Alejandro Magno
Inicios y Consolidación del Poder
Filipo II de Macedonia, en la victoria, se mostraba compasivo. Después de vencer en la batalla de Queronea (338 a.C.), que suponía el dominio total de Grecia, envió como mensajero de paz a su hijo Alejandro. Este, con tan solo 18 años, tuvo un papel fundamental en dicha batalla, demostrando la plena confianza que su padre depositaba en él, pues ya dos años antes, con 16 años, había ejercido como regente en el trono de Macedonia. A cambio de la victoria, lo único que Filipo les pidió a las ciudades griegas fue que lo nombraran hegemón (jefe) de un ejército panhelénico que sería enviado contra los persas, en venganza por las afrentas sufridas durante las Guerras Médicas. Con este propósito se fundó la Liga de Corinto, en la que estaban representadas todas las ciudades importantes, con la notable excepción de Esparta.
Respecto a la vida familiar de Filipo, su primera esposa fue Olimpia de Epiro, madre de Alejandro. Más adelante, se casó con Eurídice, una joven noble macedonia, sobrina del general Átalo. En el banquete nupcial, Átalo hizo un brindis por un futuro heredero legítimo del imperio nacido de la unión entre su sobrina y Filipo, ofendiendo gravemente a Alejandro y a Olimpia. Alejandro, enfurecido, le arrojó una copa de vino. Filipo, airado, sacó la espada con la intención de castigar a su hijo, pero tropezó y cayó al suelo debido a su estado de embriaguez. Alejandro, con desdén, exclamó: «¡Mirad ahí al hombre que se prepara para cruzar de Europa a Asia, y no puede ni pasar de un lecho a otro sin caerse!». Tras este incidente, Filipo decidió exiliar a Alejandro y a Olimpia. Poco tiempo después, en el 336 a.C., Filipo II fue asesinado por Pausanias de Orestis, un miembro de su guardia personal.
Al no encontrarse un testamento claro del rey Filipo, el ejército macedonio aclamó inmediatamente como rey a su hijo Alejandro. Durante su formación, Alejandro tuvo como maestro al célebre filósofo Aristóteles. Se dice que se aprendió de memoria la Ilíada de Homero y la llevaba consigo en todas sus campañas, sintiéndose profundamente identificado con su héroe, Aquiles. Cuando accedió al trono de Macedonia, a los 20 años, se mostró inicialmente moderado y sobrio.
La muerte de Filipo interrumpió los planes de invasión del Imperio Persa y provocó que muchas ciudades de la Liga de Corinto la abandonaran, creyendo poder recuperar su independencia. En Atenas, el orador Demóstenes incluso celebró públicamente la muerte de Filipo y honró a Pausanias. En Macedonia, estallaron algunos conflictos y conspiraciones contra el joven rey. Alejandro actuó con rapidez y contundencia, eliminando a los conjurados y posibles rivales al trono. Luego, se dirigió al sur, hacia Grecia, y las ciudades que se habían rebelado se sometieron rápidamente ante la demostración de fuerza. Posteriormente, emprendió campañas al norte, en los Balcanes, para sofocar rebeliones y asegurar las fronteras. Mientras estaba en estas regiones, corrió el rumor en Grecia de que Alejandro había muerto. Muchas ciudades, encabezadas por Tebas, se rebelaron, y los tebanos masacraron a la guarnición macedonia estacionada en su ciudad. Alejandro regresó velozmente y, aplicando su política de combinar la benevolencia con el terror ejemplar, arrasó Tebas hasta sus cimientos (335 a.C.), exceptuando los templos y la casa del poeta Píndaro. Esta acción sirvió de advertencia al resto de Grecia. En Atenas, sin embargo, perdonó a sus enemigos, incluido a Demóstenes. Una vez restablecida la Liga de Corinto y asegurada Grecia, Alejandro se dispuso a retomar el gran proyecto de su padre: la invasión del Imperio Persa. Dejó a su experimentado general Antípatro como regente en Macedonia y Grecia para evitar nuevas sublevaciones.
La Conquista del Imperio Persa
En la primavera del 334 a.C., Alejandro cruzó el Helesponto y se dirigió a Oriente. Ese mismo año, se enfrentaron los ejércitos macedonio y persa en la batalla del río Gránico (el texto original menciona Oránico). Alejandro obtuvo una victoria decisiva, aunque estuvo a punto de perder la vida, siendo salvado en el último momento por su amigo Clito el Negro. Tras esta batalla, procedió a liberar las ciudades griegas de la costa de Jonia. Muchas de ellas lo recibieron como libertador y no opusieron resistencia, mientras que otras, como Mileto y Halicarnaso (el texto original menciona Tiro como Tifo en este contexto temprano, aunque Tiro fue asediada más tarde), lucharon encarnizadamente.
