Clasificación de las Fuentes Históricas
Las fuentes históricas son todos aquellos testimonios que permiten conocer, analizar e interpretar los hechos del pasado. Constituyen la base del trabajo del historiador y pueden clasificarse de diferentes maneras. Según su origen, se dividen en fuentes primarias, que provienen directamente del período estudiado (como leyes, cartas, objetos o fotografías), y fuentes secundarias, que son elaboraciones posteriores hechas por historiadores, como libros, artículos o mapas temáticos basados en datos previos. Otra clasificación es según el soporte en que se presentan. Las fuentes escritas incluyen textos legales, censos, diarios o prensa, y pueden ser tanto primarias como secundarias. Las fuentes gráficas y estadísticas representan datos en tablas o gráficos y suelen ser secundarias. Las fuentes iconográficas son imágenes como pinturas, fotos o caricaturas y, por lo general, primarias. Las fuentes cartográficas son mapas que pueden ser sincrónicos (de un momento) o diacrónicos (de una evolución), y en su mayoría secundarios. Las fuentes materiales incluyen restos arqueológicos, herramientas o monedas, y nos informan sobre costumbres, poder o vida cotidiana. Las fuentes orales abarcan entrevistas, canciones o discursos, y también se consideran primarias. Además, las fuentes pueden clasificarse según su temática (política, económica, religiosa, cultural, etc.) y según su intencionalidad, que puede ser informativa o tener un propósito crítico, satírico o laudatorio, como ocurre en caricaturas o discursos políticos. Esta clasificación ayuda a interpretar el pasado desde distintas perspectivas.
El Paleolítico: Orígenes y Evolución Humana
El Paleolítico es la etapa más antigua de la historia de la humanidad, y se extiende desde la aparición del ser humano (hace unos 2,5 millones de años) hasta aproximadamente el 10.000 a.C. Se caracteriza por un modo de vida basado en la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres. Los grupos humanos eran nómadas: se desplazaban constantemente en busca de alimento y refugio. Vivían en cuevas o al aire libre, en pequeños grupos familiares o tribales. En esta etapa, los seres humanos eran cazadores y recolectores nómadas, organizados en pequeños grupos que dependían directamente de la naturaleza para sobrevivir. Fabricaban herramientas con piedra, hueso y madera, y poco a poco desarrollaron técnicas más complejas, como el uso del fuego, la pesca, el curtido de pieles y la construcción de refugios. También se cree que en esta etapa surgió el lenguaje y la expresión simbólica, como el arte rupestre encontrado en cuevas. En este periodo se desarrollaron las primeras herramientas de piedra tallada, como hachas, raspadores y puntas de lanza. También surgieron las primeras formas de expresión artística, como las pinturas rupestres (Altamira en España, Lascaux en Francia) y las pequeñas esculturas, como las «venus paleolíticas». El fuego fue un descubrimiento crucial: permitió cocinar alimentos, calentarse y ahuyentar animales. En cuanto a la organización social, era igualitaria y no había jerarquías definidas. Se piensa que había una división de tareas según el sexo y la edad. En esta época también comenzó a desarrollarse un pensamiento simbólico y religioso, evidente en enterramientos rituales y figuras sagradas.
Etapas del Paleolítico
- El Paleolítico Inferior abarca desde el inicio del uso de herramientas hasta hace unos 250.000 años. En esta fase predominaban herramientas simples como núcleos, lascas y bifaces.
- El Paleolítico Medio se extiende desde hace unos 250.000 años hasta unos 30.000 años, y se caracteriza por la mejora en la elaboración de herramientas, con el uso de núcleos preparados y técnicas más especializadas.
- Finalmente, el Paleolítico Superior, desde hace unos 50.000 o 40.000 años hasta aproximadamente hace 10.000 años, se distingue por una gran variedad de herramientas elaboradas no solo en piedra, sino también en hueso, marfil y asta, además de un notable desarrollo cultural, incluyendo arte, rituales y una vida social más compleja.
