El Materialismo Histórico en Karl Marx
El materialismo histórico es uno de los pilares fundamentales del pensamiento de Karl Marx y Friedrich Engels. Esta concepción sostiene que la historia de la humanidad no está impulsada por las ideas, sino por los cambios materiales en las condiciones de vida, particularmente en la forma en que las sociedades producen sus bienes. Desde esta perspectiva, Marx introduce dos conceptos clave: el modo de producción y las relaciones de producción. El primero hace referencia a la manera en que una sociedad organiza la producción, combinando las fuerzas productivas (trabajo, técnica y recursos) con las relaciones sociales que determinan quién controla los medios de producción y quién se ve obligado a vender su fuerza de trabajo.
A partir de esto, Marx plantea una estructura social dividida en infraestructura y superestructura. La infraestructura, es decir, la base económica, condiciona a la superestructura, que incluye las instituciones políticas, jurídicas, religiosas y culturales. Los cambios en la base material generan transformaciones en estas esferas ideológicas. Un ejemplo claro fue el paso del feudalismo al capitalismo, impulsado por el desarrollo del comercio, el avance técnico y el ascenso de la burguesía, culminando en hechos como la Revolución Francesa de 1789.
Dentro de este planteamiento, Marx identifica a la lucha de clases como el verdadero motor de la historia: un conflicto permanente entre clases dominantes y clases oprimidas, desde los esclavistas y esclavos hasta los burgueses y proletarios. Esta confrontación se resuelve mediante una revolución social, que transforma las relaciones de producción y da lugar a un nuevo orden.
Finalmente, Marx sostiene que el capitalismo contiene contradicciones internas que lo conducirán a su fin. La creciente explotación del proletariado llevará a una revolución que abolirá la propiedad privada, instaurando el comunismo: una sociedad sin clases ni dominación, donde la libertad y la igualdad reales serán posibles.
La Crítica de la Moral Occidental en Friedrich Nietzsche
Friedrich Nietzsche desarrolla una crítica radical a la moral occidental, especialmente a la que deriva del cristianismo, a la que acusa de negar la vida en lugar de afirmarla. Esta postura se enmarca en su filosofía del vitalismo, que considera que la vida, entendida como fuerza creadora, voluntad y plenitud, constituye el fundamento último de todo valor. Desde esta perspectiva, la moral tradicional reprime los impulsos vitales, promoviendo una existencia débil, conformista y carente de autenticidad.
En su reflexión, Nietzsche distingue dos formas fundamentales de moral: la moral de los señores y la moral de los esclavos. La primera es propia de individuos fuertes, orgullosos y afirmativos, que consideran valioso aquello que nace de su propia fuerza: la nobleza, la creatividad, el poder. En contraste, la moral de los esclavos surge del resentimiento de los débiles, quienes, al no poder ejercer su voluntad, invierten los valores: exaltan la humildad, la obediencia y el sufrimiento, mientras condenan la fuerza y la grandeza. Esta inversión de los valores ha marcado de manera decisiva la moral occidental, al sustituir los valores afirmativos por otros que debilitan al ser humano.
En este marco, Nietzsche formula la célebre tesis de la Muerte de Dios, que no alude a un hecho religioso, sino al colapso de los valores absolutos que antes estructuraban la existencia. Esta pérdida de sentido genera una crisis profunda: el nihilismo, caracterizado por la ausencia de fundamentos sólidos para la vida y la acción. Para comprender el origen de estos valores, Nietzsche emplea el método genealógico, con el que investiga históricamente su evolución y sus motivaciones ocultas.
Como respuesta, plantea la necesidad de superar el nihilismo mediante la creación de nuevos valores vitales. En este proceso, introduce la figura del Superhombre (Übermensch), aquel que supera la moral tradicional y afirma plenamente la vida, convirtiéndose en legislador de su propia existencia. Como afirma el propio Nietzsche: “El hombre es algo que debe ser superado”.
