Nietzsche y Kant: Visiones Fundamentales sobre la Moral, el Conocimiento y el Ser Humano


Friedrich Nietzsche: Crítica Radical y Afirmación de la Vida

Friedrich Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX, nació en Röcken (Prusia) en un entorno marcado por el protestantismo y la muerte temprana de su padre, hecho que influyó en su visión trágica de la existencia. Estudió filología clásica y, con solo 24 años, se convirtió en profesor en la Universidad de Basilea, aunque renunció años después debido a sus problemas de salud crónicos (migrañas, ceguera parcial) y su desencanto con la academia. Su obra, escrita en gran parte durante sus años de aislamiento en Suiza e Italia, critica radicalmente la moral tradicional, la religión (especialmente el cristianismo) y la filosofía occidental, proponiendo ideas como la «voluntad de poder», el «superhombre» (*Übermensch*) y la afirmación de la vida ante el nihilismo. Su colapso mental en 1889, asociado a sífilis o un trastorno neurológico, lo sumió en una decadencia física y mental hasta su muerte en 1900. Su legado, manipulado inicialmente por su hermana Elisabeth (quien editó sus textos para alinearlos con el nacionalismo alemán), fue reivindicado en el siglo XX como una de las críticas más profundas a la cultura moderna y sus ilusiones.

La Crítica Nietzscheana al Conocimiento y la Verdad

Friedrich Nietzsche realiza una profunda crítica a la forma tradicional en la que la filosofía ha entendido el conocimiento y la realidad. Desde Platón hasta la modernidad, se ha concebido la verdad como algo objetivo, estable y eterno, existente en un mundo aparte, inaccesible a los sentidos. Esta idea, que se refuerza con el cristianismo, ha hecho que el pensamiento occidental desprecie el mundo sensible, cambiante y vital, colocándolo en un segundo plano frente a un supuesto mundo verdadero y perfecto que, en realidad, no existe. Para Nietzsche, este error es fruto de una actitud decadente y nihilista que rechaza la vida tal como es, necesitando inventar otra realidad para soportarla.

El Conocimiento como Interpretación

Frente a esta concepción, Nietzsche defiende que no existe un conocimiento objetivo ni verdades absolutas. Lo que denominamos ‘conocer’ no es descubrir algo preexistente fuera de nosotros, sino una forma de interpretar la realidad según nuestras necesidades, deseos e intereses vitales. El ser humano no es un espectador imparcial de la realidad, sino un ser que actúa, valora y crea sentido desde su propia perspectiva. Por ello, Nietzsche afirma que no existen hechos en sí mismos, sino interpretaciones: cada visión del mundo es una forma de organizar el caos que nos rodea, y ninguna es intrínsecamente más verdadera que otra.

La Crítica al Lenguaje y el Perspectivismo

En esta línea, Nietzsche critica el papel del lenguaje en el proceso del conocimiento. Las palabras son etiquetas que generalizan, agrupando elementos diversos bajo un mismo nombre y eliminando su carácter único. De este modo, el pensamiento basado en el lenguaje distorsiona la realidad, empobreciéndola y haciendo que olvidemos su complejidad y dinamismo. Para Nietzsche, las verdades del lenguaje son, en realidad, metáforas fosilizadas, invenciones útiles que, con el tiempo, hemos olvidado que lo son.

Esta crítica al conocimiento tradicional desemboca en su propuesta del perspectivismo. Nietzsche sostiene que todo conocimiento es perspectivo, es decir, depende del punto de vista desde el que se observa la realidad. No existe una única verdad universal, sino múltiples verdades parciales, cada una válida desde su contexto y sus condiciones. Cuantas más perspectivas seamos capaces de integrar, más riqueza y profundidad tendrá nuestro conocimiento. El error de la filosofía ha sido postular la existencia de un punto de vista neutral, objetivo y absoluto. Nietzsche lo niega rotundamente: todo ver es interpretar.

El Conocimiento como Voluntad de Poder

Además, Nietzsche no concibe el conocimiento como una mera contemplación, sino como una forma de ejercicio de la voluntad de poder. Conocer es dominar, ordenar, imponer una forma al mundo. La ciencia, la moral, la religión, la filosofía… no son neutrales ni desinteresadas, sino expresiones de los impulsos vitales del ser humano en su búsqueda de seguridad, control y sentido. Por ello, el conocimiento no debe entenderse como una aproximación pasiva a la verdad, sino como una construcción activa y útil para la vida.