Continuando su avance hacia el sur por la costa de Anatolia, y luego hacia el interior, Alejandro se enfrentó nuevamente a Darío III en la batalla de Isos (333 a.C.), logrando otra resonante victoria y capturando a la familia real persa. Prosiguió hacia Fenicia, donde asedió y conquistó la inexpugnable ciudad de Tiro tras un arduo sitio de siete meses. En su descenso, atravesó la península del Sinaí y llegó a Egipto. En el 332 a.C., visitó el famoso oráculo del dios Amón en el oasis de Siwa. Entró solo al santuario interior del templo y, según se cuenta, los sacerdotes lo saludaron como hijo del dios. Este evento reforzó su propia creencia en un destino divino. Fue aclamado como faraón de Egipto y, en la costa mediterránea, fundó la más célebre de las muchas ciudades que llevarían su nombre: Alejandría.
Desde Egipto, Alejandro se dirigió al corazón del Imperio Persa. La batalla definitiva contra Darío III tuvo lugar en Gaugamela (331 a.C.). A pesar de la inferioridad numérica, la superioridad táctica de Alejandro le otorgó una victoria aplastante. Darío huyó, pero fue posteriormente traicionado y asesinado por Bessos, sátrapa de Bactriana. Alejandro entró triunfalmente en Babilonia, donde encontró un inmenso tesoro que repartió generosamente entre sus hombres. Se considera que con la muerte de Darío y la captura de las capitales persas, la expedición de venganza panhelénica había concluido. Sin embargo, Alejandro decidió continuar. Poco después, en un acto controvertido, incendió el gran palacio de Persépolis, la capital ceremonial persa, posiblemente como acto simbólico de venganza final o por otras razones políticas.
Expedición a la India y Últimos Años
Alejandro prosiguió su camino hacia las regiones más orientales del imperio, persiguiendo a Bessos y sometiendo Bactriana y Sogdiana. Luego, cruzó las imponentes cordilleras del Hindu Kush (el texto original menciona el Himalaya) y se adentró en la India. En el año 326 a.C., a orillas del río Hidaspes (actual Jhelum), tuvo lugar la última de sus grandes batallas, contra el rey indio Poro y su ejército de elefantes de guerra. Aunque Alejandro consiguió una costosa victoria y, admirado por el valor de Poro, lo mantuvo en el trono como vasallo, sufrió allí una importante contrariedad: el motín de sus soldados. Agotados por años de campaña y deseosos de regresar a casa, se negaron a seguir avanzando hacia el este, hacia el Ganges. A pesar de sus planes de continuar la conquista, Alejandro se vio forzado a ceder y emprender el regreso.
Parte del ejército regresó por mar, mientras Alejandro conducía al resto a través del terrible desierto de Gedrosia, donde muchos hombres perecieron debido al calor y la falta de agua y suministros. Antes de llegar a Babilonia, en Susa (324 a.C.), ofició unas bodas masivas en las que miles de sus soldados macedonios y griegos se casaron con mujeres persas y de otras noblezas orientales, en un intento por fusionar las culturas y crear una élite gobernante mixta. Fue durante este período cuando Alejandro comenzó a adoptar cada vez más costumbres persas, se proclamó oficialmente hijo de Zeus-Amón y exigió la proskynesis (el acto de postrarse ante él, una costumbre persa de reverencia al rey que los griegos consideraban propia de la adoración a los dioses), lo que implicaba su divinización en vida y generó gran descontento entre sus compatriotas macedonios.
En uno de los banquetes, en un ambiente de tensión y excesos, Clito el Negro, quien le había salvado la vida en el Gránico, recriminó a Alejandro sus aires de divinidad y le recordó los méritos de su padre Filipo. Alejandro, en un arrebato de ira y embriaguez, lo mató con una lanza, un acto del que se arrepintió profundamente. Poco después, se descubrió una conspiración (la «conjura de los pajes»), en la que estuvo implicado Filotas, hijo del prestigioso general Parmenio. Alejandro ordenó ejecutar a Filotas y, temiendo una venganza, también a su padre Parmenio, uno de los generales más leales y capaces de Filipo. Más adelante, Calístenes de Olinto, sobrino de Aristóteles e historiador oficial de la expedición, fue acusado de estar implicado en otra conspiración o de fomentar la resistencia a la proskynesis. Se dice que Calístenes se negó a arrodillarse ante Alejandro y que pudo haber comentado que la fama de las hazañas de Alejandro dependería más de cómo él, como historiador, las relatara, que de los hechos mismos. Alejandro lo encarceló, y murió en prisión poco después.