Hannah Arendt y la Condición Política
Hannah Arendt, en su obra Los orígenes del totalitarismo (1951), estudia el mal como problema político a través del examen de la ideología nazi, abordando desde el origen del Holocausto, pasando por las connotaciones antidemocráticas y racistas del colonialismo europeo, hasta el Stalinismo soviético. Para Arendt, la política se manifiesta en la interacción pública y plural, donde las personas se constituyen a través de la acción y el discurso. La ética política se basa en la responsabilidad cívica y en la acción libre y consciente, en lugar de la mera obediencia a órdenes.
El totalitarismo, fenómeno propio del siglo XX, surge en sociedades atomizadas y se caracteriza por movimientos de masas que explotan la frustración y el miedo, ofreciendo pertenencia a cambio de obediencia ciega. Utiliza la propaganda para crear una falsa realidad y el terror para mantener el control, destruyendo la confianza y aislando a los individuos. Su objetivo es eliminar la singularidad humana, transformando a las personas en seres sumisos, los llamados “hombres masa”. Arendt examina cómo el “mal radical” busca destruir la persona jurídica, moral e individual, despojando a los seres humanos de sus derechos, su capacidad de juicio independiente y su singularidad, reduciéndolos a meras cifras bajo una ideología totalitaria.
En su obra posterior, Eichmann en Jerusalén (1963), introduce el concepto de “banalidad del mal”, inspirado en la observación de Adolf Eichmann, un burócrata nazi que organizó la deportación de millones de judíos a campos de exterminio. Durante su juicio, Eichmann afirmó que simplemente obedecía órdenes. Arendt quedó impactada por su falta de reflexión moral, concluyendo que el mal puede ser cometido por personas ordinarias que no cuestionan las órdenes ni piensan críticamente sobre sus consecuencias.
Arendt defiende el republicanismo cívico, que valora la participación activa en la política y la pluralidad, como antídoto frente al peligro del “hombre masa”, característico de las democracias modernas, fácilmente manipulable y propenso a la dominación autoritaria. Para Arendt, el compromiso comunitario y la acción política consciente son esenciales para preservar la libertad y la dignidad humanas.
El Existencialismo Humano según Jean-Paul Sartre
“El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente”. En esta expresión, Sartre sostiene que el ser humano es un proyecto que nace en un mundo en el que nada preexiste, por lo que va construyendo su propia esencia. Es por ello que Sartre afirma que este proyecto no es fijo, sino que experimenta cambios a lo largo de la vida.
“El segundo sentido es el sentido profundo del existencialismo”. Sartre distingue un sentido superficial del concepto “existencialismo”, vinculado a la angustia y a lo absurdo, de su significado más profundo, que se refiere a la responsabilidad absoluta que tiene el individuo. Así, la libertad del ser humano conlleva dar sentido a la propia existencia en un mundo sin normas preestablecidas.
El Segundo Sexo y la Condición Femenina en Simone de Beauvoir
“El hombre se comprende a sí mismo como ser genérico, como hombre”. Según Simone de Beauvoir, los hombres han tenido siempre la oportunidad de formarse, encontrar trabajo y hacer realidad sus proyectos, mientras que la mujer debe hacer un esfuerzo inhumano para tener los mismos derechos y oportunidades. Beauvoir señala que, en este contexto, “el hombre” se refiere exclusivamente a los varones (género masculino), relegando a las mujeres a una posición de subordinación y secundaria.
“Corresponde al hombre hacer triunfar el reino de la libertad”. Para el existencialismo, la principal característica de los seres humanos es la libertad. Sin embargo, según Simone de Beauvoir, a la mujer se le ha asignado tradicionalmente el papel de mediadora entre el hombre y las cosas, limitando su nivel de libertad en comparación con el del hombre. Esta situación, argumenta Beauvoir, no es inmutable, ya que es el resultado de una organización social que puede ser transformada. (Nota: Esta concepción de libertad a menudo no abarcaba la esfera doméstica, donde la mujer estaba predominantemente situada).