Historia de España: De la Prehistoria a los Borbones del Siglo XVIII


1.1 El Paleolítico y el Neolítico

La prehistoria abarca desde los orígenes de la humanidad hasta la invención de la escritura, y se divide en tres etapas: Paleolítico, Neolítico y Edad de los Metales.

Durante el Paleolítico, los humanos eran nómadas, dependían de la caza y la recolección, y utilizaban herramientas de piedra. Este periodo se caracteriza por un proceso de hominización, donde se desarrollaron habilidades como el bipedismo y el uso del pulgar oponible.

En el Neolítico, se produjo un cambio hacia una economía productora, con el surgimiento de la agricultura y la aparición de asentamientos permanentes y la cerámica.

Finalmente, en la Edad de los Metales, se introdujeron el cobre, el bronce y el hierro, lo que conllevó a sociedades más complejas y jerarquizadas.

Estos cambios fundamentales sentaron las bases para el desarrollo de civilizaciones posteriores.

1.2 Los Pueblos Prerromanos y las Colonizaciones de los Pueblos del Mediterráneo

Durante la Edad del Hierro (hacia 1000 a.C.), la península ibérica fue influenciada y colonizada por pueblos del Mediterráneo como los fenicios, griegos y cartagineses. Estos contactos dieron lugar a diversas culturas en la península, como los íberos, celtíberos y celtas.

Los fenicios fundaron Gades (Cádiz) y explotaron las minas de Huelva. Su influencia disminuyó tras la invasión babilónica.

Los griegos fundaron Ampurias y otras ciudades en la costa mediterránea.

Los cartagineses se enfocaron en el comercio y la dominación militar. Introdujeron cultivos y técnicas que impulsaron la vida urbana.

Destacaron los tartesos en el suroeste, con una economía próspera, y los íberos en el sureste, que desarrollaron un intenso comercio.

Los celtíberos y celtas, ubicados en el centro y oeste, recibieron menos influencia colonizadora y se organizaron en comunidades agrícolas y ganaderas.

Este periodo marcó un importante cambio cultural y económico en la península.

1.3 La Hispania Romana

La conquista romana de la península ibérica se desarrolló entre el siglo III a.C. y el I d.C. Comenzó durante la Segunda Guerra Púnica para neutralizar a los cartagineses.

Este proceso militar resultó en la ocupación de Hispania y la imposición de la cultura romana sobre los pueblos indígenas. La conquista se dividió en tres fases principales: la zona mediterránea, las mesetas y la zona cantábrica.

La romanización fue un proceso de aculturación donde los nativos adoptaron modos de vida romanos. Fue más intensa en el Este y el Sur.

La nueva organización social incluyó una jerarquía con libertos y personas libres.

Económicamente, la península se integró en el Imperio. Destacaron la agricultura y la minería.

Culturalmente, los romanos introdujeron el latín y promovieron el cristianismo. Además, dejaron un legado en infraestructuras como teatros y acueductos, que siguen influyendo en la sociedad actual.

1.4 La Monarquía Visigoda

La llegada de pueblos germánicos a la península ibérica comenzó en 409 con suevos, vándalos y alanos. Los visigodos, inicialmente como aliados romanos, consolidarían posteriormente su dominio.

Los romanos establecieron un acuerdo con los visigodos, quienes lograron expulsar a los vándalos y alanos entre 415 y 476.

Tras la caída del Imperio Romano de Occidente en 476, el reino visigodo de Tolosa se expandió, aunque en 507 fueron derrotados por los francos en la Batalla de Vouillé, lo que dio paso al Reino de Toledo.

Entre los reyes visigodos destacaron Leovigildo, que unificó políticamente el territorio; Recaredo, que convirtió al pueblo al catolicismo; y Recesvinto, que consiguió la unidad jurídica con el Fuero Juzgo.

En cuanto a la organización política, hubo tanto monarquías hereditarias como electivas, lo que generó conflictos.

La economía se volvió rural y autosuficiente tras la caída del Imperio, y la sociedad era desigual, dominada por la aristocracia y el clero.

Finalmente, la crisis interna culminó en 711 con la derrota de Don Rodrigo, lo que facilitó la entrada de los musulmanes en la península.

