La España Moderna: Transformaciones y Conflictos desde los Borbones hasta Isabel II


El Siglo XVIII: La Dinastía Borbónica y las Reformas Ilustradas

La llegada de la dinastía Borbónica al trono español en el siglo XVIII marcó un periodo de profundas transformaciones políticas, económicas y sociales, caracterizadas por la centralización del poder y la influencia de las ideas ilustradas.

La Guerra de Sucesión Española y el Tratado de Utrecht (1701-1714)

La Guerra de Sucesión (1701-1714) fue un conflicto por el trono español tras la muerte sin descendencia de Carlos II. Felipe V, apoyado por Castilla, y el Archiduque Carlos, respaldado por la Corona de Aragón y potencias europeas, se enfrentaron por la corona. En 1711, Carlos heredó el trono de Austria, cambiando el equilibrio europeo. Inglaterra y Holanda prefirieron entonces la paz, reconociendo a Felipe V como rey mediante los Tratados de Utrecht (1713) y Rastadt (1714). España perdió territorios en Europa: Austria recibió Flandes, Nápoles, el Milanesado y Cerdeña, e Inglaterra se quedó con Gibraltar, Menorca y privilegios comerciales. En España, Felipe V consolidó su victoria tras la caída de Barcelona (1714) y Mallorca (1715).

La Monarquía Absoluta de los Borbones en España

La monarquía autoritaria de los Austrias ya tendía al centralismo, especialmente en Castilla. Sin embargo, la Corona de Aragón, Navarra y el País Vasco mantenían instituciones propias. Con la llegada de los Borbones, se impuso el absolutismo al estilo francés, concentrando todo el poder en el rey, quien era la máxima autoridad, fuente de ley y justicia. Los Borbones reforzaron la autoridad real, eliminaron restricciones al poder del monarca y reorganizaron el Estado con una administración más controlada desde el centro.

Los Decretos de Nueva Planta (1707-1716)

Entre 1707 y 1716, Felipe V impuso los Decretos de Nueva Planta para unificar los distintos reinos bajo una sola administración central. Se eliminaron las instituciones propias de la Corona de Aragón (como sus Cortes y leyes) y se sustituyeron por las castellanas. Se impuso una organización común con Capitanes Generales, Reales Audiencias y la figura del Intendente, que supervisaba las finanzas. Navarra y el País Vasco conservaron sus fueros por haber apoyado a Felipe V. Estos decretos consolidaron el poder del rey y crearon una estructura administrativa unificada en la península.

Política de Desarrollo de Fernando VI: El Catastro de Ensenada

Durante el reinado de Fernando VI, se intentó mejorar la Hacienda mediante un sistema fiscal más justo. El Catastro de Ensenada, impulsado por el marqués de Ensenada, buscaba que todos pagaran impuestos según su riqueza, incluso nobles y clero. Para ello se elaboró un censo detallado sobre tierras, rentas y actividades económicas en Castilla. Aunque el proyecto recogió muchos datos, no pudo aplicarse completamente por la oposición de los privilegiados. Aun así, fue un paso importante hacia una reforma fiscal más equitativa.

Reformas Políticas y Económicas Ilustradas de Carlos III

Carlos III aplicó ideas ilustradas al gobierno sin dejar de ser un monarca absoluto. Se buscó modernizar el Estado, reducir el poder de la nobleza y la Iglesia, y mejorar la vida de la población. Se promovió la desamortización de tierras improductivas, el comercio libre, el desarrollo industrial y la agricultura. Se realizaron estudios para adaptar las reformas a las necesidades locales. En educación, se intentó crear una enseñanza útil, accesible y separada del control de las órdenes religiosas, con el fin de elevar el nivel cultural del país.

