Darwin y el Darwinismo
La Causa Final en Aristóteles
Aristóteles estudia las causas que producen y modifican los seres vivos, y encuentra cuatro: la causa material, la formal, la eficiente y la final. Para Aristóteles, es un hecho de experiencia que los órganos, los movimientos y las producciones de los animales buscan un fin, un objetivo. El ojo está hecho para ver. Aristóteles no lo discute, solo busca una explicación para ello. Esto indica que han sido diseñados por una inteligencia, diríamos ahora.
Sabe que puede hablarse de azar o de finalidad (o causa final). No hay que olvidar —dice Aristóteles— que los seres vivos no son productos del azar. Aristóteles se inclina, pues, por la finalidad y rechaza el azar.
Para abordar el estudio de la finalidad, Aristóteles empieza por el caso más conocido y más sencillo: el de los objetos producidos por el hombre. ¿Cómo fabrica el hombre objetos? Al fin y al cabo, el arte imita a la naturaleza.
La imagen o noción que el artista tiene de la obra a producir, la elección de los materiales, el concepto o la idea del objeto a fabricar: este fin es lo que hemos llamado causa final. Quien lo piensa y planea es el diseñador.
La causa final es la primera y más importante de las causas: ella pone en marcha todas las operaciones que se precisan para alcanzar el término, meta o fin.
Dado que el fin o meta es en griego telos, se llama teleología al estudio de las causas finales.
En los animales y plantas, opera en ella una causa análoga a la inteligencia del hombre, mas no sabemos qué sea esta causa.
La Perspectiva Bíblica: El Capítulo 1 del Génesis
En la Revelación cristiana se afirma sin rodeos que Dios es el Creador y Diseñador del mundo. Transcribimos parte de Génesis 1:
- Dijo Dios: «Produzca la tierra hortalizas, plantas que den semilla y árboles frutales.» Día Tercero.
- Dijo Dios: «Haya lámparas en el cielo que separen el día de la noche, la más grande para presidir el día y la más chica para presidir la noche.» E hizo también las estrellas. Día Cuarto.
- Dijo Dios: «Produzcan las aguas monstruos marinos y todos los seres vivos que se mueven en ellas, según su especie, y todas las aves, según su especie.» Día Quinto.
- Dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes: reptiles y animales salvajes, según su especie.»
- Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los animales.» Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó.
El mundo y el hombre han sido hechos por Dios, y a Él deben obedecer. Hay, pues, un Diseñador (con mayúscula), que es el Creador, y es el mismo Dios.
El método seguido por Ussher para llegar a esta precisa datación está basado en una detallada revisión de las sucesivas generaciones bíblicas, suponiendo hipótesis arriesgadas cuando los datos son confusos e ignorando la posibilidad de que los números de años puedan ser simbólicos.
Es evidente que los días de la Creación son simbólicos, al igual que el descanso divino.
Charles Darwin (1809-1882) y la Teoría de la Selección Natural
Cuando Charles Darwin publicó su libro El Origen de las Especies en 1859, expuso el darwinismo como la teoría de la selección natural: las pequeñas variaciones casuales de padres a hijos motivarían algunas diferencias entre individuos de la misma especie. En la lucha por la vida y la supervivencia del más apto, algunos de estos individuos podrían sobrevivir más fácilmente que otros y transmitirían por herencia sus características a sus hijos, en un proceso sin fin que daría lugar, finalmente, a la aparición de especies nuevas y a la eliminación de otras antiguas.
Siendo la transformación de las especies, según Darwin, fruto del azar y la selección natural, es un fenómeno totalmente mecánico que no deja espacio para ninguna idea, intención, finalidad, diseño o designio de la naturaleza. Por consiguiente, la causa final (fuerte o real) es abolida por él. Darwin y su discípulo Huxley matizaron bastante sus expresiones sobre el tema, pero en definitiva lo que llegó al público del darwinismo fue que su teoría equivalía a evolucionismo más materialismo.