En Opis, a orillas del Tigris, sus veteranos macedonios se amotinaron nuevamente, ofendidos por la creciente preferencia de Alejandro por los soldados persas y sus costumbres orientales, y porque deseaban regresar a Macedonia. Alejandro, enfurecido, les reprochó su ingratitud y les dijo que podían irse, que él continuaría sus conquistas con su ejército de «bárbaros». Sus hombres, conmovidos y arrepentidos, suplicaron su perdón. Alejandro se reconcilió con ellos, licenció a algunos veteranos con honores y recompensas, y los envió de regreso a casa bajo el mando de Crátero.
Tras estos sucesos, Alejandro regresó a Babilonia y comenzó a planear nuevas expediciones, incluyendo la conquista de Arabia. En ese momento, en el otoño del 324 a.C., murió su más íntimo amigo y lugarteniente, Hefestión, posiblemente también su amante. Alejandro quedó desolado y le tributó funerales de una magnificencia sin precedentes, ordenando que se le rindieran honores divinos como a un héroe. Según algunas fuentes, llegó a sacrificar a una tribu de coseos en su honor.
Poco después, en la primavera del 323 a.C., Alejandro cayó gravemente enfermo en Babilonia, tras un prolongado banquete. Su salud se deterioró rápidamente. Al llegar su momento final y sin haber nombrado un heredero claro, al ser preguntado por sus generales a quién legaba su vasto imperio, supuestamente susurró: «τῷ κρατίστῳ» (tôi kratistôi), que significa «al más fuerte» o «al mejor». El texto original menciona que nombró sucesor a ‘Kiatheras, el más fuerte’, lo que parece ser una interpretación o corrupción de esta frase griega, y no el nombre de un guerrero específico. Finalmente, Alejandro Magno murió en Babilonia el 10 o 11 de junio del 323 a.C., a la edad de 32 años.
La Época Helenística
Los Diádocos y la Fragmentación del Imperio
Con la muerte de Alejandro Magno finaliza la Época Clásica y comienza la Época Helenística, un período fascinante que se extiende aproximadamente por tres siglos, hasta la conquista final de los reinos helenísticos por parte de Roma (la caída de Egipto en el 30 a.C. suele marcar su fin). Alejandro murió sin dejar un sucesor adulto y capaz de gobernar su inmenso imperio. Su esposa principal, Roxana, de origen bactriano, estaba embarazada en el momento de su muerte y dio a luz poco después a un hijo, Alejandro IV. Para asegurar la posición de su hijo, se dice que Roxana, posiblemente con el apoyo de Olimpia (la madre de Alejandro Magno), eliminó a otras posibles esposas o rivales por la sucesión.
Ante el vacío de poder, los generales más importantes de Alejandro, conocidos como los diádocos (del griego διάδοχοι, diádochoi, que significa «sucesores»), se repartieron el imperio entre ellos, inicialmente como sátrapas o regentes en nombre del teórico rey Alejandro IV y de Filipo III Arrideo (hermanastro con discapacidad intelectual de Alejandro Magno). Sin embargo, las ambiciones personales pronto llevaron a décadas de cruentas guerras entre ellos, conocidas como las Guerras de los Diádocos. Entre las figuras más importantes de esta primera generación de diádocos destacaron:
- Ptolomeo I Sóter: Se aseguró el gobierno de Egipto, donde fundó la dinastía ptolemaica, que gobernaría el país hasta Cleopatra VII.
- Antígono Monoftalmos: Intentó mantener la unidad del imperio bajo su mando, controlando gran parte de Asia.
- Seleuco I Nicátor: Fundó el vasto Imperio Seléucida, que se extendía desde Anatolia hasta la India.
- Lisímaco: Gobernó Tracia y partes de Asia Menor.
- Casandro: Hijo de Antípatro, se apoderó de Macedonia y Grecia.
