El equilibrio y los cambios en la economia


El liberalismo, basado en las ideas de Smith y Ricardo, propugnaba la plena libertad en
materia de producción y comercio, sin las trabas características de los siglos anteriores. Sostenía
que a través del libre comercio se lograría la prosperidad general de los individuos y de las
naciones. veía a la sociedad como un conjunto de individuos aislados, independientes
unos de otros, en el que cada uno era responsable de su propia suerte, y donde todos, si se lo
proponían, podían triunfar. Por lo tanto, consideraba legítima la búsqueda exclusiva de los fines
individuales, y entendía el enriquecimiento personal como una señal de los méritos de cada uno.
Esta visión, llamada «atomística», no tiene en cuenta las relaciones existentes entre las
personas ni las interacciones e influencias -culturales, económicas, psicológicas- que se producen
entre las mismas. Este atomismo sería incorporado a la visión de lo que se llamaría «pensamiento
neoclásico».

El utilitarismo


..fue una corriente filosófica que se basaba en la idea de que lo bueno para las
personas es aquello que les proporciona placer o felicidad, y lo malo, aquello que genera dolor o
infelicidad. Sin embargo, lo que cada uno considera bueno para sí mismo, puede no coincidir con lo
que otros procuran para sí mismos.
Por lo tanto, los utilitaristas consideraban que deberían existir instituciones que permitieran
conciliar las ambiciones de los distintos individuos.
La importancia del utilitarismo se deriva del acento que puso en el concepto de utilidad para
explicar el comportamiento humano. Muy rápidamente, esta forma de entender el accionar de las
personas encontraría en el terreno económico autores que la aplicaran al análisis microeconómico.
Algunas exageraciones en la aplicación del utilitarismo, condujeron a la visión del homo
economicus (hombre económico), sugiriendo la idea de que lo único que les importa a los hombres
es el logro de sus metas económicas, y que todos sus comportamientos se relacionan con el logro de
tales fines.
Esta visión incompleta y discutible del ser humano fue, sin embargo, incorporada en el
análisis de lo que se llamaría «corriente neoclásica».

La corriente neoclásica o marginalista


El nombre «neoclásico» no fue utilizado por los principales fundadores de esta comente
económica, sino por sus sucesores. La utilización de ese término pretende mostrar una continuidad entre los primeros grandes
pensadores económicos -Smith, Ricardo, Malthus- y los nuevos autores que, si bien utilizaban otros
instrumentos analíticos, pretendían retomar los principales conceptos de sus antecesores.
Sin embargo, esta continuidad es bastante discutible. Si bien es cierto que los autores
«clásicos» creían en el valor del mercado y de la competencia para lograr los mejores resultados
económicos, sus principales preocupaciones se orientaron hacia las preguntas básicas de la
Economía.
Para los clásicos, lo principal era entender el mundo de la producción y de la distribución de
la riqueza. Pensaban que si lograban comprender las causas de la riqueza de las naciones, podrían
implementar las mejores políticas para fomentar el bienestar de la gente.
La corriente neoclásica, surgida varias décadas después de la clásica, Orientó sus
preocupaciones en una dirección muy diferente;
El centro de atención pasó de la producción al intercambio, y de los grandes grupos sociales
como los capitalistas, los terratenientes, los financistas, los trabajadores, a los individuos: la
empresa, la persona.
Esta corriente es también llamada marginalista, ya que para explicar la formación de los
precios y de las cantidades demandadas y ofertadas de los bienes, se utilizan los conceptos de
utilidad marginal y costo marginal, según corresponda. La palabra marginal se refiere a la última
porción ofertada o demandada de un determinado bien, «en el margen» de las anteriores.

Los primeros autores neoclásicos

Coincidían en que la principal preocupación de la Economía debía ser la explicación de la
conducta de las unidades económicas, y en que las matemáticas deberían ser sus instrumentos de
análisis.
Todos ellos consideraban, además, que los conceptos fundamentales de la economía
deberían ser el análisis de la utilidad marginal, la maxirnización del beneficio (es decir, lograr el
máximo beneficio) y el equilibrio en el sistema de precios.

Stanley Jevons (1835-1882)



Intentó utilizar el concepto de utilidad marginal para explicar la razón por la que las
personas intercambian bienes. Para hacerlo recurre a un ejemplo: supone que un grupo posee
solamente trigo, y otro grupo, solamente carne. Sin embargo, tanto el trigo como la carne son útiles
para ambos. Para cada grupo, las primeras porciones del bien que no poseen tienen alta utilidad
marginal, es decir, son más útiles que las últimas porciones del bien que poseen en abundancia, y
que tienen, por lo tanto, baja utilidad marginal. Jevons sostenía que ambos grupos tratarían de maximizar su utilidad, intercambiando las
unidades del bien que les aportaba baja utilidad marginal por unidades del otro bien que tenía alta
utilidad marginal.
El intercambio se detendría en el momento en que la utilidad marginal de ambos bienes se
igualara para ambos grupos. En ese momento, ambos habrían logrado aumentar considerablemente
la utilidad total de sus bienes.