La Revolución Neolítica: El Nacimiento de la Agricultura
La Revolución Neolítica es el proceso mediante el cual la humanidad pasó de un modo de vida basado en la caza y la recolección a otro centrado en la agricultura y la domesticación de animales. Este cambio fue tan relevante que el arqueólogo Gordon Childe, en los años 40, lo denominó «revolución», aunque hoy en día los especialistas consideran que fue más bien un proceso gradual y no un cambio brusco. Existen evidencias de que, antes de la agricultura, hubo etapas intermedias en las que los grupos humanos eran seminómadas, estableciéndose en distintos campamentos según las estaciones del año y aprovechando los recursos naturales de manera más organizada. Durante esa transición, algunas comunidades comenzaban a establecer un campamento base, donde pasaban más tiempo y explotaban los recursos de forma intensiva, incluyendo plantas silvestres. Esta práctica no excluía completamente la caza y recolección, sino que muchas veces convivían con las nuevas actividades agrícolas, en escalas reducidas al principio. Así, el paso hacia una economía agrícola fue resultado de pequeñas transformaciones acumuladas a lo largo del tiempo. La agricultura surgió de manera independiente en varias regiones del mundo, como el Cercano Oriente, China, Mesoamérica o los Andes. Desde entonces, se ha observado una tendencia general a la expansión de las prácticas agrícolas y al abandono progresivo de la caza y la recolección, que hoy solo persisten en áreas inhóspitas como desiertos, zonas polares o selvas densas. Este nuevo modelo económico transformó profundamente la sociedad humana: se deforestaron áreas para cultivo, se domesticaron animales y se empezaron a almacenar alimentos como cereales y raíces comestibles. Además, aparecieron tecnologías como el arado, la irrigación y el pastoreo organizado. El excedente de alimentos permitió sostener a más personas, lo que dio origen a aldeas, y con el tiempo, a pueblos y ciudades. Este crecimiento poblacional y territorial también trajo consigo una mayor complejidad social y política, marcando así el comienzo de una nueva etapa en la historia de la humanidad.
Características de la Edad de los Metales
La Edad de los Metales fue un periodo de profundas transformaciones impulsadas por una serie de innovaciones cruciales. El trabajo de metales, inicialmente para la creación de utensilios, herramientas agrícolas (que a su vez impulsaron y mejoraron la agricultura junto con técnicas como los canales de riego), decoración y joyas como accesorios, marcó un antes y un después. Este dominio de la metalurgia se vio revolucionado por el descubrimiento de la mezcla de metales a través de la fundición, dando lugar a aleaciones como el bronce (fruto de la fundición de cobre y estaño), y al aprovechamiento de diversos metales como el oro, la plata, el estaño y el plomo. Paralelamente, la invención de la rueda, un hito que se estima surgió a finales del Neolítico y principios de esta era, posiblemente por los sumerios, facilitó enormemente el transporte y la movilidad. Estos avances tecnológicos y productivos contribuyeron al aumento de las tribus sedentarias en número y densidad, lo que a su vez propició el origen de los primeros núcleos urbanos. La creciente complejidad social se manifestó en la construcción de viviendas más elaboradas y otros tipos de edificaciones como templos, espacios de almacenamiento y salas de uso común para la artesanía. Además, este periodo fue testigo de la aparición de megalitos, enormes bloques de piedra erigidos con fines rituales o religiosos mediante sistemas complejos. Finalmente, la metalurgia se consolidó como un oficio especializado, expandiéndose de forma gradual y lenta por todo el mundo, dejando una huella imborrable en el desarrollo de las civilizaciones.
Grecia Antigua: Civilización y Polis
La civilización griega, o Hélade, abarcó el sur de los Balcanes, islas del Egeo y Jónico, costas de Asia Menor y colonias mediterráneas. Sus orígenes se hallan en la civilización minoica (Creta, 3000-1450 a.C., monarquía, comercio) y la micénica (Grecia continental, 1600-1200 a.C., monarquía, guerrera), sucedida por una Época Oscura (1200-750 a.C.) tras la invasión doria, con retroceso cultural e introducción del hierro. A partir del siglo VIII a.C., surgieron las polis, ciudades-estado independientes (Atenas, Esparta, Corinto, etc.) con gobierno, leyes y ejército propios, marcando la Época Arcaica. El aumento de población y la escasez de tierras impulsaron la colonización del Mediterráneo. Las polis inicialmente fueron oligarquías, con el poder en manos de la aristocracia. La Época Clásica (siglos V-IV a.C.) se caracterizó por las victorias griegas en las Guerras Médicas contra Persia, el apogeo de la democracia en Atenas bajo Pericles y las Guerras del Peloponeso entre Atenas y Esparta, que debilitaron las polis. La Época Helenística (siglos IV-I a.C.) comenzó con la anexión de Grecia por Filipo II de Macedonia y la expansión de Alejandro Magno, difundiendo la cultura griega. Tras su muerte, el imperio se dividió en reinos helenísticos, que finalmente fueron conquistados por Roma. La sociedad griega distinguía entre ciudadanos (varones adultos con derechos políticos) y no ciudadanos (extranjeros, esclavos, mujeres, sin derechos plenos). Su economía se basaba en una agricultura limitada (cereales, vid, olivo), ganadería (ovejas, cabras), artesanía (cerámica, metal) y un comercio marítimo muy importante, utilizando la moneda de plata. La geografía influyó en una economía centrada en el mar.
