El Sexenio Democrático: De Amadeo I a la Primera República


El Sexenio Democrático: Un Periodo de Transición y Turbulencia

Tras la caída de Isabel II, el gobierno provisional, con el General Prim a la cabeza, se embarcó en la crucial tarea de encontrar un candidato para el trono español. Diversas opciones fueron consideradas y descartadas: Fernando de Coburgo, el portugués, fue rechazado por su avanzada edad, la oposición británica a una posible alianza ibérica y su propia negativa. El duque de Montpensier, cuñado de la reina depuesta y figura clave en su caída, tampoco fue una opción viable. La posibilidad de Alfonso de Borbón fue rotundamente descartada por los protagonistas de la revolución. Finalmente, la elección recayó en Amadeo de Saboya, cuya candidatura fue aprobada por las Cortes.

El Reinado de Amadeo I (1871-1873): Un Mandato Marcado por la Adversidad

El reinado de Amadeo I, aunque breve, comenzó bajo trágicas circunstancias con el asesinato de Prim, el mismo día de la llegada del monarca a España. Los problemas que aquejaron su gobierno eran, en gran medida, herencia de la situación previa. La desunión de los partidos que habían protagonizado la revolución (unionistas, progresistas y demócratas) resultó en continuos cambios de gobierno y la pérdida de apoyo de antiguos aliados. La situación se vio agravada por la persistente conflictividad social, manifestada en motines luditas, huelgas, desempleo creciente, mendicidad y una epidemia de tifus. Estos hechos reflejaban una profunda crisis económica y, a la vez, la creciente organización del movimiento obrero, fortalecido por la Constitución de 1869.

Desafíos Políticos y Oposición Creciente

La actuación política del gobierno no fue acertada. Se recurrió al falseamiento de elecciones democráticas, lo que provocó un elevado abstencionismo y el desencanto popular. Las medidas anticlericales, como la exigencia al clero de jurar la Constitución (con escasa adhesión), la supresión de facultades de Teología y la incautación de bienes eclesiásticos, alienaron aún más a sectores importantes de la sociedad. Amadeo I no logró ganarse el afecto de los españoles, y la oposición al régimen se fortaleció. La nobleza tradicionalista apoyaba la legitimidad borbónica. La burguesía financiera e industrial, recelosa de las medidas librecambistas y del abolicionismo en Cuba, también se opuso. Los carlistas, liderados por Carlos VII, se alzaron en 1872, dando inicio a la tercera guerra carlista. La Iglesia y el Vaticano rompieron relaciones con el gobierno. Los republicanos, por su parte, con posturas marcadamente anticlericales y exigiendo reformas sociales y económicas radicales, tampoco apoyaron el nuevo régimen.

La Abdicación de Amadeo y la Proclamación de la República

Ante este panorama de creciente oposición y conflictos, Amadeo de Saboya abdicó, aprovechando un conflicto interno menor. Este vacío de poder llevó a senadores y diputados, reunidos en Asamblea conjunta, a proclamar la República el 11 de febrero de 1873.

La Primera República (1873-1874): Un Proyecto Inestable

El establecimiento de la I República supuso una interrupción histórica de la monarquía en España. Sin embargo, el sistema republicano no contó con un amplio apoyo social. Mientras la burguesía intelectual veía en la República una oportunidad para consolidar la democracia y los derechos individuales, las clases campesinas y trabajadoras urbanas esperaban reformas sociales profundas, como el reparto de tierras y la eliminación de impuestos. La principal debilidad radicó en las diferentes concepciones sobre el modelo de República entre sus propios partidarios. Los Radicales abogaban por un Estado Unitario, mientras que los Federalistas proponían una descentralización política y administrativa, o incluso la creación de estados federados con sus propias constituciones. Estas discrepancias, sumadas a los graves problemas que enfrentó, explican la inestabilidad política del periodo.

La Constitución de 1873 y la Crisis Federal

La primera etapa republicana estuvo dominada por el triunfo electoral de los republicanos federales, quienes impulsaron la elaboración de la Constitución de 1873 (que nunca entró en vigor). Esta constitución, la única de carácter federal en la historia de España, reconocía la soberanía popular y establecía una república confederada de 17 Estados, cada uno con su propia constitución. El poder legislativo residiría en unas cortes bicamerales, con un senado de representación territorial; el ejecutivo en el presidente y su gobierno; y el judicial en tribunales de justicia con un sistema de jurados ampliado. Sin embargo, este modelo federal entró rápidamente en crisis debido a los problemas y conflictos preexistentes. La crisis económica llevó a la bancarrota y a la suspensión de pagos del gobierno. La tercera guerra carlista se recrudeció, con Carlos VII controlando zonas de Navarra y el País Vasco y obteniendo apoyos en la Corona de Aragón, a la que prometía la restauración de los fueros. En este contexto de extrema dificultad, estalló el problema cantonalista. Los republicanos intransigentes, partidarios de implementar el federalismo desde la base, provocaron la insurrección cantonal en el verano de 1873. La ideología cantonalista combinaba federalismo republicano, democratismo y reivindicaciones sociales obreras y anticapitalistas. La rebelión fue sofocada rápidamente, a excepción de Cartagena, que resistió hasta enero de 1874.

El Fin de la República y la Restauración Alfonsina

Las sublevaciones cantonales provocaron la caída del gobierno de Pi y Margall, siendo sustituido por Nicolás Salmerón y, posteriormente, por Emilio Castelar. En 1874, se formó un directorio militar presidido por el general Serrano, que suspendió las libertades constitucionales y el parlamento. Durante este año, los alfonsinos ganaron terreno, obteniendo cada vez más apoyos sociales y militares, preparando el camino para la restauración de la monarquía borbónica con Alfonso XII.

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