Carl Mengfir (1840-1921)


Estudió con profundidad la relación entre el concepto de valor y el de precio. Para construir
su teoría, Menger distinguió entre cosas útiles, bienes y bienes económicos. Definió como «cosa útil»
aquella que sirve para satisfacer necesidades humanas. Cuando esta capacidad del objeto se
reconoce socialmente, se lo considera un «bien». Y cuando este bien es escaso, estamos en presencia
de un «bien económico». Sólo se producirán transacciones entre bienes económicos cuando alguien
les asigne un valor, que será subjetivo ya que depende de las preferencias de cada uno.
Menger utilizó el concepto de la utilidad marginal para analizar cuál era la forma más
adecuada de utilizar el dinero. Sostenía que las personas deberían distribuir sus gastos de forma tal,
que la utilidad del último peso gastado en un bien igualara la utilidad de los gastos realizados en los
otros bienes, satisfaciendo una necesidad del mismo grado de importancia que las anteriores.
Menger buscaba que el sujeto, al realizar el gasto, sacara el máximo provecho, es decir, la
máxima utilidad de su dinero, evitando gastarlo en un único bien, cuya utilidad marginal es decreciente
a medida que se usan más y más unidades del mismo.

León Walras (1834-1910)


Fue quien sentó las bases de la moderna teoría del equilibrio general, al sostener que todos
los precios se determinan simultáneamente en un mercado competitivo. Mediante un complejo sistema
de ajustes automáticos y continuos, todos los bienes encuentran su precio de equilibrio, es
decir, aquel precio en el que se igualan las cantidades demandadas y ofertadas del bien. Se ha
llamado a esta situación, estado de equilibrio general.
Debemos aclarar que la demanda de los bienes se encuentra determinada por las
preferencias de los consumidores, sus gustos, sus necesidades, y su capacidad adquisitiva, que es la
posibilidad real de comprarlos.
Por otra parte, detrás de la oferta de bienes encontramos los recursos materiales con los que
cuenta la sociedad, las técnicas productivas disponibles y las capacidades humanas, y la
distribución de la propiedad entre los miembros de la misma.
Walras desarrolló una teoría acerca del comportamiento de la demanda a partir de la
utilidad de los bienes para cada individuo.
El comportamiento de los individuos consistirá, según Walras, en ofrecer en el mercado los
recursos que posean (trabajo, otros bienes, conocimiento), de acuerdo con los precios que estos
recursos tengan, a cambio de otros bienes y según el precio de los mismos.
Walras entendía que el mercado (el lugar ideal donde se encontraban la oferta y la demanda)
actuaba como una especie de «subastador», anunciando a todos qué productos están en venta y a
qué precio, y colocando estos productos entre los compradores interesados.
De alguna forma, todos los precios están relacionados, y los oferentes y demandantes
inciden en los mismos en su intento de maximizar sus utilidades individuales.

La importancia del mercado

Esa «computadora» procesaría toda la información y obtendría como resultado el precio más
adecuado para que todos puedan obtener el mayor grado de utilidad posible.
Es decir, el mercado es, según la concepción neoclásica, el mecanismo más adecuado para
lograr el mayor bienestar posible para los consumidores y el mayor beneficio para las empresas.
Por este motivo, los neoclásicos se han caracterizado a lo largo de la historia por oponerse
con mucha firmeza a cualquier intento de intervención en el mercado por parte del Estado, ya que
entienden que cualquier intento de modificar los precios o las cantidades ofertadas o demandadas
en contra de lo determinado por el mercado, sólo puede perjudicar a los consumidores y a las
empresas.
La teoría económica, incluso de origen neoclásico, debió incorporar una serie de nuevos
conceptos para comprender por qué una vez que los mercados sufrían algún desequilibrio
importante entre la oferta y la demanda, no tenían capacidad para volver al equilibrio