La Edad Media en Europa: Un Milenio de Transformaciones
La Edad Media, un extenso período histórico que abarcó más de un milenio, se sitúa convencionalmente entre la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 y el descubrimiento de América en 1492. Sin embargo, estas fechas son aproximaciones, ya que la historia es un fenómeno multidimensional que incluye aspectos políticos, sociales, culturales y espirituales, y no puede ser rígidamente delimitada por eventos específicos. El término «Edad Media» fue acuñado por los hombres del Renacimiento con una connotación peyorativa, denotando una etapa de transición y oscuridad entre la grandeza del mundo grecorromano y el resurgimiento del Clasicismo en los siglos XV y XVI. Inicialmente, la Edad Media fue vista como un período de barbarie e incivilización que duró diez siglos después de la caída de Roma, interrumpiendo la continuidad de las tradiciones latinas y griegas. Esta perspectiva predominó en Occidente hasta el siglo XIX, cuando surgió una nueva historiografía que reevaluó la Edad Media. El Romanticismo de este siglo consideró la Edad Media como la fase de gestación y consolidación de los países de Europa y sus identidades nacionales. Este renovado interés se manifestó en la arquitectura, con movimientos historicistas neomedievales como el neorrománico y el neogótico. En España, la arquitectura romántica se centró en el estilo mudéjar, considerado autóctono, y se construyeron edificios neomudéjares, reviviendo la arquitectura y ornamentación islámica andalusí. A pesar de esta revalorización, persisten las dos visiones opuestas de la Edad Media, lo que se refleja en la literatura y el cine, donde a menudo se estereotipan las grandezas y miserias de este período. Sin embargo, la Edad Media fue un período dinámico y complejo, con cambios cronológicos y múltiples dimensiones que desafían las simplificaciones. La Alta Edad Media, en particular, fue una época de transformación y reconfiguración social, marcada por la consolidación del feudalismo y la influencia del Imperio Bizantino.
Bizancio: El Imperio Romano de Oriente
Bizancio y el Imperio Bizantino, a menudo subestimados en la historia de la Edad Media europea, representan un período crucial que abarca un milenio. Bizancio, construido sobre la antigua Bizancio, se consideraba a sí mismo como la continuación del Imperio Romano, manteniendo elementos como el título de Augusto para el emperador, la existencia de cónsules y un Senado, y el uso del griego y el latín en los documentos oficiales. A pesar de esta continuidad, Bizancio nunca logró reclamar completamente las provincias occidentales del antiguo Imperio Romano. Justiniano intentó recuperar Italia y el norte de África, pero estos territorios se perdieron nuevamente debido a las invasiones de los lombardos y los árabes. Aunque los monarcas francos y visigodos a veces reconocían la autoridad del emperador de Constantinopla, en la práctica se consideraban independientes. El surgimiento del Islam y su expansión territorial obligaron a Bizancio a abandonar la idea de un Imperio universal y a aceptar la existencia de un emperador germánico en las provincias occidentales. Bizancio enfrentó numerosos desafíos, incluyendo conflictos políticos y religiosos internos, siendo uno de los más significativos la controversia de la Iconoclastia. La Iconoclastia, iniciada por León III en el siglo VIII, fue una crisis religiosa sobre el culto a las imágenes, que dividió a la sociedad bizantina y afectó las relaciones con la Iglesia de Occidente. A pesar de estos conflictos, Bizancio logró mantener un equilibrio con el Islam durante un tiempo, y cuando los primeros cruzados llegaron a Constantinopla, el imperio bizantino era respetado por sus aliados y temido por sus enemigos. Sin embargo, la Cuarta Cruzada desvió su objetivo original y terminó con el saqueo de Constantinopla en 1204, un evento que tuvo consecuencias devastadoras para el imperio.
