Estudios retroprospectivos


La psicología social nace a principios del Siglo XX. En 1908 se publican dos de las obras que se consideran fundadoras de este campo de conocimiento: Social Psychology: An Outline and Source Book, de E. A. Ross; e Introduction to Social Psychology, de W. McDougall.

En términos generales, y a pesar de que todavía no parece haber consenso en el establecimiento de límites que separen la psicología social de los campos de la psicología y la sociología, se suele marcar como objetivo principal de la psicología social la armonización de los enfoques individuales y sociales en la reflexión sobre la realidad. El interés básico de esta disciplina radica en el análisis de las interacciones sociales entre individuos y entre grupos humanos.

Existen muchas definiciones de la psicología social. Entre ellas, destacan las que ponen el acento en su carácter de disciplina que estudia «las influencias que las personas tienen sobre las creencias o conductas de otros» (Aronson, 1979), o bien aquellas que afirman que la psicología social intenta comprender «cómo el pensamiento, los sentimientos o la conducta de los individuos están influidos por la presencia actual, imaginada o implícita de los demás» (Allport, 1968), o las que la definen como el «estudio científico de las manifestaciones de comportamiento de carácter situacional suscitadas por la interacción de una persona con otras personas o por la mera expectativa de tal interacción, así como de los estados internos que se infieren lógicamente de estas manifestaciones» (Rodrigues, 1981). En todos los casos sobresalen las referencias a la influencia social y a la interacción entre individuos, sea esta última real o imaginaria.

Una de las corrientes de mayor importancia dentro del pensamiento psico–social, aunque en algunos casos se ha ubicado dentro de corrientes de corte más sociológico y fenomenológico, es el llamado Interaccionismo Simbólico, cuyo origen se fecha en 1938, cuando Herbert Blúmer bautiza con este nombre a la corriente. El interaccionismo simbólico pone el acento en la importancia de la negociación de sentido entre sujetos sociales; considera que la conducta humana no se basa en el esquema de estímulo–respuesta propuesto por el conductismo más radical; otorga un enorme privilegio al estudio de los contextos sociales en los que tienen lugar las interacciones cotidianas entre individuos; y pone énfasis en la necesidad de tomar en cuenta la interdependencia que existe entre las variables que participan en una situación concreta de interacción.

El punto de partida básico del interaccionismo simbólico,4 y que lo sitúa de lleno en las reflexiones aportadas por los enfoques psico–sociales, es que los seres humanos no viven aislados, sino formando parte de grupos y en interacción permanente con otras personas. Así, se retoma la dialéctica entre lo individual y lo social, que ha guiado el pensamiento de la psicología social desde sus inicios.

El espacio conceptual de la psicología social tiene un carácter eminentemente interdisciplinario. Sus reflexiones se han constituido a partir del contacto con otros enfoques y perspectivas, de ahí que en ocasiones se complique su definición y la acotación de su especificidad como mirada sobre lo social. Desde su nacimiento, la psicología social aborda temas relacionados con la influencia social y la interacción, pero en términos más específicos, se pueden enlistar algunos conceptos o campos de reflexión privilegiados por el enfoque psico–social, a saber: la percepción social, la cognición social, las actitudes, la persuasión, la socialización, las conductas sociales, la personalidad, el comportamiento y la estructura de los grupos sociales, la relación entre el ambiente y el comportamiento, y la comunicación humana, entre otros. A su vez, dentro de las reflexiones sobre la comunicación humana desde la perspectiva psico–social, destacan referencias al lenguaje verbal y no verbal, a los rumores y a la construcción de la opinión pública.5

Como se puede observar, la psicología social se ha interesado por un amplio abanico de fenómenos que han sido también abordados por otras disciplinas. En términos generales, todos los fenómenos comparten el ser a la vez individuales y sociales, lo cual delimita ya una de las especificidades de este enfoque. La amplitud del espacio conceptual de esta disciplina —si es que así puede ser denominada— conlleva a una gran variedad de teorías, entre las cuales, además del interaccionismo simbólico ya señalado, destacan el psicoanálisis social, el conductismo social, la teoría del aprendizaje social, las teorías del intercambio social, la teoría de la Gestalt y el sociocognotivismo, entre otras. Pese a que todas ellas parten de una misma premisa general —los hechos sociales no pueden abordarse sin tomar en cuenta al sujeto individual, y a la inversa—, cabe destacar que cada propuesta acentúa elementos o fenómenos específicos. Después de exponer de forma general la historia de la psicología social, haré una breve referencia a las especificidades de cada una de estas teorías.