- Antípatro: Inicialmente regente de Macedonia y Grecia, su muerte desencadenó nuevas luchas.
La ciudad de Atenas, al conocer la muerte de Alejandro, intentó una vez más liberarse del yugo macedonio en la llamada Guerra Lamiaca (323-322 a.C.). Hicieron regresar del exilio a Demóstenes, quien nuevamente intentó incitar a los atenienses y otros griegos contra Antípatro. Sin embargo, la coalición griega fue derrotada, y Demóstenes tuvo que exiliarse otra vez, suicidándose poco después para evitar ser capturado.
Al morir Antípatro, le sucedió como regente Poliperconte, pero el hijo de Antípatro, Casandro, no aceptó esta decisión y luchó por el poder en Macedonia y Grecia. Para consolidar su posición y eliminar cualquier amenaza a su gobierno, Casandro ordenó la muerte de Olimpia (madre de Alejandro Magno), y posteriormente de Roxana y del joven rey Alejandro IV (alrededor del 310 a.C.), extinguiendo así la línea dinástica directa de Alejandro Magno.
Inestabilidad y Conflictos Posteriores
Las continuas luchas de poder entre los diádocos y sus descendientes (los epígonos) sumieron al mundo helenístico en un estado de guerra casi permanente durante generaciones. Esta inestabilidad y fragmentación facilitaron que, en el 279 a.C., bandas de gálatas (celtas o galos) invadieran Macedonia y Grecia, llegando a saquear el santuario de Delfos. Aunque finalmente fueron derrotados o se asentaron en Asia Menor (Galacia), su incursión causó una gran devastación.
Además de las guerras externas, muchos reinos y ciudades helenísticas sufrieron numerosos conflictos internos y revueltas sociales. Estos problemas también afectaron a Esparta, donde las tensiones entre una minoría enriquecida que concentraba la tierra y una mayoría empobrecida de ciudadanos, junto con las constantes amenazas de revueltas por parte de los ilotas y otros grupos sometidos, llevaron a intentos de reforma radical por parte de reyes como Agis IV y Cleómenes III, aunque finalmente fracasaron. Estas tensiones persistieron hasta la intervención final de Roma. En muchas de estas ciudades y regiones afectadas por las guerras y las revueltas, las condiciones de vida de la población común se deterioraron drásticamente, llegando en algunos casos a asemejarse a las de los esclavos, con un aumento de la pobreza, la servidumbre por deudas y la inestabilidad social.
Tebas: Ascenso y Caída de una Potencia
La Hegemonía Espartana y la Reacción Griega
En la Grecia debilitada y desangrada por la larga Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), que concluyó con la victoria de Esparta sobre Atenas, destacaban tres ciudades-estado principales por su potencial: Atenas, Esparta y, en este contexto, Tebas. Fruto de su victoria, Esparta consideraba que merecía ejercer el papel hegemónico (de liderazgo) en toda Grecia, pero las otras dos grandes ciudades, así como muchas otras más pequeñas, no estaban dispuestas a aceptar sin más la dominación espartana.
Los antiguos aliados o ciudades sometidas que habían estado bajo el control del imperio ateniense pronto se dieron cuenta de que sus nuevos amos espartanos eran, en muchos casos, aún más opresivos. Esparta había establecido guarniciones militares (harmostas) y gobiernos oligárquicos títeres (decarquías) en muchas ciudades. Según el texto original, estos habían establecido un tipo de unidad o administración llamada ‘dertocementos’ (término de difícil identificación exacta, pero cuya función descrita era asegurar el control y recaudar fondos), cuya función era saquear el dinero de las ciudades, que Esparta se quedaba como tributo de guerra. En estas ciudades no podía establecerse ningún gobierno sin el consentimiento de Esparta, que solo concedía el poder a facciones conservadoras y oligárquicas afines a sus intereses. Atenas, a pesar de su imperialismo, raramente había llegado a tal nivel de interferencia directa y opresión en los asuntos internos de sus aliados. Los espartanos enviados a gobernar estas poleis, aunque educados en el estricto código atribuido a Licurgo, a menudo se corrompían por el poder y la riqueza, convirtiéndose en tiranos, ladrones y libertinos, lo que generó un profundo resentimiento.