La distribución del ingreso según los neoclásicos

El pensamiento neoclásico considera que si se garantizan las condiciones para que exista
libre competencia en los mercados, cada parte interviniente en el proceso de producción recibirá
exactamente lo que le corresponde de acuerdo con el esfuerzo aportado.
En la economía tradicional se entendía que en cualquier proceso productivo intervenían tres
factores: el trabajo, los recursos naturales, y el capital.
Como ya vimos, la remuneración que le corresponde a cada uno de ellos es: el salario, al
factor trabajo; la renta, al factor tierra; y el beneficio, al factor capital; y cada factor productivo
recibe en el mercado una retribución equivalente a lo que aporta a la producción.
Por lo tanto, para los neoclásicos, que adoptaron este criterio, no hay explotación en el
proceso productivo, como piensan los marxistas, ya que cada uno recibe lo que le corresponde.
Sin embargo, admiten que en caso de que existan elementos que distorsionen la competencia,
como los monopolios u otra «falla» del mercado, puede ocurrir que cada factor no reciba lo que le
corresponda.
En el caso del factor trabajo, por ejemplo, consideran que el salario se determinará a través
de la oferta y la demanda. Los trabajadores ofrecerán su trabajo según el principio de la utilidad
marginal al cambiar horas de su tiempo por otros bienes que necesitan para vivir, y las empresas
demandarán trabajo según el mismo principio, es decir, teniendo en cuenta cuánto le aportará cada
nuevo trabajador en materia de producción menos el costo de contratarlo, o sea, el salario.
En cuanto al desempleo, los neoclásicos creían que no había razones para que existiera, ya
que si se dejaba que los precios -incluyendo al salario, que es el precio del trabajo- fluctuaran
libremente, siempre habría un precio por el que las empresas estarían interesadas en contratar más
trabajadores. Y culpaban a la acción de los sindicatos, que se oponían a la reducción del salario, del
problema del desempleo, porque no permitían que el mercado buscara su equilibrio libremente.
El optimismo de los neoclásicos los llevaba a suponer que toda situación de desempleo se
resolvería rápidamente, mediante un ajuste de precios.
La crisis económica mundial de 1929 demostraría que los mercados enfrentados a
situaciones extremas no era capaces, por sí solos, de resolver los agudos problemas sociales que se
habían producido.

Taylorismo

Incluimos en este capítulo al «taylorismo», que si bien no guarda estrecha relación con el pensamiento
neoclásico, se desarrolló en la misma época.
El taylorismo se centró en el estudio de la organización interna de la
fábrica,
y tuvo una importante influencia en la evolución de la economía capitalista moderna. Compartió con los
neoclásicos la convicción de que no existían intereses contrapuestos entre los trabajadores y los capitalistas, y
focalizó su preocupación en el comportamiento de las unidades productivas.
¿Qué fue el taylorismo?

Se llamó así al conjunto de criterios organizativos que estableció Frederick W. Taylor (1856-1915). Este
administrador de empresas norteamericano buscó promover un incremento en la productividad del trabajo industrial.
Propugnaba lo que llamaba «método de dirección científica de la producción», basado en un estudio minucioso
de todos los aspectos del proceso productivo, para minimizar el desperdicio de tiempo y esfuerzo, y
obtener la mayor producción posible durante la jornada de trabajo.

La organización científica del trabajo

Para lograr el máximo de eficiencia productiva,
Taylor proponía  los siguientes pasos:
a) Estudiar los tiempos y movimientos q se realizan al trabajar, para identificar actos inútiles, y
eliminarlos, b) Asignar a cada trabajador una tarea determinada, dándole especificaciones sobre su realización, así
como metas de cantidad y calidad.
c) Individualizar el trabajo. Taylor se oponía al trabajo en equipo, porque consideraba que se terminaría trabajando
al ritmo del más lento.
d) Estandarizar las tareas, es decir, estudiar científicamente cómo se debía ejecutar cada tarea para
maximizar la productividad. Luego, esa tarea se realizaría siempre de la misma forma.
e) Elegir científicamente a los trabajadores para cada tarea, de forma tal que cada uno se adecuara a la actividad
para la cual resultaba más productivo.
f) Brindarle al trabajador formación previa en lugar de enseñarle la tarea cuando ya la está realizando.
g) Remunerar a los trabajadores según su rendimiento, para instarlos a adoptar los ritmos, más intensos, de
producción.
h) Tomar en cuenta las necesidades de reposo de los trabajadores para evitar la excesiva fatiga. Reducir la
jornada laboral y otorgar descansos para que el trabajador pueda mantener la productividad.
i) Supervisar la ejecución de las labores mediante un sistema múltiple y funcional.
j) Medir el trabajo realizado e informar a los trabajadores los resultados obtenidos para que éstos supieran
si estaban cumpliendo las metas establcidas o no.

Los resultados del método taylorista

Taylor estaba convencido de que el aumento de la productividad que se lograría con su método abarataría
el costo de los productos, favoreciendo la posición de la industria norteamericana en el mundo y mejorando el nivel
de vida de los trabajadores. Procuraba aprovechar al máximo los tiempos de trabajo, combatiendo las tendencias al
ocio y los «tiempos muertos» en la fábrica, es decir, aquellos espacios de tiempo en los que no se estaba
produciendo nada.
Taylor confundía en muchos casos el aumento de la productividad (que se puede lograr de muchas
maneras) con la mera intensificación del ritmo de trabajo. Consideraba que las herramientas de trabajo, como las
máquinas, debían ser sencillas y fáciles de usar para que los trabajadores pudieran aprender rápidamente a
manejarlas.
Para Taylor, la división del trabajo dentro de la fábrica debería llevarse al máximo: cada trabajador tendría
una tarea específica, cuyos tiempos estarían cuidadosamente cronometrados. El proceso de trabajo sería
planificado en las oficinas de la empresa, luego de estudiar cada aspecto del proceso de producción.
Taylor no consideraba que pudieran haber entonces conflictos entre obreros y patrones, ya que creía que
ambos coincidirían en mejorar la producción y las remuneraciones, y por lo tanto no veía la necesidad de existencia
de los sindicatos para defender a los trabajadores.
Su método estaba diseñado para premiar naturalmente a aquellos que más rindieran y castigar a los que no
cumplieran con los objetivos fijados por la dirección «científica» de la empresa.

