La Construcción de la Acción Humana
La acción humana no es un impulso espontáneo, sino una construcción racional y libre que sigue varias etapas encadenadas. Todo comienza cuando un bien aparece ante mí y despierta mi deseo, lo que genera una intención, es decir, el querer alcanzar ese bien concreto.
Fases del Acto Voluntario
A partir de la intención, se desarrolla el proceso:
- La razón delibera, comparando medios, posibilidades y consecuencias para ver cuál es la mejor manera de alcanzar el bien.
- De esta deliberación surge un juicio práctico: la razón concluye “esto es lo que debo hacer ahora”.
- Interviene la voluntad, que realiza la elección, fijando de modo definitivo la acción que quiere llevar a cabo.
- La razón da la orden de ejecución (imperio).
- Finalmente, el acto se realiza externamente.
Este proceso —intención, deliberación, juicio, elección y ejecución— muestra que actuar moralmente implica integrar razón, afectividad y libertad. Cada acto así construido entra en la biografía del sujeto y contribuye a formar su carácter, ya que la repetición de actos forja hábitos y las virtudes permiten elegir el bien de modo más estable y pleno.
Las Pasiones: Movimiento y Ordenación de la Afectividad
Las pasiones son movimientos afectivos espontáneos que surgen en nosotros ante un bien o un mal percibido. No las elegimos: nos suceden. Incluyen emociones como amor, odio, deseo, alegría, tristeza, esperanza, temor e ira.
Tipos de Apetito Pasional (Santo Tomás)
- Apetito Concupiscible: Busca bienes fáciles y placenteros (deseo, alegría, tristeza).
- Apetito Irascible: Se activa ante dificultades (esperanza, temor, audacia, ira).
Aunque no son moralmente buenas o malas en sí mismas, las pasiones influyen enormemente en la vida moral porque pueden favorecer o dificultar nuestras decisiones libres. Si están desordenadas, pueden nublar la razón y empujarnos a actuar mal; si están educadas, se convierten en una fuerza que impulsa al bien. La clave está en que la razón y las virtudes deben ordenar las pasiones, no suprimirlas. La educación moral consiste en aprender a sentir de manera justa: alegrarse ante el bien, entristecerse ante el mal y desear lo que realmente perfecciona. Por eso se dice que “por placer hacemos el mal y por dolor evitamos el bien”: una afectividad desordenada puede desviar la libertad, mientras que una afectividad bien educada la fortalece.
Fundamentos Metafísicos de la Moral
Los Límites de la Realidad
El profesor distingue dos dimensiones de la realidad:
- La realidad visible y medible: Es la que las ciencias estudian (lo material, cuantificable). Esta parte de la realidad se impone a la razón: no puedo negar la existencia de una piedra delante de mí.
- La realidad invisible o cualitativa: Incluye la belleza, la justicia, la bondad y la verdad, que no se miden con instrumentos. Aquí la razón es libre para afirmarla o negarla.
El problema es decidir qué es más racional: ¿negar esta dimensión invisible o afirmar que realmente existe? Negarla estrecha tanto la realidad que reduce todo a lo manipulable; afirmarla permite explicar por qué experimentamos valores objetivos como la justicia o la belleza.
El Origen de la Realidad: Azar o Logos
A partir de estos límites, surge la pregunta por el origen de la realidad: ¿de dónde procede el orden que encontramos en el mundo? Hay dos grandes respuestas:
- El azar: El universo sería producto de una ausencia total de razón. El problema es que esto contradice el principio de razón suficiente (el orden no puede venir del desorden) y no explica por qué la realidad es inteligible para el ser humano.
- Un Logos o Razón originaria: La tradición filosófica (Platón, *Timeo*) sostiene que el universo tiene un fundamento racional que lo ordena y lo dirige hacia fines.
Si la realidad ha sido creada razonablemente, entonces es buena y está dirigida a un propósito. Por eso, el curso concluye que es más racional afirmar que en el origen de la realidad hay Razón y Amor: una inteligencia que ordena y un querer que da existencia. Esto tiene enormes consecuencias morales, porque si la realidad está fundada en un bien, la tarea del ser humano no es inventar arbitrariamente la moral, sino descubrir el orden bueno inscrito en las cosas y vivir de acuerdo con él.
La Inquietud Existencial como Motor de la Acción
La inquietud existencial es el hecho de que el ser humano nunca está completamente en reposo: siempre desea algo más, siempre busca un bien que todavía no posee. A diferencia de los animales, cuyos instintos les bastan, el hombre tiene una naturaleza abierta e inacabada que lo impulsa a moverse, elegir y construir su vida. Esta inquietud es lo que hace posible la acción: si no deseáramos nada, no actuaríamos. Toda acción nace de que algo aparece ante nosotros como un bien capaz de colmar, siquiera parcialmente, esa falta interior. Por eso la inquietud existencial está en la raíz misma del obrar humano: es el motor que pone en marcha la libertad, orientándonos hacia aquello que creemos que puede hacernos felices. Sin esa búsqueda constante, no habría acción verdaderamente humana.