2.1 Al-Ándalus: Evolución Política

En 711, los musulmanes derrotaron a los visigodos en la Batalla de Guadalete, iniciando la conquista de la península. Los motivos incluyeron las rivalidades internas entre los visigodos y la política expansiva del Imperio islámico.

Entre 711 y 756, se estableció el Emirato Dependiente del Califato Omeya de Damasco. Este periodo destacó por su inestabilidad política debido a conflictos internos entre facciones musulmanas, así como enfrentamientos con los reinos cristianos del norte y los francos (Batalla de Poitiers, 732).

El Emirato Independiente (756-929) fue proclamado por Abderramán I en Córdoba, independizándose del Califato Abasí de Bagdad. Aprovechó la inestabilidad política y adquirió el poder político, pero no el religioso.

Años después, Abderramán III creó el Califato de Córdoba (929-1031) al proclamarse califa. Fue la época de máximo esplendor de Al-Ándalus.

En 1031, el Califato se fragmentó en numerosos reinos de Taifas.

Tras intentos de sofocar el avance cristiano, la coalición cristiana venció en la Batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Esto debilitó enormemente a Al-Ándalus y facilitó el avance cristiano, aunque el Reino Nazarí de Granada (1238-1492) logró resistir durante más tiempo.

Finalmente, en 1492, los Reyes Católicos conquistaron el Reino Nazarí de Granada, poniendo fin al dominio musulmán en la Península Ibérica.

2.2 Al-Ándalus: Economía, Sociedad y Cultura

Al-Ándalus destacó por su próspera economía, especialmente la agrícola.

La agricultura se caracterizó por el uso intensivo del regadío y la introducción de nuevos cultivos como cítricos, arroz y algodón, aunque los cereales, la vid y el olivo siguieron siendo predominantes.

La ganadería se adaptó a las costumbres islámicas, con un descenso en el consumo de cerdo y un aumento en la cría de ganado ovino y equino.

La producción artesanal, especialmente la textil y el trabajo en cerámica y metales preciosos, florecieron.

La sociedad se organizó en función de la religión, con los árabes en la cúspide y otros grupos como muladíes (hispanovisigodos convertidos al islam), mozárabes (cristianos en territorio musulmán) y judíos en distintos estratos sociales.

Córdoba destacó como un gran centro cultural, donde se desarrollaron notablemente las ciencias y las artes.

Los judíos tenían sus propios barrios (juderías), contribuyeron significativamente a la economía y mantuvieron su identidad cultural.

En resumen, Al-Ándalus fue un crisol de intercambios económicos y culturales que dejó una huella profunda en la historia de la península ibérica.

2.3 Los Reinos Cristianos: Expansión Territorial y Organización Política

La expansión territorial de los reinos cristianos sobre Al-Ándalus se desarrolló en varias etapas.

La primera etapa, entre los siglos VIII y X, comenzó con la resistencia en el norte, destacando la victoria en la Batalla de Covadonga (722), que llevó a la formación del Reino de Asturias, posteriormente transformado en el Reino de León, y a la independencia del Condado de Castilla.

En la segunda etapa, del siglo XI al XIII, la crisis y fragmentación del Califato de Córdoba en Taifas facilitó el avance cristiano, permitiendo la ocupación de Toledo (1085) y Zaragoza (1118). Sin embargo, la llegada de los imperios norteafricanos (Almorávides y Almohades) detuvo temporalmente este avance, como ocurrió en Alarcos (1195) frente a los Almohades.

Sin embargo, la decisiva victoria cristiana en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) debilitó enormemente a los Almohades y permitió un rápido avance cristiano en el siglo XIII.

Finalmente, entre los siglos XIV y XV, se completó la expansión con la conquista del Reino Nazarí de Granada en 1492 por los Reyes Católicos.

La organización política de los reinos cristianos se basaba en la monarquía. Los monarcas compartían el poder y la gestión del territorio con la alta nobleza y el clero.

La Curia Regia evolucionó hacia las Cortes, asambleas que incluían representantes de las ciudades (el ‘estado llano’), además de la nobleza y el clero. La estructura política reflejaba diferencias significativas entre la tendencia a la centralización de la Corona de Castilla y el modelo confederal de la Corona de Aragón.

