Prospección Arqueológica de Superficie: Origen y Evolución
Los yacimientos arqueológicos se forman por procesos como destrucción, abandono, enterramiento o descarte. Son fenómenos dinámicos cuya comprensión es clave para interpretar el registro arqueológico, el cual suele ser incompleto y fragmentado por procesos destructivos, como destaca Gavin Lucas (2010). Esto complica especialmente la interpretación de periodos de transición, por lo que es importante diferenciar si un material corresponde al uso original del sitio o a una alteración posterior. La mayoría de los restos hallados son desechos abandonados, como artefactos, ecofactos o restos humanos.
La prospección arqueológica emplea métodos para localizar y evaluar yacimientos sin excavarlos completamente. Puede ser superficial, observando materiales visibles, o subsuperficial, usando herramientas como georradares o sondeos. Esta técnica permite conocer la distribución de los restos, planificar futuras excavaciones y comprender cómo la erosión, el desplazamiento de objetos o la acción humana han afectado el yacimiento a lo largo del tiempo.
Desarrollo de las Técnicas de Prospección Arqueológica
Las técnicas de prospección arqueológica surgieron de forma tardía, avanzando junto al desarrollo científico de la arqueología entre finales del siglo XIX y principios del XX. Las primeras iniciativas fueron las Cartas Arqueológicas italianas y, en Portugal, la del Algarve en 1886. En España, la Ley de Excavaciones de 1911 y la posterior creación de la Junta de Excavaciones y Antigüedades en 1912 marcaron el inicio de la institucionalización de la prospección, con un claro interés en inventariar el patrimonio. La Ley del Patrimonio de 1933 reforzó este proceso, permitiendo las primeras Cartas Arqueológicas, como las de Soria, Barcelona y Salamanca.
Estas cartas se basaban en observaciones de campo, con descripciones topográficas y del material encontrado. Aunque al principio la prospección carecía de una metodología clara y dependía del criterio personal del arqueólogo, a partir de los años 70 la Arqueología Procesual introdujo el muestreo probabilístico y una sistematización del trabajo de campo. Proyectos como el Boeotia Survey en Grecia aplicaron prospecciones intensivas con metodologías precisas: recorrer parcelas agrícolas en líneas ordenadas, recolectar y clasificar materiales, y elaborar mapas de densidad.
En paralelo, se desarrollaban enfoques más históricos y geográficos, como el trabajo de Philippe Leveau en Argelia, que combinaba prospección con fuentes escritas y análisis espaciales. En España, los Coloquios de Arqueología Espacial promovieron desde 1984 nuevas corrientes, especialmente influenciadas por el pensamiento postprocesual.
Hoy en día, la prospección se considera tan importante como la excavación, ya que permite acceder a información del registro arqueológico sin alterar el terreno. Además, es clave en la gestión del patrimonio, integrándose en inventarios digitales actualizables, que han sustituido a las antiguas Cartas Arqueológicas.
Tipos de Prospección Arqueológica
Prospección Extensiva
La prospección extensiva fue la técnica principal en arqueología hasta los años setenta. Consiste en identificar posibles yacimientos mediante la consulta de bibliografía, mapas, fotos aéreas y testimonios locales. En el trabajo de campo, se inspeccionan puntos seleccionados y se recoge material visible, priorizando objetos diagnósticos. Sin embargo, este criterio puede generar sesgos, ya que se suelen ignorar piezas comunes que también son relevantes, como cerámicas domésticas. Los hallazgos se registran y geolocalizan, a menudo con herramientas SIG, pero el método presenta limitaciones: no cubre el territorio de forma uniforme, puede confundir hallazgos aislados con yacimientos reales, y la cartografía resultante suele ser poco precisa. A pesar de estos inconvenientes, sigue utilizándose en inventarios patrimoniales y en estudios preliminares.
Prospección Intensiva de Cobertura Total
La prospección intensiva se aplica en áreas pequeñas debido a su carácter detallado y lento. Su eficacia depende de una buena selección del terreno, ya que factores como la erosión o los depósitos recientes pueden ocultar restos arqueológicos. Por ello, la planificación previa es esencial. Durante el trabajo de campo, los prospectores avanzan en líneas separadas por distancias que suelen oscilar entre 5 y 20 metros, ajustándose según los objetivos y características del terreno. Aunque reducir la distancia mejora la detección, también incrementa el tiempo necesario. Un debate importante es si los materiales deben recogerse o solo registrarse. La recolección facilita un estudio más preciso en laboratorio, aunque implica más trabajo posterior. Sin embargo, se aclara que normalmente solo se toma una pequeña parte del total visible. Para mantener el rigor científico, esta técnica exige cuantificar los hallazgos con precisión y georreferenciarlos correctamente.
Prospección con Muestreo Intra-sitio
El muestreo intra-sitio se centra en el estudio detallado de los materiales dentro de un yacimiento específico, permitiendo una comprensión precisa de su distribución. Utiliza tecnologías como GPS para georreferenciar cada hallazgo con exactitud y se apoya en cuadrículas o transectos bien delimitados para organizar el espacio de estudio. Este tipo de prospección busca registrar todo el material encontrado, sin priorizar solo el “material diagnóstico”, lo que evita sesgos y ofrece una visión más completa del sitio. Los datos obtenidos se integran en sistemas GIS, facilitando el análisis espacial dentro del yacimiento.
Prospección con Material Off-site
El material off-site se refiere a restos arqueológicos encontrados en campos de cultivo, principalmente fragmentos cerámicos. Su presencia suele deberse al vertido de basura doméstica usada como abono, más que a una ocupación directa del lugar. El Boeotia Survey reveló que la cerámica en superficie no siempre indica un asentamiento, ya que incluso parcelas sin ocupación muestran este tipo de restos. Esto ha llevado a estudiar el material off-site como indicador de prácticas agrícolas antiguas. Un ejemplo relevante en el ámbito hispano es el estudio del ager Segisamonensis (García Sánchez y Cisneros, 2013), que emplea este enfoque para entender mejor la gestión histórica del territorio.
Visibilidad Superficial en Prospección
La visibilidad del material arqueológico en superficie es fundamental en las prospecciones, pero varía según la vegetación y el ciclo agrícola, lo que puede afectar seriamente los resultados. En el Boeotia Survey se creó una escala de visibilidad para corregir estos efectos, aunque sin validación experimental sólida. Casos como el yacimiento de Los Hornos muestran cómo la visibilidad media puede generar resultados inconsistentes. Además, factores naturales como erosión, aluviones o viento alteran el contexto original de los restos, dificultando su interpretación. Esto ha impulsado el desarrollo de la geoarqueología, que combina geología y arqueología para entender mejor los procesos postdeposicionales que afectan al registro arqueológico.
La Prospección al Servicio del Patrimonio Arqueológico
La Ley del Patrimonio Histórico Español de 1985 protege todos los bienes con más de un siglo de antigüedad que tengan valor artístico, arqueológico, paleontológico o histórico. Se exige la creación de inventarios oficiales, y se prohíben las excavaciones no autorizadas y el uso de detectores de metales por particulares. A nivel europeo, el Convenio de La Valeta (1992) amplía esta protección considerando el patrimonio arqueológico parte del medio ambiente, lo que obliga a evaluarlo antes de realizar obras o proyectos. Tanto los objetos como su contexto deben conservarse, y las prospecciones necesitan autorización. En muchos países se han desarrollado bases de datos digitales para registrar y proteger yacimientos arqueológicos.