Conflictos y el Resurgir de Tebas
En cierto momento, el rey espartano Agesilao II (mencionado en el texto original como Agerileo), aprovechando una supuesta debilidad del Imperio Persa (se enteró de que el ejército persa sufría deserciones de mercenarios griegos), dirigió una expedición militar a Asia Menor (396-394 a.C.) con la intención de liberar las ciudades griegas y debilitar a Persia, obteniendo algunas victorias para Esparta. La estrategia del rey persa Artajerjes II para contrarrestar a Esparta consistió en utilizar su oro para sobornar a otras ciudades griegas, principalmente Atenas, Tebas, Corinto y Argos, incitándolas a levantarse contra la hegemonía espartana. Esto desencadenó la Guerra de Corinto (395-387 a.C.), en la que una coalición de estas ciudades, con apoyo financiero persa, luchó contra Esparta. Esparta logró algunas victorias terrestres, pero su flota fue destruida por una flota persa-ateniense en la batalla de Cnido (394 a.C.), lo que permitió a Atenas comenzar a reconstruir sus Largos Muros y su poder marítimo.
Para evitar un resurgimiento completo del poder ateniense y asegurar la paz en Grecia bajo su control, Esparta, debilitada por la guerra, negoció con Persia la llamada Paz del Rey o Paz de Antálcidas (387/386 a.C.). En este humillante tratado, Esparta reconoció el dominio persa sobre las ciudades griegas de Asia Menor y Chipre, a cambio de que Persia garantizara la autonomía de las ciudades griegas en Europa (lo que Esparta interpretó a su favor para disolver ligas enemigas como la Beocia) y apoyara la hegemonía espartana. Con esto, se perdía mucho de lo logrado heroicamente durante las Guerras Médicas contra Persia. Esparta consolidó así temporalmente su primacía sobre las ciudades de Grecia, pero fue muy mal vista por la opinión pública helénica por haber pactado con el enemigo tradicional y haber entregado a los griegos de Asia.
Esparta continuó con su política hegemónica y opresiva, hasta que intentó imponer su dominio de forma más directa en Tebas, ocupando su acrópolis, la Cadmea, mediante una traición en el 382 a.C. e instalando un gobierno pro-espartano.
El Liderazgo de Epaminondas y Pelópidas
Fue entonces cuando Pelópidas, un aristócrata tebano exiliado, junto con otros patriotas, lideró una audaz conspiración y rebelión contra la ocupación espartana en el 379 a.C., logrando expulsar a la guarnición espartana de la Cadmea y restaurar la democracia en Tebas. Pelópidas procedió a reorganizar y fortalecer la Liga Beocia, una federación de ciudades de la región de Beocia bajo el liderazgo de Tebas. Poco después, un ejército tebano, comandado por su íntimo amigo y brillante estratega Epaminondas, se preparó para enfrentar el inevitable contraataque espartano. Epaminondas, un hombre de gran cultura y virtud (cuya homosexualidad es mencionada por algunas fuentes antiguas como Plutarco, a menudo en el contexto de su relación con Pelópidas o con miembros del Batallón Sagrado), impuso una férrea disciplina en el ejército tebano e introdujo innovaciones tácticas cruciales, como la formación en orden oblicuo y la concentración de fuerzas en un punto decisivo del frente enemigo. Sabía perfectamente cómo era la estrategia espartana y cómo contrarrestarla.
La Batalla de Leuctra y la Hegemonía Tebana
Cuando los espartanos enviaron su ejército a Beocia para aplastar la rebelión tebana, el enfrentamiento decisivo tuvo lugar en la batalla de Leuctra (371 a.C.). En esta batalla, los tebanos, bajo el mando de Epaminondas, infligieron una aplastante e inesperada derrota al ejército espartano, considerado hasta entonces invencible en tierra. Fue la primera vez que los espartanos perdían una batalla campal de tal magnitud. La victoria tebana se debió en gran parte a la genialidad táctica de Epaminondas, que concentró su mejor infantería en el ala izquierda, haciéndola mucho más profunda de lo normal para romper la línea espartana, y al heroísmo del Batallón Sagrado de Tebas. Esta era una unidad de élite compuesta por 150 parejas de amantes homosexuales (300 hoplitas en total), que luchaban con extraordinaria cohesión y valor, jurando protegerse mutuamente hasta la muerte.
Fruto de esta resonante victoria, Tebas y la Liga Beocia se convirtieron en la potencia hegemónica de Grecia. Los tebanos, llenos de confianza, bajo el liderazgo de Epaminondas y Pelópidas, invadieron repetidamente la península del Peloponeso en los años siguientes. Llegaron incluso a las puertas de Esparta, liberaron Mesenia del yugo espartano (lo que supuso un golpe devastador para la economía y el poder de Esparta, que dependía de los ilotas mesenios) y fomentaron la creación de la Liga Arcadia, socavando profundamente el poder y el prestigio espartano.