En definitiva, Nietzsche rompe con la idea de que exista una verdad oculta tras las apariencias y defiende que la apariencia misma es lo real, que no hay un ‘más allá’ del mundo sensible al que aspirar. Todo intento de escapar de este mundo en busca de certezas absolutas no es más que una muestra de debilidad, de incapacidad para aceptar la vida tal como es: cambiante, caótica e incierta. Por ello, el sabio no es quien descubre la verdad, sino quien sabe vivir sin verdades absolutas, capaz de crear sentido desde la nada y construir su propia interpretación del mundo como si de una obra de arte se tratase.

La Genealogía de la Moral y la Transvaloración de los Valores

La crítica de Nietzsche a la moral parte de su concepción de la vida como algo terrenal, sensible y singular. Toda su filosofía es un canto a la vida real, a esta existencia concreta, sistemáticamente despreciada por la tradición filosófica occidental. Nietzsche sostiene que la moral tradicional, especialmente la platónico-cristiana, está profundamente conectada con la metafísica y se ha construido a partir de un rechazo a la vida. Para él, las valoraciones morales son más fundamentales que las ideas metafísicas, ya que representan una toma de posición frente a la vida: no hay teoría que no esté basada en una actitud vital, en una forma de valorar.

Moral de Señores y Moral de Esclavos

Por ello, la moral dominante en Occidente, en lugar de promover la vida, la debilita. Es una moral decadente que ha impuesto normas y valores contrarios a nuestros instintos más profundos, a nuestra energía vital. Nietzsche la denomina ‘moral contranatural’, porque va en contra de nuestra naturaleza: seres pasionales, sensibles, creativos y deseantes. Pero esto no implica que toda moral sea perjudicial. Nietzsche distingue entre dos tipos de moral:

  • La moral de señores: vitalista, afirmadora de la vida, nacida de los fuertes.
  • La moral de esclavos: fruto del resentimiento, que valora todo lo que niega o frena la vida.

La moral platónico-cristiana, según Nietzsche, pertenece a este segundo tipo. Ha surgido de la incapacidad de algunos para vivir con intensidad, para afirmar la vida tal como es. Estos individuos, en lugar de aceptar su debilidad, inventan un mundo superior, más allá del mundo real, en el que sus renuncias serán recompensadas. Así, lo que antes era considerado virtuoso —como la fuerza, el orgullo o el placer— pasa a ser visto como pecado, mientras que la humildad, la resignación o el ascetismo son elevados a la categoría de virtudes. Esta inversión de los valores es el núcleo de la moral de esclavos, que se impone históricamente sobre la antigua moral aristocrática.

El Método Genealógico y la Transvaloración

Para analizar este fenómeno, Nietzsche propone un método innovador: el método genealógico. En lugar de preguntar qué es lo moral, es necesario investigar su origen, cómo ha surgido y qué intereses la han generado. La moral, afirma Nietzsche, no es algo natural ni eterno, sino el resultado de procesos históricos, psicológicos y biológicos. En su obra Genealogía de la moral, muestra cómo el cristianismo transformó los valores vitales en pecaminosos y elevó lo débil a ideal. La moral se convierte así en el producto de una voluntad de poder frustrada que, incapaz de afirmarse en esta vida, se proyecta en la invención de otra.

Esta crítica se completa con una propuesta fundamental: la transvaloración de todos los valores. Nietzsche no propone simplemente un retorno al pasado, sino la superación activa de los valores decadentes y la creación de una nueva escala de valores, centrada en la afirmación de la vida. Es decir, ‘bueno’ será aquello que potencie la vida, que la enriquezca, que la haga más intensa, mientras que ‘malo’ será lo que la reprima, la degrade o la niegue. Esta nueva moral debe nacer desde el individuo, desde su libertad creadora, desde su voluntad de poder, y no desde una imposición exterior ni desde el miedo a un castigo eterno.