2.4 Los Modelos de Repoblación y la Organización Estamental de los Reinos Medievales

Para la repoblación de los territorios conquistados, se utilizaron diferentes métodos según la época y la zona.

En la primera etapa (siglos VIII-X), en el norte del Duero y en los Pirineos, se utilizó la presura (o aprisio), un método de repoblación libre en el que los campesinos ocupaban tierras despobladas y se convertían en propietarios.

Entre los siglos XI y XII, al sur del Duero y en el valle del Ebro, se empleó el modelo de repoblación concejil. Se dividía el territorio en concejos con una ciudad o villa central a la que se otorgaba un fuero o carta puebla, que establecía derechos y libertades para atraer pobladores.

A partir del siglo XIII, en las grandes conquistas del sur (Extremadura, Valle del Guadalquivir, Valencia, Murcia), se empleó el repartimiento. Se otorgaban grandes lotes de tierras (donadíos) a la alta nobleza, la Iglesia y las órdenes militares como recompensa por su participación en la conquista, lo que dio lugar a la creación de grandes latifundios.

La sociedad medieval cristiana estaba organizada en estamentos.

El clero y la nobleza constituían los estamentos privilegiados: no pagaban impuestos, tenían legislación propia y poseían la mayor parte de las tierras. Dentro de estos estamentos, existían diferentes niveles (alta y baja nobleza/clero).

El pueblo llano (campesinos, artesanos, comerciantes) no tenía privilegios: estaba sometido a la ley común y pagaba impuestos.

En las ciudades, empezó a destacar la burguesía, formada por grupos con creciente poder económico (comerciantes, banqueros).

La movilidad social entre estamentos era prácticamente inexistente, salvo el acceso al clero (especialmente el bajo clero) para miembros del pueblo llano.

2.5 La Baja Edad Media en la Corona de Castilla, la Corona de Aragón y el Reino de Navarra

Durante los siglos XIV y XV (Baja Edad Media), la Corona de Castilla consolidó una monarquía fuerte, buscando reducir el poder de la alta nobleza. Esto se apoyó en teorías políticas que defendían la supremacía del rey.

La monarquía fortaleció su control sobre los gobiernos locales mediante la figura del corregidor y la progresiva sustitución de los concejos abiertos por regimientos controlados por oligarquías urbanas afines al rey.

Se desarrollaron instituciones clave como las Cortes, el Consejo Real, las Audiencias (justicia) y las Contadurías (hacienda).

Las Cortes, que ya existían desde el siglo XII (las de León en 1188 son consideradas las primeras), adquirieron la función de aprobar impuestos extraordinarios (servicios). El Consejo Real asesoraba al monarca.

En contraste, la Corona de Aragón era una confederación de reinos y territorios (Aragón, Cataluña, Valencia, Baleares) con leyes e instituciones propias (fueros), donde el sistema pactista limitaba significativamente el poder del rey.

Las Cortes de cada reino de la Corona de Aragón tenían importantes funciones legislativas y fiscales, actuando como contrapeso al poder real. Destacó la figura del Justicia de Aragón, garante de los fueros frente al rey.

Finalmente, el Reino de Navarra tenía un modelo político similar al de la Corona de Aragón, basado en el pactismo.

El rey debía jurar los fueros y era coronado ante las Cortes. Existía una Diputación de Cortes encargada de gestionar los subsidios aprobados.

Este contexto político en los reinos ibéricos refleja las complejas dinámicas de poder y la evolución institucional de la época.

3.1 Los Reyes Católicos: Unión Dinástica e Instituciones de Gobierno. La Guerra de Granada

El matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en 1469 supuso la unión dinástica de sus coronas. Cada reino mantuvo sus propias leyes, instituciones, costumbres y monedas.

La sucesión al trono de Castilla tras la muerte de Enrique IV provocó una guerra civil (1475-1479) que enfrentó a Isabel con su sobrina Juana la Beltraneja, apoyada por Portugal. La guerra finalizó con el Tratado de Alcaçovas (1479), que reconoció a Isabel como reina.

