El Mesianismo Bíblico: Esperanza Regia y Profecías en el Antiguo Testamento


El Mesianismo: Orígenes y Desarrollo en el Antiguo Testamento

El mesianismo. La palabra “Mesías” es una forma helenizada del arameo məšīḥā, que a su vez proviene del hebreo māšīaḥ, cuya traducción griega es christós y en castellano “ungido”. El mesianismo expresa la esperanza en el Reino de Dios definitivo, en íntima relación con el “Mesías”, el representante visible ante el pueblo del verdadero rey de Israel, es decir: YHWH. En el libro del Génesis encontramos algunos esbozos del mesianismo en el llamado protoevangelio de Génesis 3,15: “uno de tu linaje le aplastará la cabeza”. También se vislumbra en las figuras de:

  • Set, el descendiente en lugar de Abel.
  • Noé, la salvación del diluvio.
  • Isaac, la bendición de Dios.
  • Judá, el elegido de quien ha de surgir la salvación (Génesis 49,10-12).

El Mesianismo Regio

Rey en hebreo se dice Mélek y fue traducido al griego como Basileús.

Contexto Histórico: La Monarquía Israelita

Tras la entrada en Palestina hacia el final del siglo XIII a.C., Israel se ve continuamente acosado por los pueblos vecinos. En la época de los Jueces, se cita a un Abi-Mélek, pero se trataba de una figura local de Siquem que no prosperó formando una dinastía.

La monarquía es una institución que surgió como consecuencia de la aparición de la monarquía filistea, permanente enemigo de Israel. Hasta entonces, las tribus tenían su autonomía y solo se unían bajo un “juez” con ocasión de peligros o amenazas comunes. El rey entonces vino a ser como un juez permanente. Se va consiguiendo así la unificación de todas las tribus en una monarquía en la segunda mitad del siglo XI a.C. En tiempo del profeta Samuel se da paso a una monarquía con Saúl. Este ensayo de monarquía fracasará y dará paso al reinado de su rival: David, quien logrará la unidad de todas las tribus, dominará toda Palestina, conquistará Jerusalén y hará de ella el centro político y religioso, trasladando allí el Arca de la Alianza.

Suele decirse que antes de la monarquía el régimen israelita era teocrático: Dios era el que dirigía a su pueblo a través de los jueces, suscitados por Él. La monarquía fue vista como un rechazo de Dios. Sin embargo, con David llegará a ser considerado como un “lugarteniente” de Dios. Porque la concepción israelita es que el Rey propiamente es YHWH. Adonai es nuestro Mélek. YHWH es rey de todo lo creado y rey de su pueblo, Israel, en virtud de la Alianza. Este periodo abarca los 100 años que van desde Saúl (1030 a.C.) hasta la muerte de Salomón (932 a.C.). Su relato lo encontramos en los dos libros de Samuel y en 1 Reyes 1-11.

Su género literario es la narración histórica. Tendríamos dos partes: la historia de la subida de David al trono y la historia de la sucesión. El límite es justamente 2 Samuel 7. Se trata de una obra cercana a lo que hoy consideramos “historia”, pero en el sentido de una narración destinada a justificar y ensalzar la figura de David. Hay, por tanto, en ella muchos elementos interesados, tradiciones diversas, leyendas. La idea básica es que Dios elige y guía a David. Sin embargo, podemos rastrear elementos histórico-biográficos nada laudatorios para David, como el hecho de que conspiró para ser rey contra Saúl y sus sucesores, se pasó a los filisteos y cometió pecados abominables: adulterio y asesinato.

El núcleo de la promesa pertenece al siglo X a.C. Es, pues, obra del Yahvista.

La Profecía de Natán a David (2 Samuel 7, 12-16)

Los llamados profetas escritores comienzan a partir del siglo VIII a.C., aunque se conocía la figura del profeta desde Samuel en el siglo XI a.C.