El Feudalismo en Europa: Sociedad y Poder Medieval
El feudalismo, sistema político, social y económico predominante en la Edad Media, surgió tras la fragmentación del Imperio Romano y las invasiones bárbaras. En este contexto de inestabilidad, muchos hombres libres buscaron la protección de nobles poderosos, cediendo sus tierras y su libertad a cambio de seguridad, lo que estableció una red de relaciones de dependencia. Las malas comunicaciones y la inseguridad contribuyeron al aislamiento de las comunidades, y aunque persistían las monarquías, su poder era limitado y Europa estaba dividida en numerosos territorios semiindependientes. Para hacer frente a las amenazas externas, como los musulmanes, los húngaros, los vikingos y los eslavos, se desarrolló una compleja red de relaciones feudales, donde la fidelidad y la obediencia se dirigían a figuras cada vez más poderosas, culminando en el monarca, quien a su vez respondía ante Dios. El feudalismo fue un sistema jerárquico donde los vasallos recibían tierras y protección a cambio de ayuda militar. Aunque criticado por la desigualdad social y las hambrunas (causadas por la ineficiencia agrícola), también ofreció estabilidad y protección en tiempos de inseguridad. La Iglesia y las peregrinaciones facilitaron cierta movilidad y contacto. Este sistema surgió de la crisis del Bajo Imperio Romano, con la fusión de aristocracias y la legitimación del poder de los monarcas germanos a través de títulos romanos y la conversión al catolicismo.
Las Cruzadas y sus Consecuencias Históricas
Desde el Renacimiento hasta la actualidad, las Cruzadas han sido un tema de gran interés, rodeado de mitos y leyendas que a menudo distorsionan la realidad histórica. En términos generales, las Cruzadas se refieren a una serie de campañas, principalmente militares, emprendidas por el Occidente cristiano contra los musulmanes desde el siglo XI hasta el siglo XIII, con el objetivo de recuperar Tierra Santa. Estas campañas contaban con la bendición de la Iglesia, que otorgaba indulgencias espirituales y privilegios temporales a los participantes. Con el tiempo, el término «cruzada» se extendió a cualquier guerra en defensa de la Iglesia, como la cruzada contra los albigenses. La Primera Cruzada fue convocada por el Papa Urbano II en el Concilio de Clermont en 1095, en respuesta a la conquista de Jerusalén por los turcos selyúcidas en 1076 y a las solicitudes de ayuda del emperador bizantino Alejo I Comneno. El Imperio Bizantino, aunque había logrado cierta estabilidad con el mundo árabe a finales del primer milenio, buscó el apoyo de Occidente para recuperar territorios perdidos y asegurar su posición. Los cruzados, por su parte, veían en la expedición una oportunidad para obtener tierras, riquezas y prestigio, además de cumplir con un deber religioso. La participación de los cruzados en los asuntos bizantinos tuvo consecuencias significativas, como se evidenció en la Cuarta Cruzada. Desviándose de su objetivo original de recuperar Tierra Santa, esta cruzada culminó con el saqueo de Constantinopla en 1204 y la creación del Imperio Latino de Oriente. Este evento debilitó gravemente al Imperio Bizantino, facilitando su eventual caída ante los turcos otomanos en 1453. Además de sus implicaciones políticas y militares, las Cruzadas también tuvieron un impacto en el comercio, el intercambio cultural y las relaciones entre Oriente y Occidente, aunque estas consecuencias son objeto de debate y varían según la perspectiva histórica.