Queda, sin embargo, según Darwin, una finalidad débil: la que asigna el espectador a lo que observa. Por ejemplo, las alas sirven para volar, pero la naturaleza no lo sabe ni lo ha previsto así. Esa finalidad débil, que existe solo para el observador (es decir, es simplemente subjetiva), coincide con la de los filósofos inmanentistas.
Darwin admira sin reservas la inteligencia que parece presidir los organismos vivos. Pero parecer no es lo mismo que ser. Él cita a algunos naturalistas que creen que muchas estructuras han sido creadas por su belleza, a fin de agradar al hombre o al Creador, o simplemente con vistas a su variedad. Darwin afirma: «Si tales doctrinas fueran verdaderas, serían absolutamente fatales para mi teoría.» De esta forma, Darwin nos presenta dos ideas: la evolución de las especies y el materialismo, concretado en que admite de entrada que no hay un Creador, pues entonces cabría hablar de finalidad y no de azar.
La evolución tal vez pueda ser comprobada empíricamente, pero el ateísmo en principio no puede serlo con los medios de la ciencia experimental. Por ello, no es parte de la ciencia, sino que es un dogma materialista sacado del medio ambiente cultural (no hay ideas filosóficas recibidas con menos espíritu crítico y que más convenzan al no filósofo que las recibidas inconscientemente del entorno cultural). Para comprobar empíricamente si hay o no diseño, habría que entrar en la mente de Dios (o demostrar que no existe Dios).
El Gradualismo Darwiniano
Las modificaciones de los seres vivos debidas al azar tenían que ser, según Darwin, muy pequeñas y continuas. De lo contrario, serían, con seguridad, fatales para los individuos afectados.
Este gradualismo exigiría tiempo, mucho tiempo, para que se pudiera producir una especie nueva. Y en la época de Darwin no se podía conocer la edad del universo.
Darwin y la Cuestión del Ateísmo
Vamos a examinar, primero, el ejemplo que dio Darwin con su vida, y después, su doctrina: el darwinismo.
Darwin había empezado los estudios de medicina, y los abandonó; después estudió para ser pastor anglicano, y tampoco culminó este proyecto. Por fin fue naturalista.
Hizo un viaje a las Islas Galápagos donde observó que algunos animales de la misma especie o especies parecidas eran algo diferentes de isla a isla. De esto dedujo que esas variaciones de morfología y costumbres los hacían más adaptados al medio de cada isla, empezando así a vislumbrar la selección natural.
En su época de estudiante de Teología, había leído con interés varias obras de teólogos anglicanos que pretendían mostrar la veracidad del cristianismo mediante el estudio de la naturaleza. En ellas se decía que las especies animales y vegetales habían sido creadas una a una por Dios, y trataban de justificar el diseño que muestran mediante un Diseñador.
Habiendo llegado Darwin a una conclusión diferente, se planteó la elección: o la Biblia o la transformación de las especies según su teoría, como si fueran opciones totalmente incompatibles.
Decía que sus convicciones religiosas se habían apagado, de forma lenta y progresiva, a partir de su visita a las Islas Galápagos. Sin embargo, sus Cuadernos, escritos en su juventud (antes de su viaje a las Galápagos), muestran que Darwin era ya un materialista crudo y convencido.
Hizo una alusión al Creador a partir de la segunda edición de El Origen de las Especies, y reconoció, en privado, que lo había hecho contra sus convicciones, cediendo ante la opinión pública, que en aquella época deseaba disimular la irreligiosidad con cierta envoltura de religiosidad.
Estudiando la obra de Darwin, resulta fácil y natural la interpretación de que el ateísmo es parte de la ciencia. De hecho, el darwinismo ha sido una causa importante en el abandono de la religión cristiana por muchos. El azar de Darwin es presentado como el verdadero creador disimulado de todas las cosas.