La Oratoria Romana: Historia, Figuras Clave y el Legado de Cicerón


Introducción a la Oratoria Romana

En el mundo romano, poseer el don de la elocuencia y dominar el «ars bene dicendi» (el arte del buen hablar) era fundamental para el éxito. El romano de clase alta era, por naturaleza, un ser político que disfrutaba de la palabra en el Foro, el Senado y la asamblea. La palabra abría todas las puertas: quien dominaba el lenguaje, expresándose con precisión, claridad y belleza, tenía prácticamente garantizado el triunfo en el Senado, el Foro, los tribunales e, incluso, en el campo de batalla, arengando al ejército. El pragmático carácter romano lo convirtió en un decidido partidario de los estudios de retórica, siempre consciente del inmenso poder y valor de la oratoria.

El ejercicio público de la oratoria estaba intrínsecamente ligado a la libertad de expresión; a mayor libertad pública y grado de democracia, mayores eran las posibilidades de florecimiento de este género. Así, la oratoria romana floreció durante la República y, aunque nunca perdió su importancia, declinó en vigor durante la época imperial. Proliferaron los tratados teóricos, pero su práctica se redujo principalmente a las escuelas de retórica. Se observó un retroceso de la oratoria pública en beneficio de una retórica de salón o académica, destinada a personajes cultivados, generalmente de las capas más altas de la sociedad.

Autores y Épocas Clave de la Oratoria Romana

Época Arcaica

  • Antes del siglo II a. C.: Las «Laudationes funebres» (discursos fúnebres), escritas por diversos personajes ilustres en memoria de un ser querido.
  • Durante el siglo II a. C.: El contacto con la cultura griega, tras la conquista de Grecia por los romanos (146 a. C.), consolidó la oratoria romana. Rétores griegos abrieron entonces las primeras escuelas de retórica en Roma. En esta época, destacó Marco Porcio Catón, considerado la conciencia social de la Roma republicana.

Época Clásica

  • Predominaron dos escuelas principales: la asiática, de estilo exuberante, con períodos largos y grandilocuentes; y la ática, que apostaba por la austeridad y la sobriedad.
  • Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) marcó un antes y un después en el género. Además de sus influyentes tratados de retórica («De oratore», «Brutus», «Orator»), destacó por su amplia producción de discursos a favor y en contra, como los célebres «Pro Archia poeta», «In C. Verrem» e «In L. Catilinam».

Época Posclásica

  • El régimen imperial, al suprimir las libertades, incidió negativamente en la vida política romana y, por consiguiente, en la oratoria pública. Esta quedó relegada a la práctica literaria y académica en las escuelas de retórica.
  • El hispano Quintiliano escribió la monumental «Institutio oratoria», un programa de instrucción que abarcaba la formación del joven orador desde la infancia hasta el cenit de su carrera.
  • El historiador Tácito, en sus «Dialogus de oratoribus» y en los discursos que puso en boca de sus personajes en sus composiciones historiográficas, se planteó las causas de la decadencia de la oratoria. Concluyó que la principal era la falta de libertad, pues sin ella el arte de la elocuencia no podía sobrevivir.

Marco Tulio Cicerón: Vida y Legado (106 – 43 a. C.)

Nació en Arpino, una pequeña ciudad del Lacio, en el seno de una familia de clase media. Desde muy joven, recibió una formación completa en Roma.

En el año 77 a. C. se marchó a Grecia para trabajar con Molón de Rodas, un maestro que le ayudó a perfeccionar el tono de su elocuencia. Al cabo de dos años, regresó a Roma y, a partir de entonces, desarrolló una brillante carrera: adquirió gran reputación y clientela como abogado y se inició en política, culminando en el año 63 a. C. al ser proclamado cónsul.

Durante el desempeño de su cargo, descubrió y abortó la conjuración de Catilina, un evento que lo llevó al cenit de su actividad política. Tras el asesinato de César, Cicerón creyó en la posibilidad de restaurar la República y, con sus famosas «Filípicas», atacó vehementemente a Marco Antonio, quien pretendía continuar con el legado de César. Con esta actuación, firmó su sentencia de muerte: Cicerón fue declarado proscrito y, el 7 de diciembre del 43 a. C., alcanzado durante su huida, murió con valor. Su cabeza y su mano derecha fueron llevadas a Marco Antonio, quien, en un acto de crueldad sin precedentes, ordenó exponerlas públicamente en el Foro.

La Oratoria Ciceroniana: Contexto y Estilo

La época en que vivió Cicerón fue extraordinariamente propicia para el ejercicio del discurso. La República vivía un momento de intensa efervescencia política; las tensiones entre partidos eran máximas y la opinión pública seguía atentamente a sus políticos, a quienes ovacionaba o censuraba sin reparos. Por su parte, la poesía también alcanzaba niveles de esplendor nunca antes vistos. Las enseñanzas de los rétores griegos habían calado profundamente en la sociedad romana. En este contexto, surgieron varios personajes que, en algunos casos, preludiaron y, en otros, acompañaron al irrepetible Cicerón: P. Sulpicio Rufo, Licinio Calvo, el mismísimo Julio César y, sobre todos ellos, Q. Hortensio, considerado el orador número uno hasta la irrupción de Cicerón. Con Hortensio, Cicerón pleiteó (como en el proceso a Verres) y colaboró (como en el proceso a Murena). Cicerón siempre habló bien de él, apreciando su verbo abundante, su desparpajo interpretativo y su composición ampulosa, aunque a menudo excesivamente barroca y fluida.

Cicerón fue testigo de cuatro grandes enfrentamientos civiles: las guerras entre Mario y Sila, el conflicto entre César y Pompeyo, la rebelión de Espartaco y la conjuración de Catilina.

