La Prehistoria y la Edad Antigua en la Península Ibérica
El Paleolítico y el Neolítico
La Prehistoria ibérica, vinculada a la europea, se caracteriza por la presencia del Homo antecessor, hallado en Atapuerca (Burgos), y los períodos del Paleolítico (700.000-5.500 a.C.). En el Paleolítico Inferior, el Homo antecessor usaba herramientas de piedra y vivía de la caza y recolección, como nómada en las orillas de los ríos. El Paleolítico Medio vio la presencia del hombre de Neandertal, mientras que en el Paleolítico Superior apareció el Homo sapiens sapiens, con mayor capacidad técnica y nuevas formas de caza y pesca. El cambio más relevante ocurrió en el Neolítico, cuando se desarrolló la agricultura, la ganadería y la construcción de megalitos, lo que dio lugar a los primeros poblados y la domesticación de animales.
Pueblos Prerromanos y Colonizaciones Mediterráneas
Durante el primer milenio a.C., la Península Ibérica estuvo marcada por la llegada de pueblos indoeuropeos, fenicios, griegos y cartagineses. Tartessos, una cultura avanzada en el sureste peninsular, destacó por su comercio con los fenicios y el control de minas. Los fenicios fundaron Gadir (Cádiz) y las colonias griegas, como Emporion, facilitaron la difusión de nuevas tecnologías. La influencia de Cartago creció tras la derrota en Sicilia, y su presencia en la península aumentó con la Segunda Guerra Púnica, que llevó a la confrontación con Roma. A finales del siglo IV a.C., la Península se dividió entre los pueblos celtas en el interior y los iberos en la costa, creando una variada estructura social y económica.
La Hispania Romana: Conquista y Romanización
Tras la derrota de Aníbal en 202 a.C., los romanos comenzaron la conquista de la Península Ibérica. Aunque el sur y Levante fueron sometidos rápidamente, la resistencia más fuerte se encontró en las zonas celtibéricas y lusitanas, como lo demuestra la caída de Numancia en 133 a.C. Durante el gobierno de Augusto (29-19 a.C.), la romanización se consolidó. La Península se transformó con nuevas ciudades, como Valentia y Emerita Augusta, y el latín se impuso gradualmente. La crisis del Imperio Romano en el siglo III trajo una decadencia cultural, pero el legado romano perduró a través del derecho, la religión y las obras de ingeniería, dejando una profunda huella en la península.
La Monarquía Visigoda: Unificación y Legado
Con la caída del Imperio Romano en 476 d.C., los pueblos germánicos invadieron la Península Ibérica. Los visigodos, tras derrotar a los francos en 507 d.C., se asentaron en la Meseta y establecieron Toledo como capital. Su monarquía, de carácter electivo, enfrentó debilidades internas, pero alcanzó estabilidad bajo Leovigildo (569-586), quien unificó el reino. La conversión de Recaredo al catolicismo en 589 favoreció la integración de la Iglesia en la política visigoda. En 654, Recesvinto promulgó el Liber Iudiciorum, un código legal unificado. Sin embargo, la economía declinó, y la debilidad demográfica y la naturaleza inestable de la monarquía visigoda contribuyeron a la fragmentación política, facilitando la posterior invasión musulmana en 711.
La Edad Media en la Península Ibérica
Al-Ándalus: Evolución Política y Califato
La conquista musulmana de la Península Ibérica comenzó en 711, cuando el rey visigodo Rodrigo fue derrotado en la batalla de Guadalete por Tariq. La caída del reino visigodo permitió a los musulmanes ocupar gran parte de la península con poca resistencia. Los territorios conquistados pasaron a formar parte del Emirato dependiente de Damasco, pero con la victoria de los Abasíes en 750, el Emirato se independizó bajo Abderramán I. A lo largo de los siglos, Al-Ándalus vivió periodos de prosperidad, como bajo el Califato de Abderramán III, pero también de crisis, especialmente cuando la región se fragmentó en reinos de taifas tras la caída del Califato en 1031. Los almorávides y almohades intervinieron en varias ocasiones para frenar el avance cristiano, pero tras la derrota de los almohades en 1212, el último reino musulmán, el Reino Nazarí de Granada, resistió hasta 1492.
