La Península Ibérica Medieval: Al-Ándalus, Reinos Cristianos y el Legado de los Reyes Católicos


La Conquista Musulmana y el Esplendor de Al-Ándalus (Siglos VIII-XIII)

La Invasión y Evolución Política de Al-Ándalus

La conquista musulmana de la península Ibérica comenzó en el año 711 con la victoria en la decisiva batalla de Guadalete sobre el rey visigodo Rodrigo. La rápida expansión se debió, en gran medida, al desinterés de la población hispanovisigoda hacia sus élites gobernantes y a las numerosas rendiciones pactadas.

La primera etapa fue el Emirato Dependiente de Damasco (714-756), marcado por la resistencia cristiana en Covadonga y el freno del avance musulmán en la batalla de Poitiers (732). Posteriormente, en el Emirato Independiente (756-929), Abd al-Rahman I rompió los lazos políticos con el Califato Abasí de Damasco, aunque mantuvo la dependencia religiosa.

El Califato de Córdoba (929-1031) representó la época de mayor esplendor de Al-Ándalus, cuando Abd al-Rahman III se proclamó califa. Sin embargo, la crisis del califato, acentuada tras la muerte de Almanzor, y las posteriores guerras civiles (fitna) llevaron a su fragmentación en los Reinos de Taifas (1031-1085, primera taifa; luego segunda y tercera). Estos reinos, debilitados ante el avance de los reinos cristianos, facilitaron conquistas como la de Toledo (1085).

Las invasiones almorávide y almohade frenaron temporalmente el avance cristiano, pero ambos imperios fueron finalmente derrotados en la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa (1212). Esta derrota aisló al Reino Nazarí de Granada (1238-1492), el último bastión musulmán en la península, que fue finalmente conquistado en 1492. Este año también marcó la expulsión de los judíos (sefardíes) y, posteriormente, la conversión forzosa o expulsión de los musulmanes (moriscos).

Sociedad, Economía y Cultura de Al-Ándalus

La sociedad de Al-Ándalus se estructuraba principalmente según criterios religiosos. Los musulmanes (creyentes) gozaban de privilegios y estaban exentos de ciertos tributos, mientras que los no musulmanes (dimmíes), como judíos y mozárabes (cristianos que vivían bajo dominio musulmán), debían pagar impuestos personales específicos (la yizya y el jaray). Dentro de la comunidad musulmana, existían diferencias sociales y étnicas: los árabes, que ocupaban las posiciones de poder y gobierno; los bereberes, con un papel destacado en el ámbito militar; los sirios; y los muladíes (hispanovisigodos convertidos al islam).

La economía de Al-Ándalus floreció gracias a la expansión urbana, el auge del comercio tanto en el Mediterráneo como con el resto de Europa, y la modernización de la agricultura. Se introdujeron nuevas técnicas de regadío y cultivos como el arroz, el algodón, la caña de azúcar y los cítricos, junto con un notable desarrollo de la ganadería ovina.

Al-Ándalus destacó por su extraordinario desarrollo científico y cultural, siendo un puente fundamental para la transmisión del conocimiento clásico y oriental a Europa. Sobresalieron campos como la medicina, la filosofía, las matemáticas, la astronomía y la botánica. Su arte hispanomusulmán legó joyas arquitectónicas como la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada y la Giralda de Sevilla.

Los judíos, aunque una minoría, desempeñaron un papel crucial en la sociedad andalusí y en los reinos cristianos, contribuyendo significativamente en diversos campos. Sus comunidades se organizaban en sinagogas y juderías. Su participación en la Escuela de Traductores de Toledo fue fundamental para la transmisión del conocimiento clásico y árabe a Occidente. La expulsión decretada por los Reyes Católicos en 1492 provocó una vasta diáspora sefardí.