Impacto del taylorismo en la economía mundial

Las innovaciones en la forma de organización fabril que propuso Taylor fueron adoptadas en numerosas
empresas industriales en los Estados Unidos y, posteriormente, en Europa. Estos cambios significaron una
modificación en las relaciones laborales y en la forma de producir, que se volvió más eficiente pero, al mismo
tiempo, más deshumanizada, ya que los ritmos de trabajo intensos y repetitivos repercutieron desfavorablemente
en la salud y la motivación de los trabajadores.
No siempre la aplicación de los métodos tayloristas fue acompañada por su recomendación en cuanto a
mejorar las remuneraciones de los asalariados, o permitirles el descanso necesario -durante y después de la jornada
laboral- para que repusieran adecuadamente sus energías. Por otra parte, el taylorismo dejó de lado la importancia
que tiene, para quien trabaja, el realizar una tarea que sea entretenida y variada
En ningún momento se contemplaron los efectos psicológicos que se producirían a partir de la estandarización
del trabajo, así como el impacto de la rutina y el aislamiento del trabajador en relación con sus compañeros
durante la larga jornada laboral. El taylorismo no procuraba aprovechar los conocimientos y la creatividad de los
trabajadores para mejorar la producción, ya que eso quedaba en manos de los expertos -administradores,
ingenieros y capataces- que estudiaban científicamente cada tarea y establecían una rutina rigurosa, que debía ser
cumplida de manera casi automática por los operarios.
Las modernas formas de gestión empresarial han dejado de lado algunas de las ideas de Taylor, buscando la
participación creativa de los trabajadores y la formación de equipos en los cuales las tareas se realizan en forma
rotativa.

La crisis de 1929

A principios del siglo xx comenzó a debilitarse el papel hegemónico que había desempeñado Gran Bretaña
en los siglos anteriores, al mismo tiempo que otros países como los Estados Unidos y Japón incrementaban su
participación en la producción mundial de productos manufacturados. Hasta 1929, todas las economías desarrolladas
tuvieron un largo período de expansión, aunque con características y ritmos diferentes.
Hacia fines de los años veinte, comenzaron a advertirse en los Estados Unidos los primeros síntomas de
estancamiento económico: se frenaron la producción agrícola y la construcción. Sin embargo, las industrias seguían
produciendo bienes a un ritmo superior a las posibilidades de consumo de la mayoría de la población.
Mientras tanto, en la bolsa de Wall Street, en Nueva York, que recibía inversiones de todo el mundo, una
ola especulativa provocó que la cotización de las acciones subiera en forma espectacular, dejando de guardar relación
con la economía real. Cuando se difundió la noticia de los problemas por los que atravesaba la industria, los
inversores trataron de recuperar los capitales invertidos en la bolsa vendiendo sus acciones. La corrida de los inversores
provocó el crack o derrumbe de la Bolsa de Valores de Nueva York.
La crisis arrastró a todos los sectores económicos y llevó a la quiebra a numerosos bancos. Como consecuencia
de esta situación, millones de asalariados perdieron sus empleos, sus ahorros y muchos también sus
viviendas.
Debido al peso de la economía norteamericana en el mundo, la crisis se extendió al resto de los países de
Occidente. La disminución de la demanda de los Estados Unidos en el comercio mundial provocó la caída de los
precios mundiales de materias primas y productos agrícolas. Esto afectó principalmente a aquellos países cuyas
exportaciones estaban constituidas mayoritariamente por esos productos: Hungría, Argentina, Paraguay, Brasil,
Australia, Nueva Zelanda, Venezuela y Bolivia. En cambio la URSS, que a partir de la década del ’20 había instalado
un sistema colectivista, se desarrolló fuera de la crisis mundial. Esta situación puso en duda, por primera vez desde
la Revolución Industrial, la capacidad del sistema capitalista para su desarrollo espontáneo y equilibrado.
Los esfuerzos por explicar las causas de la crisis y la persistencia del alto desempleo que sufrieron los países,
llevaron a un economista británico, John M. Keynes, a criticar las teorías marginalista y neoclásica dominantes en su
época y a desarrollar una teoría económica alternativa. Algunos economistas consideran que la aplicación de las
ideas desarrolladas por Keynes por parte de los gobiernos occidentales tuvo como consecuencia el largo período de
crecimiento que caracterizó a los países capitalistas desarrollados desde mediados de la década de 1940 hasta
principios de la década de 1970.