El Despotismo Ilustrado de Carlos III

Carlos III gobernó bajo el lema , aplicando reformas ilustradas sin eliminar el absolutismo. Al principio enfrentó resistencias, como el Motín de Esquilache (1766), que lo obligó a frenar algunas medidas. Aun así, impulsó reformas religiosas (expulsión de los jesuitas y control del clero), sociales (educación primaria obligatoria, Escuelas de Artes y Oficios) y económicas (limitación de la Mesta, reformas agrarias, libertad de comercio interior, impulso industrial y aranceles). Sin embargo, muchas reformas fracasaron por la oposición de la nobleza y el clero. La Revolución Francesa en 1789 marcó el fin del reformismo por temor a una revolución similar en España.

El Reinado de Fernando VII (1814-1833): Entre el Absolutismo y el Liberalismo

Tras el Motín de Aranjuez, Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII, quien cedió el trono a José Bonaparte por presión de Napoleón. En 1814, tras la derrota napoleónica, Fernando VII recuperó el trono y comenzó su reinado, definido por la Constitución de 1812. Su gobierno se divide en tres etapas: el Sexenio Absolutista (1814-1820), el Trienio Liberal (1820-1823) y la Década Ominosa (1823-1833).

El Sexenio Absolutista (1814-1820)

Fernando VII regresó a España tras el Tratado de Valençay (1813). Aunque las Cortes exigían que jurara la Constitución, el rey recorrió el país, asegurándose del apoyo de la nobleza, el clero y el ejército para restaurar el Antiguo Régimen. En 1814, en Valencia, los diputados absolutistas firmaron el Manifiesto de los Persas, pidiendo la abolición de la Constitución de 1812. Fernando VII, seguro de su apoyo, promulgó el Real Decreto del 4 de mayo, declarando ilegales las Cortes y restableciendo el absolutismo. Se restauraron la Inquisición y las instituciones señoriales, mientras se perseguía a los liberales. España, devastada por la guerra, sufrió crisis económica y política: la agricultura estaba destruida, el comercio paralizado y las finanzas en bancarrota. Además, las colonias luchaban por su independencia. La crisis llevó a múltiples pronunciamientos militares para restaurar la Constitución.

El Trienio Liberal (1820-1823)

El 1 de enero de 1820, el coronel Rafael de Riego lideró un levantamiento en Cabezas de San Juan. La rebelión se expandió, obligando a Fernando VII a aceptar la Constitución el 10 de marzo. Se formó un gobierno liberal que impulsó reformas: abolición de la Inquisición, la Mesta y los gremios, libertad de industria y comercio, reducción del diezmo y reforma fiscal. Se creó la Milicia Nacional, cuerpo armado para defender la Constitución. Sin embargo, Fernando VII conspiró contra el gobierno con apoyo de las potencias absolutistas. Las reformas generaron descontento entre el campesinado, la nobleza y la Iglesia. En 1822, surgieron focos absolutistas en Cataluña, Navarra, Galicia y el Maestrazgo, con una regencia en la Seu d’Urgell. Además, los liberales se dividieron en moderados (reformas sin afectar a la nobleza) y exaltados (reformas radicales).

La Década Ominosa (1823-1833)

La Santa Alianza envió en 1823 los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército francés que restauró el absolutismo. Aunque se aconsejaron reformas, Fernando VII inició una dura represión, anulando la Constitución y las leyes del Trienio. La crisis económica empeoró con la pérdida de las colonias. Surgieron dos oposiciones al rey: liberales, con pronunciamientos fallidos, y absolutistas o carlistas, partidarios de su hermano Carlos María Isidro. En 1827, los Malcontents en Cataluña exigieron un absolutismo más radical.

El Conflicto Dinástico y el Origen del Carlismo

En 1830, el nacimiento de Isabel, hija de Fernando VII, llevó a la publicación de la Pragmática Sanción, que abolía la Ley Sálica e imponía su sucesión. Los carlistas se opusieron y, en 1832, intentaron restaurar la Ley Sálica durante los Sucesos de La Granja, aprovechando la enfermedad del rey. Fernando VII reafirmó la Pragmática Sanción y, al morir en 1833, su esposa María Cristina asumió la regencia en nombre de Isabel. Ese mismo día, Carlos María Isidro se sublevó, iniciando la Primera Guerra Carlista, un conflicto entre absolutistas y liberales que marcaría la historia de España.