La Concordia de Segovia (1475) estableció las bases del gobierno conjunto de Isabel y Fernando en Castilla, consolidando la unión dinástica.

Los Reyes Católicos buscaron fortalecer el poder de la monarquía frente al de la alta nobleza.

Crearon instituciones clave para fortalecer el control real, como la Santa Hermandad (orden de policía rural) y la figura del corregidor (representante del rey en los municipios).

Para lograr la unidad religiosa, decretaron la expulsión de los judíos en 1492 y establecieron el Tribunal de la Inquisición (o Santo Oficio) para controlar la herejía, lo que también sirvió a fines de control social y político.

Su política matrimonial fue fundamental para crear alianzas estratégicas con otras monarquías europeas, especialmente con la Casa de Austria (Habsburgo), sentando las bases del futuro imperio de Carlos I.

Entre 1482 y 1492, llevaron a cabo la conquista del Reino Nazarí de Granada, completando así la unificación territorial de la península ibérica (a excepción de Portugal).

3.2 Exploración, Conquista y Colonización de América (1492 – Siglo XVI)

La exploración, conquista y colonización de América, iniciada por Cristóbal Colón en 1492, fue impulsada por diversos factores, entre ellos la búsqueda de nuevas rutas comerciales hacia Asia tras el avance turco en el Mediterráneo Oriental.

Colón solicitó apoyo y recursos a los Reyes Católicos y, tras firmar las Capitulaciones de Santa Fe, partió con tres naves (la Niña, la Pinta y la Santa María), llegando a la isla de Guanahaní (San Salvador) el 12 de octubre de 1492.

A pesar de que Portugal consideró esta expedición una violación de los acuerdos previos (Tratado de Alcaçovas-Toledo), se firmó el Tratado de Tordesillas (1494), que estableció una línea divisoria y asignó a Portugal los territorios al este de la misma (lo que posteriormente incluiría Brasil).

La conquista de los grandes imperios precolombinos, como el Azteca por Hernán Cortés y el Inca por Francisco Pizarro, reveló las inmensas riquezas del Nuevo Mundo. Esto llevó a la organización administrativa del territorio en Virreinatos, inicialmente el de Nueva España (1535) y el del Perú (1542).

Para la explotación económica, se implementaron sistemas como la encomienda, que asignaba grupos de indígenas a un colonizador (encomendero), quien podía exigirles trabajo y tributos a cambio de evangelización y protección (a menudo incumplida).

En las zonas mineras, especialmente en el Virreinato del Perú, se adaptó el sistema de trabajo forzado incaico conocido como la mita para la explotación de minas como la de Potosí.

Para gestionar la administración y el comercio con los nuevos territorios, se crearon instituciones en la península (la Casa de Contratación en Sevilla, 1503, y el Consejo de Indias, 1524) y en América (Audiencias). Aunque la Corona intentó proteger a los indígenas mediante leyes como las Leyes de Burgos (1512) y las Leyes Nuevas (1542), su aplicación fue limitada y a menudo incumplida.

3.3 Los Austrias del Siglo XVI. Política Interior y Exterior

Carlos I de España y V de Alemania (reinado en España: 1516-1556) heredó un vasto imperio: las Coronas de Aragón y Castilla (con sus posesiones en América, Italia y el Mediterráneo), los territorios de la Casa de Borgoña (Países Bajos, Franco Condado), los dominios patrimoniales de Austria y el derecho a la elección como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Gobernó con un sistema polisinodial (basado en consejos) y enfrentó importantes conflictos internos: la Rebelión de las Comunidades en Castilla (1520-1522), liderada por figuras como Padilla, Bravo y Maldonado, derrotada en la Batalla de Villalar (1521); y las Germanías en la Corona de Aragón (1519-1523).

En política exterior, se enfrentó a Francia, el Imperio Otomano y los príncipes protestantes alemanes. Venció a la Liga de Esmalcalda en la Batalla de Mühlberg (1547), pero finalmente tuvo que firmar la Paz de Augsburgo (1555), que estableció el principio cuius regio, eius religio (la religión del príncipe es la del territorio) en el Imperio.

También derrotó a Francia en la Batalla de Pavía (1525) y contuvo el avance turco en el Mediterráneo, logrando la conquista de Túnez (1535).

