Ortega y Gasset vs. Descartes: Un Duelo Filosófico sobre la Verdad y la Existencia
Según Ortega, el yo es un ser en el mundo, porque su vida consiste en convivir con su circunstancia, y esa vida es la realidad radical, es decir, la verdad primordial, básica y primera. Para Descartes, por su parte, tanto el mundo como el yo son sustancias, cosas o realidades que no necesitan de otras para ser, pues Descartes definía la sustancia como aquello que no necesita de otra cosa para existir.
En cambio, Ortega entenderá el concepto de sustancia como sinónimo de inmovilidad, de esencialidad inmutable; es decir, lo contrario a toda realidad histórica y cambiante. Según Ortega, ese es el grave error de Descartes y del racionalismo: que para salvar la verdad, renuncia a la vida, pensando de manera «antihistórica» y «antivital». Para Descartes, la verdad primera es el «yo pienso». Por eso afirmaba: «pienso, luego existo». Ortega, en cambio, defiende que «yo soy yo y mi circunstancia», así que el mundo, la circunstancia, es para el ser humano el hecho mismo de su existir. Si, para Ortega, la verdad radical es el hecho de vivir en el mundo o de convivir con una circunstancia construyendo libremente un proyecto de vida, en la filosofía de Descartes la verdad radical está relacionada con la evidencia como criterio de verdad: verdadero es aquello de lo que no es posible dudar, es decir, lo evidente.
Si, en Descartes, el yo se define por el atributo del pensamiento y de esta actividad no es posible dudar, en la filosofía de Ortega, el pensar es uno de los innumerables «haceres» que completan la existencia humana. Es cierto que es un hacer fundamental e irrenunciable, pero en la definición de la existencia humana Ortega pone el énfasis en el concepto de vida como acción, y no tanto en el de pensamiento. La razón, dice Ortega, ha de quedar dedicada a la vida, no al revés. Por eso, Ortega confronta su «razón vital» a la «razón pura», que sería la propia del racionalismo cartesiano. Ortega critica que Descartes se haya olvidado de la vida al divinizar la razón como si esta pudiera prescindir de la realidad radical que es vivir.
En la metafísica cartesiana, la noción de mundo es un tipo de sustancia, concretamente, la sustancia corpórea, cuyo atributo es la extensión: la cosa o sustancia que ocupa un espacio, que es materia, que resulta divisible y que funciona o se ordena mecánicamente. En cambio, en la ontología orteguiana, el mundo es lo que nos afecta, es nuestra circunstancia, es lo que «nos es», o «me es» si hablamos en sentido estrictamente individual.
En Descartes, el mundo es objeto de estudio para la física; sin embargo, en Ortega, el mundo como circunstancia no es el mundo del que habla la física. No se compone de cosas, no es materia ni espíritu. Es algo más básico y personal: es el «ser-me», es el aquí y el ahora de un yo ocupado en algo para algo y eligiendo su propio porvenir.
La Verdad: Perspectivas Filosóficas y su Impacto en la Comprensión Humana
El debate sobre la existencia de una verdad absoluta frente a la percepción subjetiva ha sido un tema central en la filosofía durante generaciones. Para aclarar la discusión, conviene definir ambos conceptos: la verdad absoluta se entiende como una realidad inmutable y universal, libre de interpretaciones individuales o contextos culturales cambiantes. En contraste, la percepción sugiere que lo que percibimos como «verdad» puede variar entre individuos y culturas, dependiendo del contexto y la experiencia personal.
El filósofo José Ortega y Gasset, en su obra La rebelión de las masas, defendió la idea de que cada persona tiene una visión única de la realidad. Ortega afirmaba que «yo soy yo y mi circunstancia», indicando que nuestras experiencias y el entorno influyen en cómo comprendemos el mundo. Este enfoque se alinea con el relativismo, que establece que lo que es verdad para una persona puede no serlo para otra debido a diferencias en sus circunstancias de vida.
Por otro lado, algunos filósofos sostienen que existen verdades objetivas que superan la experiencia individual. Las leyes de la física, como la gravedad, son ejemplos de verdades que operan independientemente de su comprensión o percepción por parte del ser humano. Esta perspectiva puede ser sólida en el ámbito de las ciencias exactas. Sin embargo, en las ciencias sociales y humanidades, la subjetividad y la percepción individual juegan un papel mucho más destacado.
Consideremos la literatura: obras de Shakespeare, como Romeo y Julieta, han sido interpretadas de muchas maneras a través del tiempo. Han sido vistas tanto como historias románticas como advertencias sobre pasiones descontroladas, variando según el contexto cultural. Esto ilustra que ciertos textos pueden ser reinterpretados con el tiempo, sugiriendo que en el ámbito humano, la verdad puede no ser absoluta.
La historia también demuestra cómo la percepción influye en la verdad. Aunque los eventos históricos son reales, nuestra comprensión de ellos se filtra a través de la narrativa de quienes los cuentan, generalmente los vencedores, lo que añade una capa de relatividad.
La filosofía de Ortega y Gasset nos invita a reconocer la validez de múltiples perspectivas. Cada individuo percibe el mundo desde su punto de vista, moldeado por experiencias y contextos nuevos.
Esto no disminuye el valor de buscar la verdad; en cambio, nos alienta a ser empáticos y abiertos a diferentes interpretaciones.
En resumen, aunque perseguir una verdad absoluta es loable, debemos aceptar que en muchos aspectos de la vida, lo percibido como verdad está influenciado por factores subjetivos y contextuales. Reconocer la diversidad entre lo absoluto y lo percibido enriquecerá nuestra comprensión del pensamiento humano.
El Pensamiento de José Ortega y Gasset: Etapas y Conceptos Clave
Contexto y Obra Inicial
En su obra de 1923, dividida en diez lecciones y una sección de apéndices, Ortega parte de la idea de que el pensamiento de una época puede ser afrontado mediante dos actitudes contrapuestas: si se opta por la aceptación, se vive en una época de «filosofía pacífica», pero si, como ocurre en su tiempo, se intenta la superación, se estará en una época de «filosofía beligerante». Cuando el pensamiento se vuelve beligerante, se organizan dos grupos antagónicos: la masa, que insiste en prorrogar la ideología establecida, y una «minoría de vanguardia», que propone algo nuevo y radical. Esta minoría corre el riesgo de no ser entendida y de ser apartada por la masa, pero constituye lo que Ortega denomina una «generación».
José Ortega y Gasset nace en Madrid en 1883, en el seno de una familia ilustrada, propietaria del periódico madrileño El Imparcial. Su padre fue articulista y director de dicho diario. Este ambiente marcó íntimamente el desarrollo de su actividad intelectual y de su forma de expresión literaria, ya que gran parte de su obra se desarrolló en el ámbito del periodismo.
Etapas del Pensamiento Orteguiano
Objetivismo
Este periodo, que comprende la etapa de formación de Ortega y sus primeros años de docencia, se caracteriza por la preocupación por la modernización de España —una inquietud que ya no abandonaría a Ortega—, por la influencia del neokantismo y por expresarse a través de artículos periodísticos. El primer libro que publicó Ortega, Meditaciones del Quijote, es precisamente el que abre la siguiente etapa. Ortega parte de la constatación del atraso cultural, económico y social de España respecto al resto de Europa, una constatación común a la intelectualidad española de su época y del siglo anterior. Ante esta situación, Ortega rechaza dos tipos de solución: la que propone importar los productos técnicos de Europa, y la que considera que España es…
Perspectivismo
Ortega abandonó pronto la postura exclusivamente objetivista. En realidad, Ortega no llegó a abrazar nunca de forma acrítica y total dicha postura, ya que, como acabamos de ver, incluso en su etapa objetivista planteaba la necesidad de tener en cuenta al sujeto y la situación concreta que este ocupa. En su segunda etapa, que comienza con la publicación de su primer libro, Meditaciones del Quijote, de 1914, Ortega plantea la historia de la filosofía como dividida en dos grandes opciones: la realista y la idealista. La filosofía realista fue la predominante durante la época antigua y medieval, y se caracteriza por suponer que las cosas que conocemos son reales con total independencia del sujeto que las conoce. La noción central de la metafísica tradicional, la de «ser», procede precisamente de este supuesto. La filosofía idealista es la predominante en Occidente a partir de la obra de Descartes, que introdujo el idealismo epistemológico, un supuesto que considera que el conocimiento está siempre mediado por el sujeto, y que lo que conocemos no son directamente las cosas en sí, sino las impresiones e ideas que estas suscitan en el sujeto, es decir, los contenidos mentales del sujeto. Ortega nos hace ver que la conciencia del sujeto siempre es conciencia de algo, nunca solo conciencia del sujeto mismo. Por tanto, la realidad básica y primaria de la que tiene que partir la filosofía no es ni el sujeto independiente de las cosas, ni las cosas del sujeto, sino el sujeto estando en el Mundo, el yo-con-las-cosas. A esta realidad radical la denominará más adelante Ortega «vida», aunque en esta segunda etapa la plantea fundamentalmente por medio de su teoría circunstancialista, expresada por la que probablemente es su cita más conocida: «Yo soy yo y mi circunstancia». La famosa sentencia de Ortega va mucho más allá de la simple afirmación de que el ambiente (incluyendo el social y cultural) influya sobre el sujeto. Lo que Ortega plantea es que no existe el sujeto al margen de su «Mundo», del mismo modo que dicho «Mundo» no existe con independencia del sujeto, sino como una ordenación concreta de la realidad producida por este. La desaparición del sujeto idealista y racionalista no supone la desaparición de la «verdad», sino tan solo que esta tendrá que ser redefinida. Eso es lo que pretenderá precisamente la teoría perspectivista de Ortega, que da nombre a este periodo.
Raciovitalismo
En esta fase, Ortega no abandona sus teorías anteriores, sino que las desarrolla, de manera que no existe ruptura entre las dos fases. De hecho, en El tema de nuestro tiempo, Ortega vuelve a exponer la teoría perspectivista para, a partir de ella, exponer el problema filosófico que, en su opinión, le corresponde resolver a su generación (ese es «el tema» de su tiempo) porque es el problema que le plantean sus circunstancias. Ese problema no es otro que la superación del concepto racionalista e idealista de subjetividad que ha forjado la modernidad desde Descartes, y que, en opinión de Ortega, solo puede ser superado recurriendo al concepto más general de «vida», que debe fundamentar, y no excluir, la razón. Como ya sabemos, el vitalismo está presente en la cultura europea desde Schopenhauer. Pero Ortega no acepta ese tipo de vitalismo, ya que es de carácter irracionalista, y lo que Ortega pretende es redefinir y refundamentar la razón, no hacerla desaparecer. Ortega, como el resto de corrientes filosóficas de la primera mitad del siglo XX, está reaccionando a la crisis que ha sufrido la razón positivista en la cultura europea, e intenta, como ya le hemos visto hacer previamente, encontrar una solución de compromiso entre los extremos. Según Ortega, las reacciones a dicha crisis pueden clasificarse en dos grupos: racionalistas y vitalistas. La teoría de Ortega criticará ambas posturas y, al mismo tiempo, tomará lo mejor de ellas para constituir una síntesis: el raciovitalismo. La vida en el centro de la reflexión filosófica, pero manteniendo el método racional de conocimiento como el más importante y fructífero. Esta postura, que por supuesto es la de Ortega, admite la funcionalidad biológica de la razón sin reducir la razón a biología, así como la existencia de procesos no racionales sobre los que se sustenta la razón como una isla, pero sin que esta pase a un segundo plano.