. Reconoce que la razón y la fe pertenecen teóricamente a ámbitos diferentes; pero ambas contribuyen a alcanzar el gran objetivo del hombre, ser unitario que ama apasionadamente la verdad divina. La razón ayuda al ser humano a obtener la fe, lo prepara. La fe orienta y guía a la razón; esto lo expresa de la siguiente forma: Crede ut intelligas: cree para entender. Considera que el camino de la fe es la vía más segura, la única que puede dar una satisfacción plena; en esta vía, inteligencia y fe confluyen en el amor apasionado a la Verdad, y todo esto comienza con la experiencia interior o autoconciencia, pero esto sólo es posible si existe una iluminación divina.

Dios y el mundo. Todas las cosas del mundo tienen en Dios, desde la eternidad, sus correspondientes ideas ejemplares.
La visión de la realidad en san Agustín tiene un orden jerárquico. En la cima de la realidad se encuentra Dios, causa de todo. Después están las almas que ocupan tiempo pero no espacio y buscan la verdad eterna en su interior. En un nivel inferior se encuentran los cuerpos y todas las cosas materiales. Ahora bien, en este gran orden, falta un escalón de oscuridad: la innegable realidad del mal. Junto con la creación material del mundo fue creado el tiempo. A pesar de todo llega a considerar que ni el pasado ni el futuro existen, solo el presente.
Concepción de la historia. Ciertamente cuando San Agustín escribía sobre la ciudad terrenal pensaba en los imperios históricos como el de Babilonia, el Imperio Romano, pero cuando escribía sobre la ciudad de Dios, pensaba en la iglesia. A pesar de ello, debemos considerar que las dos ciudades son dos ideas abstractas que no necesariamente coinciden con organizaciones reales, es decir, un hombre puede ser cristiano y pertenecer a la Iglesia, pero a causa del amor que se tiene a sí mismo y no a Dios, pertenecer a la ciudad terrenal.
En aquellos momentos históricos de debilitamiento de las estructuras del Estado y el fortalecimiento de las estructuras de la Iglesia, este libro, La ciudad de Dios, se interpretó como si Iglesia y Estado fueran dos ciudades que, aunque separadas, son tales que el Estado sólo puede formar parte de la ciudad de Dios si se somete a la Iglesia en todas las cuestiones fundamentales. Así pues, el Estado debe seguir los principios de la Iglesia.




Antes de tratar la existencia de Dios en Santo Tomás de Aquino debemos mencionar el argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury, ya que éste influyo notablemente en la filosofía de nuestro autor. Premisa mayor del argumento: Dios es el ser mayor del cual no puede pensarse otro, premisa menor: el existir es afirmar algo mayor que la idea, y la conclusión a la que llega es que Dios tiene que existir.
La falta de evidencia de la existencia de Dios y la ausencia de una idea innata de Dios llevaron a Santo Tomás de Aquino a desarrollar unos indicios o unos caminos que llevan a Dios: son las cinco vías tomistas. Estas vías son demostraciones a posteriori, es decir, argumentos que parten de observaciones empíricas de los fenómenos sensibles cotidianos. Partiendo de los seres creados, se llega a un determinado aspecto de su creador; partiendo del efecto llegamos a la causa.
Primera vía.

Argumento del motor no movido

En el mundo creado existe movimiento. Tal y como afirmaba Aristóteles, todo lo que es movido se mueve por algo; pero la sucesión infinita de motores es imposible; entonces, tenemos que llegar a un ser que mueve a los demás sin ser movido. De esta forma llegamos a afirmar a Dios como primer motor inmóvil.
Segunda vía.

Argumento de la causa primera

Todos los seres del mundo creado tienen una causa, es decir, son el efecto producido por una causa. No pueden ser su propia causa, es imposible. Por otra parte, si no podemos aplicar hasta el infinito la sucesión de causas, llegamos a una causa primera e incausada, que sería Dios.
Tercera vía.

Argumento del ser necesario

Todos los acontecimientos del mundo son contingentes y accidentales, es decir, pueden ser o no ser, ya que son perecederos. Por tanto su existencia depende de otro ser. Por lo tanto debe de existir un ser que tenga en sí mismo la razón de existir, que sería Dios.
Cuarta vía.

Argumento del ser perfecto

En el mundo existen seres más o menos perfectos. Esta gradación exige un término de comparación máxima, causante de todo grado de perfección. Es necesario que haya un punto de referencia perfectísimo que nos permita comparar, y es Dios, el ser perfecto.
Quinta vía.

Argumento del ser inteligente

Todos los seres del mundo carentes de razón actúan persiguiendo un fin. Estas tendencias hacia determinadas finalidades, en seres de capacidades limitadas, revelan que han sido dictadas por un ser inteligente y director del universo: Dios.

Razón y fe


Santo Tomás de Aquino toma una posición innovadora y conciliadora: piensa que muchas verdades son tratadas tanto por la fe como por la razón, pero lo son de forma diferente. La parte de razón en el autor le viene de su influencia Aristotélica y la parte de la fe del cristianismo y por eso trata de conciliar ambas. La razón ofrece un sistema, un método, pero la fe es el principal criterio de verdad, es decir, que cuando la razón llega a una conclusión distinta que la fe, la garantía y última palabra la tiene la fe, la razón debe de haber cometido un error en su proceder. Santo Tomás de Aquino piensa que un conflicto real y definitivo entre fe y razón es imposible, ya que la verdad es única y se fundamenta en Dios.
Santo Tomás distingue entre verdades teológicas naturales, verdades a las que el ser humano puede acceder a través de la luz de la razón natural, y verdades teológicas reveladas, accesibles a través de la luz de la revelación divina.

Ética


Santo Tomás no acepta la visión dualista platónica del ser humano sino que, considera al ser humano como una uníón sustancial de cuerpo y alma.
La noción de la ley natural es otro de los conceptos importantes en la ética tomista. La ley natural es evidente, universal e inmutable, y consiste en un conjunto de mandamientos morales que tienen como fundamento la propia naturaleza humana y que son descubiertos y dictados por la razón.
Esta ley natural tiene su fuente y su origen en la ley eterna divina.
El ser humano, como es libre, puede no seguir la ley natural. El libre albedrío es el principio con el que el ser humano, antes de la elección de la voluntad, juzga las ventajas y los inconvenientes de las distintas opciones que se le presentan. La voluntad tiene una espontaneidad o inclinación natural que la lleva a optar por aquello que la hace máximamente feliz.
Pero como el entendimiento humano es limitado, algunas veces puede ocurrir que el ser humano elija opciones que lo alejen de Dios, creyendo equivocadamente que en ellas encontrará la felicidad. Los fines últimos de la vida humana son de orden sobrenatural, es decir, lo más importante para el ser humano es conseguir la salvación eterna, y ésta es una labor de la iglesia. Consecuentemente, la finalidad de la iglesia es más elevada que la del estado.

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