Hábitos y Virtudes: La Formación del Carácter
Los hábitos son disposiciones estables que adquirimos por la repetición de actos. Gracias a ellos, lo que al principio hacemos con esfuerzo acaba haciéndose fácil, firme y casi “natural”. Los hábitos orientan nuestra manera de actuar, sentir y juzgar. Algunos hábitos son buenos (virtudes) y otros malos (vicios).
Las Virtudes Morales
Las virtudes son los hábitos buenos que perfeccionan la acción humana: hacen que la razón vea con claridad el bien y que la voluntad lo desee con gusto. La virtud no solo permite obrar bien, sino disfrutar del bien, de modo que el acto bueno se vuelve estable y connatural. La consecuencia en la vida moral es decisiva: las virtudes forman el carácter, ordenan los afectos, fortalecen la libertad y permiten que una persona actúe bien de manera constante, no por impulsos aislados. Sin virtudes, la moral queda reducida a esfuerzos esporádicos; con virtudes, se convierte en un modo sólido y coherente de vivir.
Distinción entre Virtudes
Las virtudes intelectuales y las virtudes morales no son lo mismo:
- Virtudes Intelectuales: Perfeccionan la inteligencia (por ejemplo, la ciencia, el arte o la prudencia). Nos hacen *conocer bien*, juzgar con verdad y razonar correctamente. No todas ellas hacen “bueno” al hombre en sentido moral.
- Virtudes Morales: Perfeccionan la voluntad y los afectos, ordenando los deseos según la razón. Estas sí hacen bueno al hombre en sentido propio, porque expresan una buena voluntad.
Las Cuatro Virtudes Cardinales
Entre las virtudes, destacan las cuatro cardinales, llamadas así porque son el “eje” sobre el que gira toda la vida moral:
- Prudencia: Es la recta razón en el obrar. Nos permite discernir qué es lo correcto aquí y ahora, eligiendo los medios adecuados para el bien. Se caracteriza como *ver bien para actuar bien*.
- Justicia: Perfecciona la voluntad en relación con los demás, dando a cada uno lo suyo. Se caracteriza como *querer el bien del otro y respetar sus derechos*.
- Fortaleza: Ayuda a soportar dificultades y enfrentar el miedo, especialmente ante el mal. Se caracteriza como *resistencia y valentía para perseverar en el bien*.
- Templanza: Modera los placeres y deseos sensibles para que no dominen la razón. Se caracteriza como *equilibrio interior y dominio de uno mismo*.
En conjunto, estas virtudes hacen posible una vida moral integrada: la prudencia guía, la justicia ordena hacia el otro, la fortaleza sostiene en las dificultades y la templanza equilibra los deseos. Sin ellas, la persona no puede alcanzar una acción buena de manera estable.
La Persona como Fundamento de la Ética
Para la ética, la persona es lo más perfecto que existe en la naturaleza: un ser racional, libre, único e irrepetible, que existe por sí mismo y nunca como medio para otro. No es una cosa, sino alguien, con dignidad propia. Esta dignidad no depende de cualidades como la salud, la inteligencia o el éxito, sino del simple hecho de ser persona. Por eso, para la ética, la persona es fin en sí misma y el centro de toda la acción moral.
Consecuencias de la Dignidad Personal
De esta comprensión se derivan dos consecuencias fundamentales:
- Imperatividad de la persona: Como la persona tiene valor absoluto, su dignidad impone exigencias morales: hay bienes ligados directamente a la persona (vida, integridad, libertad, verdad) que deben ser siempre respetados. La persona no es negociable ni instrumentalizable. Por tanto, todo acto moral debe estar ordenado a su bien, nunca contra ella.
- Absolutos morales: Precisamente porque ciertos bienes son inseparables de la dignidad personal, existen acciones que nunca pueden hacerse, en ningún caso, porque siempre destruyen directamente a la persona. Estos son los absolutos morales: matar a un inocente, torturar, violar, esclavizar, mentir gravemente, etc. No depende de circunstancias o intenciones: *si el objeto de la acción ataca directamente a la persona, es siempre inmoral*.
La persona es el fundamento de la moral. Su dignidad crea deberes absolutos y límites infranqueables. No todo vale, porque el valor de la persona es infinito y no admite ser tratado como un medio.
