Grandes Pensadores de la Filosofía Moderna: Rousseau, Nietzsche, Kant y Marx


Jean-Jacques Rousseau (1712-1778)

El problema del ser humano

Jean-Jacques Rousseau fue un pensador atípico dentro de la Ilustración. Aunque defendía la libertad y la tolerancia, criticaba la confianza en el avance y el progreso, pues creía que la civilización había corrompido al ser humano en lugar de mejorarlo. Según él, en el estado natural, el ser humano era libre, bondadoso y feliz; pero la aparición de la sociedad y la propiedad privada lo convirtió en egoísta y ambicioso.

Rousseau proponía no volver al estado de naturaleza, sino reformar la educación y la organización política para recuperar la bondad perdida. En su obra Emilio defendió una educación basada en la libertad y la curiosidad natural del niño, alejada de métodos rígidos y memorísticos. Consideraba que la enseñanza debía fomentar el desarrollo espontáneo y proteger al niño de la corrupción social, permitiéndole aprender a partir de la experiencia y el contacto con la naturaleza. Su visión influyó en futuras teorías pedagógicas y en el pensamiento político sobre la sociedad y la educación.

El problema de la política

La política de Rousseau se basa en la idea de un contrato social que permite a las personas vivir en sociedad sin perder su libertad original. Para lograrlo, propone que los individuos cedan su libertad al conjunto de la comunidad, lo que les permite recuperarla inmediatamente al convertirse en ciudadanos con derechos y deberes.

A diferencia de Hobbes, que defendía un soberano absoluto, Rousseau sostiene que la soberanía reside en el pueblo y es inalienable e indivisible, lo que significa que no puede delegarse ni dividirse. La sociedad debe gobernarse según la voluntad general, que busca el bien común y se diferencia de la simple suma de intereses individuales.

Rousseau defiende la democracia directa, en la que los ciudadanos participan en la toma de decisiones. Sin embargo, reconoce que en grandes territorios esto es difícil de aplicar, por lo que acepta otras formas de gobierno, como la monarquía o la aristocracia, siempre que respeten la soberanía del pueblo. En este modelo, los gobernantes solo ejecutan las leyes sin tener poder absoluto, ya que el pueblo puede revocarlos si no cumplen con su función.

Friedrich Nietzsche (1844-1900)

El problema de la metafísica y el conocimiento

El pensamiento de Nietzsche se basa en una filosofía vitalista que defiende una vida intensa, individual y apasionada, admirando figuras como Aquiles, Napoleón o Alejandro Magno, que habrían vivido con fuerza y plenitud alejados de la mediocridad. Sin embargo, Nietzsche señalaba que la mayoría de la sociedad no se atreve a vivir así, y por eso critica profundamente la cultura occidental, que ha despreciado estos valores vitales. Su crítica se dirige a los pilares fundamentales de esta cultura: la metafísica, la gnoseología, la religión tradicional y la moral tradicional. Según Nietzsche, todos ellos han contribuido a oprimir la vida real en favor de ideales falsos o trascendentes. Especialmente en la tradición filosófica occidental, desde Platón hasta Kant, se ha buscado una verdad más allá de las apariencias, dividiendo la realidad en dos mundos: uno sensible y otro inteligible. Nietzsche rechaza esta concepción del conocimiento. Aunque reconoce que los conceptos racionales son útiles, critica que se piense que nos permiten acceder a una realidad superior. Para él, no existe otro mundo más allá del que percibimos con los sentidos: la realidad es única, cambiante y plural, y puede captarse de manera auténtica mediante la intuición. Asimismo, Nietzsche desconfía de la ciencia positivista, que pretende ser objetiva y desinteresada. Considera que la ciencia también responde a intereses vitales y no tiene el monopolio del conocimiento. De hecho, el arte, la música y la intuición permiten una conexión más directa y rica con la realidad, que es siempre particular y en constante transformación. Finalmente, Nietzsche defiende el perspectivismo, según el cual no existe una verdad única ni absoluta, sino múltiples formas de ver y entender el mundo. Todo conocimiento depende del punto de vista, y la pretensión de alcanzar una verdad universal es una ilusión. Además, considera que Platón cometió un grave error al dividir la realidad, ya que no hay un mundo trascendente: solo existe el mundo sensible, y negarlo es temer la vida tal como es.

