Síntesis: Castilla y Aragón representan dos modelos diferentes de organización política e institucional. Castilla era un modelo unitario. El rey tenía un poder muy amplio. Las Cortes eran convocadas por él, estaban constituidas por procuradores de las ciudades y su principal cometido era aprobar subsidios. La administración central estaba compuesta por el Consejo Real, la Corte y la Audiencia. La organización territorial se basaba en adelantamientos y merindades. Los reyes regularon el gobierno municipal a través de regimientos y lo controlaron mediante corregidores. La Corona de Aragón era una federación de reinos. El rey tenía menos atribuciones que en Castilla y se veía obligado a pactar de forma permanente con los estamentos privilegiados. Las Cortes de cada reino eran organismos de control sobre la Corona. El rey tenía la obligación de convocarlas y existía una comisión permanente (Diputación o Generalitat) que supervisaba el cumplimiento de los acuerdos. La organización territorial se basaba en concejos, bailías y veguerías. En cada reino el rey estaba representado por un gobernador o virrey.
Crisis Demográfica, Económica y Política
Durante los siglos XIV y XV se produjo en toda Europa una grave crisis demográfica, económica y política. Esta crisis no fue ajena a los reinos cristianos españoles. La crisis demográfica se agravó con la Peste Negra de 1348, que produjo gran mortandad, especialmente en Cataluña. El retroceso demográfico agravó la crisis económica, ya que provocó una disminución de la producción agrícola, la actividad artesanal y el comercio. En Castilla, la crisis se salvó con el aumento de la ganadería ovina, controlada por el Honrado Concejo de la Mesta. En la Corona de Aragón la situación empeoró en el siglo XV. La crisis demográfica conllevó también una crisis social y política desencadenada por el descenso de las rentas señoriales. En ocasiones, la nobleza impuso nuevas cargas a los campesinos, lo que originó la rebelión de los irmandiños en Galicia y de los payeses de remensa en Cataluña. Por otra parte, las pretensiones nobiliarias de aumentar su poder a costa de los monarcas fueron la causa de guerras civiles en Castilla, Aragón y Navarra.
La Expansión de la Corona de Aragón en el Mediterráneo
La expansión de la Corona de Aragón en el Mediterráneo se inició en el siglo XIII respondiendo a motivos políticos y comerciales. Ya en la campaña para la toma de Mallorca, el rey Jaime I contó con el apoyo de los nobles y de los comerciantes catalanes. Pedro III fue coronado rey de Sicilia, con la oposición de Francia y del Papa. El enfrentamiento con Francia por la hegemonía en Italia fue durante siglos un elemento clave de la política exterior aragonesa. Ya en el siglo XIV, con Jaime II, el imperialismo mediterráneo experimentó un nuevo impulso. La aventura de los almogávares es la más célebre de este proceso. Los almogávares lucharon al servicio de Bizancio dirigidos por Roger de Flor, pero tras el asesinato de este se dedicaron a la devastación y al saqueo; posteriormente se hicieron con los ducados de Atenas y Neopatria. Por otro lado, Jaime II procedió a la ocupación de Cerdeña. En el siglo XV, Alfonso V el Magnánimo se apoderó del reino de Nápoles, estableciendo allí su corte. El coste de estas empresas forzó a los reyes de Aragón a pedir ayuda a la nobleza y al clero, que como contrapartida aseguraron su poder y sus privilegios. Este es uno de los factores que explican que la monarquía aragonesa fuera una “monarquía pactista”.
Las Rutas Atlánticas (Castellanos y Portugueses)
Castilla y Portugal jugaron un destacado papel en la exploración del Atlántico y en los descubrimientos geográficos que se produjeron durante los siglos XIV y XV. El comercio fue el gran motor de esos viajes, para los que también fueron decisivos los avances técnicos en la navegación, entre los que destaca la carabela. Para Portugal, el inicio de la “era de los descubrimientos” lo marca la conquista de Ceuta en 1415. Comenzaron a continuación una serie de expediciones que llevaron al reconocimiento de toda la costa africana. La culminación de este proceso fue la llegada de Vasco de Gama a la India en 1499. Las rutas atlánticas castellanas tenían una doble dirección: norte y sur. En el norte, con el comercio de lana con Flandes, los puertos del Cantábrico adquirieron una gran actividad. En el sur, Sevilla, Cádiz y otros puertos andaluces recibieron a genoveses que dinamizaron el comercio atlántico.
Las Islas Canarias
La conquista de las Islas Canarias comenzó en 1402 con el normando Juan de Bethencourt, a quien el rey Enrique III de Castilla concedió en señorío. Conquistó Lanzarote, Fuerteventura, Hierro y Gomera. La soberanía sobre las Canarias y el control del comercio marítimo atlántico suscitaron conflictos entre Castilla y Portugal, que se resolvieron mediante el Tratado de Alcaçovas en 1479.