Felipe II (1556-1598) heredó el imperio (excepto los dominios austriacos y el título imperial) y consolidó una monarquía más centralizada, estableciendo la capital en Madrid. Enfrentó conflictos internos como la Rebelión de los Moriscos en las Alpujarras (1568-1571) y las alteraciones de Aragón (1591) a raíz del caso de Antonio Pérez.

En política exterior, logró importantes victorias como la de San Quintín (1557) contra Francia y la de Lepanto (1571) contra el Imperio Otomano. Anexó Portugal y sus dominios en 1580 (Unión Ibérica).

Sin embargo, fracasó en el intento de invadir Inglaterra con la Armada Invencible (1588) y enfrentó una larga y costosa rebelión en los Países Bajos (Guerra de los Ochenta Años). Su reinado, marcado por constantes guerras, dejó a la monarquía con graves problemas económicos y varias bancarrotas.

3.4 Los Austrias del Siglo XVII. Política Interior y Exterior

Los monarcas de la Casa de Austria en el siglo XVII (los ‘Austrias Menores’) tendieron a delegar las tareas de gobierno en figuras de confianza, conocidos como validos o ministros principales.

Felipe III (1598-1621) confió en el duque de Lerma. Durante su valimiento, se decretó la expulsión de los moriscos (1609), lo que tuvo graves consecuencias económicas, especialmente en reinos como Valencia y Aragón.

Su política exterior buscó el pacifismo, firmando la Paz de Londres con Inglaterra (1604) y la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas de los Países Bajos (1609).

Sin embargo, la monarquía se vio arrastrada a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648).

Felipe IV (1621-1665) confió plenamente en su valido, el conde-duque de Olivares.

Olivares impulsó una ambiciosa política de reformas centralizadoras, plasmada en el Gran Memorial y la Unión de Armas (un proyecto para crear un ejército común financiado por todos los reinos). Estas medidas generaron gran oposición y contribuyeron a la grave crisis de 1640.

En 1640, estallaron rebeliones en Cataluña (Guerra dels Segadors) y Portugal proclamó su independencia.

La Paz de Westfalia (1648) puso fin a la Guerra de los Treinta Años, significando el declive de la hegemonía española en Europa. Olivares había caído en desgracia en 1643.

Carlos II (1665-1700), un monarca con salud precaria y sin descendencia, vio cómo la monarquía seguía perdiendo territorios. Se reconoció la independencia de Portugal (1668) y se cedieron plazas a Francia en sucesivos tratados.

A su muerte sin descendencia, nombró heredero a Felipe de Anjou (futuro Felipe V), nieto de Luis XIV de Francia, lo que desató la Guerra de Sucesión Española (1701-1714).

3.5 Sociedad, Economía y Cultura de los Siglos XVI y XVII

En el siglo XVI, la población de los reinos hispánicos experimentó un notable crecimiento demográfico. Esto, junto con la llegada masiva de metales preciosos (especialmente plata) de América, impulsó la demanda y la actividad económica.

Sin embargo, la llegada de metales preciosos contribuyó a una fuerte inflación (la ‘revolución de los precios’). Los enormes gastos de las constantes guerras en Europa, financiados con los recursos americanos y una política fiscal ineficaz, llevaron a la monarquía a la bancarrota en varias ocasiones.

Para obtener ingresos, se recurrió a la venta de cargos públicos y títulos nobiliarios, lo que aumentó el número de personas exentas de impuestos y debilitó la administración.

En el siglo XVII, la situación empeoró. La expulsión de los moriscos (1609), las sucesivas epidemias de peste, las guerras constantes y las crisis de subsistencia provocaron un importante descenso demográfico y agravaron la crisis económica y fiscal, aumentando la presión impositiva sobre el pueblo llano.

En el ámbito religioso, la monarquía se erigió en defensora del catolicismo y la Contrarreforma. Se fortaleció la Inquisición y se publicó el Índice de libros prohibidos para controlar la difusión de ideas consideradas heréticas.

Órdenes religiosas como la Compañía de Jesús (Jesuitas) jugaron un papel clave en la educación y la evangelización. Las directrices del Concilio de Trento (1545-1563) marcaron la ortodoxia católica.