El problema de Dios

Nietzsche lanza una crítica contundente contra el cristianismo, al que acusa de compartir con la metafísica occidental una visión dualista de la realidad. Para él, el cristianismo divide el mundo en dos esferas opuestas: el mundo terrenal, imperfecto y limitado, y el mundo divino o eterno, superior. Esta concepción lleva a despreciar la vida terrenal en favor de una supuesta salvación en la otra vida, algo que solo se logra reprimiendo los deseos, los instintos y las pasiones humanas. Desde la perspectiva vitalista de Nietzsche, esta actitud representa un rechazo total de la vida y de sus valores. Por eso considera al cristianismo el principal responsable de la decadencia cultural de Occidente. Su moral se basa en la negación de la vida y en el sufrimiento voluntario, lo que lo convierte en un atentado contra el impulso vital y la plenitud individual. Nietzsche anuncia además la «muerte de Dios«, una idea que simboliza el colapso de los valores cristianos en la cultura occidental. Afirma que los seres humanos han «matado a Dios», es decir, que han dejado de creer en Él. Esto provoca una profunda crisis de sentido; esta pérdida genera inicialmente confusión, vacío y desorientación, lo que Nietzsche llama nihilismo. Sin embargo, este nihilismo no es solo negativo: también representa una oportunidad. Para Nietzsche, atravesar esta etapa de derrumbe de las viejas creencias es necesario para construir una nueva escala de valores, más auténtica y afirmadora de la vida. Así, la muerte de Dios abre la posibilidad de crear una existencia más libre, creativa y vital.

El problema de la ética

Nietzsche dirige una crítica radical al cristianismo por su rechazo de la vida y sus valores. Al igual que la metafísica platónica, el cristianismo divide la realidad en dos mundos: uno terrenal e imperfecto, pasajero, y otro divino, eterno y superior. Esta visión lleva a despreciar la existencia corporal y a valorar únicamente lo espiritual, promoviendo la sumisión y el ascetismo. A partir de los instintos, Nietzsche señala el nihilismo que ve en el cristianismo y la negación de la vida que ha causado la decadencia de Occidente. Para entender cómo esta visión se impone, Nietzsche recurre al método genealógico y distingue entre dos tipos de moral: la moral de señores, propia de los fuertes, orgullosa de los valores vitales; y la moral de esclavos, originada por el resentimiento de los débiles. La primera valora la fuerza, la nobleza y la plenitud de la vida, mientras que la segunda invierte esos valores, glorificando la humildad, la sumisión y la renuncia. Esta inversión de valores se consolidó con el cristianismo, imponiendo una ética basada en la negación del cuerpo y del placer. Nietzsche extiende su crítica a la democracia y al socialismo, a los que considera herederos del cristianismo al querer tratar a todos los seres humanos como iguales. Sostiene que no somos iguales: algunos están destinados a sobresalir y a vivir con intensidad, mientras que la mayoría permanece en la mediocridad. Por eso, rechaza cualquier sistema que borre las diferencias y promueva la igualdad, ya que limita el desarrollo de los individuos superiores. Esta moral impuesta por los débiles, basada en el resentimiento, ha contaminado la cultura occidental. Nietzsche propone una transvaloración de los valores, es decir, una revaloración de todo aquello que afirma, potencia e intensifica la vida, y una condena de lo que la frena o la debilita. Lo bueno será aquello que impulse la vitalidad; lo malo, lo que la reprima.