La Naturaleza de la Libertad Humana
Libertad, Necesidad y Violencia
Decimos que la libertad no es lo contrario de la necesidad, sino de la violencia, porque una acción puede ser plenamente libre aunque sea necesaria. La libertad solo queda anulada cuando un agente externo me fuerza desde fuera (violencia), obligándome a actuar contra mi voluntad. En cambio, cuando algo es necesario desde dentro, por la propia naturaleza o por un fin que yo mismo deseo, no elimina la libertad; al contrario, la plenifica.
Ejemplos de acción libre y necesaria:
- Querer ser feliz: Es necesario (todos los seres humanos desean la felicidad), pero también es libre porque cada uno elige voluntariamente los medios para alcanzarla.
- Una madre que corre a salvar a su hijo: Es “necesario” en el sentido de que su amor la inclina con fuerza a actuar, pero es libre porque la acción nace de ella misma, de su propio querer, no de una coacción externa.
En ambos casos hay necesidad, pero no hay violencia; y por eso la acción sigue siendo plenamente libre.
Libertad y Juicio Práctico
La afirmación “el hombre es libre porque se da a sí mismo los juicios por los que obra” significa que la acción humana no está determinada desde fuera, sino que el propio sujeto delibera, juzga y decide qué hacer. Somos libres porque nuestros actos nacen de nuestra propia razón y voluntad, no de impulsos ciegos ni de programas instintivos.
Este proceso sucede a través de tres pasos:
- Percibo un bien.
- Delibero sobre los medios para alcanzarlo.
- Formulo un juicio práctico que guía mi acción.
Ese juicio es mío: lo construyo yo, y por eso soy responsable de mis actos. En la elaboración de estos juicios intervienen tanto las virtudes intelectuales como las virtudes morales:
- Las virtudes intelectuales, especialmente la prudencia, perfeccionan la razón para ver con claridad qué es lo bueno aquí y ahora.
- Las virtudes morales ordenan los afectos (deseos, miedos, placeres) para que no nublen el juicio racional.
Por eso la libertad no consiste solo en elegir, sino en tener una razón iluminada y unos afectos educados que permitan darse a sí mismo juicios verdaderamente justos y orientados al bien.
Libertad e Identidad
La libertad y la identidad están unidas porque el ser humano nace inacabado: quién soy depende de lo que elijo. Cada elección libre moldea mi carácter, de modo que la libertad no consiste solo en elegir, sino en construir la persona que quiero ser. La tarea de la libertad es aprender a elegir el bien, orientando mis actos hacia aquello que realmente perfecciona mi vida y me hace más humano. Por eso la libertad solo se realiza plenamente cuando se ordena al bien. Los antiguos llamaron eudaimonía a la felicidad entendida como vida lograda: vivir de acuerdo con la razón, desarrollar virtudes y alcanzar la armonía interior.
El Fin de la Acción y el Problema de la Justicia
Los Tres Modos de Hablar del Fin
En toda acción humana distinguimos tres modos de hablar del fin:
- El fin objetivo: Lo que se quiere obtener (ejemplo: hacer un pastel).
- El fin como acción: El proceso mediante el cual se busca ese bien (ejemplo: prepararlo, mezclar ingredientes, hornearlo).
- El fin último: Es siempre una persona para la que se quiere ese bien.
Nadie hace un pastel “porque sí”: se hace para alguien. Este nivel personal muestra que el motor profundo de todas nuestras acciones es el amor, porque al final todo lo que buscamos lo queremos en cuanto está ordenado al bien de una persona, que es lo único que amamos por sí mismo.
Respuesta al Problema Moral de los Sofistas
Los sofistas (Trasímaco, Glaucón y Adimanto) sostienen que no existe ningún motivo real para ser justos: la justicia sería un pacto nacido de la debilidad, útil solo para evitar castigos y mantener buena fama. Su desafío es radical: si desaparecen todas las recompensas externas, ¿por qué habría alguien de obrar bien?
La respuesta de la tradición filosófica es que la justicia no es valiosa por sus efectos externos, sino porque perfecciona al hombre que la practica. La justicia forma el alma, ordena la libertad, orienta el deseo hacia el bien real y hace que la persona sea más plenamente ella misma. El motor último de la acción buena es el amor, que permite reconocer al otro como “otro yo” y entender que su bien forma parte del propio. Así, lo justo no se hace por miedo ni por conveniencia, sino porque corresponde a lo que la persona es y está llamada a ser. En resumen, la respuesta al problema moral es que ser justo es bueno para el propio sujeto, incluso cuando nadie lo ve. La injusticia destruye interiormente; la justicia edifica y unifica la vida. Por eso la moral no depende de la apariencia, sino de la verdad del ser humano.