El Surgimiento y Expansión de los Reinos Cristianos (Siglos VIII-XIII)

Los Núcleos de Resistencia y la Consolidación Territorial

En el área cantábrica, un grupo de visigodos y astures, liderados por Pelayo, derrotó a las tropas musulmanas en la batalla de Covadonga (722), dando origen al Reino de Asturias, con capital inicial en Cangas de Onís y posteriormente en Oviedo. Durante el reinado de Alfonso III (el Magno), se consolidó la expansión hasta la frontera del río Duero y se trasladó la capital a León, dando paso al Reino de León. En el siglo X, Fernán González, conde vasallo del rey de León, consolidó la autonomía del Condado de Castilla en una zona de frontera muy expuesta a los ataques musulmanes, sentando las bases para su futura independencia. En 1035, Fernando I (el Magno) unificó los reinos de León y Castilla, convirtiendo este último en un reino independiente.

En el área pirenaica, tras la contención del avance musulmán en la batalla de Poitiers (732), el emperador franco Carlomagno estableció la Marca Hispánica como una zona de frontera defensiva entre su imperio y Al-Ándalus. Tras la desintegración del Imperio Carolingio, surgieron los núcleos cristianos pirenaicos: el Reino de Pamplona (posteriormente Navarra), que se expandió bajo el clan Arista; los Condados Catalanes, unificados y progresivamente independizados por figuras como Wifredo el Velloso y Borrell II; y los Condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, que darían origen al Reino de Aragón.

A finales del siglo XI, Alfonso VI de León y Castilla tomó Toledo (1085), un hito crucial que significó la conquista del centro del Valle del Tajo y un gran impulso para la Reconquista. En el siglo XII, se produjeron importantes avances territoriales: la toma de Lisboa (1147) por Alfonso I de Portugal; la conquista de Zaragoza (1118) por Alfonso I de Aragón (el Batallador); y la anexión de Tortosa (1148) y Lleida (1149) por Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.

En el siglo XIII, tras la decisiva victoria cristiana en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), donde se unieron las fuerzas de Castilla, Aragón y Navarra, el poder almohade en la península quedó definitivamente quebrado, abriendo el camino a la fase final de la Reconquista.

Modelos de Repoblación en los Reinos Cristianos

Entre los siglos VIII y X, la repoblación del norte del Valle del Duero y el piedemonte pirenaico se llevó a cabo principalmente mediante la presura. Este sistema permitía a campesinos libres, nobles o monasterios ocupar y poner en cultivo tierras despobladas, que pasaban a ser de su propiedad.

Entre los siglos XI y XII, la repoblación entre el Duero y el Tajo se realizó mayoritariamente mediante el sistema de repoblación concejil. Las villas y sus territorios adyacentes recibían del rey fueros o cartas puebla, documentos que otorgaban privilegios y exenciones fiscales a sus habitantes para atraer población y organizar el territorio bajo la autoridad de un concejo.

En el siglo XIII, la repoblación de las grandes extensiones territoriales conquistadas al sur del Tajo (Andalucía, Murcia, Valencia) se realizó mediante el sistema de repartimientos. Este consistía en la distribución de tierras y bienes entre aquellos que habían participado en las campañas militares, principalmente la alta nobleza, la Iglesia y las órdenes militares, lo que generó grandes latifundios.

La incorporación de estos vastos territorios acarreó la presencia de mudéjares (musulmanes que permanecieron viviendo en territorio cristiano tras la conquista). A pesar de conservar sus leyes, religión y costumbres, estaban sujetos a impuestos especiales y, a menudo, debían residir en barrios específicos (morerías), al igual que los judíos en las juderías.

Consolidación y Crisis de los Reinos Cristianos (Siglos XIII-XV)

Estructura Política y Dinástica

En 1230, Fernando III (el Santo) unificó definitivamente los reinos de Castilla y León, dando origen a la Corona de Castilla. La Corona de Aragón se formó en 1137 con la unión dinástica del Reino de Aragón y el Condado de Barcelona, a través del matrimonio de Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV. Su hijo, Alfonso II (el Casto), fue el primer rey de la Corona de Aragón.

Las principales instituciones de gobierno en los reinos cristianos medievales eran la monarquía, las Cortes y los municipios (o concejos). En la Corona de Castilla, la monarquía tendió a un mayor autoritarismo, mientras que en la Corona de Aragón predominó el pactismo, un sistema en el que el poder real estaba más limitado por las Cortes y la nobleza.