Un poco de historia: de la génesis a la actualidad de la psicología social

La psicología social es una disciplina relativamente reciente. Sus antecedentes básicos se pueden hallar durante la primera mitad del Siglo XX, en el desarrollo de las ciencias sociales en Francia (Durkheim, Tarde, Le Bon), Alemania (Marx), Gran Bretaña (Spencer) y en Estados Unidos (James).

La psicología social toma un rumbo distinto cuando empieza a desarrollarse como disciplina independiente. Esto sucede, fundamentalmente, a partir de los inicios de la teoría de la Gestalt, el psicoanálisis, el conductismo y las aportaciones de la Escuela de Chicago. También Max Weber (1978), con su teoría de la acción social, George Simmel (1977), con el estudio de las acciones recíprocas, y William I. Thomas (1928), con el estudio de las actitudes, contribuyeron a la consolidación de un espacio conceptual específico para la psicología social. Sin embargo, como autores principales debemos señalar a Charles H. Cooley (1902; 1909), quien estudió las bases psico–sociales de las relaciones interpersonales y la vida social; y a George H. Blúmer (1968), como impulsor del interaccionismo simbólico. Ambos autores estuvieron vinculados fuertemente con la propuesta sociológica de la Escuela de Chicago.

Como su nombre lo indica, la psicología social debe su existencia a dos disciplinas: la psicología y la sociología. En el contexto de la primera, la psicología social se consolida con las aportaciones del neoconductismo, la psicología de la Gestalt y la teoría del campo, así como con los aportes de los estudios de procesos cognitivos, sobre todo los de Vygotski (1985). Por su parte, en el contexto sociológico la psicología social debe su existencia al interaccionismo simbólico, al funcionalismo estructural de Parsons (1968) y, en menor medida, a los estudios sobre la personalidad autoritaria realizados desde la Escuela de Frankfurt.

En la actualidad, la psicología social sigue su curso en estos dos contextos. Dentro de la psicología, las principales aportaciones son las de la investigación sobre los procesos de atribución causal (Heider, 1958), la cognición social (Barlett, 1995; Neisser, 1967), la categorización social (Bruner, 1995) y las representaciones sociales (Moscovici, 1986); mientras que en el contexto de la sociología, destacan en la actualidad la teoría de la estructuración de Giddens (1998), la sociología figurativa de Norbert Elías (1987; 1990) y el constructivismo estructuralista de Pierre Bourdieu (1993; 1998).