La sociedad siguió siendo rígidamente estamental, con una minoría privilegiada (nobleza y clero, aproximadamente un 5-10%) exenta de impuestos y con acceso a los cargos, y una inmensa mayoría de no privilegiados (el pueblo llano) que soportaba la carga fiscal.

A pesar de la crisis económica y social, el siglo XVII fue el Siglo de Oro de la cultura y el arte español. Florecieron la literatura (con figuras como Cervantes y su Quijote, Góngora, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca), la pintura (Velázquez, Murillo, Zurbarán) y otras artes.

3.6 La Guerra de Sucesión. La Paz de Utrecht y los Pactos de Familia

La Guerra de Sucesión Española (1701-1714) estalló tras la muerte sin descendencia de Carlos II, quien en su testamento nombró heredero a Felipe de Anjou (Felipe V).

Esto desencadenó un conflicto internacional y civil entre los partidarios del candidato Borbón (Felipe de Anjou) y los del candidato de la Casa de Austria (el Archiduque Carlos).

La posibilidad de que la dinastía Borbón reinara simultáneamente en Francia y España generó un gran temor en el resto de potencias europeas, que formaron la Gran Alianza de La Haya contra Felipe V.

La guerra finalizó con los Tratados de Utrecht y Rastatt (1713-1714). Felipe V fue reconocido como rey de España, pero a cambio tuvo que renunciar a sus derechos al trono francés.

Estos tratados supusieron importantes pérdidas territoriales para España en Europa (Países Bajos, territorios italianos) y la cesión a Gran Bretaña de Gibraltar y Menorca. Gran Bretaña también obtuvo importantes ventajas comerciales en América (el asiento de negros y el navío de permiso), rompiendo el monopolio español. Gran Bretaña emergió como la principal potencia marítima y comercial.

La nueva política exterior española, bajo los Borbones, se orientó a la alianza con Francia para recuperar los territorios perdidos en Italia. Esta alianza se materializó en los Pactos de Familia.

La elección del Archiduque Carlos como Emperador del Sacro Imperio (Carlos VI) en 1711 fue un factor clave que aceleró el fin de la guerra, ya que las potencias temieron ahora una unión Habsburgo. La influencia española en Europa continental se vio drásticamente reducida.

El Primer Pacto de Familia (1733) permitió a España recuperar Nápoles y Sicilia para el infante Carlos (futuro Carlos III). El Segundo Pacto de Familia (1743) supuso la recuperación del ducado de Parma para el infante Felipe. El Tercer Pacto de Familia (1761) llevó a España a intervenir en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), con la consiguiente pérdida de Florida (cedida a Gran Bretaña) y la recuperación de Menorca.

3.7 La Nueva Monarquía Borbónica. Los Decretos de Nueva Planta. Modelo de Estado y Alcance de las Reformas

Los primeros monarcas de la nueva dinastía borbónica en España fueron Felipe V (1700-1746), Fernando VI (1746-1759), Carlos III (1759-1788) y Carlos IV (1788-1808).

Felipe V, tras la Guerra de Sucesión, estableció un modelo de monarquía absoluta y centralizada, concentrando todos los poderes en el monarca.

Reemplazó el sistema polisinodial de los Austrias por un sistema de Secretarías de Despacho (antecedente de los ministerios). Promulgó los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), que suprimieron las leyes e instituciones propias de los reinos de la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca) y establecieron la organización castellana, logrando la unificación jurídica e institucional del reino (excepto Navarra y el País Vasco).

Durante su reinado, se reorganizó la administración territorial en España (provincias, intendentes) y se creó un ejército y una marina permanentes. En América, se crearon nuevos virreinatos.

En 1713, aprobó la Ley Sálica (formalmente, Auto Acordado de 1713), que priorizaba la sucesión masculina al trono, aunque no excluía totalmente a las mujeres como la Ley Sálica francesa.

Fernando VI (1746-1759) siguió una política de neutralidad exterior y se centró en reformas internas. Destacó el intento de establecer un impuesto único (la Única Contribución en Castilla) y la realización del Catastro de Ensenada (1749) para conocer la riqueza del reino.