Al-Ándalus: Economía, Sociedad, Cultura y Legado Judío
La economía de Al-Ándalus fue próspera, destacando la agricultura, impulsada por el regadío, y el comercio con otros países islámicos y Europa. La sociedad andalusí estaba compuesta por musulmanes, mozárabes (cristianos en territorio musulmán) y judíos. Los musulmanes eran el grupo dominante, mientras que los mozárabes y los judíos eran tratados como dimníes, con menos derechos. La cultura andalusí floreció en áreas como la filosofía, la literatura, las ciencias y las artes, con grandes pensadores como Averroes. Los judíos, en particular, gozaron de cierta prosperidad, ocupando cargos públicos y destacando en áreas como la medicina y el comercio. Su contribución cultural fue significativa, siendo los mediadores entre las culturas islámica y cristiana. Los judíos desempeñaron un papel crucial en la economía, especialmente durante los siglos XII y XIII, cuando las aljamas experimentaron un auge.
Reinos Cristianos: Reconquista y Organización Política
Los reinos cristianos iniciaron la Reconquista con la batalla de Covadonga en 722, con el establecimiento del Reino de Asturias. Bajo Alfonso III, el reino se expandió hasta el Duero, pero el avance cristiano se frenó durante el apogeo de Al-Ándalus. En el siglo X, los asturianos se consolidaron en el Reino de León, mientras que en la Marca Hispánica, los condados catalanes comenzaron a formarse bajo la influencia de Carlomagno. A partir del siglo XI, la Reconquista se intensificó con Alfonso VI de León y Castilla, quien capturó Toledo en 1085, y Alfonso I el Batallador, quien conquistó Zaragoza en 1118. A lo largo del siglo XII, los reinos cristianos avanzaron, aunque los almorávides y almohades intervinieron para frenar el progreso. Con la victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, la Reconquista se aceleró, culminando con la toma de Granada en 1492.
Modelos de Repoblación y Sociedad Estamental Medieval
La repoblación en la Península Ibérica durante la Edad Media se llevó a cabo por motivos estratégicos, económicos y políticos. Inicialmente, la repoblación fue espontánea, como en Galicia y el alto Ebro, pero con el tiempo se organizó de manera más estructurada, especialmente en el siglo XI. En estas zonas, los reyes otorgaron fueros a los concejos, concediendo privilegios a los repobladores para fomentar el asentamiento. En el siglo XIII, con la expansión hacia el sur, el reparto de tierras entre la nobleza, la Iglesia y las órdenes militares se consolidó en un sistema de repartimiento. La sociedad medieval estaba jerárquicamente organizada en tres estamentos: la nobleza, el clero y el pueblo llano. Mientras que los privilegiados gozaban de exenciones fiscales y de derechos especiales, los campesinos, que constituían la base de la economía, a menudo estaban sujetos a la dependencia feudal, siendo muchos de ellos siervos.
La Baja Edad Media: Coronas de Castilla, Aragón y Reino de Navarra
En la Baja Edad Media, las tres grandes coronas peninsulares, Castilla, Aragón y Navarra, desarrollaron estructuras políticas basadas en la monarquía, las Cortes y los municipios, aunque con diferencias notables. En Castilla, la monarquía consolidó su poder, a pesar de las tensiones con la nobleza y las ciudades, a través de un sistema legal basado en el Código de las Partidas y el Ordenamiento de Alcalá. En Aragón, el pactismo era esencial, y el monarca debía respetar los derechos y costumbres del reino, lo que limitaba su poder. Las Cortes aragonesas tenían un poder legislativo importante. Navarra, por su parte, se mantuvo independiente durante gran parte de la Edad Media, con un monarca que debía respetar los fueros y consultar las decisiones con el Consejo Real y las Cortes. Esta estructura política reflejaba las peculiaridades de cada reino, con una notable influencia de las instituciones estamentales.
La Edad Moderna en España
Los Reyes Católicos: Unión Dinástica, Gobierno y Guerra de Granada
La unión dinástica de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en 1469 generó tensiones con Portugal y Francia, que temían la consolidación de un bloque hegemónico en la península. Tras la muerte de Enrique IV de Castilla, Isabel se proclamó reina, lo que provocó una guerra civil con Juana la Beltraneja, apoyada por Portugal. La guerra culminó en el Tratado de Alcaçovas (1479), que reconoció a Isabel y Fernando como reyes de Castilla, aunque tuvo que aceptar la expansión portuguesa en África. La monarquía de los Reyes Católicos fue autoritaria, pero no absoluta, ya que las coronas seguían siendo independientes. A lo largo de su reinado, se crearon instituciones para fortalecer el poder real, como la Santa Hermandad y la reforma del Consejo Real. También implementaron políticas para reducir la influencia de la nobleza y el clero, y buscaron la unidad religiosa mediante la Inquisición.