Teorías psico–sociales: un breve apunte

El psicoanálisis, pese a que no se puede considerar propiamente una teoría psico–social, ha tenido ciertas repercusiones en la psicología social, sobre todo cuando ha confluido con otras ciencias sociales como la antropología y la sociología. Ya Sigmund Freud (1921) había afirmado que la psicología individual era sobre todo social, es decir, que las conductas sociales —colectivas— podían ser explicadas a partir de los mismos principios psicoanalíticos con los que se explicaba el comportamiento individual. El concepto de superyó y la consideración de la sociedad como producto de la naturaleza y como represora del individuo son los principales aportes del psicoanálisis social. Por su parte, el conductismo social representa una reacción ante el predominio del conductismo positivista hasta entrados los años 60. El primer psicólogo social conductista fue F. Allport (1968), al cual se debe la utilización de la metodología experimental en psicología. A grandes rasgos, las premisas del conductismo social pueden sintetizarse en las siguientes: el hombre es ante todo su conducta, considerada como la reacción a estímulos externos; el comportamiento humano es predecible; el proceso de socialización es un proceso de aprendizaje. La última idea aproxima la teoría del conductismo social a la del aprendizaje social, que trata de explicar el comportamiento humano y la personalidad a partir de los postulados obtenidos de los experimentos sobre aprendizaje. Las teorías del intercambio social han sido abordadas por la antropología, la sociología y, por supuesto, la psicología social. A partir del concepto de «regla de reciprocidad», los representantes de estas teorías hablan de las motivaciones humanas en términos de costes y beneficios, así como de la interdependencia que se da entre los individuos que participan en una interacción. La teoría de la Gestalt, quizá la más conocida y representativa de este abanico de propuestas psico–sociales, construye conocimiento científico a través de la experimentación, y parte de la consideración del ser humano como un sujeto con capacidad para realizar actividades constructivas, y con capacidad para recibir, utilizar, manipular y transformar la información. Para la Gestalt, el todo es distinto a la suma de las partes, lo cual acerca esta teoría a los enfoques sistémicos iniciados por Heinz Von Foerster (1991); el campo de estimulación está constituido por fenómenos interconectados y no por elementos aislados; y por último, el campo perceptivo está organizado por el campo estimulativo. Por último, el enfoque del sociocognitivismo se inscribe en las teorías cognitivas de la psicología social. En concreto, el sociocognitivismo propone un paradigma alternativo al conductismo, y se fundamenta en las teorías cognitivas del procesamiento de información, mismas que abordan los procesos de apropiación e interpretación de la información por parte de los sujetos cognoscentes.

Este breve recorrido por las teorías de la psicología social pone de manifiesto la amplitud del espacio conceptual de esta disciplina, es decir, su multiplicidad de enfoques y la diversidad de temáticas que ha abordado.

Conceptos básicos de la psicología social

Si bien las líneas anteriores ya ponen de manifiesto algunos de los conceptos básicos de la psicología social, nos parece importante realizar un mapa conceptual que los sitúe de forma relacional. Para ello, se ha revisado un conjunto de cinco obras generales sobre esta disciplina.

Para Mendoza y González (2004), la psicología social estudia los pensamientos colectivos, y todo su desarrollo teórico se centra en la tensión entre lo individual y lo social. Algunos de los conceptos básicos señalados por estos autores son la afectividad colectiva, los sistemas simbólicos colectivos, la relación entre memoria y olvido, las identidades sociales y las actitudes y pensamientos.

Deutsch y Krauss (2001) exponen cuatro teorías concretas en psicología social. Dentro de la primera, la teoría de la Gestalt, destaca el concepto de acto comunicativo; la disonancia cognoscitiva es el concepto básico de la teoría del campo; el autocontrol y el comportamiento lo son de las teorías del refuerzo; dentro de la teoría de la personalidad, los autores ubican los conceptos de cultura y personalidad, y en la última teoría que abordan, la teoría del rol, establecen como ejes conceptuales el estatus, el sí–mismo y los roles.

Por su parte, Gómez y Canto (1997) abordan una larga lista de conceptos para explicitar la especificidad de la psicología social como disciplina. Entre ellos destacan la percepción social, la cognición social, las actitudes, la persuasión, las relaciones sociales, los grupos sociales, la comunidad y la comunicación humana. Estos autores abordan teorías similares a las presentadas en los párrafos anteriores, como la teoría del aprendizaje social, el interaccionismo simbólico, el psicoanálisis social y la teoría del campo, por citar sólo algunas.

En un sentido similar, Lindgren (2003) revisa conceptos como asociación, atracción, aprendizaje social, motivos y actitudes, estatus, conducta, roles sociales, percepción social, liderazgo, procesos grupales y comunicación, entre otros. Y lo mismo sucede en la obra de Rodrigues (1981), donde el autor establece como conceptos básicos la interacción, la influencia, las actitudes y la intimidad interpersonal, entre otros.

UNA LECTURA PSICO–SOCIAL DE LA INTERACCIÓN

A pesar del enorme espectro de significados que abarca el concepto de comunicación, es indiscutible su base socio–psicológica. Desde este punto de vista, la comunicación es concebida como un fenómeno simultáneamente individual y social. Por un lado, el individuo ocupa un lugar central en el proceso de comunicación, elemento que ha sido sobre todo estudiado por los psicólogos cognitivos. Por el otro, la comunicación tiene una esencia fundamentalmente social, por lo que el centro de la reflexión sobre la comunicación no es tanto el individuo sino la relación.