El Renacimiento en Europa: El Amanecer de la Edad Moderna
El siglo XVI marcó el inicio de la Edad Moderna en Europa occidental, con el afianzamiento de las monarquías autoritarias modernas, una evolución de las estructuras políticas de finales del siglo XV. Estas monarquías, como Francia, Inglaterra y España, lograron centralizar el poder real, reduciendo la influencia de la nobleza y las instituciones medievales. Francia, desde Luis XI, destacó por la reforma de la administración pública, el control de la nobleza y la gestión de las asambleas representativas, convirtiéndose en un estado moderno y próspero. Inglaterra, bajo la dinastía Tudor, también avanzó hacia la unidad nacional, con un monarca poderoso y un Parlamento supeditado a sus decisiones. Mientras el Sacro Imperio Germánico e Italia permanecían fragmentados, Europa se volcó al mar por motivos económicos, como el comercio de especias y el bloqueo turco del Mediterráneo. Avances en cartografía e instrumentos como la brújula y el astrolabio impulsaron las exploraciones marítimas. Portugal y España, bajo el liderazgo de figuras como Enrique el Navegante y los Reyes Católicos, protagonizaron descubrimientos clave como el Cabo de Buena Esperanza y América, transformando radicalmente el panorama europeo.
Los Monarcas del Siglo XVI en España: Unificación y Consolidación
A finales del siglo XV, España era un mosaico de reinos: Castilla, Aragón, Granada, Navarra y Portugal. El matrimonio de los Reyes Católicos en 1479 unió Castilla y Aragón, unificando gran parte del territorio. Tras una larga lucha, se completó la Reconquista con la anexión del reino nazarí de Granada, y posteriormente, Fernando el Católico incorporó Navarra a la Corona de Castilla. Los Reyes Católicos implementaron una serie de políticas para consolidar su poder, siguiendo la tendencia de las monarquías autoritarias europeas. Estas políticas incluyeron la reforma de la administración pública, atrayendo a la nobleza a la corte para controlarla, y el control de las instituciones representativas medievales, estableciendo así las bases del Estado Moderno en España. Además, mediante una política de matrimonios estratégicos para sus hijos, los Reyes Católicos establecieron las bases para la futura unión con Portugal, que se concretaría en tiempos de Felipe II en 1581. Este proceso de unificación y centralización del poder monárquico fue crucial para la configuración de la España moderna, permitiendo a los Reyes Católicos emprender empresas como la exploración y colonización de América. Sin embargo, la consolidación del poder real también implicó tensiones con la nobleza y las instituciones tradicionales, que vieron reducido su poder e influencia.
El Renacimiento Español: Arte, Cultura y Humanismo
Si bien el documento se centra principalmente en la consolidación de la monarquía autoritaria en España durante el Renacimiento, es importante señalar que este período también fue testigo de una efervescencia cultural y artística. El Renacimiento español, influenciado por el humanismo italiano, se caracterizó por un renovado interés en la Antigüedad clásica y una valoración de la razón y el conocimiento. Este movimiento cultural se manifestó en diversas áreas, incluyendo la literatura, el arte, la arquitectura y la ciencia. En la literatura, destacaron figuras como Garcilaso de la Vega y Miguel de Cervantes, cuyas obras reflejaron las nuevas ideas y valores del Renacimiento. En el arte, el Renacimiento español adoptó elementos del Renacimiento italiano, pero también desarrolló características propias, como un mayor realismo y una fuerte influencia religiosa. La arquitectura renacentista española se caracterizó por la combinación de elementos clásicos con la tradición mudéjar y gótica, creando un estilo único. Además de estas manifestaciones artísticas, el Renacimiento español también fue un período de importantes avances en la ciencia y el pensamiento, con figuras como Miguel Servet realizando contribuciones significativas en el campo de la medicina. El Humanismo, que floreció en Europa durante el Renacimiento, también tuvo una notable influencia en España. Los humanistas españoles, como Juan Luis Vives y Antonio de Nebrija, promovieron el estudio de las humanidades y la reforma de la educación, sentando las bases para una nueva forma de entender el mundo y al ser humano.
