Crisis del 98: El Fin de un Imperio
La Crisis del 98 marcó el fin del Imperio español. El conflicto cubano tuvo sus antecedentes en la Revolución de 1868 (La Gloriosa). Coincidiendo con el estallido de esta revolución en España, en Cuba se inició la Guerra de los Diez Años (1868-1878).
En ese momento, las reivindicaciones de Cuba a España incluían la abolición de la esclavitud y una mayor autonomía. Ante estas peticiones, España reaccionó con intransigencia, negándose a cualquier concesión. Los intereses de la burguesía española (especialmente la castellana) en las islas eran considerables (ingenios de azúcar) y contrarios a la abolición de la esclavitud. Por su parte, la burguesía catalana mantenía un importante mercado textil en Cuba.
Se reforzó la emigración española a la isla (aproximadamente 700.000 personas), sobre todo gallegos y asturianos. El conflicto se vio avivado por el papel de Estados Unidos, que tenía fuertes intereses económicos en la isla (tabaco, azúcar, etc.). La presión norteamericana favorecía a Cuba.
La solución al primer conflicto fue militar, pero no lo resolvió, sino que lo agravó. En 1895, tras el Grito de Baire, se inició la Segunda Guerra de Cuba. En esta fase, España se mostró dispuesta a transigir con las peticiones cubanas, pero la isla ya no aceptaba menos que la independencia. Ante la negativa española, la brutalidad del conflicto se intensificó.
El general Weyler fue el encargado de organizar el conflicto. Esta guerra sufrió avances y retrocesos, junto con numerosas pérdidas para España. El desastre final llegó con el «Golpe de Gracia» contra España. Estados Unidos había enviado armas por vía marítima a Cuba y, en 1898, la explosión del acorazado estadounidense Maine en el puerto de La Habana sirvió de pretexto para que Estados Unidos declarara la guerra a España. La flota española fue hundida en la batalla de Santiago de Cuba y en la batalla de Cavite (Filipinas).
Aún quedaban dos archipiélagos en el Pacífico: las Islas Carolinas y las Islas Marianas. España las vendió a Alemania un año después, aunque esta última las perdería tras la Primera Guerra Mundial.
Consecuencias del 98: Regeneracionismo y Generación del 98
La pérdida de Cuba supuso un aldabonazo para la sociedad española y la confrontó con su verdadera situación. Este despertar se reflejó en la Generación del 98, un grupo de intelectuales que reflexionaron sobre la situación de España en ese momento y cómo debería ser su futuro.
Del desastre del 98 nació un espíritu crítico en los ámbitos social, político y económico. Desde el punto de vista político, se basó en una crítica al sistema de la Restauración, considerado culpable del desastre del 98. Uno de los aspectos más criticados fue el caciquismo, visto como el responsable del abismo entre la España oficial y la España real.
Este pensamiento crítico se plasmó en el Movimiento Regeneracionista. Existieron otras consecuencias más concretas: el antimilitarismo que había despertado la Guerra de Cuba entre la sociedad española, y la adopción por parte de los propios militares de una actitud crítica contra los políticos, a quienes consideraban culpables del desastre.
En cuanto a las consecuencias económicas, se produjo una disminución del comercio, de los ingresos de la industria textil catalana y de la importación de azúcar por parte de la burguesía. Por otra parte, tuvo un efecto beneficioso: la repatriación de capitales. Estos fondos sirvieron para fomentar la industria española y para la creación de bancos.
Las Grandes Reformas de la Segunda República
Reforma del Ejército
El ejército español necesitaba una profunda reforma. Era una institución obsoleta, con un número excesivo de mandos y una notable falta de recursos (económicos, humanos, etc.).
Manuel Azaña, ministro de la Guerra, tenía como objetivo reducir el número de oficiales y, con ello, optimizar los recursos. Para lograrlo, ofreció a quienes se retirasen voluntariamente la continuidad de su sueldo hasta la jubilación. Esta medida fue interpretada por algunos como una amenaza a la dignidad del ejército. Azaña también cerró la Academia Militar de Zaragoza, entre otras acciones. Sin embargo, no hubo tiempo para grandes reformas, ya que pronto llegaría el Bienio Negro (1933-1936).
Reforma de la Iglesia
Tras la Constitución de 1931, se produjo la separación entre la Iglesia y el Estado. El objetivo era construir un estado laico y privar a la Iglesia de algunas de las funciones que desempeñaba y que no tenían que ver directamente con la religión, como la enseñanza o la regulación del matrimonio (se estableció la ley de divorcio y el matrimonio civil adquirió primacía sobre el religioso).
Se produjo la secularización de los cementerios, se disolvió la Compañía de Jesús y se suprimieron símbolos religiosos como el crucifijo en espacios públicos. Estas medidas situaron a la jerarquía eclesiástica en contra de la República.
Reforma Educativa
Anteriormente, casi toda la educación estaba en manos de la Iglesia. Esta reforma supuso un esfuerzo muy grande por parte del Estado. Marcelino Domingo, como primer ministro de Instrucción Pública, estableció la educación pública y gratuita. Para ello, fue necesario dotar al país de escuelas y maestros.
Como resultado, se construyeron aproximadamente 13.000 escuelas, se crearon 13.000 plazas de maestros y 31 institutos (uno en cada capital de provincia).
Fue necesaria la formación del profesorado y el fomento de la cultura. Para ello, se crearon las Misiones Pedagógicas, que recorrían los pueblos para difundir la cultura (a través de bibliotecas, teatros ambulantes, etc.).
Reforma Territorial y Autonomías
Otro de los problemas fundamentales fue la relación con las comunidades con fuertes sentimientos nacionalistas (Cataluña, País Vasco, Galicia, etc.). Muy pronto, las Cortes comenzaron a elaborar un estatuto de autonomía para Cataluña, que sería aprobado en 1932.
Tras su aprobación, se convocaron elecciones y se constituyó el gobierno de la Generalitat, que estaría entonces gobernada por Esquerra Republicana de Catalunya.
En el caso vasco, el estatuto de autonomía no se aprobó hasta vísperas de la Guerra Civil. El partido más importante en el País Vasco era el PNV (Partido Nacionalista Vasco), de ideología conservadora. Sin embargo, dado que la derecha española no concedía la autonomía al País Vasco, el PNV se unió a los partidos de izquierdas para lograr este objetivo.
En el caso de Galicia, el estatuto de autonomía no se concedió hasta el estallido de la Guerra Civil, y su vigencia fue muy breve (apenas horas o días).