A grandes rasgos, la psicología social considera tres niveles de análisis en los que se pueden ubicar los fenómenos de interacción: la comunicación personal, en el plano de la intersubjetividad; la comunicación interpersonal, que focaliza su atención en las relaciones entre participantes de una misma interacción; y la comunicación de masas, que por tener como eje central a los medios de difusión de información no parece ser tan adecuada para abordar las aportaciones de la psicología social al concepto de interacción.

Como se ha dicho anteriormente, la psicología social se centra fundamentalmente en dos fenómenos: la interacción y la influencia social. La primera se erige como el objeto básico de la disciplina, y aparece definida como la conducta o comportamiento de un conjunto de individuos en los que la acción de cada uno está condicionada por la acción de otros. Es, por tanto, un proceso en el que una pluralidad de acciones se relaciona recíprocamente. En este sentido, en lo que concierne a la interacción, la psicología social estudia procesos interpersonales, personas en relación con otras personas, formando parte de grupos, y no personas aisladas. El centro del análisis es, pues, la relación entre sistemas de comunicación. La relación entre la interacción y la influencia social se explica a partir del carácter situacional del comportamiento: cada interacción, considerada en su contexto y en toda su variedad y extensión, equivale a una situación de influencia específica.

Dentro del espacio conceptual de la psicología social, lo «social» se refiere directamente a la interacción, en tanto que el comportamiento humano siempre implica a otros. De esta consideración emerge el concepto de sociedad con que se trabaja desde este enfoque, que lo utiliza de forma amplia para designar al conjunto de seres humanos que conviven en un área común, pertenecen a una misma cultura y colaboran a la satisfacción de sus necesidades.

Aunque la psicología social estudia cuatro niveles —individuo, interacción, posiciones sociales e ideología—, por las especificidades y objetivos de este texto, interesa sobre todo ahondar en el segundo nivel. En la interacción, los individuos son situados unos en relación con otros. Este nivel se interesa por la interacción y las consecuencias que se derivan de ella, y se basa, sobre todo, en relaciones inmediatas. Como ya se ha dicho, gran parte de las investigaciones en psicología social se sitúan en este nivel de la interacción, y de este interés provienen asuntos como la atracción interpersonal, la cohesión, el liderazgo, la percepción social, la dinámica de grupos, las presiones situacionales, la comunicación, etcétera. En todos estos temas se ignora o se deja en un segundo plano lo referente a las posiciones sociales y a la ideología. En definitiva, en detrimento del contexto más amplio en el que tiene lugar la interacción, se toma como eje básico de análisis la interacción inmediata, la situación de relación misma.

También el tratamiento del tema de la socialización está articulado con referencias constantes a la interacción. Según el enfoque psico–social, la internalización o interiorización del mundo ocurre en la interacción con los demás. Es por esto que los grupos son considerados como los laboratorios esenciales para comprender las relaciones entre los individuos.6 Definidos como lugares de intercambio y construcción psicológica y social, las funciones atribuidas a los grupos son la puesta en común, la definición de fronteras, el establecimiento de relaciones interpersonales y la construcción de organizaciones sociales.

La psicología social concibe la comunicación como un término incluyente, que abarca todo contacto o interacción entre sujetos; toda conducta humana, según este enfoque, se basa en la comunicación, por lo que es imposible la socialización del hombre sin comunicación.

En el marco del proyecto Hacia una Comunicología Posible, se ha puesto de manifiesto que la Interacción es el asunto central de la psicología social, considerada como fuente teórica de la comunicología. En autores como Alex Mucchielli (1998), la comunicación es interacción; y también lo es en autores pertenecientes a los enfoques constructivistas, como Tomás Ibáñez (1988), entre otros. La construcción interdisciplinaria de la psicología social ha permitido que sus reflexiones en torno a la interacción y a la comunicación se hayan visto ampliadas con las aportaciones de enfoques como la teoría de sistemas y las psicologías cognitivas. En ambos casos, la comunicación es comprendida como interacción, ya sea entre los sujetos y el entorno, ya sea entre sujetos.