El Humanismo: El Ser Humano en el Centro del Pensamiento
El Humanismo fue un movimiento intelectual y cultural que surgió en Europa durante el Renacimiento, caracterizado por un renovado interés en la Antigüedad clásica y una valoración del ser humano. Los humanistas promovieron el estudio de las humanidades (gramática, retórica, poesía, historia y filosofía moral) como una forma de alcanzar la plenitud humana y desarrollar el pensamiento crítico. Este movimiento representó una ruptura con el pensamiento medieval, que se centraba en lo divino y en la vida después de la muerte, al colocar al ser humano en el centro de la reflexión. Los humanistas defendieron la dignidad y la capacidad del ser humano para transformar el mundo a través de la razón, la ciencia y el arte. Figuras como Erasmo de Róterdam, Tomás Moro y Juan Luis Vives fueron importantes exponentes del Humanismo, cuyas ideas influyeron en la literatura, la filosofía, la educación y la política de la época. El Humanismo también desempeñó un papel crucial en la Reforma Protestante, al cuestionar la autoridad de la Iglesia y promover una interpretación más individual y crítica de las Escrituras. En el ámbito artístico, el Humanismo inspiró la creación de obras que celebraban la belleza y el potencial del ser humano, como las esculturas de Miguel Ángel y las pinturas de Leonardo da Vinci. Además, el Humanismo impulsó el desarrollo de la ciencia moderna, al fomentar la observación, la experimentación y el razonamiento lógico como métodos para comprender el mundo natural. En resumen, el Humanismo fue un movimiento transformador que sentó las bases para la modernidad, al promover una nueva visión del ser humano y su papel en el mundo.
La Revolución Francesa: Fin del Antiguo Régimen
La Revolución Francesa (1789-1799) fue un acontecimiento histórico fundamental que marcó el fin del Antiguo Régimen y el inicio de la Edad Contemporánea. Comenzó por causas estructurales: crisis económica, injusticias sociales, ideas ilustradas y el ejemplo de la independencia estadounidense. En 1789, el pueblo francés, harto del absolutismo y los privilegios de la nobleza y el clero, se alzó. El punto de partida fue la convocatoria de los Estados Generales por parte de Luis XVI, que derivó en la proclamación de la Asamblea Nacional y en la famosa toma de la Bastilla. La Revolución pasó por varias fases: desde una monarquía constitucional inicial, pasando por la etapa radical de la Convención (con Robespierre y el Terror), hasta terminar con el Directorio y luego el ascenso de Napoleón Bonaparte. Se abolieron los privilegios feudales, se proclamó la igualdad ante la ley y se redactó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Sus principios: libertad, igualdad y fraternidad, inspiraron movimientos revolucionarios en toda Europa y América. Sin embargo, también dejó un legado de violencia y represión. La Revolución Francesa transformó profundamente la política, la sociedad y la cultura occidental.
El Levantamiento del 2 de Mayo de 1808 en Madrid
El 27 de octubre de 1807, se firmó el Tratado de Fontainebleau, mediante el cual España permitía el paso de las tropas napoleónicas a través de su territorio. El propósito declarado de este permiso era la conquista de Portugal, nación que se mantenía como fiel aliada de Inglaterra. Sin embargo, las verdaderas intenciones de Francia eran otras: la anexión de la corona española al Imperio Napoleónico. La presencia de tropas francesas en España fue incrementándose progresivamente, lo que comenzó a generar alarma entre la población española, ya que, en lugar de continuar su tránsito hacia Portugal, las fuerzas francesas procedieron a ocupar diversas localidades estratégicas. Ante esta situación, en marzo de 1808, la familia real española, presintiendo lo peor, se trasladó a la localidad de Aranjuez, con la intención de poder desplazarse hacia el sur en caso de necesidad. El 17 de marzo de 1808, tuvo lugar el Motín de Aranjuez, un levantamiento popular que precipitó la abdicación de Carlos IV y la consiguiente subida al trono de Fernando VII. A pesar de estos acontecimientos, Madrid fue ocupada por las tropas francesas al mando del mariscal Murat, quien fue recibido por Fernando VII en calidad de aliado, manteniendo este último la esperanza de que Napoleón respetaría los términos del Tratado de Fontainebleau. No obstante, tras el Motín de Aranjuez, la presencia militar francesa en territorio español se intensificó aún más, lo que exacerbó el creciente descontento y la tensión entre la población, especialmente en Madrid. La situación alcanzó su punto crítico cuando Carlos IV y Fernando VII fueron retenidos en Bayona. El 2 de mayo de 1808, una