El problema del ser humano

Nietzsche plantea que la idea del eterno retorno —vivir como si cada instante fuera a repetirse eternamente— es un pensamiento abismal y estremecedor. Asumirlo completamente supone una enorme responsabilidad, ya que cada acción o decisión tendría un peso infinito. Sin embargo, Nietzsche sostiene que ningún ser humano ha sido capaz de vivir de verdad bajo esta perspectiva. Aquel que lo lograse sería un ser superior, al que Nietzsche llama «superhombre«, una figura que representa un tipo de existencia más allá de los límites humanos actuales. Este no es el resultado de una evolución biológica, sino de una transformación interior radical, basada en la afirmación total de la vida y en la voluntad de poder. Para explicar el camino hacia ese superhombre, Nietzsche recurre a una alegoría en su obra Así habló Zaratustra, donde presenta las tres transformaciones del espíritu humano: el camello, el león y el niño. El camello simboliza al ser humano sometido por la moral cristiana, que vive bajo el peso del «tú debes», aceptando obligaciones que niegan la vida. Este estado solo se supera mediante una primera transformación en león, que encarna la rebeldía y la ruptura con los viejos valores. El león destruye, pero todavía no es capaz de crear. Para ello, es necesaria una tercera metamorfosis: la del niño. El niño representa la inocencia, la libertad y la capacidad de crear nuevos valores. Vive cada instante como un juego, sin cargas ni ataduras, y es capaz de afirmar la vida con un «sí» rotundo, incluso bajo la idea del eterno retorno. Esta etapa simboliza el espíritu libre que da paso al superhombre, aquel que puede vivir con autenticidad, intensidad y creatividad, sin apoyarse en valores heredados que niegan la vida.

Immanuel Kant

El problema del conocimiento en Kant

Kant busca resolver cómo es posible el conocimiento, superando el enfrentamiento entre racionalismo (que confiaba solo en la razón) y empirismo (que confiaba solo en la experiencia). Según Kant, el conocimiento surge de la interacción entre el sujeto y el objeto: necesitamos tanto la experiencia como las estructuras propias de nuestra mente. Kant distingue tres facultades:

  • Sensibilidad: Recibimos datos del mundo a través de los sentidos, organizados en el espacio y el tiempo.
  • Entendimiento: Ordena esos datos usando categorías como causalidad, unidad o pluralidad, permitiendo que podamos pensar la experiencia.
  • Razón: Busca principios más generales (como Dios o el alma), aunque estos no pueden conocerse científicamente.

Para Kant, solo conocemos los fenómenos (las cosas tal como aparecen a nosotros), pero no los noúmenos (las cosas en sí mismas). Así, el conocimiento es objetivo, pero está limitado. Con su teoría, Kant propone una auténtica revolución filosófica: no es nuestra mente la que se adapta a los objetos, sino que los objetos se ajustan a las formas de nuestra mente. Por eso, su propuesta se conoce como la «revolución copernicana» en filosofía.

El problema de la razón en Kant

En su obra Crítica de la razón pura, Kant analiza no solo cómo conocemos, sino también qué papel juega la razón en ese conocimiento. Para él, la razón es la facultad que impulsa al ser humano a buscar explicaciones más allá de lo que la experiencia puede ofrecer. No se limita a organizar lo que percibimos, como hace el entendimiento, sino que aspira a alcanzar lo absoluto: quiere conocer el origen último del mundo, la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, etc.

Sin embargo, aquí surge el problema: la razón, cuando se utiliza más allá de los límites de la experiencia, cae en errores. Kant demuestra que la razón, cuando intenta conocer realidades que no se presentan en la experiencia (lo que él llama noúmenos), entra en contradicciones inevitables, llamadas antinomias. Por ejemplo:

  • Puede intentar demostrar que el universo tuvo un comienzo en el tiempo… y también que es eterno.
  • Puede defender que todo tiene una causa… y también que existe libertad.

Estas contradicciones muestran que la razón, cuando intenta ir más allá de lo que podemos experimentar, se contradice a sí misma. Por eso, Kant afirma que el conocimiento teórico tiene límites: solo podemos conocer los fenómenos, es decir, las cosas tal como se presentan a nosotros, no las cosas en sí mismas. Ahora bien, aunque la razón no pueda demostrar teóricamente la existencia de Dios, el alma o la libertad, Kant señala que estas ideas son necesarias para la vida moral. Es decir, aunque no podamos conocerlas, sí podemos suponerlas legítimamente desde el punto de vista práctico (moral). Por ejemplo, para actuar moralmente necesitamos suponer que somos libres, que existe un Dios que da sentido a la justicia, y que nuestra alma es inmortal. Así, Kant distingue dos usos de la razón:

  • Uso teórico: busca conocer, pero debe reconocer sus límites (se queda en el mundo de los fenómenos).
  • Uso práctico: orienta la acción moral, donde sí tiene sentido hablar de libertad, Dios y alma, aunque no podamos conocerlos empíricamente.