Un apunte sobre el interaccionismo simbólico y sus aportes para comprender la interacción y la comunicación

La corriente del interaccionismo simbólico, surgida en 1938 cuando Herbert Blúmer la bautiza con este nombre, parte de la importancia de la comunicación en el desarrollo de la sociedad, la personalidad y la cultura. Según este enfoque, el individuo es a la vez sujeto y objeto de la comunicación, en tanto que la personalidad se forma en el proceso de socialización por la acción recíproca de elementos objetivos y subjetivos en la comunicación. Esta consideración convierte al interaccionismo simbólico en una corriente de pensamiento que se sitúa a caballo entre la psicología social —por su énfasis dado a la interacción— y la sociología fenomenológica —por la consideración de la interacción como base para la construcción de consensos en torno a las definiciones de la realidad social.

La importancia otorgada a la interacción por parte del interaccionismo simbólico puede sintetizarse en tres puntos importantes. El primero, el valor dado a la alienación del sentido de la comunicación cotidiana y al importante papel que juega en la sociedad la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro. El segundo punto pone de manifiesto que la realidad social se explica a través de las interacciones de los individuos y los grupos sociales; de esta manera, esta corriente se opone a las ideas del determinismo social. El tercer punto es el que concierne a la metodología, que en el caso del interaccionismo simbólico se caracteriza por el uso extendido de estudios de caso, el predominio absoluto de procedimientos inductivos y el abordaje de la realidad en términos micro–sociales y sincrónicos. Este último aspecto se relaciona con una de las consideraciones apuntadas en el apartado dedicado a la psicología social, a saber: el abordaje de las situaciones de interacción inmediatas en detrimento de los análisis contextuales e históricos. En estrecha relación con lo anterior, el interaccionismo simbólico pone énfasis en la interacción de los individuos y en la interpretación de estos procesos de comunicación en las situaciones inmediatas, y no presta atención a las estructuras sociales, a los sistemas ideológicos y a las relaciones funcionales, sino al mundo de significados dentro del cual actúan los sujetos.

Esta corriente destaca la naturaleza simbólica de la vida social. La finalidad principal de las investigaciones que se realizaron desde el interaccionismo simbólico fue el estudio de la interpretación por parte de los actores de los símbolos nacidos de sus actividades interactivas. En Symbolic Interaccionism, Herbert Blúmer (1968) establece las tres premisas básicas de este enfoque: 1) los humanos actúan respecto de las cosas sobre la base de las significaciones que estas cosas tienen para ellos, o lo que es lo mismo, la gente actúa sobre la base del significado que atribuye a los objetos y situaciones que le rodean; 2) la significación de estas cosas deriva, o surge, de la interacción social que un individuo tiene con los demás actores; y 3) estas significaciones se utilizan como un proceso de interpretación efectuado por la persona en su relación con las cosas que encuentra, y se modifican a través de dicho proceso.

De estas premisas se extrae que el análisis de la interacción entre el actor y el mundo parte de una concepción de ambos elementos como procesos dinámicos y no como estructuras estáticas. Así entonces, se asigna una importancia enorme a la capacidad del actor para interpretar el mundo social. George Herbert Mead (1934), con su propuesta de conductismo social y su conceptualización del «sí mismo», por un lado, y Erving Goffman (1959), con su modelo dramatúrgico para el análisis de la interacción, por el otro, son los dos autores más representativos del interaccionismo simbólico.

Uno de los conceptos de mayor importancia dentro de la corriente del interaccionismo simbólico fue el de self, propuesto por George Herbert Mead (1934). En términos generales, el self («sí mismo») se refiere a la capacidad de considerarse a uno mismo como objeto; el self tiene la peculiar capacidad de ser tanto sujeto como objeto, y presupone un proceso social: la comunicación entre los seres humanos. El mecanismo general para el desarrollo del self es la reflexión, o la capacidad de ponernos inconscientemente en el lugar de otros y de actuar como lo harían ellos. Es mediante la reflexión que el proceso social es interiorizado en la experiencia de los individuos implicados en él. Por tales medios, que permiten al individuo adoptar la actitud del otro hacia él, el individuo está conscientemente capacitado para adaptarse a ese proceso y para modificar la resultante de dicho proceso en cualquier acto social dado.