Moral, Nihilismo y la Muerte de Dios

Para Nietzsche, esta transformación moral está profundamente conectada con otros temas clave de su filosofía, como el nihilismo y la muerte de Dios. La vieja moral se sostenía sobre la creencia en verdades absolutas y en un orden divino. Pero una vez que Dios ha muerto, ya no existe un fundamento último para esa moral. Por tanto, es necesario asumir el vacío que esto deja (el nihilismo) y tener el valor de crear nuevos valores desde la vida misma. Este nuevo camino lo encarnará el superhombre, aquel que no espera salvación en otro mundo, sino que vive esta vida como una obra de arte: intensa, libre y única.

La Muerte de Dios y el Nihilismo

Uno de los temas centrales en la filosofía de Nietzsche es el problema de Dios, que se articula en torno a dos conceptos fundamentales: la crítica conocida como la ‘muerte de Dios’ y la propuesta que se deriva de ella, el nihilismo. Para Nietzsche, el anuncio de la muerte de Dios no es simplemente una provocación, sino una constatación profunda de que los valores y creencias tradicionales que han sostenido a la cultura occidental durante siglos han perdido su sentido. Desde la Ilustración, la idea de Dios había comenzado a debilitarse entre los intelectuales, pero muchas de las instituciones, normas y valores que dependían de esa idea seguían funcionando como si nada hubiera cambiado. Nietzsche advierte que esto es insostenible: si Dios ha muerto, las consecuencias aún no se han asumido, pero tarde o temprano lo harán, transformando radicalmente nuestra manera de vivir, pensar y valorar.

Significado de la ‘Muerte de Dios’

La frase ‘Dios ha muerto’ simboliza la pérdida de toda creencia en un fundamento absoluto, eterno y trascendente del mundo. Dios, para Nietzsche, no es solo una figura religiosa, sino el garante del orden moral, de la verdad, del sentido de la vida y de la estructura de la realidad. Si ese garante desaparece, desaparece también el sentido fijo y objetivo que habíamos atribuido al mundo. El ser humano, entonces, queda desorientado, sin un punto de apoyo trascendente, enfrentado a la nada. Esta situación es lo que Nietzsche denomina nihilismo: la experiencia de que nada tiene valor absoluto, de que todo lo que antes se creía verdadero o bueno ha perdido su fundamento.

Nihilismo Pasivo y Nihilismo Activo

El nihilismo presenta una doble cara. Por un lado, el nihilismo pasivo, en el que el ser humano se paraliza ante la pérdida de sentido, cayendo en el escepticismo, el rechazo total de la vida, o una especie de resignación y desesperanza. Pero Nietzsche también plantea la posibilidad de un nihilismo activo: aquel que, al reconocer que los viejos valores han muerto, se atreve a crear nuevos. Es decir, ya no se trata de creer en algo que no es nada (como el más allá o la salvación), sino de afirmar conscientemente que esos valores eran ilusiones, y usar ese vacío como un punto de partida para fundar una nueva manera de vivir: más fiel a la vida misma, más libre y más creativa.

Este nihilismo activo no es el final, sino una etapa necesaria para el surgimiento de un nuevo tipo de ser humano: el superhombre. Solo después de haber destruido los valores decadentes y haber asumido la muerte de Dios, el ser humano será capaz de inventar nuevos valores, esta vez no impuestos por una autoridad externa o por el miedo, sino nacidos de la voluntad de poder, del impulso vital de afirmar esta vida, este mundo, sin necesidad de un más allá.

Por tanto, el problema de Dios en Nietzsche no es solo teológico o religioso, sino también filosófico, existencial y cultural. La muerte de Dios arrastra consigo la caída de todo un sistema de pensamiento basado en la metafísica, la moral absoluta y la creencia en verdades eternas. Frente a ello, Nietzsche propone una nueva perspectiva que parte de la vida misma: de sus instintos, de su creatividad y de su capacidad para dar sentido sin recurrir a lo trascendente. Es un llamado radical a asumir nuestra libertad, a ser responsables de nuestros propios valores y a vivir con intensidad en un mundo sin garantías últimas.