En resumen, para Kant, la razón es fundamental para entender y organizar el conocimiento, pero también debe reconocer que hay límites que no puede cruzar. Fuera del campo de la experiencia, la razón no puede conocer, pero sí puede creer razonablemente en ciertos principios que son necesarios para la vida ética.

Las leyes de la física en Kant

Para Kant, las leyes de la física no son simplemente observaciones empíricas obtenidas de la experiencia directa del mundo, sino que son juicios sintéticos a priori. Este término implica que las leyes físicas son necesarias y universales (a priori), pero al mismo tiempo informan sobre el mundo de una manera que no se deduce de la mera definición de los términos (sintéticos). Dicho de otra manera, las leyes de la física nos dicen algo nuevo sobre el mundo, pero son necesariamente válidas y no dependen de la experiencia concreta.

Kant sostiene que nuestra mente no es una tabula rasa (una hoja en blanco), sino que tiene estructuras cognitivas a priori que organizan y configuran nuestra experiencia del mundo. Estas estructuras incluyen dos elementos clave:

  • Las formas a priori de la sensibilidad: El espacio y el tiempo. Según Kant, el espacio y el tiempo no son propiedades del mundo en sí mismo, sino formas con las que nuestra mente organiza la experiencia. Sin estas formas, no podríamos percibir ni organizar la información sensorial.
  • Las categorías del entendimiento: Son conceptos a priori como la causalidad, la sustancia y la unidad, que estructuran nuestra comprensión del mundo. Estas categorías no vienen de la experiencia, sino que son condiciones previas que hacen posible cualquier juicio o conocimiento sobre los fenómenos.

La física, entonces, para Kant, está vinculada a estas estructuras a priori. Las leyes de la física no pueden ser simplemente observaciones empíricas porque, según él, son principios necesarios que se derivan de las categorías y formas a priori. Por ejemplo, la ley de la causalidad (que sostiene que todo efecto tiene una causa) es una categoría fundamental del entendimiento humano. Sin la causalidad, no podríamos interpretar nada en el mundo como un fenómeno coherente.

El problema de la ética en Kant

Kant critica las éticas materiales de los filósofos anteriores porque dependen de un objetivo particular, son impuestos externamente y se basan en la experiencia, lo que impide su universalidad. Para superar estas limitaciones, propone una ética formal, que debe ser necesaria (válida para todos), autónoma (las normas provienen de la razón individual) y a priori (independiente de la experiencia). El principio central de su ética es el imperativo categórico, que establece el criterio de validez moral de las normas de conducta. Se formula de tres maneras:

  • Universalidad: actuar solo según máximas que puedan convertirse en leyes universales.
  • Dignidad humana: tratar a todas las personas como fines en sí mismas, no como medios.
  • Reino de los fines: comportarse como si se legislaran normas para una sociedad ideal basada en el respeto mutuo.

La ética kantiana es deontológica, basada en el cumplimiento del deber. Kant distingue entre:

  • Acciones contrarias al deber (inmorales).
  • Acciones conformes al deber (moralmente correctas pero motivadas por interés).
  • Acciones por deber (auténticamente morales porque se realizan solo por respeto al deber).

El deber debe cumplirse incluso si va en contra de nuestros deseos, lo que plantea el problema de la felicidad. Kant reconoce que su ética no garantiza la felicidad, pero nos hace dignos de merecerla. Esto lleva a su tercera gran pregunta: ¿Qué me cabe esperar?, es decir, si podemos confiar en que la moralidad será recompensada. Para ello, Kant postula tres principios fundamentales:

  • Libertad humana, necesaria para la acción moral.
  • Inmortalidad del alma, porque la perfección moral no se alcanza en una sola vida.
  • Existencia de Dios, que garantizaría la relación entre moralidad y felicidad en una vida futura.