Los oráculos de Natán a David tuvieron la mayor repercusión en la historia política y religiosa del pueblo de Dios. Cuando desapareció la monarquía el año 586 a.C., ciertos grupos mantuvieron la esperanza en que la promesa de Dios era eterna. Podían estar sin rey, pero algún día surgiría un descendiente de David para recoger su herencia y salvar al pueblo. Esta esperanza contra toda esperanza se mantuvo a lo largo de los siglos. Y el rey esperado adquirió tintes cada vez más grandiosos. No sería ya un simple descendiente de David, sino el salvador definitivo, el Ungido por antonomasia, el Mesías.

Directamente el texto se referiría a Salomón. David, victorioso, después de trasladar el Arca de la Alianza a Jerusalén, se propone construir un templo. La respuesta de YHWH por boca de Natán es: “YHWH te edificará una casa”.

El Versículo Clave: 2 Samuel 7,14

El versículo 14: “Yo seré para él padre y él será para mí hijo” es un versículo misterioso, que no se refiere solo al sucesor del rey. Es una fórmula de adopción y la primera expresión del mesianismo regio. Cada uno de los reyes de la dinastía davídica será imagen imperfecta del rey ideal futuro.

El Mesías, originalmente, no es sino el descendiente de David que llevará el reino a la plenitud “y su reino no tendrá fin”. Esta promesa implica un pacto, un berit, que prolonga el de Abraham y el del Sinaí. La elección de David y sus sucesores garantiza a Israel la plena posesión de la tierra prometida a los patriarcas.

La Profecía de Isaías (Isaías 7, 10-17)

El Primer Isaías forma parte de los profetas escritores, nacido hacia el 760 a.C., en Jerusalén. El año 740 a.C., en que muere el rey Ozías, recibe en el Templo su vocación profética que desarrollará durante 40 años, hasta el 700 a.C., durante los reinados de Yotam, Acaz y Ezequías. De familia acomodada, casado, con dos hijos, intervino frecuentemente en situaciones políticamente difíciles. Poseía un carácter decidido y enérgico. Le preocupa la injusticia, la codicia, la prevaricación. Jerusalén —dice— ha dejado de ser la esposa fiel para convertirse en una prostituta. El lujo y el bienestar dan lugar al orgullo y al desprecio de los pobres: la corrupción de los poderosos. Fue un gran escritor y poeta, incisivo, con imágenes originales y escuetas.

La situación de bienestar y confianza se vio amenazada por los preparativos de Damasco y Samaría contra Jerusalén. En nuestro texto se trata de la amenaza sirio-efraimita en el 733 a.C. contra Judá en un periodo de expansión del imperio asirio. El rey Acaz se entrega a Asiria en lugar de confiar en YHWH, rompiendo la alianza de David. Entonces el profeta, junto a una amenaza, pronuncia o reitera una promesa de salvación. Pero es ambigua.

El género literario es un oráculo profético.

El profeta se opone al temor del rey ante la amenaza enemiga, porque supone desconfiar de Dios, que se ha comprometido con Jerusalén y la dinastía. Frente a esto, Isaías defiende la fe. La presencia de Dios se significa con el nacimiento de un ser tan débil como un niño.

La Señal del Emmanuel: Isaías 7,14

El versículo 14: Una “señal”, un signo protector que viene de Dios. El Señor, por su cuenta, os dará una señal. Pero será por medio de una joven, una ‘almāh, una muchacha ya sexualmente madura, en el periodo anterior al matrimonio: una virgen. Como tal aún no es ni puede ser nadie en Israel: es mujer y no ha concebido. Pero cree, tiene fe en Dios, confía en Él: pondrá por nombre Immanu-’El: «Dios con nosotros» o «que Dios esté con nosotros».

El Niño Justo: Isaías 7,15

El versículo 15: El niño, al contrario que Acaz, será justo, según el corazón de YHWH. Se alimentará de requesón y miel, alimentos de la infancia, alimentos espontáneos, alimentos paradisíacos. Será conocedor del bien y del mal. Es el nuevo Adán, el hombre nuevo. El texto no dice explícitamente quién es este Immanuel, pero es una promesa salvífica de Dios, un rey nuevo de un reino nuevo.

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