Declive Tras Mantinea
Atenas, que inicialmente había visto con buenos ojos la derrota de su rival Esparta, pronto comenzó a temer el creciente poder y protagonismo de Tebas. Por ello, en un giro de alianzas, Atenas se alió con Esparta y otras ciudades para hacer frente a la hegemonía tebana. El enfrentamiento final de esta etapa de la historia griega tuvo lugar en la batalla de Mantinea (362 a.C.), en el Peloponeso. Aunque los tebanos y sus aliados obtuvieron la victoria en el campo de batalla gracias, una vez más, a las brillantes maniobras de Epaminondas, este resultó mortalmente herido en el combate. Con su muerte, desapareció el genio militar y político que había impulsado el proyecto de convertir a Tebas en la potencia hegemónica de Grecia de forma duradera. Pelópidas ya había muerto unos años antes en una campaña en Tesalia.
Tras la batalla de Mantinea, aunque Tebas había ganado, quedó exhausta y sin un liderazgo claro. Ninguna de las tres grandes ciudades tradicionales (Atenas, Esparta o Tebas) tuvo la fuerza suficiente para imponerse como líder indiscutible de Grecia. Este período de confusión y equilibrio inestable dejó un vacío de poder que sería hábilmente aprovechado por una nueva potencia emergente en el norte: Macedonia, bajo el rey Filipo II.
Filipo II de Macedonia
Macedonia Antes de Filipo
La mayoría de los griegos de las ciudades-estado del sur apenas conocían o incluso despreciaban la existencia del reino de Macedonia, situado al norte de Tesalia, cuando en el 359 a.C., Filipo II asumió el poder efectivo (el texto original menciona 358 a.C.). Las poleis griegas habían mantenido escasa relación con Macedonia, a pesar de que los macedonios eran un pueblo de habla griega (un dialecto noroccidental del griego) y compartían, en gran medida, la misma religión y panteón olímpico, aunque con algunas particularidades locales. Sin embargo, muchos griegos del sur los consideraban «bárbaros» o semi-bárbaros debido a sus costumbres más rudas y su sistema monárquico.
A su vez, Macedonia, un reino montañoso y a menudo dividido por luchas tribales internas, no había intervenido de forma decisiva en los grandes conflictos panhelénicos hasta entonces, manteniéndose en la periferia del mundo griego clásico. El reino de Macedonia consistía en un conjunto de tribus y cantones en la Baja y Alta Macedonia, que tenían una considerable autonomía y poder local. El poder del rey macedonio era a menudo limitado por una orgullosa y belicosa nobleza terrateniente, hasta que llegó Filipo II y transformó radicalmente esta situación.
Reformas y Unificación
Durante su juventud, Filipo II pasó varios años (c. 368-365 a.C.) como rehén en Tebas, que en ese momento era la principal potencia militar de Grecia bajo el liderazgo de Epaminondas y Pelópidas. Allí, Filipo tuvo la oportunidad única de observar de primera mano la organización política y militar tebana, y aprender de las innovadoras tácticas militares de Epaminondas, lo que influyó profundamente en su propia concepción de la guerra y el Estado. Gracias a esta formación y a su genio natural, al regresar a Macedonia y asumir el trono en un momento de grave crisis para el reino (amenazado por invasiones ilirias y peonias, y con pretendientes al trono), fue visto como un líder con una perspectiva más amplia y una determinación férrea.
Filipo era consciente de que su reino, aunque con un gran potencial humano y recursos naturales (especialmente madera y metales), necesitaba una profunda modernización y unificación para sobrevivir y prosperar. Su ambición, sin embargo, iba mucho más allá: concibió la idea de convertir a Macedonia en la potencia dominante de Grecia y, eventualmente, liderar a los griegos en una guerra de conquista contra el vasto Imperio Persa. Pero primero, debía consolidar su poder interno, unificar a las diversas tribus y regiones macedonias bajo su mando único, y asegurar las fronteras del reino. No solo eso, sino que también supo hacer a la nobleza y al pueblo macedonio partícipes y cómplices de sus proyectos de expansión y conquista, utilizando una hábil combinación de diplomacia, persuasión, matrimonios políticos, sobornos y, cuando era necesario, la fuerza militar implacable.
