Estabilidad y Turnismo: La Restauración en España


El Contexto y el Inicio de la Restauración

Después de todos los conflictos políticos del siglo XIX, especialmente el fracaso del Sexenio Democrático (1868-1874), en España se impuso la necesidad de buscar orden y estabilidad. La Restauración borbónica fue la respuesta a ese deseo de poner fin al caos. En 1874 se restauró la monarquía en la figura de Alfonso XII, hijo de Isabel II, que estaba exiliado en Inglaterra. Aunque parecía que volvía todo como antes, esta vez se intentó construir sobre una base más sólida, evitando repetir los errores del pasado. La Restauración no fue simplemente un regreso de los Borbones, sino la creación de un nuevo sistema político, muy controlado, escasamente democrático, pero duradero. La figura clave detrás de todo esto fue Antonio Cánovas del Castillo, que diseñó el sistema buscando estabilidad, aunque a costa de la representatividad.

Mientras el general Serrano aún gobernaba como presidente del poder ejecutivo (último vestigio del Sexenio), Cánovas gestionaba los contactos desde Londres con el príncipe Alfonso. En diciembre de 1874, Alfonso firmó el famoso Manifiesto de Sandhurst, un texto redactado por el propio Cánovas donde se presentaba como un joven moderno y liberal, defensor de la legalidad, el orden, la religión y la monarquía parlamentaria. Aunque el plan de Cánovas era que Alfonso regresara al poder por medios legales y pacíficos, el general Martínez Campos se adelantó y dio un pronunciamiento militar en Sagunto el 29 de diciembre de 1874. Este golpe fue decisivo: nadie ofreció resistencia, Serrano se retiró, y Alfonso XII fue proclamado rey el 14 de enero de 1875. Así se iniciaba oficialmente la Restauración.

Bases de Apoyo del Régimen

Cánovas tenía claro que el nuevo régimen requería una base sólida, por eso buscó el apoyo de todos los poderes importantes del país. Para empezar, reconcilió a la Iglesia Católica con el Estado, retomando el Concordato de 1851, que garantizaba a la Iglesia privilegios, financiación estatal y el control de la enseñanza. Después, recuperó el prestigio del Ejército, asegurando a los militares respeto institucional y devolviendo cargos perdidos. Aunque solicitaba que el Ejército se mantuviera al margen de la política, la realidad fue que continuó siendo un actor político clave, y era quien, con los pronunciamientos, decidía quién gobernaba.

También se ganó el apoyo de la burguesía, los grandes propietarios de tierras, las clases medias urbanas, los altos funcionarios, la nobleza… En resumen, a todos aquellos que anhelaban orden, estabilidad y la protección de su riqueza. A cambio, eso sí, el nuevo sistema limitaba significativamente las libertades. Se prohibieron los partidos radicales, se censuró la prensa crítica, se crearon tribunales especiales para castigar a periodistas y se vigiló estrechamente la universidad. En la práctica, existía una falsa libertad, todo estaba controlado. Era una forma de autoritarismo con apariencia constitucional.

Pacificación y Estabilidad

El nuevo régimen necesitaba paz para consolidarse. Por eso, uno de los primeros logros fue el fin de la Tercera Guerra Carlista en 1876, cuando el ejército de Alfonso XII derrotó a los carlistas en el norte. Así se eliminó una importante amenaza interior. Con el ejército liberado, se pudo concentrar en sofocar la guerra en Cuba, conflicto colonial activo desde 1868. Tras años de lucha y desgaste, en 1878 se firmó la Paz de Zanjón, que aunque no resolvió completamente el problema cubano, sí proporcionó un respiro temporal al gobierno.

La Constitución de 1876

Una vez lograda cierta calma, Cánovas convocó elecciones para unas Cortes Constituyentes a finales de 1875. Aunque en teoría se votó por sufragio universal masculino, el proceso estuvo manipulado para asegurar la victoria de los conservadores. Así, en 1876, se aprobó una nueva Constitución, que se convirtió en la base legal del régimen y duró hasta 1931. Esta Constitución de 1876 era ambigua y flexible, diseñada para adaptarse a los cambios de gobierno sin necesidad de modificar el texto constitucional. Estaba inspirada en la de 1845 y combinaba elementos conservadores y liberales, permitiendo la alternancia en el poder de conservadores y liberales sin alterar el texto.

La Constitución establecía que la soberanía residía en el Rey y las Cortes, es decir, una monarquía parlamentaria pero con un Rey con amplios poderes. El monarca podía nombrar y cesar al presidente del gobierno, disolver las Cortes, controlar el ejército y tener gran influencia. Las Cortes eran bicamerales, con un Congreso elegido por sufragio y un Senado que combinaba senadores electivos, vitalicios y nombrados por el Rey. Se proclamaba la religión católica como la oficial del Estado, aunque se permitía la práctica privada de otras religiones. Y también se reconocían derechos y libertades, como libertad de prensa, asociación o reunión, pero siempre sujetas a leyes que las limitaban. En la práctica, la Constitución establecía principios que a menudo eran limitados por la legislación ordinaria.

El Bipartidismo y el Turnismo

El sistema político se basaba en un bipartidismo pactado, es decir, dos partidos que se alternaban en el poder para garantizar la estabilidad. Por un lado, estaba el Partido Conservador, liderado por Cánovas, y por otro, el Partido Liberal, dirigido por Sagasta. Ambos partidos compartían una base ideológica común: eran dinásticos (defensores de la monarquía), centralistas, liberales moderados, defensores del orden y del modelo económico liberal. Pero había diferencias: los conservadores eran más confesionales, autoritarios y proteccionistas; los liberales eran más reformistas, partidarios del sufragio universal masculino, la libertad de prensa, de culto, de reunión, etc. Aun así, las diferencias eran limitadas y cuando uno u otro llegaban al poder, no alteraban los fundamentos del sistema.

Este sistema se conocía como , y funcionaba de la siguiente manera: cuando uno de los dos partidos se desgastaba en el gobierno, el rey encargaba la formación de gobierno al otro. Este nuevo partido organizaba elecciones manipuladas para asegurar su victoria, gobernaba durante un periodo, y luego se repetía el proceso. Las elecciones estaban totalmente controladas desde el Ministerio de Gobernación, que preparaba el encasillado (la lista de los candidatos que debían resultar elegidos) y se lo comunicaba a los gobernadores civiles, quienes a su vez lo transmitían a alcaldes y caciques para que los resultados electorales se ajustaran. ¿Cómo se lograba esto? Mediante el pucherazo (fraude electoral), la compra de votos, la coacción y otras prácticas corruptas. El caciquismo era fundamental, especialmente en zonas rurales, donde el cacique local, un personaje con poder e influencia, determinaba literalmente el resultado electoral.

Todo esto implicaba que, aunque existían elecciones, estas no eran democráticas. Hasta 1890, solo votaba una parte muy pequeña de la población (voto censitario). Ese año, con los liberales en el poder, se aprobó el sufragio universal masculino (para todos los hombres mayores de 25 años), pero la manipulación continuó. La participación real solía ser muy baja, porque la ciudadanía sabía que el resultado ya estaba predeterminado.

Balance del Sistema

Con la Restauración, España logró la tan anhelada estabilidad política, al menos en apariencia. Durante casi cincuenta años, se evitaron el caos, los golpes de Estado constantes y las guerras civiles. Pero esto fue posible gracias a un sistema cerrado, controlado y excluyente, donde la ciudadanía no tenía verdadero poder de decisión. Todo giraba en torno a los intereses de una élite política y económica.

Crisis y Agotamiento del Modelo

Con el tiempo, este modelo comenzó a mostrar signos de agotamiento. La muerte de Cánovas en 1897 (asesinado por un anarquista) y de Sagasta en 1903, dejó al sistema sin sus figuras clave. La sociedad española evolucionaba: crecían los movimientos obreristas, republicanos, nacionalistas y anarquistas, mientras que el sistema no lograba integrar esas nuevas voces. Ni siquiera los intentos de regeneración por parte de líderes como Maura (conservador) o Canalejas (liberal) lograron reformar el sistema desde dentro. Todo esto, unido al desastre de 1898, la crisis económica y la conflictividad social, provocó una pérdida de legitimidad del régimen.

El Fin de la Restauración

Finalmente, el sistema de la Restauración colapsó en 1923 con el golpe de Estado del general Primo de Rivera, que estableció una dictadura con el apoyo del rey Alfonso XIII. Esta dictadura supuso el fin del turnismo, la suspensión de la Constitución de 1876 y el inicio de una nueva etapa en la historia de España, que culminaría con la proclamación de la Segunda República en 1931.

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