Por otra parte, en los años 60 y 70 destaca la obra de Erving Goffman (1922–1982), conocida por su extraordinaria minucia descriptiva, vertebrada por la idea de que la interacción social agota su significado social más importante en la producción de apariencias e impresiones de verosimilitud de la acción en curso. En Goffman (1971), la sociedad se muestra como una escenificación teatral en que la vieja acepción griega de «persona» recobra plenamente su significado. El modelo planteado por Erving Goffman recibíó el nombre de enfoque dramático o análisis dramatúrgico de la vida cotidiana, y puede sintetizarse a partir de tres consideraciones básicas. En primer lugar, permite comprender tanto el nivel macro (institucional) como el micro (el de las percepciones, impresiones y actuaciones de los individuos) y, por lo tanto, el de las interacciones generadas en la vida social y generadoras de ella. En segundo lugar, el poder interpretativo de este modelo tiene como límites el de los mundos culturales análogos al de las sociedades anglosajonas. Por último, Goffman lleva su reflexión sobre la interpretación dramática hasta sus últimas consecuencias. Así entonces, el autor retoma los elementos esenciales de su análisis para acercarse al problema del individuo. Es decir, lleva a la práctica el principio dialéctico que establece la relación y el enriquecimiento entre cada una de las fases de la investigación y, aplicando el conocimiento sobre los dos primeros niveles, logra explicar elementos de las actuaciones individuales inicialmente no definidos. Uno de los elementos más decisivos de la obra de Erving Goffman fue la conceptualización del «ritual». Desde su perspectiva, más que un suceso extraordinario, el ritual es parte constitutiva de la vida diaria del ser humano, por lo que se puede decir que la urdimbre de la vida cotidiana está conformada por ritualizaciones que ordenan nuestros actos y gestos corporales. En este sentido, los rituales aparecen como cultura encarnada, interiorizada, cuya expresión es el dominio del gesto, de la manifestación de las emociones y la capacidad para presentar actuaciones convincentes ante otros.

Del concepto de ritual propuesto por Goffman (1971) se derivaron dos ideas importantes. La primera, la de relacionar los rituales con el proceso de comunicación, pues los rituales se ubican en la categoría de actos humanos expresivos, en oposición a los instrumentales. Además de ser un código de conducta, el ritual es un complejo de símbolos, pues transmite información significativa para otros. La segunda idea consiste en relacionar los rituales con los movimientos del cuerpo, ya que la ritualización actúa sobre el cuerpo produciendo la obligatoriedad y asimilación de posturas corporales específicas en cada cultura.

Como se ha podido observar, el interaccionismo simbólico es una corriente que retoma tanto elementos de corte psico–social como consideraciones más sociológicas que pueden inscribirse en las reflexiones de la sociología fenomenológica. El modelo dramatúrgico; los conceptos de ritual, situación, encuentro, marco (frame), máscara social, sí mismo y yo espejo, entre otros, son algunas de las herencias básicas que esta corriente de pensamiento ha dejado para los posteriores análisis y acercamientos a la interacción social.

RELACIONES CONCEPTUALES ENTRE PSICOLOGÍA SOCIAL Y COMUNICOLOGÍA

Los aportes de la psicología social a la conceptualización de la interacción podrían permitir hablar de la construcción de una posible psicología social de la comunicación (Cuesta, 2000). Esta sub–disciplina debiera constituirse con base en los trabajos sobre influencias, actitudes, personalidad, grupos, etcétera, pero con la especificidad de fijarse, principalmente, en el papel que la interacción social juega en la construcción de cada uno de estos elementos. Como se ha señalado anteriormente, el enfoque psico–social pone el acento en tres tipos de comunicación: la personal, la interpersonal y la masiva, siendo las dos primeras las más adecuadas para hablar de la interacción en términos de relación de co–presencia.

