El enigma de la muerte: Reflexiones filosóficas sobre la finitud humana


La muerte y la existencia humana

La toma de conciencia de la ausencia de sentido de la existencia humana tiene lugar, sobre todo, al reflexionar sobre la muerte. Mientras que en las plantas y los animales la muerte es un hecho, en el ser humano es un elemento constitutivo de la propia vida. El ser humano es consciente de su propia muerte: saber que inevitablemente ha de morir conlleva a que la muerte condicione toda su existencia. Por eso, puede considerarse un elemento fundamental de la propia vida. Aunque parezca paradójico, sabernos mortales puede dar sentido a nuestra vida y a lo que sucede. De otra forma, quizá nada nos afectaría del modo en que lo hace: quizá no sentiríamos la necesidad de actuar y hacer, ya que dispondríamos de un tiempo indefinido para ello; quizá no valoraríamos nada, pues todo se diluiría en la inmensidad del tiempo.

La muerte, de entrada, parece ser algo personal, algo íntimo de cada uno. Nuestra muerte nos pertenece de la misma forma que nos pertenece nuestra vida, y nadie puede “vivirla” por nosotros. Sin embargo, intuitivamente, parece que no. Para otros, nuestra muerte es un misterio, algo que podemos esperar, prever…, pero no sentir. La muerte solo existe cuando deja de haber vida, al menos en lo biológico. En este sentido, está más allá de la vida y es imposible vivirla, sentirla. Parece ser que la propia naturaleza de la muerte hace que esta sea inexperimentable (en el sentido habitual de experimentar como conocer o vivir directamente algo).

Ante la imposibilidad de experimentar la propia muerte, parece que lo único que queda es la posibilidad de experimentarla a través de la muerte de otros. Para algunos autores, creer que podemos experimentarla a través de la muerte ajena es una ilusión. En sentido estricto, solo podemos asistir como espectadores, más o menos compungidos, más o menos afectados. Pero, por muy doloroso que sea ver morir a seres queridos, incluso a desconocidos, el verdadero carácter de la muerte queda velado, oculto, inaccesible para nosotros. Solo vivimos directa e infinitamente la muerte ajena, que produce en nosotros el estado en que nos deja la no existencia del otro: la soledad, el desamparo, el carácter definitivo e irremediable, la desesperación, la sensación de injusticia y de falta de sentido. Pero, estrictamente, todos estos sentimientos no son experiencias de lo que es la muerte, sino de lo que esta produce en los demás y no en el que fallece.

Convenciones de la muerte

La muerte definitiva

A pesar de que nadie puede asegurar en qué consiste la muerte, muchas personas se inclinan a pensar que esta supone el final definitivo de toda forma de vida. Suelen mantener esta postura, aunque no exclusivamente, quienes conciben al ser humano como un ser integralmente material. Es lógico, desde el materialismo, sostener que la destrucción del cuerpo implica la destrucción completa del ser humano, pues, para estos, el ser humano no es otra cosa que el cuerpo físico. Ante esta concepción de la muerte, son posibles distintas actitudes: resignación, aceptación y rechazo.

La muerte como tránsito

Para mucha gente, aunque la muerte es pérdida de vida, no lo es solo en el sentido biológico. Así, la destrucción del cuerpo causada por el cese de las funciones vitales no tiene por qué significar una destrucción total de la persona. Desde una perspectiva espiritual, por ejemplo, es posible aceptar que la mente, o el alma, continúa viviendo a pesar de la muerte del cuerpo. Para los espiritualistas, el ser humano es la unión de la mente y el cuerpo como dos realidades distintas e independientes y, por tanto, separables. Para ellos, entonces, la muerte no es un dejar de existir definitivo, sino el tránsito de nuestra mente o alma a una vida distinta y, para la mayoría, mejor. Existen muchos tipos de creencias y teorías acerca de la muerte como tránsito. Para algunos, esta consiste en la inmortalidad de nuestra mente (con los recuerdos y las experiencias personales); para otros, en la supervivencia de un alma universal en la que, de alguna manera, estamos incluidos todos; para otros, en las sucesivas reencarnaciones del alma en distintos cuerpos. En definitiva, son concepciones de la muerte en las que no se supone que esta comporte una destrucción completa, sino el paso hacia otro tipo de realidad.

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