En pocos años, Filipo II transformó el ejército macedonio, que pasó de ser una milicia tribal indisciplinada a convertirse en la máquina militar más profesional y poderosa de su tiempo: la formidable falange macedonia. Esta se caracterizaba por el uso de la sarisa, una lanza de infantería extraordinariamente larga (de 4 a 6 metros), que permitía a las primeras filas de la falange alcanzar al enemigo antes de ser alcanzadas. La formación era más profunda y flexible que la falange hoplita tradicional. Además, Filipo desarrolló una poderosa caballería pesada (los «Compañeros» o hetairoi, reclutados entre la nobleza) y unidades de caballería ligera tesalia, así como infantería ligera especializada (peltastas, honderos, arqueros) y máquinas de asedio avanzadas. Esta combinación de armas fortalecía tanto el centro como los flancos del ejército, permitiendo tácticas más complejas. Los soldados macedonios, curtidos en constantes campañas, se presentaron en Grecia como un ejército disciplinado, con formaciones robustas y acostumbrados al sacrificio y a la victoria.
La Conquista de Grecia y el Legado de Filipo
Aprovechando la debilidad endémica y las divisiones internas de las ciudades-estado griegas, que seguían enzarzadas en sus interminables disputas, así como los conflictos sociales en lugares como Atenas, Filipo comenzó a expandir su influencia hacia el sur y el este. Intervino hábilmente en los asuntos griegos, a menudo presentándose como árbitro o pacificador. Conquistó estratégicamente ciudades y regiones ricas en minas de oro y plata en Tracia (como Anfípolis y Crenides, que refundó como Filipos), lo que le proporcionó los recursos financieros para mantener su ejército y su política de sobornos. Durante el asedio de Metone (354 a.C.), Filipo perdió un ojo a causa de una flecha, lo que no hizo sino aumentar su determinación.
Las ciudades griegas, en lugar de unirse para hacerle frente de manera coordinada, continuaron con sus luchas intestinas. Filipo intervino decisivamente en la Tercera Guerra Sagrada (356-346 a.C.), inicialmente en apoyo de los tebanos y tesalios contra los focios, que habían saqueado el tesoro del santuario de Delfos. Su victoria en la batalla del Campo de Azafrán (352 a.C.) le valió el control de Tesalia y un puesto en el Consejo Anfictiónico de Delfos, lo que le otorgó una legitimidad y una influencia sin precedentes en los asuntos religiosos y políticos de Grecia. Hubo alianzas cambiantes; en un momento dado, Atenas y Esparta pudieron haberse opuesto a la influencia de Tebas (Beocia) y sus aliados tesalios, y Filipo supo maniobrar en estas divisiones, a veces apoyando a una facción contra otra para su propio beneficio. Eventualmente, su poder creció hasta el punto de ser el árbitro de Grecia.
Finalmente, Atenas, impulsada por los apasionados y patrióticos discursos (las famosas Filípicas) del orador Demóstenes —firme defensor de la guerra contra Macedonia, y de la independencia y la libertad de su ciudad—, logró formar una coalición de ciudades griegas (incluida Tebas, su antigua rival) para hacer frente a la creciente amenaza de Filipo. Demóstenes se opuso vehementemente a aquellos políticos atenienses, como Esquines, que abogaban por la paz o incluso la alianza con Macedonia. Atenas asumió el liderazgo de esta tardía resistencia griega. Esta confrontación culminó en la decisiva batalla de Queronea (338 a.C.), en Beocia, donde el ejército macedonio de Filipo II, con su hijo Alejandro comandando el ala izquierda de la caballería, obtuvo una victoria aplastante sobre las fuerzas combinadas de Atenas y Tebas. Esta batalla marcó el fin de la independencia de las ciudades-estado griegas y el establecimiento de la hegemonía macedonia sobre toda Grecia (excepto Esparta, que fue aislada pero no sometida directamente en ese momento). Filipo convocó entonces un congreso en Corinto (337 a.C.), donde se creó la Liga de Corinto, una alianza panhelénica bajo su liderazgo, con el objetivo declarado de emprender una guerra de venganza y conquista contra el Imperio Persa. Sin embargo, Filipo II no llegaría a ver realizado este gran proyecto, ya que fue asesinado en el 336 a.C., dejando el camino libre a su hijo Alejandro Magno para llevar a cabo la conquista de Asia.