John M. Keynes

John Maynard Keynes (1883-1943) nació en Inglaterra. Estudió en la Universidad de Cambridge. Se destacó
tanto en los negocios como en la vida académica. Fue jefe de la comisión de su país para la organización del Fondo
Monetario Internacional (FMI) y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial). Su obra
principal, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, se publicó en 1936.
En esas primeras décadas del siglo xx, podemos encontrar gran cantidad de críticas a la teoría económica
ortodoxa.

Principalmente, había serias dudas acerca de la capacidad del sistema económico para realizar el ajuste
«automático» que lleva al pleno empleo. La insatisfacción general con la teoría ortodoxa se fundaba en el hecho de
que sus conclusiones resultaban frecuentemente alejadas del mundo real.

El origen de la macroeconomía

En la Teoría general… Keynes rechaza la teoría del empleo elaborada por los economistas que le preceden,
dice que existe una dicotomía entre «la teoría de la industria o firma individual y las remuneraciones y distribución
de una cantidad dada de recursos entre diversos usos, por una parte, y la teoría de la producción y la ocupación en
conjunto, por la otra». La primera, desarrollada por los neoclásicos, consiste en el análisis del comportamiento de
las familias, los consumidores o las empresas y suele denominarse microeconomía.
La segunda teoría, desarrollada
por Keynes, se denomina macroeconomía, y analiza el comportamiento global del sistema económico a través de
variables como el producto total de un país, el empleo, el consumo, la inversión, etcétera.
Para la teoría neoclásica, la economía global no posee leyes propias, sino que se forma como resultado de
las decisiones que se toman a nivel individual. Por lo tanto, como ya vimos, los economistas neoclásicos se ocupan,
por ejemplo, de analizar cómo varía la demanda de un producto en particular y aislado del conjunto, considerando
invariable la demanda total de bienes; la teoría keynesiana se va a ocupar de los efectos de los cambios en el total
de la demanda de un país sobre el costo y el volumen de producción de dichos bienes.
Keynes utiliza un nuevo enfoque en la determinación de la demanda global, a la que llama «demanda
efectiva» ya que se refiere a los bienes efectivamente comprados. En una economía capitalista, la demanda se
orienta hacia dos tipos de productos: los bienes de consumo (C) y los bienes de inversión o de capital (I). Los
primeros son los artículos comprados por los consumidores. Los segundos son los bienes que compran las
empresas para producir, como las maquinarias, estructuras industriales o agrícolas. Entonces:
Dg = C +I
(siendo Dg la demanda global de bienes de la economía)
Esto quiere decir que la demanda total se puede dividir en la demanda (o el gasto) de bienes de consumo y
la demanda (o gasto) de bienes de inversión. La división de la demanda global en gastos de inversión y gastos de
consumo representó una revolución en la historia del pensamiento económico y llevó a utilizar las definiciones
keynesianas en la contabilidad del ingreso y del producto nacional de los países.
Keynes dice que los factores que determinan la demanda de unos y otros bienes son distintos: la demanda
de bienes de consumo depende principalmente del ingreso de los individuos (o consumidores), mientras que la
demanda de bienes de inversión depende de las expectativas de los productores acerca de las ganancias futuras.
El consumo total de la economía, es decir la de da de bienes de los consumidores, es una función del
ingreso real o corriente de la economía:
C=f(Y)
Pero a medida que el ingreso crece, el consumo no lo hace en la misma medida sino menos. La proporción
que variará el consumo a medida que varía el ingreso : denomina propensión marginal a consumir, y se puede
representar así (A = incremento):
AC/AY
Esta cantidad nos indica «cómo se dividirá el siguiente incremento de la producción entre consumo e
inversión». La propensión marginal a consumir nos dice cuánto se incrementará el consumo por cada peso que se
incremente el ingreso nacional. La propensión a consumir es mayor que cero ya que si fuera cero significaría que no
hay consumo y menor que 1, pues si fuera igual a uno implicaría que el consumo varía en la misma magnitud que el
ingreso, es que se gasta todo el ingreso.
Si, por ejemplo,
AC/AY= 0,5
esto quiere decir que por cada peso que se incremente el ingreso los consumidores gastarán 50 centavos,
el del incremento del ingreso se ahorrará. Esto será así en condiciones normales y siempre que no intervengan
factores extraordinarios como una guerra, terremotos, revoluciones, cambios importantes en la estructura
impositiva, etc., que pudieran ocasionar cambios en la función de consumo y ahorro.
Aquella parte del ingreso que no se destina al consumo corresponde al ahorro:
Y-C = Ah
O lo que es lo mismo:
Y = C+Ah
Pero recordemos que Keynes realiza un análisis macroeconómico, es decir que se refiere a la economía
general de un país, por lo tanto el ingreso total de la economía corresponde al flujo de ingresos generados por la
producción de ese país: salarios, beneficios de los empresarios, ganancias de los propietarios de la tierra, etcétera.
Si una economía aumenta su producción entonces Ie estará generando un mayor flujo de ingresos en términos de
salarios, beneficios, etc. Claro que no siempre podrá asegurarse que la cantidad de bienes producidos u ofertados
sea vendida totalmente, pero se supone que los empresarios sólo aumentarán la producción si consideran que hay
una mayor demanda de bienes en la economía. Si sus expectativas no se confirmaran, es decir, si no lograran
vender todo lo producido, entonces las decisiones se orientarían hacia la disminución del volumen de producción y
esto generaría menores ingresos. Esta situación se conoce como la paradoja de la frugalidad:
el deseo de los
individuos de aumentar su riqueza a través del aumento en sus ahorros y un menor consumo, llevará a que el
ingreso total de la economía sea menor. Por lo tanto, vemos que existe una relación directa entre el producto
generado por la economía y el nivel del ingreso nacional.
Cuando la oferta global de bienes o productos es igual a la demanda global se dice que la economía está en
equilibrio. Esto sucede cuando el ingreso nacional es gastado totalmente en la oferta de bienes de la economía. En
ese caso, el ingreso nacional será igual a la demanda global:
Yn = Dg => Yn = C +I
Luego, igualando esta última ecuación con la anterior (Y = C + Ah) se obtiene que:
I = Ah
Esta es la condición de equilibrio en el mercado de bienes: cuando el ahorro es igual a la inversión entonces
la oferta global es igual a la demanda global.
Para Keynes, el aumento del consumo de los individuos aumenta los ingresos de la economía.