Las Cortes medievales estaban compuestas por representantes de los tres estamentos o brazos: la nobleza, el clero y el estado llano (burguesía de las ciudades). En Castilla, las Cortes tenían un carácter principalmente consultivo y fiscal. En la Corona de Aragón, cada reino (Aragón, Cataluña, Valencia) mantenía sus propias Cortes y fueros (leyes y privilegios específicos), lo que reforzaba el pactismo.

En Castilla, la figura del corregidor (delegado real en los municipios) y los alcaldes reales ganaron importancia. En la Corona de Aragón, destacaron instituciones municipales como el Consejo de Ciento en Barcelona o las Juntas de Defensa en Valencia.

En Castilla, la guerra civil entre Pedro I (el Cruel) y su hermanastro Enrique de Trastámara (futuro Enrique II) culminó en 1369 con la victoria de este último, inaugurando la dinastía Trastámara. Tras la guerra, las mercedes enriqueñas (grandes donaciones de tierras y privilegios) consolidaron el poder de la alta nobleza castellana.

En 1412, el Compromiso de Caspe resolvió la crisis sucesoria en la Corona de Aragón, llevando al trono a Fernando de Antequera, de la casa castellana de Trastámara. Este evento consolidó la presencia de la dinastía Trastámara en ambas coronas peninsulares.

En Cataluña, el siglo XV fue un periodo de crisis social y política, con revueltas campesinas (remensas) que culminaron en las Sentencias de Guadalupe (1486), y conflictos urbanos en Barcelona entre facciones como la Biga (oligarquía conservadora) y la Busca (clases populares y mercantiles). Finalmente, la situación degeneró en una guerra civil (1462-1472) bajo el reinado de Juan II.

La Formación de la Monarquía Hispánica: Los Reyes Católicos (Siglo XV)

Unión Dinástica y Expansión Territorial

En 1469, el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón sentó las bases de la Monarquía Hispánica, una unión dinástica en la que cada reino (Castilla y Aragón) conservó sus propias leyes, instituciones, fronteras y monedas, pero compartían una misma monarquía y una política exterior común.

Castilla, con el apoyo aragonés, emprendió la Guerra de Granada (1482-1492) contra el Reino Nazarí, el último reducto musulmán en la península, que fue finalmente anexionado en 1492. En 1512, el Reino de Navarra fue incorporado a la Corona de Castilla, aunque mantuvo sus fueros e instituciones propias.

La política exterior de los Reyes Católicos se centró en dos ejes: el Atlántico (expansión ultramarina y control de las rutas comerciales) y el Mediterráneo (consolidación de la presencia aragonesa en Italia y el norte de África). Para aislar a Francia y consolidar sus intereses dinásticos, realizaron una hábil política de alianzas matrimoniales con Portugal, Inglaterra y el Imperio Germánico. En 1504, se aseguró el dominio del Reino de Nápoles tras las victorias de Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán) sobre los franceses.

Consolidación del Poder Real y Uniformidad Religiosa

Para consolidar una monarquía autoritaria, los Reyes Católicos limitaron el poder de la nobleza (aunque la integraron en la administración), reorganizaron la administración central (creación de Consejos, como el de Castilla), y establecieron la figura de los virreyes en los territorios de la Corona de Aragón. Las ciudades vieron limitado su autogobierno con la extensión de la figura del corregidor, un delegado real que presidía el concejo municipal.

Se instauró el Derecho de Patronato Regio, que permitía a los monarcas proponer y, en la práctica, nombrar a los cargos eclesiásticos en sus reinos, reforzando el control sobre la Iglesia. Crearon la Santa Hermandad para mantener el orden público en el ámbito rural y establecieron el Tribunal de la Inquisición (o Santo Oficio) en 1478, una institución judicial para velar por la ortodoxia católica y la unidad religiosa.

En 1492, se decretó la expulsión de los judíos que no aceptaran la conversión al cristianismo. Posteriormente, en 1502 en Castilla y en 1526 en Aragón, se obligó a los musulmanes a convertirse (pasando a ser moriscos) o exiliarse, buscando la uniformidad religiosa en sus reinos.

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