Como acérrimo defensor de la República, Cicerón nunca vio con buenos ojos el triunfo de César, en quien adivinaba tendencias dictatoriales e imperialistas. Tanto es así que, incluso momentos después del asesinato de César, se apresuró a defender con vehemencia los ideales republicanos. Arremetió entonces contra Marco Antonio, a quien consideraba heredero de los ideales y ambiciones de Julio César. Le dedicó unas virulentas «Filípicas» que, finalmente, le costaron la vida. Mercenarios de Marco Antonio lo buscaron en su finca de Formia y, mientras gritaba «¡libertas, libertas!», lo asesinaron brutalmente en el 43 a. C., apenas año y medio después de la caída de Julio César. Su cabeza y su mano derecha fueron llevadas a Marco Antonio, quien, en un acto de crueldad sin precedentes, ordenó exponerlas públicamente en el Foro.

Los Discursos de Cicerón: Judiciales y Políticos

Sus discursos se clasifican principalmente en dos grandes apartados:

  • Discursos judiciales, pronunciados ante un tribunal, tanto en calidad de abogado defensor como de fiscal acusador.
  • Discursos políticos, pronunciados en el Senado o en el Foro.

Los Discursos Judiciales

  • «In C. Verrem»: siete discursos demoledores contra Gayo Verres, exgobernador de Sicilia. Bastó que Cicerón pronunciara dos de los siete que compuso para que el corrupto Verres se desterrara voluntariamente.
  • «Pro Fronteio» y «Pro Rabirio»: ambos son procesos por prevaricación y malversación de fondos.
  • «Pro Marcelo»
  • «Pro Murena»
  • «Pro Archia poeta»: en defensa de este poeta griego, Cicerón defendió, en esencia, el valor de todas las letras y la cultura.
  • «Pro Ligario»: en defensa de quien, al igual que él, se había opuesto a César.
  • «Pro Milone»: en defensa de Milón, quien había dado muerte en un enfrentamiento a Clodio, el mismo hombre que había enviado al destierro al propio Cicerón.
  • «Pro Roscio Amerino»
  • etc.

Los Discursos Políticos

  • «De imperio Pompeii»: todo un alegato a favor de Pompeyo frente a César.
  • «Catilinarias»: Cuatro vibrantes discursos contra L. Sergio Catilina, quien fue candidato al consulado junto a Cicerón. Al no resultar elegido, Catilina tramó una auténtica conspiración para hacerse con el poder. Cicerón descubrió la trama y arremetió sin piedad contra él.
  • «Filípicas»: catorce discursos virulentos contra Marco Antonio. El poder no le perdonó sus ataques, respondiendo con una muerte atroz.

A estos discursos se suman los pronunciados por Cicerón a su retorno del destierro, al que le había enviado Clodio tras haber arremetido contra Catilina. Son discursos de agradecimiento al Senado y al pueblo.

En sus discursos, tanto judiciales como políticos, Cicerón demostró un estilo cambiante y adaptable. Inicialmente, adoptó postulados «asiánicos»[1], caracterizados por frases largas, ampulosas y una dicción vehemente. En su época de madurez, Cicerón trazó su propio canon y, en su última etapa, derivó hacia un «aticismo» muy matizado. Cicerón era, en esencia, único. Pretendía posicionar su estilo no como asianista ni aticista, sino como rodio (dado que estudió en Rodas). Con ello, buscaba situarse en un punto intermedio entre ambas corrientes. Sin embargo, lo cierto es que le sedujeron más el barroquismo, el artificio y la pompa que la concisión.

Las Obras Retóricas de Cicerón y la Teoría del Discurso

A su faceta como compositor y ejecutor de discursos, Cicerón añadió una fecunda actividad como crítico literario y teorizante de la retórica. Esta teoría la desarrolló en varias obras clave: «De oratore», «Brutus», «Orator», «De optimo genere oratorum», «Partitiones oratoriae» y «Topica».

En «Brutus» trazó una historia exhaustiva de la oratoria romana, mientras que «De oratore» y «Orator» se erigen como dos auténticos manuales de retórica.

La Elaboración del Discurso

Basándose en los escritos de los rétores griegos, Cicerón explicó en sus obras retóricas las cinco partes fundamentales del proceso que exige el discurso:

  • Inventio, o búsqueda de los correspondientes argumentos.
  • Dispositio, o distribución adecuada de esos argumentos, encadenando unos con otros.
  • Elocutio, o arte de adornar las ideas con la sintaxis precisa.
  • Memoria, para recordar cada dato en su lugar apropiado.
  • Actio, todo lo relacionado con el momento de la pronunciación del discurso: gestos, voz, énfasis…

La Estructura del Discurso

Asimismo, Cicerón explicó las partes en las que se estructura el discurso:

  • Exordium, o introducción al tema.
  • Narratio, o exposición del asunto objeto del discurso.
  • Argumentatio; esta parte tiene dos facetas: una positiva (probatio) o exposición razonada de los argumentos, y otra negativa (refutatio) o rechazo de las objeciones reales o posibles.
  • Peroratio, es la conclusión final.

Cada parte posee una técnica especial para llevar a buen puerto el discurso, cuya triple finalidad es docere (instruir), delectare (deleitar) y movere (emocionar).

El «Orator» se centra específicamente en la elocutio, donde se explican las figuras de palabra y de pensamiento, la composición de las frases, el ritmo, la expresividad, etc., diferenciando entre el estilo sencillo, el mediano y el sublime.

Después de Cicerón, la oratoria se refugió en las escuelas de retórica, donde sus discursos y tratados se convirtieron en libros de referencia y consulta obligada.



^ Estilo ático: Caracterizado por la mesura, la sobriedad y la sencillez en los discursos.

Estilo asiánico: Caracterizado por la ampulosidad, la exageración y el barroquismo.

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