Exploración, Conquista y Colonización de América
A finales del siglo XV, el deseo de encontrar rutas más rápidas hacia Oriente impulsó los descubrimientos ultramarinos. Con la invención de nuevos instrumentos náuticos y condiciones favorables, Castilla y Portugal se repartieron las islas atlánticas. Cristóbal Colón, con el apoyo de los Reyes Católicos, zarpó en 1492 hacia el Nuevo Mundo, aunque erró al calcular las dimensiones del planeta. A pesar de ello, su descubrimiento de las islas del Caribe abrió la puerta a la colonización. Para garantizar el monopolio de Castilla, se firmó el Tratado de Tordesillas en 1494, que dividió las zonas de influencia en el Atlántico. La colonización se consolidó rápidamente, y en las siguientes décadas se llevaron a cabo conquistas en el Imperio Azteca e Inca. La organización colonial, que estableció la Encomienda y la Mita, dio lugar a abusos contra los pueblos indígenas, lo que más tarde fue denunciado por figuras como Bartolomé de las Casas.
Los Austrias del Siglo XVI: Política Interior y Exterior
El ascenso de Carlos I al trono en 1519 generó tensiones internas en Castilla, destacando el conflicto de los Comuneros, que luchaban contra lo que consideraban un abuso de poder por parte de la monarquía. Tras la derrota de los rebeldes en 1521, Carlos consolidó su poder, pero la revuelta dejó una desconexión entre la Corona y el pueblo. En el ámbito exterior, el reinado de Carlos I estuvo marcado por múltiples frentes bélicos, incluidos los enfrentamientos con Francia, la expansión del luteranismo y la amenaza del Imperio Otomano. Tras la división de su imperio en 1556, su hijo Felipe II heredó una política agresiva en Europa. Durante su reinado, España alcanzó grandes victorias, como la batalla de Lepanto (1571), pero también sufrió derrotas significativas, como la fallida invasión de Inglaterra con la Armada Invencible en 1588, lo que afectó su poderío en el Atlántico y Europa.
Los Austrias del Siglo XVII: Política Interior y Exterior
Durante el reinado de Felipe III (1598-1621), se consolidó el sistema del valimiento, en el que el rey delegaba sus responsabilidades de gobierno en los validos, como el Duque de Lerma. La corrupción de estos personajes contribuyó al deterioro económico, impidiendo las reformas necesarias. La expulsión de los moriscos en 1609, en parte por presiones externas, afectó principalmente a la agricultura en el Levante. En política exterior, Felipe III adoptó una postura pacifista, firmando acuerdos con Inglaterra y las Provincias Unidas, pero la situación cambió con el ascenso de Felipe IV (1621-1665), quien, a través de su valido Olivares, inició una política belicista. La Guerra de los Treinta Años, iniciada en 1618, y las derrotas sufridas por España, como la batalla de Rocroi (1643), marcaron el fin de la hegemonía española en Europa. A pesar de ello, Felipe IV resistió las pérdidas de Cataluña y Portugal hasta la firma del Paz de los Pirineos en 1659.
Sociedad, Economía y Cultura en los Siglos XVI y XVII
En los siglos XVI y XVII, la economía española estuvo dominada por la agricultura y ganadería, con una sociedad mayoritariamente rural. La crisis económica comenzó en el reinado de Carlos V debido a un sistema fiscal ineficaz y la acumulación de deudas, que llevaron a la bancarrota bajo Felipe II. El sistema estamental privilegiaba a la nobleza, mientras que los campesinos y la baja clase social sufrían las cargas fiscales. Culturalmente, España vivió un Siglo de Oro, destacando en literatura con autores como Lope de Vega y Quevedo, aunque la mayoría de la población era analfabeta. En ciencia, España se quedó rezagada por la Inquisición, aunque en derecho y economía destacó la Escuela de Salamanca. La crisis demográfica y económica afectó a la población, que descendió de 9,6 millones en 1600 a 8 millones en 1650. A pesar de las dificultades, el Barroco floreció en arte y literatura, reflejando la propaganda religiosa y monárquica.
La Guerra de Sucesión Española y la Paz de Utrecht
En 1700, el testamento de Carlos II designaba a Felipe de Anjou como su sucesor, lo que generó temores en Europa debido a la posibilidad de que España y Francia estuvieran bajo la misma dinastía. Esto provocó la formación de la Gran Alianza (Inglaterra, Holanda, los Habsburgo y Portugal) para impedir la ascensión de Felipe V. La Guerra de Sucesión (1701-1713) se libró entre los Borbones y la Gran Alianza, con victorias borbónicas en Almansa (1707) y la toma de Barcelona (1714). En 1713, la Paz de Utrecht reconoció a Felipe V como rey de España, pero los dominios europeos de los Habsburgo fueron cedidos a Austria. Esta paz favoreció los intereses británicos y, a pesar de la pérdida de Gibraltar y Menorca, la Monarquía Hispánica experimentó un alivio por deshacerse de territorios difíciles de mantener. La política exterior española se alineó con Francia en el siglo XVIII, lo que definió la relación entre ambos países.
La Nueva Monarquía Borbónica y los Decretos de Nueva Planta
Tras la Guerra de Sucesión, los Borbones comenzaron a centralizar el poder y reformaron el sistema de gobierno siguiendo el modelo de Luis XIV. Felipe V introdujo los Decretos de Nueva Planta (1707-1716) que abolieron los fueros de Aragón, Valencia, Cataluña y Mallorca, unificando la legislación bajo el modelo castellano. Navarra y el País Vasco mantuvieron sus fueros por su lealtad durante la guerra. El sistema de gobierno se transformó con la sustitución del modelo polisinodial de los Habsburgo por el sistema de Despacho, donde secretarios de Estado asumieron roles ministeriales. Las provincias reemplazaron a los virreinatos y se instauraron intendentes para gestionar la Hacienda. Estas reformas, junto a la implementación de la Ley Sálica, consolidaron el modelo centralista borbónico, pero también generaron tensiones y dificultades debido a la dependencia de la política francesa y la decadencia internacional de España.
Reformas Borbónicas en los Virreinatos Americanos
Los Borbones, al reconocer la rentabilidad de las pequeñas colonias, decidieron implementar reformas para mejorar la administración y economía en América. Se sustituyó la Casa de Contratación y el Consejo de Indias por la Secretaría de Indias, que asumió el control de todos los asuntos coloniales. Se reorganizó la administración provincial creando nuevos virreinatos, como el de Nueva Granada (1739) y Río de la Plata (1776), para evitar la concentración de poder en los virreyes. En la economía, las reformas se centraron en incrementar los ingresos coloniales y mejorar la producción minera mediante avances técnicos. Además, la liberalización del comercio permitió un incremento en las exportaciones, especialmente en Cataluña. Sin embargo, la creación de las Intendencias y la exclusión de los criollos en los cargos públicos provocaron tensiones y revueltas, mostrando la resistencia de la población local a las políticas de la Corona.
Sociedad, Economía y Cultura en el Siglo XVIII
El siglo XVIII en España experimentó transformaciones sociales y económicas, impulsadas por las reformas borbónicas y la mejora del comercio colonial. A pesar del crecimiento demográfico debido a la alta natalidad, el país enfrentó problemas agrarios debido a la incapacidad de la agricultura para abastecer la creciente demanda de alimentos, agravada por la escasez de tierras cultivables. En el comercio, las reformas favorecieron el aumento de las exportaciones, especialmente en Cataluña. El Estado también promovió la creación de manufacturas reales, aunque su rentabilidad fue limitada. En el ámbito cultural, los ilustrados intentaron modernizar España, pero su enfoque excluyó al pueblo, lo que generó una desconexión entre la élite y las clases populares. Los reyes, especialmente Carlos III, impulsaron un teatro pedagógico que reflejaba los valores ilustrados, pero el fenómeno de los «majos» y su oposición a la moda francesa mostró las tensiones sociales y culturales de la época.
La Edad Contemporánea en España (Siglo XIX)
El Reinado de Carlos IV y la Guerra de la Independencia
El reinado de Carlos IV estuvo marcado por una serie de crisis políticas, sociales y económicas que culminaron en la Guerra de la Independencia. A finales del siglo XVIII, España estaba sumida en una profunda crisis que se agravó con los Tratados de San Ildefonso (1796 y 1800), que comprometieron a España en los planes expansionistas de Napoleón Bonaparte, principalmente en la invasión de Gran Bretaña. La derrota de la flota franco-española en Trafalgar (1805) significó un punto crítico para la monarquía española, ya que dejó a España vulnerable frente a las ambiciones de Napoleón. Esta situación se consolidó con el Tratado de Fontainebleau (1807), que permitió la ocupación de Portugal por tropas franco-españolas, bajo la justificación del bloqueo a Gran Bretaña.
El descontento con el gobierno de Manuel Godoy, el primer ministro de Carlos IV, fue un factor clave en la crisis que desembocó en la abdicación del rey en favor de su hijo, Fernando VII. El 2 de mayo de 1808, la población de Madrid se levantó contra la invasión francesa, lo que marcó el inicio de la Guerra de la Independencia. Ante esta situación, Napoleón intentó consolidar su poder en España, obligando a Fernando VII a devolver la Corona a su padre, Carlos IV, para cederla a su hermano, José Bonaparte. Este acto de imposición desencadenó una serie de sublevaciones antifrancesas por toda España, dando lugar a la resistencia popular y a la Guerra de la Independencia.
Los bandos enfrentados fueron, por un lado, las tropas francesas y, por otro, los ejércitos españoles, apoyados por los británicos y otros aliados. La guerra se desarrolló en varias fases, comenzando con la ofensiva francesa en mayo de 1808. Tras algunas victorias iniciales, como la batalla de Medina de Rioseco, las tropas francesas encontraron una feroz resistencia en lugares como Zaragoza y Gerona. Sin embargo, el general Castaños logró una gran victoria en Bailén (julio de 1808), lo que obligó a los franceses a retirarse. La situación de la guerra se volvió más compleja cuando Napoleón decidió asumir personalmente el mando y desplazó un ejército formidable para sofocar la resistencia española.
La intervención británica, bajo el mando de Wellington, fue clave para frenar el avance de las tropas francesas, especialmente en Portugal. En 1812, con la derrota de Napoleón en Rusia, los aliados comenzaron a tomar la iniciativa, consiguiendo importantes victorias, como en Vitoria (1813), lo que llevó al regreso de Fernando VII a España en 1814, tras la retirada de los franceses. La Guerra de la Independencia tuvo consecuencias profundas para la política y la estructura social de España, y fue la antesala de un periodo de divisiones internas que desembocaron en la configuración del sistema liberal en el siglo XIX.
Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
En plena Guerra de la Independencia, el caos político y la ocupación francesa dieron lugar a la creación de un nuevo gobierno en España: las Cortes de Cádiz. En 1810, debido a los continuos fracasos militares, la Junta Central se disolvió y fue reemplazada por una Regencia de cinco miembros, que asumió el poder ejecutivo. Aunque la Regencia no tenía una gran inclinación a convocar las Cortes, se vio obligada a hacerlo debido a un mandato previo de la Junta Central. En septiembre de 1810, las Cortes comenzaron a reunirse en San Fernando (cerca de Cádiz), declarándose en Asamblea Constituyente y asumiendo la soberanía nacional debido a la ausencia del rey, Fernando VII.
El ambiente en las Cortes era de gran división ideológica. Por un lado, estaban los liberales, partidarios de una reforma profunda del país que destronara al Antiguo Régimen, y por otro, los absolutistas, que querían mantener el sistema tradicional. A pesar de los conflictos internos, las Cortes comenzaron un trabajo legislativo con la finalidad de dotar a España de una nueva Constitución. En sus debates, se reconoció la soberanía nacional y la división de poderes, estableciendo un sistema parlamentario en el que el Rey no tendría un poder absoluto. La Constitución de 1812, aprobada el 19 de marzo de ese año, establecía una monarquía parlamentaria, garantizando una serie de derechos y libertades, aunque en términos prácticos la igualdad y la libertad seguían siendo limitadas, especialmente para las clases bajas.
El impacto de la Constitución fue profundo, pero también enfrentó grandes resistencias. La nobleza y el clero se oponían a la pérdida de sus privilegios, y muchos sectores de la sociedad, especialmente en las colonias, no estaban dispuestos a aceptar un sistema que redujera la autoridad del Rey. El texto también fue rechazado en el contexto europeo, donde se estaba restaurando el absolutismo tras la caída de Napoleón. A pesar de las dificultades, la Constitución de Cádiz se convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad y el liberalismo en España. Sin embargo, su implementación fue breve, ya que con el regreso de Fernando VII en 1814, se restauró el absolutismo, y la obra de las Cortes de Cádiz fue anulada. A pesar de ello, la Constitución dejó un legado duradero en la historia política de España, marcando el inicio de una era de reformas liberales en el país.
El Reinado de Fernando VII y la Cuestión Sucesoria
Fernando VII, tras su restauración en 1814, logró consolidarse como rey con el apoyo de los militares, los persas y la élite conservadora, que temían el avance de los ideales liberales. En un contexto de rechazo a las Cortes de Cádiz y su Constitución, el monarca dio un autogolpe el 4 de mayo de 1814. Esto significó la suspensión de la Constitución de 1812, la disolución de las Cortes y la anulación de sus reformas, sumiendo a España nuevamente en el Antiguo Régimen, bajo el absolutismo. La nación, ya desgastada por las guerras, quedó relegada a un papel secundario en la política europea, sin capacidad para participar activamente en la reconfiguración del continente tras las Guerras Napoleónicas.
El reinado de Fernando VII estuvo marcado por la inestabilidad interna y los constantes fracasos en la gestión de la política nacional. Durante el periodo entre 1814 y 1820, se sucedieron varios pronunciamientos militares y conspiraciones liberales que intentaban desafiar el régimen absolutista. Algunos movimientos de resistencia fueron liderados por figuras como Francisco Espoz y Mina, quien fracasó en su intento de restaurar el liberalismo en Pamplona en 1814. Además, Fernando VII mostró una incapacidad manifiesta para dirigir eficazmente el país, ya que cambiaba de ministros constantemente sin ninguna estrategia clara. La administración era débil, y la deuda nacional alcanzó niveles insostenibles, mientras que los intentos de reforma fiscal, como los de Martín de Garay en 1817, fracasaron por la oposición conservadora.
Sin embargo, la resistencia de los liberales continuó, y el pronunciamiento de Rafael de Riego en 1820 consiguió dar lugar al Trienio Liberal, un periodo de gobierno liberal en el que se restableció la Constitución de 1812 y se crearon instituciones como la Milicia Nacional. No obstante, las tensiones internas entre liberales moderados y exaltados, la oposición monárquica y la falta de apoyo popular llevaron al fracaso de esta experiencia liberal. Finalmente, la intervención francesa en 1823, bajo el acuerdo del Congreso de Verona, restauró el absolutismo con la invasión del Duque de Angulema, lo que marcó el fin del Trienio Liberal.
La cuestión sucesoria de Fernando VII, que se inició en 1830 con la Pragmática Sanción que anulaba la Ley Sálica, desencadenó la guerra civil entre los partidarios de su hija Isabel II y su hermano Carlos María Isidro. Este conflicto, conocido como la Primera Guerra Carlista, sería el preludio de un largo periodo de inestabilidad política en España, que enfrentó a liberales y conservadores.
Independencia de las Colonias Americanas y Legado Español
El proceso de independencia de las colonias españolas en América estuvo fuertemente influenciado por las reformas borbónicas del siglo XVIII, que alteraron la estructura económica y política de las colonias. A pesar de que las revueltas no eran predecibles en la década de 1790, las tensiones crecieron debido a la crisis del Imperio Español, agravada por las Guerras Napoleónicas. Este proceso fue simultáneo, pues las rebeliones se extendieron rápidamente por todo el continente, y violento, dado que los conflictos a menudo se desataron entre los propios criollos, quienes se dividieron en partidarios de la independencia y leales a la Corona Española.
En el Río de la Plata, la revolución de 1810 fue el punto de partida. La Junta de Buenos Aires se enfrentó a la autoridad del virrey y constituyó un gobierno autónomo, proclamando la independencia formal en 1816, aunque la guerra continuó por años. En Paraguay, la resistencia a los invasores argentinos llevó a una ruptura con España y la proclamación de la independencia en 1811 bajo el dictador Rodríguez de Francia. Uruguay, por su parte, se independizó en 1830 con el apoyo de Gran Bretaña, que intervino para evitar su anexión por Brasil o Argentina.