El multiplicador keynesiano

El problema fundamental que Keynes quería resolver era determinar el volumen de personas ocupadas en
un momento dado y cómo variaba ese volumen. El ingreso nacional depende del volumen de producción, de
manera tal que si éste aumenta también crece el flujo de ingresos generados por dicha producción. Pero, dado que
para producir más los empresarios necesitarán más trabajadores, entonces un aumento en la producción implica
un mayor número de trabajadores contratados. Esto será así siempre que no haya otra tecnología disponible,
porque en ese caso, podría producirse más utilizando la nueva tecnología y la misma cantidad de trabajadores.
Keynes encuentra, entonces, que el ingreso total de la economía depende del volumen de ocupación o cantidad
de trabajadores necesarios para generar ese nivel de ingreso. Por lo tanto, si podemos determinar cuál es el
ingreso nacional podremos conocer la cantidad de ocupados de dicha economía.
En una situación de equilibrio, el ingreso nacional es igual al consumo más la inversión. Por lo tanto, si
conocemos el volumen de inversiones que realiza la economía junto con la propensión marginal a consumir que
determina el consumo, podremos inferir cuál es el ingreso nacional.
Pero, ¿de qué depende la inversión? Keynes dice que «cuando un individuo compra una inversión, un bien
de capital, adquiere una serie de rendimientos probables, que espera obtener de la venta de sus productos». Por lo
tanto, la demanda de inversión dependerá de las expectativas o previsiones de los empresarios respecto de los
rendimientos probables o ganancias futuras esperadas. Estas previsiones se enfrentarán con la incertidumbre y los
riesgos.
Ahora bien, si para realizar esa inversión el empresario pidió un préstamo, los beneficios o ganancias
futuras deberán ser suficientes para poder pagar los intereses de ese préstamo. De no ser así, el empresario no
podrá devolver el préstamo más los intereses y aun así obtener beneficios por haber realizado la inversión. Por otra
parte, si el empresario no necesita pedir un préstamo, evaluará si le conviene utilizar su ahorro para comprar bienes
de inversión o prestar ese dinero y obtener intereses. Por lo tanto, mientras más alta sea la tasa de interés de
mercado menor será la cantidad de inversiones que se realizarán, pues no habrá muchos proyectos que sean
rentables, es decir, que rindan beneficios más altos que la tasa de interés. Keynes mostró esta relación entre la inversión
y la tasa de interés a través de una curva que denominó demanda de inversiones y que muestra la cantidad
de inversión que realizarán las empresas a diferentes tasas de interés.
Entonces, si no cambia la propensión a consumir, el ingreso nacional solamente puede aumentar con un
crecimiento de la inversión y, de esta manera, el aumento de la demanda global será un incentivo para que los empresarios
aumenten la producción y con ello el volumen de ocupados.
Keynes establece una relación entre el incremento del ingreso total y el incremento en el monto de inversiones
mediante un coeficiente que denominamos multiplicador de inversión (k). El multiplicador k nos indica que
«cuando existe un incremento en la inversión total, el ingreso aumentará en una cantidad que es k veces el
incremento de la inversión»:
AY = k.Al
Por lo tanto al aumentar los ingresos, debido a las inversiones, lo hará el consumo dependiendo siempre de
la propensión marginal a consumir y mientras más se acerque la propensión marginal a consumir a 1, mayor será el
multiplicador, y el efecto de un aumento de la inversión sobre el ingreso será mayor.
Esto tiene implicaciones importantes para el modelo keynesiano, pues demuestra que el consumo es el
motor del crecimiento económico y no el ahorro como pensaban los teóricos clásicos y neoclásicos. El multiplicador
indica que mientras mayor sea la propensión a consumir de los individuos, mayor será el crecimiento del ingreso (o
producto) nacional ante un aumento en la inversión. Por lo tanto, la riqueza de las naciones proviene de su
propensión a gastar su ingreso y no del atesoramiento de dinero
.

Crítica de la teoría clásica de la ocupación

Keynes efectúa una crítica a la teoría ortodoxa señalando: «Los supuestos tácticos en que se basa [la teoría
ortodoxa] se satisfacen rara vez o nunca, con la consecuencia de que no puede resolver los problemas económicos
del mundo real».»Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial y no en
general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio.
Más aun, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en
que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos
reales.»

El modelo clásico

La teoría clásica de la ocupación -dice Keynes- se sustenta en dos postulados fundamentales:
1.° «El salario es igual al producto marginal del trabajo».
2.° «La utilidad del salario, cuando se usa determinado volumen de trabajo, es igual a la desutilidad
marginal de ese mismo volumen de ocupación».
El primer postulado se basa en el supuesto de que, al agregar un hombre al volumen de ocupación, la
producción se incrementará menos que proporcionalmente. Por lo tanto, si el producto marginal del nuevo
trabajador es menor que el salario real, entonces éste deberá disminuir hasta igualar dicho producto marginal. De
no ser así, los costos que se agregan (el salario real pagado al obrero) serían mayores que los ingresos resultantes
de la mayor producción (el producto marginal de su trabajo). Es decir que para incrementar la cantidad de
trabajadores contratados debe disminuir el salario real. Ello significa que los trabajadores antes empleados verán
disminuir sus ingresos mientras los empresarios aumentan sus beneficios, pues el nuevo salario igualará la
productividad del último trabajador contratado pero será menor que la productividad de todos los otros
trabajadores.
El segundo postulado quiere decir que el salario real que recibe una persona ocupada es aquel que ésta
considera suficientemente remunerativo del esfuerzo que le genera la cantidad de trabajo que efectúa. En otras
palabras, este postulado indica que, de acuerdo al salario real vigente en la economía, cada individuo decidirá trabajar
la cantidad de horas que ‘considera que dicho salario le compensa el esfuerzo realizado.
A partir de este postulado, el modelo clásico supone que existe un tipo de desocupación denominado
desocupación friccional, que es la que resulta de los desequilibrios temporales en la economía, intermitencias en la
demanda de trabajo, del tiempo que se tarda en cambiar de una ocupación a otra o de la incorporación a la fuerza
laboral de aquellos que buscan su primer trabajo. Cuando la desocupación se debe a la negativa de una persona
para aceptar una remuneración por debajo de la que considera equivalente al valor de su productividad o de su
esfuerzo se la denomina desocupación voluntaria.

Estos dos postulados conforman la base sobre la que el modelo clásico obtiene las curvas de oferta y
demanda de trabajo. En el punto donde la oferta se iguala a la demanda queda determinado el volumen de
ocupación de equilibrio de la economía. Este volumen de empleo es el de «pleno empleo», pues todos los que
quieren trabajar (dado por la oferta de trabajo) han sido contratados (dado por la demanda de trabajo).

La desocupación involuntaria

Si bien Keynes está de acuerdo con el primer postulado clásico, considera que el segundo no es válido, ya
que implica suponer que los trabajadores conocen su salario real (es decir, su salario medido en cantidad de
artículos que pueden comprar) y que pueden fijarlo, haciéndolo coincidir con la desutilidad marginal del volumen
de ocupación. Pero, dice Keynes, los acuerdos salariales se establecen mediante convenios sobre salarios
nominales y no reales.
Por otra parte, Keynes sostiene que en una sociedad dinámica es inevitable que exista desocupación friccional
o voluntaria. Sin embargo, dice Keynes, existe un tercer tipo de desocupación, «la llamada ‘involuntaria’ en
sentido estricto, cuya posibilidad de existencia no admite la teoría clásica», y define esta desocupación involuntaria
de la siguiente manera: «Cuando la demanda efectiva es deficiente existe subempleo de mano de obra en el
sentido de que hay hombres desocupados dispuestos a trabajar por un salario real menor del existente». Es decir
que los trabajadores se encuentran involuntariamente desempleados cuando, a pesar de ofrecerse a salarios más
bajos, no consiguen empleo.
En este tipo de desempleo, la causa no es la negativa de los desocupados a recibir un salario menor, sino la
insuficiencia de la demanda de bienes del conjunto de la economía, la cual reduce la demanda de mano de obra de
las empresas. Esto es así porque, en el razonamiento keynesiano, el volumen de ocupación depende del nivel de
ingreso nacional y éste es una medida de la demanda global. De esto se deduce que una reducción en la demanda
global llevará a una disminución del nivel de ingreso nacional y también del empleo (pues ante la menor demanda
de bienes, los empresarios reaccionarán reduciendo la producción y con ello la cantidad de mano de obra
demandada).
Por lo tanto, la conclusión del análisis keynesiano es que la flexibilidad de los salarios no garantiza que el
volumen de ocupación alcance el nivel de pleno empleo. Por el contrario, se requerirá de políticas gubernamentales
que estén orientadas a mantener la demanda global, de manera de no provocar insuficiencias en ella que lleven
a aumentar el desempleo.