El Superhombre: La Superación del Hombre Tradicional

En la filosofía de Nietzsche, el ser humano, tal como ha sido concebido tradicionalmente, es objeto de una profunda crítica. Desde Sócrates y Platón, el hombre ha sido definido dentro de un marco metafísico dualista, en el que lo verdadero, lo bueno y lo valioso se situaban en un mundo trascendente, más allá de la vida sensible. Este enfoque, según Nietzsche, ha generado un tipo de humanidad decadente que niega la vida y sus instintos más esenciales. El ser humano, atrapado en una moral de esclavos y en el nihilismo derivado de la muerte de Dios, debe ser superado.

La Necesidad del Superhombre

Nietzsche considera que la figura del hombre actual representa una etapa inferior del desarrollo humano: un ser débil, obediente, sumiso a normas impuestas, temeroso de sus propios impulsos y necesidades vitales. Este tipo de ser humano se rige por valores decadentes que condenan lo terrenal, el placer, la fuerza y la afirmación de la vida. Por ello, Nietzsche afirma que este hombre debe ser reemplazado por una figura nueva, más fuerte, más creativa y más auténtica: el superhombre.

Características del Superhombre

El superhombre no es simplemente alguien físicamente superior ni una figura autoritaria. Se trata de un ser humano capaz de asumir plenamente las consecuencias de la muerte de Dios y del colapso de los valores tradicionales. El superhombre no busca sentido fuera de este mundo, sino que santifica la Tierra, la acepta con todas sus contradicciones y limitaciones, y desde ella crea su propio sentido. Vive de acuerdo con la voluntad de poder, entendida como el impulso vital que mueve a todos los seres vivos a afirmarse, a crecer, a dominar y a superar obstáculos.

La creación de nuevos valores es una de las tareas principales del superhombre. Ya no se trata de obedecer mandamientos dictados desde un más allá imaginario, sino de establecer, a partir de la propia experiencia vital, qué es bueno o malo, deseable o detestable. En lugar de reprimir los instintos, el superhombre los canaliza y los transforma en fuerza creativa. Concibe su vida como una obra de arte, como algo que debe ser vivido con intensidad, pasión y originalidad.

Las Tres Metamorfosis del Espíritu

Nietzsche describe el proceso de transformación del espíritu humano hacia el superhombre a través de tres etapas o metamorfosis simbólicas, que aparecen en el primer discurso de su obra Así habló Zaratustra:

  1. La del camello: símbolo de la sumisión, del aguante y del cumplimiento de cargas pesadas impuestas desde fuera. El camello dice: ‘Tú debes’.
  2. La del león: representa al nihilista activo, aquel que se rebela contra los valores establecidos, los niega y destruye. Su lema es: ‘Yo quiero’.
  3. La del niño: simboliza la libertad creativa, la inocencia, la capacidad de jugar, de crear reglas nuevas y tomárselas en serio. El niño dice: ‘Yo creo’.

Con este proceso, Nietzsche muestra que el auténtico progreso del ser humano no reside en una evolución técnica o moral, sino en su capacidad para reinventarse, para desprenderse del pasado y fundar un nuevo comienzo. Frente a los valores de igualdad, seguridad y obediencia, el superhombre afirma la desigualdad, el riesgo, el experimento y el cambio. Es, en definitiva, el ser humano que dice ‘sí’ a la vida, en todas sus formas.

Immanuel Kant: La Razón Práctica y el Deber Moral

Immanuel Kant (1724-1804) nació y vivió casi toda su vida en Königsberg, Prusia Oriental, en el seno de una familia humilde; su padre era artesano. A pesar de las dificultades económicas, destacó académicamente, estudiando Filosofía, Matemáticas y Ciencias en la Universidad de Königsberg, donde más tarde se convirtió en profesor de Lógica y Metafísica (1770). Influenciado inicialmente por el racionalismo de Leibniz y Wolff, y la física newtoniana, su pensamiento dio un giro crítico tras leer a Hume, quien lo despertó del ‘sueño dogmático’. Kant desarrolló una filosofía sistemática centrada en la razón humana, plasmada en obras como Crítica de la razón pura (1781), Crítica de la razón práctica (1788) y Crítica del juicio (1790). Metódico y disciplinado, su rutina diaria era proverbial, aunque su vida social fue activa, valorando la amistad y el diálogo. Kant, símbolo de la Ilustración, defendió la autonomía racional del ser humano y sentó las bases del idealismo trascendental, explorando los límites del conocimiento, la moral autónoma y la posibilidad de una paz perpetua. Murió en Königsberg, dejando un legado que transformó la filosofía moderna.