Estos postulados no se pueden demostrar empíricamente, pero Kant los considera esenciales para mantener la esperanza en la felicidad y dar sentido a la moral futura.

Karl Marx

El problema de la política en Marx

Para Marx, la política está inextricablemente ligada a las relaciones de clase y las condiciones materiales de producción. En una sociedad capitalista, por ejemplo, la política está al servicio de la burguesía (la clase dominante que posee los medios de producción), y está diseñada para mantener su poder y control sobre los recursos y las clases oprimidas, como el proletariado. La política, en este contexto, es una herramienta para mantener las estructuras de poder existentes y para perpetuar las desigualdades sociales. Marx veía el estado como un instrumento de opresión. Para él, el estado no es un árbitro neutral, sino que es una herramienta que las clases dominantes utilizan para mantener el orden y la explotación. Esto lo lleva a una crítica radical del sistema político burgués, que considera que en lugar de promover la justicia y la igualdad, perpetúa la alienación y la explotación del proletariado. La revolución proletaria es, para Marx, la única forma de cambiar este sistema político. En su visión, el proletariado debe tomar el poder y destruir las estructuras estatales que favorecen a la burguesía, para finalmente crear una sociedad sin clases en la que los medios de producción sean propiedad común y se distribuya la riqueza de manera equitativa. Esta revolución llevará a la dictadura del proletariado como fase transitoria hacia una sociedad comunista sin estado ni clases sociales.

El problema del ser humano en Marx

En cuanto al ser humano, Marx lo concibe de una manera profundamente materialista. En lugar de ver al ser humano como un ente aislado o esencialmente espiritual, Marx lo ve como un producto de sus condiciones materiales y sociales. La forma en que las personas viven, trabajan y se relacionan entre sí depende de las condiciones económicas y sociales que las rodean. El concepto de alienación es central en su visión del ser humano. En una sociedad capitalista, los trabajadores se sienten alienados de su trabajo, de los productos que producen y de ellos mismos. El trabajo, que debería ser una actividad creativa y liberadora, se convierte en una tarea monótona y deshumanizante. Los trabajadores no tienen control sobre el proceso productivo ni sobre los productos que crean, lo que los reduce a meros instrumentos de producción. Marx también critica la visión humanista que ve al ser humano como una entidad aislada, autónoma y libre. En lugar de esto, enfatiza que los seres humanos son seres sociales y históricos, cuya existencia está determinada por sus relaciones materiales y su contexto social. El ser humano se define por su actividad práctica en el mundo, es decir, por el trabajo, que es la forma principal en que interactuamos con la naturaleza y transformamos la sociedad.

Comparativa: El ser humano en Rousseau y Marx

Tanto Rousseau como Marx reflexionan sobre el problema del ser humano, aunque lo hacen desde perspectivas y preocupaciones distintas.

Para Rousseau, el ser humano en su estado natural era libre, bondadoso y feliz. La corrupción no proviene de su interior, sino de la sociedad y, en especial, de la aparición de la propiedad privada, que introduce la ambición, el egoísmo y la desigualdad. La civilización, lejos de perfeccionarlo, lo ha desviado de su auténtica naturaleza. Sin embargo, Rousseau no propone regresar a ese estado natural perdido, sino reformar profundamente la educación y la organización política. A través de una educación basada en la libertad, la experiencia y el contacto con la naturaleza, el ser humano podría recuperar su bondad originaria y construir una sociedad más justa.

Por su parte, Marx ofrece una visión radicalmente diferente, profundamente materialista. Para él, el ser humano no se define por una bondad natural perdida, sino por su relación con las condiciones materiales de existencia. Marx entiende que el ser humano se forma a través del trabajo y de las relaciones sociales, pero en el capitalismo, este trabajo se convierte en una fuente de alienación. Los trabajadores no solo pierden el control sobre su producción, sino también sobre su propia vida, viéndose reducidos a meros instrumentos del proceso económico. Marx no busca una reforma educativa o moral, sino una transformación revolucionaria de las condiciones materiales que causan esa alienación.

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *