La Querella de Antiguos y Modernos: Un Debate Clave en la Historia Cultural


La Querella de Antiguos y Modernos: Origen y Desarrollo

Este debate intelectual se desarrolló a lo largo de los siglos XVII y XVIII, principalmente en Francia, donde tuvo su punto álgido, e Inglaterra, en las áreas de la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía, las artes y las lenguas. Reconoce, sin embargo, sus raíces y antecedentes, por una parte, en la Italia del Renacimiento con Petrarca, promotor del retorno a las fuentes antiguas. Las primeras manifestaciones del partido moderno también se habrían registrado en el siglo XVI, en las obras de Pierre Ramée, quien impulsa una reforma antiaristotélica de la retórica, y Jean Bodin, con su afirmación de la superioridad de los tiempos modernos. Los Ensayos de Montaigne, por su parte, contribuyen con su defensa de los clásicos y de la Antigüedad grecolatina a fijar el estado de la cuestión.

Fases Clave y Protagonistas

No obstante, los primeros enfrentamientos de la Querelle propiamente dicha se habrían iniciado a principios del siglo XVII con los ataques del italiano Alessandro Tassoni a Homero y sus seguidores en su Paragone degl’ ingegni antichi e moderni (1620).

En Francia

En Francia tienen lugar las acciones principales, entre las que se destacan:

  • La lectura de Charles Perrault del poema “El siglo de Luis el Grande” donde critica el mal gusto de las epopeyas homéricas ante la Academia francesa a comienzos de 1687.
  • La aparición de su serie de diálogos Paralelo entre los antiguos y los modernos (1688-1697).
  • La publicación de la Historia poética de la guerra recientemente declarada entre los antiguos y los modernos (1688), de François de Callières.
  • La publicación de las Reflexiones críticas sobre Longino (1694), de Nicolas Boileau-Despréaux, en defensa de los antiguos.
  • La polémica en torno a las traducciones de Homero entre Dacier y La Motte (entre 1699 y 1715).

En Inglaterra

Con respecto a la fase inglesa de la querella, podemos mencionar, entre otros textos:

  • El Ensayo sobre la erudición antigua y moderna (1690) de Sir William Temple (partido de los antiguos).
  • La batalla de los libros (escrita en 1697-98 y publicada en 1704), de Jonathan Swift (partido de los antiguos).
  • Las Reflexiones sobre la erudición antigua y moderna (1694) de William Wotton (lado de los modernos).
  • La Disertación sobre Esopo y Fálaris (1697) de Richard Bentley (lado de los modernos).

El Núcleo del Debate

Si bien los puntos de discusión nunca estuvieron claramente definidos y la disputa se oscureció aún más con las enemistades personales, puede afirmarse que el centro y objeto del debate lo constituyó la adscripción de la Europa contemporánea al genio de la Antigüedad (los antiguos) frente a su emancipación de dicho genio (los modernos).

Esta disputa se plasma en una serie de escritos e intervenciones, algunos de los cuales ya fueron mencionados supra, a través de los que ambos partidos exponen sus argumentos y fundamentan sus posiciones.

Argumentos de los Modernos

La postura de los modernos se fundamenta en cuatro argumentos principales:

  1. El hecho de que los modernos sean cristianos, frente al paganismo de los antiguos, ennoblece su inspiración y los temas de su poesía.
  2. El progreso constante del conocimiento asegura que los modernos sean más sabios que los antiguos y que sus obras sean mejores.
  3. Debido a que la naturaleza es inmutable, según la expresión de Charles Perrault, las obras de los hombres contemporáneos son tan buenas y válidas como las de los clásicos.
  4. El gusto de los antiguos es cuestionable, ya que sus obras, o bien están plagadas de necedades e inconsistencias (como, por ejemplo, incorporar en sus piezas dramáticas a los dioses en medio de conflictos humanos), o bien son vulgares (al incluir menciones de objetos “bajos”, del ámbito doméstico y del trabajo manual, y emplear palabras indecorosas).

El Emblema de las Abejas y las Arañas (Jonathan Swift)

Más allá de las distintas instancias y batallas y de los argumentos y posturas encontradas, el solo hecho, como afirma Salvatore Settis, de que se discutiera si eran superiores los antiguos o los modernos implicaba que la auctoritas de los primeros ya no era tan sólida ni estable. Más allá de los límites temporales señalados, podría hablarse de un capítulo “romántico” y decimonónico de la Querelle; en este sentido podemos interpretar la afirmación de Fumaroli, quien considera a Chateaubriand por su exaltación del yo y la búsqueda, en las propias profundidades, de la razón del ser y la identidad en su Ensayo sobre las revoluciones (1797) como el primer discípulo romántico francés de la araña moderna, en referencia a la fábula de Swift incluida en La Batalla de los libros, ya mencionada, donde el arácnido representa al partido de los modernos, quienes extraen de sus propias vísceras sus materiales e inspiración, en contraposición con la abeja, representante de los antiguos, que liban de las flores —fuente externa— para la creación de sus obras.

El emblema más completo e inagotable de la Querella había sido inventado por Jonathan Swift, que la puso en boca de Esopo, en la prosopopeya con que concluye su Batalla de los libros de 1697. Podría titularse “Las abejas y las arañas”. Las abejas, dice Esopo, extraen su miel y su cera del jugo de sus numerosas flores, y con esa materia natural obtienen sustancias tan esenciales para el gozo y la sabiduría humanas como la dulzura y la luz. Las arañas, en cambio, quieren sacarlo todo de sí mismas; su orgullo llega hasta obtener de sus propios excrementos el hilo abstracto con que fabrican sus telas geométricas. Son trampas mortales, cuya presa cae víctima y cautiva.

Puede interpretarse este emblema como una apología de la ciencia baconiana, que asocia teoría y experiencia, por sobre la ciencia cartesiana, su dogmático racionalismo y su fe matemática. Pero también hay que ver en él un acto de fidelidad a la “sabiduría de los Antiguos”, que se deja guiar por la experiencia y tiene en cuenta a los historiadores y los poetas que han sentado jurisprudencia para elegir lo que conviene, en vez de conducirse de acuerdo a principios y axiomas.

Orígenes Históricos y Evolución del Concepto de Modernidad

Se puede afirmar que para el siglo XVIII queda emplazado el marco del debate inicial de lo moderno que se ubica en la dupla antiqui y moderni. La primera referencia literaria de la noción de modernidad como visión positiva de lo nuevo se remonta al Renacimiento, a la obra de Alessandro Tassoni. El poeta burlesco emplea el término de “modernità” para distinguirse de la tradición: de las prácticas e instancias literarias de la Antigüedad. Tassoni vislumbra en la modernidad renacentista el principio de emancipación de la autoridad del pasado grecolatino. En adelante, los humanistas modernos de los siglos XVII y XVIII se conciben en reacción a una tradición percibida como conservadora. Aquello que cuestiona Tassoni es el principio de imitación. Sin duda alguna, este último rasgo acomoda las polémicas estéticas a lo largo de tres siglos.

Al cuestionar el sentido de la imitación, los modernos anteponen a la belleza atemporal y absoluta de los antiguos los criterios de una belleza relativa y sujeta al tiempo. En Francia, el escenario de la controversia literaria entre los llamados Anciens y Modernes se desarrolla en el Palais Royal, capital de la Res publica literarum entre los siglos XVII y XVIII. El detonante de la polémica literaria es el poema burlesco El rapto de un balde de Alessandro Tassoni, publicado en París en 1621. Siguiendo la premisa central de la Querelle, tal y como se desarrolla en la République des Lettres a mediados del siglo XVII, toda obra literaria futura es superior a las que le preceden.

La idea de lo moderno antepuesto a lo antiguo encierra el quid de la polémica literaria entre los Anciens et Modernes: ¿acaso los hombres modernos pueden contender en los mismos términos con los antiguos? ¿Puede afirmarse tajantemente que los humanistas y sus obras del siglo XVII son superiores a Homero? En territorio francés, la Querelle des Anciens et des Modernes (1592-1789) supone dos frentes en la reyerta. El primero gira en torno a la autonomía del arte a través de la desarticulación sistemática del principio de autoridad de los antiguos, y el segundo organiza una doctrina del progreso constante del conocimiento humano, propuesto por Bernard de Fontenelle en 1687 en la Digression sur les Anciens et les Modernes. Entre pasado y presente, moderno y antiguo, surge una conciencia de época, que se proyecta en la historia en una perspectiva de transformación en la que el hombre se concibe a sí mismo en un esquema de progreso ascendente. Esta modernidad filosófica surge de un cuestionamiento de la visión de una Antigüedad devota de las trascendencias e indisociable de los absolutos: Dios, verdad y progreso ineluctable.

De este modo, si en la Querelle de los Antiguos y los Modernos se enfrentaron las nociones de una modernidad que confiaba en el progreso de las artes y, en consecuencia, en la existencia de un arte históricamente mandatado con la de una tradición que expresaba la superioridad de los antiguos, en lo sucesivo se repetirá, adoptando otras formas, un esquema narrativo semejante basado en una lectura concreta de la historicidad, especialmente en lo relativo a quienes, en enfrentamientos posteriores, asumirán la función de defensa de lo moderno.

Raíces Históricas de la Querella

La Querella hunde sus raíces en la aparición del término moderno, tal como afirma Jean Clair, allá por el siglo VI en Casiodoro. Del mismo modo, señala Hans Robert Jauss que, pese a que el término moderno, modernus, es de origen latino tardío, la problemática en torno a su contraste con la Antigüedad tiene su génesis en una tradición literaria anterior que se remonta a la cultura clásica. Tanto Jauss como Marc Fumaroli han desarrollado la genealogía de la oposición entre antiqui y moderni desde la Edad Media, pasando por el Renacimiento con Petrarca, hasta la gran Querella del siglo XVII, basada en una cierta convivencia de ambas nociones, hasta su enfrentamiento excluyente. El momento culminante de dicho fenómeno se encontrará en la lectura del poema El siglo de Luis el Grande de Charles Perrault en la Académie Française en su sesión del 27 de enero de 1687. Su propuesta trataba de romper con la antigüedad literaria grecolatina en pos de una modernidad cristiana. Tal planteamiento bien podría, como sostiene Fumaroli, aplicarse al territorio de lo artístico.

La Querelle de los Antiguos y los Modernos ayuda a consolidar, de algún modo, la percepción de la historia como progreso y superación, en concordancia con la importancia que en aquel tiempo iba adquiriendo la ciencia histórica. Los antecedentes directos de la Querella francesa se fueron gestando lentamente, desde aproximadamente mediados del siglo XVI, con la adopción de posturas contrapuestas que, postreramente, se convertirían en los bandos enemigos de los Modernos y los Antiguos.

La ofensiva lanzada por Perrault, desde el bando de los Modernos, fue contestada de inmediato por los Antiguos, que defendían la belleza y la verdad moral de las obras maestras antiguas. La respuesta estuvo encabezada por Boileau, que defendía una autonomía literaria fundada en la legitimidad de la Antigüedad como origen de verdades esenciales atemporales, no aceptando como fuente y criterios del juicio moral y estético la pura y simple contemporaneidad.

La Querella se extenderá a Inglaterra de la mano de Jonathan Swift. Este publica, en 1697, La Batalla de los libros que se convertirá en la obra de referencia entre los Antiguos y dotará a la Querella de su imagen paradigmática, extraída de la fábula de Montaigne (adoptada de Horacio y Erasmo), sobre las abejas, que servirá para desarrollar las conclusiones de dicha obra y, finalmente, se tendrá por el manifiesto más célebre a favor de las posiciones de los Antiguos. Las abejas, productoras de un exquisito manjar fruto de la destilación de lo mejor de la historia cultural, corresponderían al bando de los Antiguos mientras que los Modernos serían simbolizados por las arañas, entendidas como metáfora de lo autorreferencial.

El Desenlace y el Legado

El criterio de los Antiguos prevalecerá, finalmente, gracias al favor de Luis XIV hacia estos. La sublime cámara de Boileau y Racine se impuso, como puede colegirse del nombramiento de ambos poetas como historiadores reales, además de otras distinciones y atenciones que les dispensó el monarca. Así, la hegemonía de los Antiguos se prolongó a lo largo del siglo XVIII, hasta la entrada en escena de Diderot y de los filósofos de las luces, quienes volverán a resucitar los argumentos contra el culto a la Antigüedad. Esta situación se extenderá al terreno del arte. Con la muerte de Charles Lebrun, en 1690, terminará el dominio de la Academia por parte de los Modernos, deslizándose el arte del siglo XVIII hacia la postura de los Antiguos gracias a la entrada en la institución del conde de Caylus, entre otros, quien se alzó como el gran reformador de la Academia de Pintura y Escultura entre 1747 y 1764.

Fumaroli sostiene, en cualquier caso, que la Querelle de los Antiguos y los Modernos naufragó junto con el Antiguo Régimen con el advenimiento de la Revolución Francesa, que produjo un cambio radical en el marco regulador, en términos sociales, políticos y culturales. Clair indica que la idea de lo moderno, en torno a 1830, se transformará de manera irreversible, estableciéndose su predominio basado en la novedad, en la idea de búsqueda incesante y febril de lo nuevo exclusivamente, y su exaltación.

El Paragone Italiano vs. la Querelle Francesa

El poeta noble de Módena advierte en el prefacio de Paragone degl’ ingegni antichi e moderni que en el horizonte europeo han regido dos ciclos de desarrollo humano: el grecolatino e “il nostro”. Dos siglos antes que Baudelaire, Tassoni (1565-1635) emplea la noción de “modernità” para deslindar las prácticas artísticas de su tiempo de aquella Antigüedad grecolatina. En Francia, la publicación en 1621 del poema paródico La Secchia rapita de Tassoni desata la incendiaria controversia. Tassoni plasma en doce provocadores cantos versificados, en metro épico italiano, una parodia bufa que imita de modo burlesco a los bardos épicos de su tiempo. Las estrofas de ottava rima de la épica contrastan con las grescas llevadas a sus últimas consecuencias: el robo de un balde de agua que aviva una guerra sin fin entre dos reinos. La empresa de Tassoni no concluye con la divulgación del poema burlesco. Antes bien, en Italia su figura queda empañada por el escándalo tras acometer públicamente en contra de Homero —el blanco predilecto de los modernos— y Petrarca, quien contraviene las enseñanzas de la escolástica moderna. Pese a los detractores de Tassoni, la expresión más temprana del paragone, esto es, la comparación de los méritos entre los antiguos y los modernos, data de una compilación miscelánea de 1612 intitulada Dieci libri di pensieri diversi. Hippolyte Rigault (1821-1858), en su exhaustiva Histoire de la querelle des Anciens et des Modernes publicada en 1856, vincula directamente ambos libros con el surgimiento de la controversia literaria. A decir de Rigault, los volúmenes fincan el marco referencial para la discusión filosófica que cimbrará el continente europeo a lo largo de un siglo: “La Querelle est parvenue, par son alliance avec la philosophie, à diffuser les idées modernes”. “La querella ha logrado difundir las ideas modernas por su alianza con la filosofía”.

La querelle francesa dista mucho del paragone italiano. Las diferencias son de primer orden. La discusión comparativa entre dos sistemas de arte y costumbres, iniciada por Petrarca en Italia, se distingue por mucho del enconado debate literario y filosófico disputado en la corte de Luis XIII. En Francia, lo que se discute no solo se limita a la supremacía de los modernos; el trasfondo de la cuestión consiste en discernir si el progreso ilimitado como modelo civilizatorio anuncia el triunfo de la razón ilustrada, o bien, si la degeneración de la ley de la naturaleza, entendida como la realización del principio viviente en cada individuo, es ineluctable. En Francia, la querella literaria encierra tres diversas polémicas: una de corte literario y político en la Academia que preside Richelieu, una querella sobre el traductor y la traducción iniciada por el mayor de los hermanos Perrault, en 1678, y por último la disputa acerca de la igualdad de género, la “querelle des femmes”, encabezada por la figura ejemplar de Anne Lefèvre. Para ahondar en este tema a detalle, consúltese a Marc Fumaroli, Las abejas y las arañas. La Querella de los Antiguos y los Modernos. A diferencia de las Digressions, la primera gran obra de Fontenelle publicada en 1683 bajo el título de Nouveaux dialogues des morts ahonda en la cuestión del progreso moral y social. El escritor reproduce un diálogo ideal entre Sócrates y Montaigne que arrastra, mediante una crítica exhaustiva de la venalidad humana, a un escepticismo absoluto del progreso moral de la humanidad. El filósofo advierte que el camino del progreso en el conocimiento incluye al mismo tiempo una regresión: el dominio del conocimiento técnico se paga con el abandono de la perfectibilidad moral del hombre.

Emergió en Francia con la proliferación de sociedades, conferencias y compañías públicas y privadas, a menudo conocidas como academias, consagradas a la discusión y la reflexión sobre asuntos culturales, y con la creación en París de las primeras academias nacionales. La cuestión de fondo que rodea a esta discusión es si las nuevas formas deben sentirse aludidas por las viejas reglas, y si la calidad de las creaciones recientes puede equipararse o superar a la de los grandes pensadores, poetas, etc., de la Antigüedad. Al margen de los argumentos esgrimidos por una y otra facción, quizás lo más interesante es constatar, por ambas partes, la riqueza del pensamiento sobre la historia.

Antiguos y Modernos: El Debate en el Siglo XVII

Intenso debate sobre géneros viejos y nuevos, así como la pervivencia de aquellos, abre las puertas a la Querella en torno a los Antiguos y los Modernos, cuya manifestación más conocida, que tiene lugar en suelo francés, se concentra en los últimos treinta años del siglo XVII. El alcance de la Querella se expande más allá de las fronteras francesas hacia Europa, y muy especialmente hacia Inglaterra, donde tiene lugar la Batalla de los libros.

Abarca como mínimo unas décadas antes y después, pero el núcleo del conflicto, su nota más violenta, arranca hacia 1670, con la publicación de los primeros panfletos del Moderno Desmarets de Saint-Sorlin, miembro fundador de la Academia Francesa y publicista al servicio de Luis XIV, y concluye a finales del siglo, con la reconciliación pública de Charles Perrault, sucesor de Desmarets en la causa de los Modernos, con el antiguo Boileau, representante principal de los Antiguos durante toda la contienda. En la confrontación participaron además otros pensadores de primer orden, como Huet, La Fontaine, Racine, entre los defensores de la antigüedad, y Fontenelle, Bayle, entre otros que eran los defensores de la modernidad.

La cuestión de fondo que rodea a esta discusión es si las nuevas formas deben sentirse aludidas por las viejas reglas, y si la calidad de las creaciones recientes puede equipararse o superar a la de los grandes pensadores, poetas, etc., de la Antigüedad. Al margen de los argumentos esgrimidos por una y otra facción, quizás lo más interesante es constatar, por ambas partes, la riqueza del pensamiento sobre la historia.

Desde el inicio de la Querella, y a lo largo de sus diversas fases, los partidarios de uno y otro bando mostraron una sensibilidad especial hacia algunas de las cuestiones que todavía hoy centran el debate historiográfico, como las que se refieren al problema de la temporalidad histórica, los modelos de evolución y cambio, los usos del pasado y de la tradición en la cultura moderna o la dimensión epistemológica de la escritura de la historia. Antiguos y Modernos abordaron estas cuestiones con conciencia en ocasiones sorprendente acerca de las complejidades de la propia posición crítica, sujeta asimismo a los vaivenes de la historia, y desde un repertorio de ideas e intereses muy diversos, que difícilmente puede reducirse a una simple oposición entre partidos estancos.

Implicaciones y Querellas Secundarias

La idea de la Querella como confrontación más o menos esencialista entre tradición y modernidad, autoridad, razón y experiencia resulta en la mayoría de los casos poco ajustada. La frontera entre las dos facciones estuvo llena de fluctuaciones, y no fueron raros ni los acuerdos entre autores rivales ni las discrepancias y contradicciones entre los miembros de un mismo bando. Es verdad que la Querella promovió un cierto juego dialéctico, en alguna medida transferible a otros momentos de tensión cultural, pero la oposición histórico-semántica en torno a lo antiguo y lo moderno no puede comprenderse al margen de la profunda transformación cultural de la que surgió, y sin la cual se corre el riesgo de diluir la singularidad y el sentido de la disputa.

Concebida desde un punto de vista puramente abstracto, la Querella plantea, en efecto, un problema casi tan viejo como la literatura misma. En el contexto de esta disputa se habrían definido las disciplinas académicas modernas, con la distinción fundamental entre ciencias y letras; se habría forjado la categoría de Estética, de importantes implicaciones en la idea misma de literatura; y se habría impulsado una renovada actitud en torno a la cultura, que sería el origen no solo de la crítica ilustrada, sino de todo el pensamiento moderno.

Querellas Específicas dentro del Debate Principal

Existieron otras disputas específicas enmarcadas en la Querelle general:

  • La Querella del teatro, a propósito de la moralidad de la escena francesa de la segunda mitad del siglo.
  • La Querella de las inscripciones, acerca de la lengua, latina o vernáculas, en que debía escribirse la Historia metálica francesa, referida al conjunto de monumentos, monedas y medallas en honor a la gloria del rey.
  • La Querella de las mujeres, avivada de nuevo a raíz del escándalo protagonizado por Boileau y Perrault, autores en 1694 de una sátira “Contre les femmes” y una apología de mujeres.
  • La Querella de lo maravilloso, a partir de la traducción de Boileau del tratado del Pseudo-Longino en 1674.

Contra lo que ocurre con la Querella, estas disputas de menor alcance son en alguna medida construcciones de la historia literaria posterior, formas de deslindar retrospectivamente lo que en su momento se dio de forma simultánea y superpuesta. Los focos de atención son diversos y afectan a ámbitos cercanos a nuestros intereses, como la poética, la retórica, los géneros literarios, etc. Bajo el prisma de estas y otras disciplinas, como la hermenéutica o la historia material, la Querella se impone como principio íntimo, según Fumaroli, de la vitalidad inventiva de la moderna República de las Letras.

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