La Ética Formal y el Imperativo Categórico

Para Immanuel Kant, la ética no se basa en la búsqueda de la felicidad, el placer o cualquier fin externo, sino en la razón práctica y el deber moral. Su propuesta, conocida como ética formal, se centra en la universalidad de las acciones y la autonomía de la voluntad, oponiéndose a las éticas materiales tradicionales, que definen el bien en función de objetivos empíricos como la felicidad, el placer o la utilidad. Kant rechaza estas éticas por ser:

  • Empíricas: sus principios dependen de la experiencia, lo que las hace contingentes y subjetivas.
  • Heterónomas: la voluntad se somete a fines externos como deseos o tradiciones.
  • Por expresarse mediante imperativos hipotéticos: que condicionan las acciones a objetivos específicos (por ejemplo, ‘si quieres ser feliz, sé honesto’).

Para Kant, una ética auténtica debe ser universal, necesaria y autónoma, fundada en la razón misma.

Las Formulaciones del Imperativo Categórico

La alternativa de Kant es la ética formal, estructurada en torno al imperativo categórico, un mandato incondicional que prescribe acciones válidas para todos los seres racionales. Este imperativo se expresa a través de tres formulaciones clave:

  • Primera formulación (Ley Universal): ‘Obra solo según una máxima que puedas querer que se convierta en ley universal’. La moralidad de una acción depende de si su norma subyacente puede ser adoptada por toda la humanidad sin contradicción (por ejemplo, mentir no es universalizable, pues si todos mintieran, la confianza social colapsaría).
  • Segunda formulación (Fin en sí mismo): ‘Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio’. Afirma que las personas poseen dignidad, un valor intrínseco que las hace ininstrumentalizables.
  • Tercera formulación (Autonomía de la voluntad): ‘Obra como si fueras legislador universal mediante tus máximas’. La voluntad racional se autodetermina sin depender de autoridades externas como Dios o el Estado.

La Buena Voluntad y el Deber

En el núcleo de esta ética está el concepto de buena voluntad, definida como la única cosa absolutamente buena, que actúa por respeto al deber, no por inclinaciones como deseos o emociones. Kant distingue entre:

  • Acciones contrarias al deber: Inmorales.
  • Acciones conformes al deber: Cumplidas por interés (ej., ser honesto para mantener una reputación).
  • Acciones por deber: Las únicas con valor moral, realizadas exclusivamente por respeto a la ley moral.

Así, ayudar a alguien por compasión carece de valor ético, mientras que hacerlo porque es lo correcto sí lo tiene. La moralidad radica en la intención, no en las consecuencias.

Libertad y Postulados de la Razón Práctica

Kant redefine la libertad no como la capacidad de seguir deseos, sino como la autonomía de actuar según la razón. La autonomía implica que la voluntad se da leyes a sí misma, mientras que la heteronomía la subyuga a impulsos externos como el placer o la presión social. La libertad es un postulado de la razón práctica: aunque no pueda demostrarse teóricamente, es necesaria para asumir responsabilidad moral. Sin embargo, Kant reconoce una tensión entre el deber y la felicidad, por lo que introduce tres postulados de la razón práctica (creencias racionales no demostrables pero esenciales para la coherencia moral):

  • La libertad: Condición para la responsabilidad ética.
  • La inmortalidad del alma: Para aspirar a la virtud perfecta en una existencia infinita.
  • La existencia de Dios: Garante de que virtud y felicidad coincidan en un orden cósmico.

En conclusión, la ética kantiana trasciende el cálculo de placeres o utilidades para erigirse en un sistema basado en la razón, la universalidad y la dignidad humana. El ser humano es moral cuando actúa por respeto a la ley que él mismo, como ser racional, se impone, construyendo un ‘reino de los fines’ donde cada persona es fin en sí misma. Esta visión subraya que la verdadera libertad reside en la autonomía de someter la voluntad a principios universales, enfatizando que la moralidad no es un medio para un fin, sino un compromiso con la razón y la responsabilidad autónoma.

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