Carlos III (1759-1788), el principal representante del Despotismo Ilustrado en España, impulsó un amplio programa de reformas. Tuvo que enfrentar la oposición de los sectores más conservadores, especialmente la nobleza y el clero, a sus políticas reformistas.

Tras el Motín de Esquilache (1766), que evidenció el descontento popular y la oposición a sus ministros extranjeros, Carlos III se apoyó en ministros españoles ilustrados (Aranda, Campomanes, Floridablanca). Entre sus reformas destacan la expulsión de los jesuitas (1767), la liberalización del comercio de cereales, la limitación del poder de la Mesta, la colonización de Sierra Morena y la creación de instituciones económicas como el Banco de San Carlos (1782).

3.8 Las Reformas Borbónicas en los Virreinatos Americanos

La dinastía borbónica implementó un amplio programa de Reformas Borbónicas en los territorios americanos con el objetivo de mejorar la administración, fortalecer la defensa, aumentar la recaudación fiscal y revitalizar el comercio, reforzando el control metropolitano.

Se crearon nuevos virreinatos (Nueva Granada, Río de la Plata) y se estableció el sistema de intendencias, que reemplazó a gobernadores y corregidores, buscando una gestión más eficiente y directa.

Se reorganizó el ejército y la marina para fortalecer la defensa frente a otras potencias europeas.

Las antiguas instituciones de control perdieron poder.

El Consejo de Indias vio disminuido su poder en favor de la Secretaría de Marina e Indias. La Casa de Contratación fue trasladada de Sevilla a Cádiz (1717) y finalmente suprimida (1790).

Aunque la producción de plata siguió siendo fundamental, se impulsó la producción y exportación de otros productos agrícolas y materias primas como tabaco, azúcar, cacao, algodón, etc.

En el ámbito comercial, se buscó combatir el contrabando y aumentar los ingresos fiscales.

Se promovieron Compañías Comerciales privilegiadas con monopolios regionales, como la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas.

El hito principal fue la progresiva liberalización del comercio. Se puso fin al monopolio de los puertos de Sevilla y Cádiz con la apertura de nuevos puertos al comercio con América (1765) y, finalmente, con el Reglamento de Libre Comercio (1778), que habilitó al comercio directo entre numerosos puertos españoles y americanos.

3.9 Sociedad, Economía y Cultura del Siglo XVIII

El siglo XVIII se caracterizó por una notable expansión demográfica en España, impulsada por un aumento de la natalidad y un descenso de la mortalidad (gracias a la mejora de las cosechas, la menor incidencia de pestes y guerras).

La población seguía siendo predominantemente rural, aunque las ciudades crecieron. Persistían elevadas tasas de mortalidad infantil y juvenil, y algunas zonas del interior seguían despobladas.

La agricultura, base de la economía, seguía lastrada por problemas estructurales como la gran cantidad de tierras amortizadas (manos muertas) y el desigual reparto de la propiedad. A pesar de ello, se impulsaron mejoras técnicas, nuevos cultivos (maíz, patata) y obras de infraestructura como el Canal de Castilla.

La industria, escasamente desarrollada, recibió impulso a través de políticas proteccionistas (manufacturas reales, fomento de la industria privada) y la prohibición de importar ciertos productos. La liberalización del comercio con América (ver 3.8) fue un factor clave para la reactivación económica.

La sociedad mantuvo su estructura estamental, con nobleza y clero como estamentos privilegiados. La burguesía, aunque creciente en las ciudades comerciales, aspiraba a menudo a ennoblecerse e integrarse en la élite tradicional.

El siglo XVIII es el siglo de la Ilustración. Esta corriente de pensamiento promovió la razón, la ciencia, la educación y el progreso. Se difundió a través de instituciones como las Reales Academias, las Sociedades Económicas de Amigos del País y las tertulias. Destacaron figuras como el Padre Feijoo, Campomanes y Jovellanos.

Carlos III, como representante del Despotismo Ilustrado, impulsó reformas destinadas a modernizar el país y fortalecer el poder del Estado, a menudo limitando el poder de la Iglesia (regalismo), como se evidenció en la expulsión de los jesuitas.

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *