Poder, Disciplina y Ciudadanía Social: Reflexiones desde Foucault y Marshall


Michel Foucault: La Disciplina y el Poder en «Vigilar y Castigar»

En la obra Vigilar y Castigar de Michel Foucault, se explora cómo el cuerpo se vuelve dócil al ser sometido, utilizado, transformado y perfeccionado. En toda sociedad, el cuerpo queda inmerso en un entramado de coacciones, interdicciones y obligaciones. El control no se centra en la conducta o el lenguaje, sino en la economía y eficiencia de los movimientos, su organización interna y la coacción sobre las fuerzas más que sobre los signos. La única ceremonia que importa es el ejercicio.

A los métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y le imponen una relación de docilidad-utilidad, se les denomina disciplina. Las disciplinas son fórmulas de dominación distintas de la esclavitud (relación de apropiación del cuerpo), el vasallaje, la domesticidad o el ascetismo. La disciplina aumenta la fuerza del cuerpo (utilidad) y, al mismo tiempo, disminuye esas mismas fuerzas (obediencia).

Nace así un arte del cuerpo humano que no busca únicamente el aumento de sus habilidades ni hacer más pesada su sujeción, sino la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y viceversa. El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una anatomía política, que es igualmente una mecánica del poder, se define por cómo se puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas, la rapidez y la eficacia que se determinen.

El poder se disocia del cuerpo: por una parte, convierte este poder en una aptitud, una capacidad que busca aumentar; por otra parte, transforma la energía y la potencia que de ello podrían resultar en una relación de sujeción estricta. La disciplina establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una dominación acrecentada.

Existen diferentes instituciones disciplinarias con técnicas esenciales y minuciosas. La disciplina es una anatomía política del detalle. Por detalle se refiere a la minucia de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones y la sujeción a control de los menores en las escuelas o cuarteles.

Técnicas Disciplinarias Fundamentales

  1. El Control de la Actividad (Manejo del Tiempo)

    El empleo del tiempo se extendió progresivamente en el trabajo, llevando a una división ceñida del tiempo. Se busca asegurar la calidad del mismo, controlando y bajo la presión de un vigilante, para que constituya un tiempo integralmente útil. El tiempo penetra el cuerpo, y con él, todos los controles minuciosos del poder. Un cuerpo disciplinado es el soporte de un gesto eficaz. La disciplina define cada una de las relaciones que el cuerpo debe mantener con el objeto que manipula. El tiempo también debe procurar una economía positiva, lo que significa el principio de utilización creciente, es decir, intensificación y agotamiento del tiempo.

  2. La Organización de la Génesis (Manejo de la Educación)

    Los procedimientos disciplinarios se integran unos a otros y se orientan hacia un punto terminal y estable. El ejercicio es la técnica por la cual se imponen a los cuerpos tareas a la vez repetitivas y diferentes, pero siempre graduadas.

  3. La Composición de la Fuerza (Manejo de la Fuerza Física)

    La disciplina fabrica, a partir de los cuerpos que controla, un tipo de individualidad dotada de cuatro características:

    • Celular: distribución espacial.
    • Genética: acumulación de tiempo.
    • Combinatoria: composición de fuerzas.

    Los medios del buen encauzamiento: la receta de la disciplina como un arte de buen encauzamiento de la conducta.

Instrumentos del Poder Disciplinario

El poder disciplinario es un poder que, en lugar de extraer o retirar, tiene como función enderezar conductas. Así, la disciplina fabrica individuos; es la técnica específica de un poder. El éxito de este poder disciplinario se debe, sin duda, al uso de instrumentos simples: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento específico: el examen.

  1. La Vigilancia Jerárquica

    El ejercicio de la disciplina supone un dispositivo que coacciona por el juego de la mirada, induciendo efectos de poder. A lo largo del tiempo se construyen observatorios. El campamento es el diagrama de poder que actúa por el efecto de una visibilidad general, encontrándose en hospitales, escuelas, asilos, ciudades, prisiones. La arquitectura está hecha para vigilar lo exterior e interior. Las instituciones disciplinarias han secretado una maquinaria de control que ha funcionado como un microscopio de la conducta.

  2. La Sanción Normalizadora

    La disciplina conlleva una manera específica de castigar. Lo que compete a la penalidad disciplinaria es todo aquello que no se ajusta a la regla, todo lo que se aleja de ella: las desviaciones. El castigo disciplinario, entonces, tiene como función reducir desviaciones; es esencialmente correctivo. La disciplina también recompensa, permitiendo al individuo ganar rangos y puestos, y castiga haciendo retroceder y degradar. El rango equivale a la recompensa o al castigo. La penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos y controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeneiza y excluye. En una palabra, normaliza. Se puede deducir que, a través de las disciplinas, aparece el poder de la norma, que es el principio de coerción en la enseñanza, obligando a la homogeneidad pero individualizando al permitir la desviación.

  3. El Examen

    Combina las técnicas de la sanción normalizadora y la vigilancia, las cuales permiten calificar, clasificar y castigar. El procedimiento de la disciplina manifiesta el sometimiento de aquellos que se persiguen como objetos y la objetivación de aquellos que están sometidos. La superposición de las relaciones de poder y de las relaciones de saber adquiere en el examen notoria visibilidad. El examen conlleva todo un mecanismo que une una cierta forma de ejercicio del poder y un cierto tipo de formación de saber.

  4. El Panoptismo

    Puede ser utilizado como máquina de hacer experiencias, modificar comportamientos, encauzar o reeducar la conducta de los individuos. El panóptico es el diagrama de un mecanismo de poder referido a su forma ideal, su funcionamiento abstraído de todo obstáculo, resistencia o rozamiento. Puede ser representado como un sistema arquitectónico y óptico; es, de hecho, una figura de tecnología política que se puede desprender de todo uso específico. Es un tipo de implantación de los cuerpos en el espacio, de distribución de los individuos unos en relación con los otros, de organización jerárquica y de disposición de los centros y canales de poder. El esquema panóptico es un intensificador para cualquier aparato de poder.

La Ciudadanía Social: Perspectivas de Marshall y Sen

Marcos Freijeiro Varela (2008): ¿Hacia Dónde Va la Ciudadanía Social?

Marcos Freijeiro Varela, en su obra de 2008, aborda la cuestión de la ciudadanía social, destacando la adición de una dimensión social por parte de T.H. Marshall. Según Marshall, no se puede disfrutar de una ciudadanía plena en ausencia de los recursos materiales que hacen posible una vida digna.

Esta perspectiva se fundamenta en tres puntos clave:

  1. La ciudadanía política no se cumpliría si no se garantiza a todos los ciudadanos educación básica, un mínimo de seguridad económica y otros servicios sociales.
  2. La legitimidad del sistema democrático estaría siempre en cuestión si hay ausencia de esas condiciones.
  3. La validez del modelo universal e integral de ciudadanía del proyecto liberal depende de que el disfrute de los derechos cívicos se extienda a todas las capas de la sociedad.

Las compensaciones y prestaciones del Estado de bienestar implantaron las condiciones para hacer factible esta lógica de cumplir con los derechos cívicos, no solo civiles y políticos, sino también los sociales.

Marshall daba por sentada una idea de democracia en la que todos los miembros de la comunidad compartían una misma concepción de la justicia. Sin embargo, Freijeiro Varela plantea interrogantes cruciales: ¿Sigue siendo esto una realidad? Y si no lo es, ¿es posible precisar una idea de bienestar con la que todos estén, dentro de sus diferencias, de acuerdo? El propio Marshall fue consciente de que este era uno de los callejones sin salida a los que se enfrentaba el proyecto socialdemócrata.

La Visión de Amartya Sen sobre el Bienestar y la Ciudadanía Social

Amartya Sen, tal y como se examinará, considera que hablar de bienestar es hablar de dignidad, de integridad y, por encima de todo, de autonomía. La ciudadanía social debe ampliar sus límites más allá de la provisión de bienes materiales, porque no es en ellos donde radica exclusivamente el bienestar. No hay bienestar posible si los individuos no pueden transformar esos bienes en verdaderas capacidades.

Para gozar de autonomía, es decir, de libertad para decidir qué hacer con sus vidas, los individuos deben disponer de determinadas oportunidades sociales, desde las más básicas (alimento, vivienda, salud, educación, etcétera), hasta otras más complejas (como la inclusión en el mercado laboral, las garantías de justicia, la participación política o la redistribución de recursos). Es, por tanto, en la igualdad de estas oportunidades hacia donde debe encaminarse el objetivo de lo que conocemos como ciudadanía social, y a la acción de los poderes públicos corresponde orientarse a esto.

La Ciudadanía Social según Marshall: Una Posición Evolutiva

La posición de Marshall respecto a la ciudadanía social no es lineal; evoluciona paulatinamente hacia un menor convencimiento en la justificación de los derechos sociales. Es posible identificar dos propuestas distintas de ciudadanía en Marshall:

  1. El «Primer Marshall»: Ciudadanía y Clase Social (Propuesta Fuerte)

    En su obra Ciudadanía y Clase Social, el «primer Marshall» mostraba los derechos sociales como el elemento que completa la ciudadanía. Solo es posible que el Estado, comprometido con el individuo y el respeto de las diferencias, pueda garantizar el derecho universal a una renta, y que esta alcance la salud y la educación. Si este fin no es posible, el Estado habrá fallado y su identidad se habrá perdido. Los derechos sociales proporcionan una igualdad de acceso a servicios comunes (redistribución horizontal), tendiendo con ello a reducir la desigualdad a un nivel admisible. Sin embargo, su finalidad última no es eliminar la diferencia de clases, sino modificar el modelo de desigualdad. Las desigualdades, siempre que no sean muy profundas, eran valoradas por él positivamente, pues proporcionaban incentivos para mejorar. La contradicción entre ciudadanía social y capitalismo quedaría resuelta integrando a la primera dentro de la dinámica del mercado. La propuesta principal de Ciudadanía y Clase Social es la legitimación de la sociedad liberal por medio de la ciudadanía social, instrumento del Estado para reducir el impacto de la desigualdad económica. Una lectura atenta de Ciudadanía y Clase Social manifiesta que este “primer Marshall” era ya consciente de esta divergencia, de la “naturaleza aparte” de los derechos sociales respecto de los derechos tradicionales del liberalismo.

  2. El «Segundo Marshall»: Propuesta Más Débil

    En su obra posterior, este cuestionamiento deja de latir para hacerse patente. Los derechos civiles, defiende ahora, son directamente universales porque la igualdad formal ante la ley puede garantizarse para todos los ciudadanos a través del establecimiento de instituciones legales, con independencia de las circunstancias individuales. Del mismo modo, los derechos políticos pueden ser también derechos universales porque el acceso formal a la participación política se certifica con la aprobación del sufragio universal.

    Sin embargo, los derechos sociales no pueden proveer seguridad económica y bienestar universalmente porque solo tienen sentido cuando cubren necesidades, y las necesidades de los individuos no son universales. Además, al contrario de los derechos civiles y políticos, los derechos sociales requieren que el Estado recaude y distribuya recursos entre sus ciudadanos, quienes son consumidores en relación con los derechos sociales, y no actores, como lo son en relación con los primeros. Esto transforma el modelo de ciudadanía social por varias razones:

    1. Marshall la bosqueja más en términos de obligación de la sociedad para con sus miembros que como derechos previamente reconocidos a los individuos que la conforman.
    2. No hay un modelo de ciudadanía social válido para todas las sociedades, ni tampoco un tipo ideal para una sociedad concreta.
    3. El principio de universalidad que caracteriza a los derechos de ciudadanía no es aplicable a los sociales, pues sus titulares no son todos los ciudadanos, sino solo aquellos grupos minoritarios que se distinguen por sus carencias materiales.

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