Chile vivió un proceso similar con la victoria inicial de los independentistas en 1814, pero la intervención del virrey José Abascal y las derrotas sufridas hicieron necesario un esfuerzo renovado, liderado por el general San Martín, quien cruzó los Andes y aseguró la independencia de Chile en 1818. Perú, uno de los bastiones más sólidos del dominio español, experimentó un lento avance hacia la independencia. El general San Martín proclamó la independencia en 1821, pero la lucha continuó hasta la victoria decisiva de Simón Bolívar y Antonio Sucre en las batallas de Junín y Ayacucho en 1824.
En el Virreinato de Nueva Granada, Bolívar lideró la lucha en Venezuela, Colombia y Ecuador, con victorias decisivas como las batallas de Boyacá (1819) y Carabobo (1821), lo que permitió la creación de la Gran Colombia. Finalmente, la independencia de Bolivia y la consolidación de la República de Colombia fueron otros hitos importantes de la lucha. En México, a pesar de los fracasos iniciales de Hidalgo y Morelos, el Plan de Iguala de Iturbide en 1821 selló la independencia, aunque México se enfrentó a dificultades internas tras la caída de Iturbide.
El legado español en América fue profundo y duradero. A través de su sistema de encomiendas y misiones, España dejó una marca cultural importante, que se reflejó en el mestizaje, la expansión de la lengua y la religión católica, y la creación de universidades. Sin embargo, las consecuencias del colonialismo también fueron duras, como el trabajo forzoso de los indígenas en las minas y la drástica reducción de su población debido a enfermedades traídas del Viejo Mundo.
El Reinado de Isabel II (1833-1868): Regencias y Guerras Carlistas
El reinado de Isabel II comenzó en 1833, tras la muerte de su padre, Fernando VII, quien dejó el trono a su hija, a pesar de la oposición de su hermano Carlos María Isidro, que no aceptó la sucesión. Así, el país se sumió en una guerra civil: las Guerras Carlistas. La figura de la reina fue defendida por su madre, María Cristina, quien asumió la Regencia. Sin embargo, el enfrentamiento fue largo y devastador, entre 1833 y 1840, y dejó una profunda huella en el país, con aproximadamente 150.000 a 200.000 muertes.
Durante la primera fase (1833-1836), la guerra comenzó con la ventaja del bando carlista, liderado por Zumalacárregui, quien aprovechó la escasa preparación de las tropas liberales. Aunque las tropas liberales eran numéricamente superiores, la falta de estrategia y organización permitió que los carlistas se consolidaran en el País Vasco y Navarra. La guerra se expandió en 1835 hacia el Maestrazgo y Cataluña, y se convirtió en una lucha de gran intensidad, pero el bando carlista no logró capturar ninguna capital importante.
La segunda fase (1837-1839) comenzó con la llegada de Espartero al mando del Ejército del Norte. Su victoria en la liberación de Bilbao significó un cambio en la dinámica de la guerra, ya que los carlistas intentaron nuevas expediciones sin éxito. En 1839, la guerra comenzó a inclinarse hacia los liberales, con la firma del Convenio de Vergara, que significó la rendición de los carlistas en el norte y su posterior retirada. No obstante, los focos de resistencia en el Maestrazgo y Cataluña no se extinguieron hasta 1840.
En paralelo, se produjeron importantes cambios en la política española. La situación interna fue marcada por el Estatuto Real de 1834, que estableció un sistema político de corte conservador, pero sin la soberanía popular. Las Cortes se convocaron con una estructura del Antiguo Régimen, limitando la participación política. Sin embargo, las presiones liberales llevaron a la redacción de la Constitución de 1837, un avance hacia el parlamentarismo, aunque la inestabilidad continuó con las luchas de poder entre facciones políticas y militares.
Isabel II: Reinado Efectivo, Partidos Políticos y Constituciones
El reinado efectivo de Isabel II comenzó en 1843, tras alcanzar la mayoría de edad, y estuvo marcado por la consolidación de los moderados en el poder. Tras la destitución del líder progresista Olózaga, los moderados instauraron un régimen conservador, que modificó la Constitución de 1837 con la nueva Constitución de 1845. Este texto supuso una regresión al consolidar el poder de la Corona y sustituir la soberanía nacional por una soberanía compartida entre las Cortes y el monarca. En términos prácticos, los moderados fortalecieron el papel de la Corona y limitaron el derecho al sufragio, reduciendo considerablemente el número de electores.
