La Novela Española en los Años Cuarenta
Con la llegada de la posguerra, se rompe con la tradición inmediata: quedan prohibidas las novelas sociales de preguerra, así como las obras de los exiliados. Por otra parte, no puede servir de modelo la novela “deshumanizada” de Miró o Pérez de Ayala. Retrocediendo más, solo la obra de Baroja parece servir de ejemplo para ciertos narradores. Algunas de las corrientes más significativas:
Novelas nacionalistas que exaltaban el triunfo bélico, de carácter apasionado, partidista y apologético, con una preocupación casi exclusiva por la exposición del tema y cierto descuido en la forma. Las obras más significativas son: Raza (1942) de Jaime de Andrade y Princesas del martirio (1941) de Concha Espina.
Novelas fantásticas cuyo objetivo principal era entretener y evadir, están ambientadas fuera de la realidad del presente y tienen como nota común el uso del humor, la fantasía o la evocación del pasado histórico. Ejemplo: Don Adolfo el libertino (1940) de Jacinto Miquelarena.
Novelas existencialistas, en las que predomina el reflejo amargo de la vida cotidiana, de ahí que los grandes temas sean la soledad, la inadaptación, la frustración, la muerte… Son abundantes los personajes marginales, angustiados… Para mostrar el malestar del momento, los autores harán uso de las técnicas narrativas de la novela tradicional. Las obras más significativas son: La sombra del ciprés es alargada (1948) de Miguel Delibes, obra de tristezas y de frustración en la vida de su protagonista, Pedro, un niño huérfano, con el contrapeso de una honda religiosidad (obra ganadora del Nadal), y Nada (1945) de Carmen Laforet, que causó un fuerte impacto y, junto con La familia de Pascual Duarte de Cela, se le considera el punto de arranque del género tras la guerra.
Novelas tremendistas, que presentan existencias atribuladas y vidas desgarradas en las que se acumulan horrores de todo género. En ellas se refleja lo más sórdido y crudo de la vida. El lenguaje incorpora expresiones vulgares de distintos tipos. La familia de Pascual Duarte (1942) de Cela inaugura esta tendencia con la historia de Pascual, un campesino extremeño que está en la cárcel condenado a muerte y narra su vida. Se trata de una visión pesimista de la vida en la que la conducta de los personajes está determinada por la educación recibida, el ambiente o la biología. En cuanto al estilo, su lenguaje es directo, a veces soez, con recursos al servicio de la deformación de la realidad: hipérboles, imágenes degradantes, connotaciones negativas. Otra novela tremendista de Camilo José Cela es Pabellón de reposo (1944), en la que algunos enfermos en un sanatorio de tuberculosos hablan acerca de la vida.
La Novela Española en los Años Sesenta y Setenta
En los años 60 se produce el agotamiento de la novela social, que fue políticamente ineficaz y estéticamente pobre. Por lo tanto, se impone la necesidad de separar lo político y social de la literatura. Comienzan a manifestarse signos de cansancio del realismo dominante. En los años 60, las editoriales españolas buscan nuevos caminos estéticos mediante: el nouveau roman (Michel Butor) a través de la editorial Seix Barral, la reedición de algunos innovadores europeos y el éxito de la novela hispanoamericana, el llamado “boom”, que añade imaginación y exuberancia a las aportaciones de los autores renovadores.
En 1962 se publicaron dos novelas, Tiempo de silencio de Luis Martín Santos y La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Estas novelas pusieron fin a la novela social e iniciaron una nueva etapa narrativa: la novela experimental. Tiempo de silencio es una novela ambientada en el Madrid de la posguerra, que narra la vida de Pedro, un médico becado para investigar el cáncer en Madrid que entra en contacto con su ayudante para conseguir ratones para su trabajo científico. Le detienen, y consigue demostrar su inocencia, pero tiene que abandonar Madrid y hacerse médico rural. Esta novela introduce varias innovaciones formales: la novela asume la necesidad de desentrañar, y no ya meramente describir, una realidad más compleja. El autor da un enfoque existencial a la historia. La novela se estructura en sesenta y tres secuencias organizadas en torno a cinco núcleos en la que la acción y hay retrocesos en el tiempo. La perspectiva del narrador varía según las secuencias. El estilo es lo más relevante de la obra por su nivel de experimentalismo, con mezcla de registros lingüísticos y ritmo lento.
Las novelas experimentales de los años 60 y 70 tendrán como características principales: personajes con problemas de identidad que intentan encontrarse y buscar las razones de su angustia existencial; crítica a una época anterior a la narración, que ha marcado la existencia y el carácter de los protagonistas; desaparición del argumento, al igual que en el realismo objetivista; dificultad estructural: el relato se organiza de una forma compleja; se eliminan los capítulos y se sustituyen por secuencias; se utiliza el punto de vista múltiple, es habitual la técnica del contrapunto y se utiliza la técnica caleidoscópica; la novela puede aparecer acompañada por digresiones, el diálogo se sustituye por estilo indirecto y monólogo interior, ya que es poco habitual; ruptura lineal del tiempo, ya que existe cierto desorden en la cronología; renovación del lenguaje literario: se introducen neologismos, extranjerismos, cultismos y coloquialismos.
Además de Tiempo de Silencio, las novelas más representativas del experimentalismo son: Volverás a Región (1967) de Juan Benet, ambientada en el territorio imaginario de Región, que ha sufrido una guerra. El protagonista, el doctor Daniel Sebastián, dialoga con una misteriosa mujer sobre lo que antecedió y siguió a la guerra. Se trata de una novela experimental en torno a la ruina de una imaginaria ciudad española, con los rasgos característicos, como saltos cronológicos inesperados. Últimas tardes con Teresa (1966) de Juan Marsé, en la que cuenta la historia de un joven delincuente barcelonés que finge ser un militante político para seducir a una joven universitaria rica que juega a ser revolucionaria. Aunque por su contenido sigue siendo una obra de denuncia social, el enfoque es ahora de una mayor complejidad, con técnicas como el retorno al “autor omnisciente”. Cinco horas con Mario (1966) de Miguel Delibes, es un extenso monólogo interior de Carmen en el velatorio de su marido, Mario, donde se evidencia la distinta forma de pensar de cada uno de ellos. La saga/fuga de J. B. (1972), de Gonzalo Torrente Ballester. José Bastida cuenta la historia milenaria de Castroforte del Baralla cuando desaparece una reliquia que rompe la tranquilidad de la vida del pueblo. Es a la vez un tributo al experimentalismo y una magistral parodia del mismo, pues lo real convive con lo mítico, lo irracional. Señas de identidad (1966) de Juan Goytisolo, trata sobre un personaje (Álvaro Mendiola) que vuelve a España tras diez años exiliado en Francia, evoca su infancia y juventud y constata que se ha convertido en un extranjero en su propio país. La continuación de esta novela se llamará Reivindicación del Conde don Julián (1970), en la que Álvaro Mendiola se encuentra en Tánger y realiza amargas reflexiones sobre España, que incluyen el deseo de que sea de nuevo conquistada por los musulmanes. La verdad sobre el caso Savolta (1975) de Eduardo Mendoza. La trama gira alrededor de los Savolta, una familia de industriales de Barcelona que se enriquece extraordinariamente con la guerra que está asolando Europa, y de las intrigas criminales de Paul André Lepprince, un francés de origen oscuro y modales exquisitos que ocupará un cargo directivo en la empresa más próspera, la de Savolta. Eduardo Mendoza es el narrador más representativo de su generación.