multitud se congregó frente al Palacio Real de Madrid, ante los rumores de la inminente partida hacia Francia de los últimos miembros de la corte española. El detonante del levantamiento se produjo cuando soldados franceses procedieron a llevarse al infante Francisco de Paula, lo que provocó la indignación de la multitud. José Blas de Molina lanzó el grito de «¡Que nos los llevan!», que actuó como chispa que encendió la revuelta, y la multitud intentó asaltar el Palacio Real. De esta manera, los madrileños iniciaron un levantamiento popular de carácter espontáneo, organizándose en partidas de barrio lideradas por caudillos improvisados. Los sublevados buscaron el aprovisionamiento de armas, ya que inicialmente solo contaban con navajas, y comprendieron la necesidad de impedir la entrada de nuevas tropas francesas en la ciudad. Sin embargo, los esfuerzos por bloquear la entrada de más tropas francesas resultaron infructuosos, y los sublevados se encontraron frente a las puertas de Madrid con un contingente de 30.000 hombres al mando del General Murat. Se produjo entonces una lucha sangrienta y desordenada entre los madrileños y las tropas francesas. A pesar de la resistencia, que fue más eficaz de lo que Murat había previsto, especialmente en lugares como la Puerta de Toledo, la Puerta del Sol y el Parque de Artillería de Monteleón, la operación de cerco llevada a cabo por las fuerzas francesas permitió someter a Madrid bajo jurisdicción militar y poner a la Junta de Gobierno bajo sus órdenes. El 3 de mayo, una vez sofocados todos los focos de la revuelta, se llevaron a cabo los fusilamientos inmortalizados por Goya. La represión del levantamiento del 2 de mayo en Madrid fue brutal, con ejecuciones sumarias. Ese mismo mes, las Abdicaciones de Bayona transfirieron la corona española de Carlos IV y Fernando VII a José Bonaparte. Aunque la revuelta de Madrid fracasó inicialmente, encendió la Guerra de la Independencia Española, donde el ejército español logró la primera derrota napoleónica en la Batalla de Bailén.
Las Revoluciones Burguesas: Hacia el Estado Liberal
Las revoluciones burguesas fueron procesos políticos que tuvieron lugar entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX en Europa y América, cuyo objetivo era acabar con el Antiguo Régimen (basado en privilegios estamentales) y establecer un nuevo orden basado en el liberalismo, el nacionalismo y los derechos individuales. Comenzaron con la independencia de EE. UU. (1776) y la Revolución Francesa (1789), y continuaron con las revoluciones de 1820, 1830 y 1848 en Europa. Estas revoluciones fueron lideradas en su mayoría por la burguesía, que buscaba un Estado constitucional, con separación de poderes, soberanía nacional, libertades civiles y libre comercio. En muchas ocasiones, también defendieron el nacionalismo frente a imperios multinacionales. Aunque algunas fracasaron, como las revoluciones de 1848, lograron avanzar en la secularización del Estado, la abolición del feudalismo y el establecimiento de constituciones. En España, estas ideas influyeron en la Guerra de Independencia, en la Constitución de 1812, y en el conflicto entre liberales y absolutistas. Las revoluciones burguesas fueron clave en el nacimiento del Estado liberal y en la modernización política de Europa y América.
El Colonialismo y el Imperialismo Moderno
El colonialismo moderno se desarrolló desde finales del siglo XV, con las exploraciones de España y Portugal, pero tomó una nueva dimensión entre los siglos XIX y XX con el llamado “imperialismo” europeo. Las potencias coloniales (Reino Unido, Francia, Bélgica, Alemania, entre otras) extendieron su dominio sobre África, Asia y Oceanía, justificando con argumentos económicos (necesidad de materias primas y mercados), políticos (prestigio nacional) y supuestamente civilizatorios (eurocentrismo y racismo). En el siglo XIX, la “Conferencia de Berlín” (1884-85) reguló el reparto de África entre las potencias europeas. El colonialismo supuso el dominio político, económico y militar sobre pueblos no europeos, a menudo con violencia, explotación y despojo cultural. Las consecuencias fueron duraderas: se impusieron fronteras artificiales, se destruyeron estructuras sociales locales y se generaron dependencias económicas. Sin embargo, también se introdujeron elementos como sistemas educativos, infraestructuras y lenguas europeas. El colonialismo preparó el terreno para conflictos posteriores y movimientos de descolonización en el siglo XX. En América, la colonización fue anterior, protagonizada por España y Portugal desde el siglo XVI, e implicó un proceso de evangelización, mestizaje, pero también de explotación y genocidio indígena.