Durante este período, el general Narváez jugó un papel clave, gobernando con mano dura y reprimiendo la oposición progresista, como ocurrió en 1848, cuando se sofocaron los disturbios revolucionarios. Además, Narváez instauró la Guardia Civil en 1844, con el objetivo de controlar el orden público y afianzar el poder del Estado. La política exterior también adquirió relevancia, destacando el Concordato de 1851 con la Santa Sede, que devolvía al catolicismo un papel preeminente en la vida española.
Sin embargo, la estabilidad moderada fue efímera. En 1854, un pronunciamiento militar encabezado por O’Donnell y Serrano, apoyado por un movimiento popular progresista, dio lugar al Bienio Progresista. A pesar de los esfuerzos de la Reina por estabilizar la situación, la reforma constitucional propuesta fue insuficiente, lo que llevó a la caída del gobierno progresista y al regreso al poder de O’Donnell con la creación de la Unión Liberal, un partido de carácter ambiguo que intentó integrar tanto a moderados como progresistas.
Durante el gobierno de la Unión Liberal (1858-1863), el país experimentó un relativo dinamismo económico, impulsando reformas en el sector minero y la construcción de infraestructuras. No obstante, la inestabilidad política se agudizó con los problemas internos del partido y la oposición de la Corona, lo que llevó finalmente a la dimisión de O’Donnell en 1863. A partir de este momento, la monarquía de Isabel II entró en una espiral de crisis, marcada por la represión y el autoritarismo. Los incidentes de 1865 y 1866, como la represión de manifestaciones estudiantiles y la ejecución de sargentos involucrados en un levantamiento, marcaron el fin de la confianza popular en la monarquía y prepararon el terreno para la Revolución de 1868, que terminó con el reinado de Isabel II.
El Sexenio Revolucionario: Constitución de 1869 y Primera República
El Sexenio Revolucionario (1868-1874) fue un periodo de grandes cambios y convulsiones en España, que comenzó con la Revolución de 1868, un levantamiento militar que destronó a Isabel II. Esta revolución fue impulsada por un sector del ejército, encabezado por el general Prim, quien se unió al levantamiento de la escuadra comandada por Topete en Cádiz. La victoria del ejército sublevado en la batalla de Alcolea forzó la salida al exilio de Isabel II y abrió la puerta a un nuevo régimen.
En octubre de 1868, se formó un Gobierno Provisional compuesto por unionistas y progresistas, con el general Serrano como presidente. Prim ocupó el Ministerio de Guerra. Durante este periodo, se redactó una nueva Constitución en 1869, que establecía el sufragio universal masculino (a partir de los 25 años) y proclamaba principios democráticos más avanzados que las constituciones anteriores. El nuevo gobierno apostó también por el librecambismo y una serie de reformas económicas, aunque su legitimidad se vio comprometida por la guerra colonial en Cuba, que se había iniciado en 1868 y que llevó a la muerte de miles de españoles y una fuerte crisis económica. Además, la guerra intensificó las tensiones internacionales con Estados Unidos y dificultó la reforma del sistema militar.
La adopción de la Monarquía como forma de estado fue un factor que contribuyó a la división entre los revolucionarios. Los demócratas, que abogaban por un sistema republicano federal, se excluyeron del proceso, mientras que la elección de Amadeo de Saboya como rey en 1870, un proceso poco respaldado y casi impuesto por Prim, debilitó aún más el régimen. La muerte de Prim en diciembre de 1870 dejó a la monarquía sin un liderazgo claro, mientras que el carlismo y el republicanismo ganaban fuerza. En febrero de 1873, Amadeo abdicó, y las Cortes proclamaron la Primera República, sumiendo al país en una crisis de legitimidad.
La Primera República, que duró solo un año, se vio marcada por la falta de unidad interna y la oposición tanto del carlismo como de las fuerzas republicanas moderadas. La división entre republicanos unitarios y federales dio lugar al estallido del cantonalismo en 1873, un levantamiento de carácter localista que fracasó debido a la falta de organización y apoyo. La República se desmoronó rápidamente, y, tras la dimisión de Pi y Margall, Castelar asumió el liderazgo, buscando un modelo más conservador y unitario.
El golpe de Estado del general Pavía en 1874 liquidó definitivamente la República Federal. A pesar de los esfuerzos por estabilizar el país, el ejército, que había ganado influencia, favoreció la Restauración de la Monarquía, con Alfonso XII como nuevo rey. Así terminó el Sexenio Revolucionario, con el retorno al sistema monárquico bajo la Restauración Borbónica.