El Reinado de Isabel II (1833-1868): Consolidación del Liberalismo y Crisis

Tras la muerte de Fernando VII en 1833, su hija Isabel II, de solo tres años, heredó el trono bajo la regencia de su madre, María Cristina. Su reinado estuvo marcado por la consolidación del liberalismo, la lucha entre moderados y progresistas, la inestabilidad política y las guerras carlistas.

La Primera Guerra Carlista (1833-1840) y la Revolución Liberal

La primera Guerra Carlista enfrentó a los partidarios de Isabel II con los seguidores de Carlos María Isidro, respaldados por el clero y campesinos del norte. En 1839, el Convenio de Vergara puso fin a la guerra, garantizando el mantenimiento de los fueros en Navarra y el País Vasco. La regente, para mantenerse en el poder, tuvo que apoyarse en los liberales, lo que llevó a reformas como la desamortización de Mendizábal y la Constitución de 1837. Tras la caída de María Cristina en 1840, Espartero asumió la regencia, pero su autoritarismo provocó su destitución en 1843, año en que Isabel II fue declarada mayor de edad.

La Década Moderada (1844-1854)

Bajo el liderazgo de Narváez, los moderados consolidaron el liberalismo con la Constitución de 1845, que estableció la soberanía compartida entre la Corona y las Cortes, el sufragio censitario y la supremacía de la Iglesia con el Concordato de 1851. Se disolvió la Milicia Nacional y se creó la Guardia Civil en 1844. La burguesía, antes revolucionaria, se volvió conservadora y enemiga de cambios radicales.

El Bienio Progresista (1854-1856)

En 1854, O’Donnell lideró la , llevando al poder a Espartero. Se reinstauró la Constitución de 1837 y se aprobaron medidas como la Desamortización de Madoz, la Ley de Ferrocarriles y la Ley de Banca. Se ampliaron las libertades, permitiendo la organización obrera, pero la inestabilidad social hizo que la burguesía apoyara el regreso del orden, permitiendo a O’Donnell recuperar el poder en 1856.

Los Últimos Años del Reinado de Isabel II (1856-1868)

Alternaron en el poder los unionistas de O’Donnell y los moderados de Narváez. La Unión Liberal impulsó una política exterior de prestigio con campañas militares como la Guerra de África para reforzar la imagen de España. Internamente, se realizaron reformas fiscales y la Ley de Consumos de 1856, que gravaba productos básicos, perjudicando a las clases populares. En lo militar, la Ley de Quintas de 1860 estableció el reclutamiento forzoso. A nivel laboral, la Ley de Jornada de Trabajo de 1863 fue insuficiente para mejorar las condiciones obreras, generando malestar social y el auge de movimientos obreros. Surgieron nuevos partidos como el Demócrata y el Republicano, que defendían el sufragio universal y las libertades políticas. La crisis de 1865-1866 agravó los problemas sociales y económicos. La Noche de San Daniel en 1865 reflejó la tensión creciente, y en 1866 el Pacto de Ostende, firmado entre progresistas y demócratas, buscó derrocar a Isabel II. En 1868, la Revolución de logró su objetivo, obligando a la reina a exiliarse y dando inicio al Sexenio Democrático.

Conclusión del Reinado de Isabel II

El reinado de Isabel II estuvo marcado por la inestabilidad política, la preeminencia del ejército y la debilidad del sistema parlamentario. La falta de un poder civil fuerte y la preferencia de la reina por los moderados contribuyeron a su caída en 1868, abriendo paso al Sexenio Democrático.

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