La teoría keynesiana de la ocupación

El análisis keynesiano considera que el volumen de ocupación y el nivel de ingreso varían más o menos
proporcionalmente. Esto se debe a que, a corto plazo, la producción no puede aumentarse sin aumentos en la
ocupación de mano de obra. Pero, en un período del tiempo más largo podemos suponer que un cambio
tecnológico permitirá aumentar el nivel de producción sin necesidad de aumentar el volumen de ocupación. Por lo
tanto, el objetivo de Keynes es descubrir cómo se determina en un cierto momento el ingreso nacional del un
sistema económico dado y el volumen de ocupación que le corresponde.
Para realizar su análisis, Keynes parte del supuesto de que se conocen los siguientes elementos del sistema:
la habilidad existente y la cantidad de mano de obra disponible;
la calidad y cantidad del equipo que puede utilizarse;
el estado de la técnica;
el grado de competencia;
los gustos y hábitos de los consumidores;
la desutilidad de las diferentes intensidades del trabajo y de las actividades de supervisión y organización;
la estructura social (incluyendo las fuerzas que determinan la distribución del ingreso nacional).
Dar por conocidos estos factores es tan sólo un supuesto simplificador, pues sería imposible analizar al
mismo tiempo todos los elementos que componen la compleja realidad. Por esta razón es útil para el análisis
suponer algunos elementos como constantes, es decir, no consideraremos los efectos que los cambios pudieran
tener en ellos y observaremos solamente los cambios que se producen en unos pocos factores, aquellos que,
consideramos, tienen una influencia importante en el sistema.
Las herramientas que utiliza Keynes para determinar el volumen de ocupación y el ingreso nacional, son las
siguientes:
la propensión a consumir o función consumo;
la demanda de inversión;
la demanda especulativa de dinero y
la cantidad de dinero u oferta monetaria de la economía.
Excepto la última, las otras tres variables son psicológicas, ya que dependen de la propensión de los individuos
a consumir o ahorrar una porción de su ingreso, de las expectativas sobre los rendimientos futuros de los
bienes de capital, y de las expectativas sobre la futura tasa de interés.
Las primeras dos variables -la función consumo y la demanda de inversión- ya fueron explicadas. La tercera
es la denominada demanda especulativa de dinero. Keynes dice que existen tres razones para demandar dinero: el
motivo transacción, el motivo precaución y el motivo especulación. El primero se refiere a la necesidad de tener
dinero en efectivo para realizar las transacciones corrientes y el segundo, para necesidades futuras o imprevistos;
la demanda de dinero por estos dos motivos está influenciada por el nivel de ingreso. El tercer motivo nos dice
cómo desea la gente mantener el dinero que no gasta, es decir, en qué forma guardará el dinero que ahorra. Y
depende de la tasa de interés, pues ésta es «el premio que tiene que ofrecerse para inducir a la gente a conservar
su riqueza en cualquier otra forma distinta al dinero atesorado». Mientras más alta sea la tasa de interés, menor
será la cantidad de dinero que se conservará en efectivo, pues se buscará colocarlo en activos que rindan dicha tasa
de interés, como bonos, acciones, plazos fijos, cajas de ahorro, etcétera.
Las cuatro variables mencionadas son los determinantes del sistema keynesiano.
Por lo tanto, el volumen de ocupación -y, lo que es casi lo mismo, el ingreso nacional- de la economía está
determinado por una serie de factores que conforman un sistema de interrelaciones mucho más complejo que el
sencillo mercado de trabajo de la teoría ortodoxa. Recordemos que en este último, el nivel de empleo se
determinaba simplemente por la interacción de la oferta y la demanda de trabajo. La demanda de dinero es una de
las variables que Keynes considera en su análisis del volumen de ocupación y el ingreso nacional.
Cualquier cambio en alguna de las variables del sistema modificará el nivel de ingreso hasta que éste alcance
una nueva posición de equilibrio. Keynes quiere demostrar que la economía puede alcanzar diferentes
puntos de equilibrio y no uno solo como establece la teoría neoclásica, y además, que cualquiera de esas situaciones
de equilibrio es congruente con la existencia de cierto grado de desempleo.
Para Keynes, la economía oscila «evitando los extremos más graves de las fluctuaciones en la ocupación y
en los precios en ambas direcciones, alrededor de una posición intermedia, apreciablemente por debajo de la
ocupación plena y por encima del mínimo…». Por lo tanto, existe un amplio espacio de acción para la política
gubernamental con el objetivo de aumentar el nivel de ingreso y el volumen de ocupación.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los países desarrollados de Occidente dieron mayor importancia al
papel del Estado para mantener un alto nivel de actividad económica y, por lo tanto, de empleo.

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