La Colonialidad en América Latina: Raíces Históricas y su Impacto Actual
La Invención de América y la Negación de la Esencia Originaria
La puesta en duda sobre la naturaleza del ser latinoamericano interiorizó durante siglos la idea de inferioridad que sustentó la dominación colonial. Las leyes españolas impuestas a sus territorios colonizados en América fueron la base de la estratificación y segregación, reflejada en la traza urbana, en la configuración del orden social y en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y la riqueza natural. Esas leyes, que algunos historiadores e investigadores plantean que no fueron tan opresivas, son el verdadero fundamento del racismo, la discriminación y la segregación que todavía padecemos.
La lógica explicativa del mundo que trajeron consigo los europeos y su autorreformulación a partir del contacto con América, hizo patente la necesidad de explicarse el mundo a partir del suceso inicial de la historia universal. La existencia de las culturas originarias en el territorio que hoy llamamos América Latina rompió frontalmente toda la concepción anterior sobre los componentes del orbe que se tenían en Europa, siendo lo que se ha llamado América un resultado más del hecho de que Occidente inventó un aparato lógico-explicativo para incluirla en el cosmos conocido, tal como lo ha explicado Edmundo O’Gorman en su obra La invención de América (FCE 1995). Sin embargo, al hacerlo, negó completamente la verdadera esencia del mundo original de los primeros habitantes de Nuestra América.
Eurocentrismo y la Persistencia de la Negación
La persecución del pensamiento filosófico y cosmogónico de los pueblos originarios por los conquistadores, a través de aparatos represivos como la Santa Inquisición, profundizó la negación de la existencia de ese pensamiento y contribuyó a la superposición hegemónica del ideal occidental-capitalista como argumento válido para explicar el mundo. Las representaciones simbólicas, tanto en el imaginario como en el patrimonio edificado, siguen reproduciendo formas de dominación que de manera inconsciente se hacen patentes en contextos específicos y en coyunturas particulares del acontecer nacional y latinoamericano.
La propia continuidad de la celebración del llamado “Día de la Raza” es una muestra, cuando desde tiempo atrás el concepto de raza fue superado para dar lugar a interpretaciones más plurales e incluyentes. Las formas reiteradas de la colonialidad y del eurocentrismo subyacen en el seno de las sociedades latinoamericanas y europeas. Cuando se habla de la conquista y la colonización, no se menciona lo mucho que los pueblos originarios proporcionaron a España y otras potencias europeas, no únicamente en términos económicos. Es necesario hablar de las grandes aportaciones culturales que se dieron a raíz del contacto; Europa se enriqueció al grado de que su propia cultura se modificó.
El eurocentrismo en el saber ha negado estos hechos y los ha ocultado para mantener las ideas de superioridad prevalecientes en la educación y la cultura, hechos que no atañen particularmente a México, sino a toda América Latina. Todavía en la actualidad hay quienes niegan la existencia de la filosofía latinoamericana y su valor universal. El saber colonizado rige la producción científica en muchos de los principales centros de investigación y universidades del mundo. La colonia habita en la república en muy diversas formas, como advirtiera José Martí en su ensayo fundacional Nuestra América.
Hacia la Emancipación: Reconocimiento y Diálogo Intercultural
Repensar las relaciones que sostienen las naciones en el mundo pasa por el pleno reconocimiento de los componentes históricos y presentes de cada una de ellas. La solicitud de perdón del gobierno mexicano es también para que España reconozca plenamente a México; es una muestra de dignidad que busca establecer una nueva relación entre países, forjada desde la aceptación de esa historia compartida pero desgranando sus particularidades, no como un hecho culposo, sino como una reflexión bilateral que propicie la verdadera hermandad.
Si bien los pueblos son hermanos desde mucho tiempo atrás, es innegable que en muchos sectores de la sociedad europea persisten ideas y actitudes que muestran lo enraizado del colonialismo, haciéndolos sentirse superiores; el desprecio por Latinoamérica es visible. En la sociedad mexicana, diversas formas de esos resabios coloniales se manifiestan en el racismo, la xenofobia y la segregación social y étnica.
El diálogo entre naciones debe propiciarse para resarcir la deuda histórica que la humanidad tiene con todos los pueblos del mundo. La opresión colonial es una herida abierta; esto no es rencor acumulado ni nostalgia histórica, sino un hecho patente que se ha dejado ver con las reacciones en torno a las cartas enviadas el pasado primero de marzo por el presidente mexicano al rey de España y al Papa Francisco.
Todas las formas de colonialidad deben ser superadas y erradicadas, dando lugar a sociedades críticas y emancipadas de dominaciones y opresiones simbólicas, conceptuales y materiales. Reconocer los agravios es fundamental para evitar su continuidad. Hablarlos, discutirlos y ponerlos a la luz de este siglo XXI es crucial para que, a partir de esas evidencias históricas, construyamos sociedades más justas, igualitarias y equitativas, donde la explotación, la dominación neocolonial y la opresión clasista dejen su lugar a la libertad, la autodeterminación y la soberanía de todos los pueblos del mundo.