La revisión de obras teóricas sobre psicología social deja entrever la relación entre esta disciplina y la ciencia de la comunicación, o «comunicología», como preferimos llamarla. En términos generales, y con la finalidad de presentar sólo una hipótesis en torno a las posibles relaciones conceptuales entre ambos campos del saber, podemos establecer algunas áreas temáticas «de frontera», es decir, que han sido tomadas en cuenta tanto por la psicología social como por la comunicología, aunque en el caso de la segunda su relevancia se haya visto disminuida por el auge y predominio de los estudios sobre medios de difusión masiva. Por este motivo, hablaremos de áreas temáticas posibles, y no tanto de objetos que hayan sido profundamente abordados por la ciencia de la comunicación.

Los grandes temas «de frontera» hallados, de menor a mayor complejidad, son los siguientes: afectividad, cognición, persuasión, comunidad y relaciones sociales. Aunque todas estas áreas temáticas van interrelacionadas, a efectos del análisis se consideran por separado. En primer lugar, la afectividad es retomada como uno de los conceptos básicos de la psicología social (Mendoza y González, 2004; Rodrigues, 1981), sobre todo dentro del terreno de las actitudes y la configuración de la personalidad de los individuos. En este tenor, se considera la afectividad como parte de la tensión entre el individuo y la sociedad, ya que es un rasgo incorporado individualmente pero construido socialmente. En segundo lugar, encontramos la cognición y todo lo que tiene que ver con la construcción social de conocimientos, la percepción social y el conocimiento social común o doxa (Gómez y Canto, 1997; Lindgren, 2003; Álvaro y Garrido, 2003). El área de la persuasión, como tercer tópico de interés para la psicología social (Rodrigues, 1981; Lindgren, 2003; Gómez y Canto, 1997), se erige como un tema básico para hablar de la toma de decisiones y de la influencia social, nuevamente marcadas por la tensión entre el individuo y la sociedad. La comunidad y las relaciones sociales, íntimamente ligadas, configuran las últimas áreas temáticas (Mendoza y González, 2004; Gómez y Canto, 1997; Lindgren, 2003; Álvaro y Garrido, 2003). La comunidad, en tanto configuradora de sentidos de pertenencia y constructora de asociaciones sociales; y las relaciones sociales, como proveedoras de sistemas simbólicos y roles sociales asociados a grupos sociales que, por el efecto de compartir los primeros, se constituyen con base en una identidad social determinada.

Como se puede ver, el terreno de la psicología social es amplio y diverso. Aunque a primera vista pudiera parecer que las áreas temáticas señaladas se alejan completamente del campo de conocimiento de la comunicología, el interés de este texto es poner de manifiesto los puntos de conexión entre ambas disciplinas. Cabe destacar, como ya se ha señalado en algún otro momento, que la dimensión comunicológica que más se nutre de la fuente de la psicología social es la interacción, comprendida como la relación entre sistemas de comunicación, y no sólo reducida al campo que comúnmente se conoce como «comunicación interpersonal». En este sentido, dentro de la interacción caben las áreas antes mencionadas: la afectividad, en tanto implica la afectación mutua entre dos o más sujetos, lo cual ya implica la relación entre sistemas de comunicación diferentes; la cognición, como macro–tema que vincula individuo, sociedad y construcción de conocimientos, para los cuales nuevamente es necesaria la puesta en común de visiones procedentes, como mínimo, de dos sistemas de comunicación distintos; la persuasión, sobre todo vinculada con la influencia social, es obviamente dependiente de la interacción entre dos o más sujetos, en este caso con la especificidad de que uno de estos sujetos tiene la pretensión explícita de afectar o influir sobre el otro; la comunidad, porque en sí misma requiere de la existencia de sujetos o sistemas de comunicación que, por ser semejantes, establecen relaciones y se asocian hasta lograr un sentido de pertenencia que los convierte en grupo; y por último, las relaciones sociales, que son fruto principalmente de la interacción social entre sujetos y grupos diversos, con roles e identidades diversas.

Somos conscientes de que el mapa conceptual presentado es aún provisional e incompleto, de ahí que sea presentado sólo a modo de hipótesis de trabajo, como detonante de reflexiones posteriores en torno al tema. Lo que sí queda claro es que tanto la psicología social como la comunicología tienen en la interacción uno de sus ejes problemáticos de atención básico.

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